La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Menosprecio de corte y alabanza de aldea

Capítulo VIII
Que en las cortes de los príncipes tienen por estilo hablar de Dios y vivir del mundo.


En la corte, como no hay justicia que tome las armas, no hay campana que taña a queda, no hay padre que castigue al hijo, no hay amigo que corrija al prójimo, no hay vecino que denuncie al amancebado, no hay fiscal que acuse al usurero, no hay provisor que compela a confesar, no hay cura que llame a comulgar; el que de su natural no es bueno, gran libertad tiene para ser malo.

En la corte, si quiere uno adulterar, hay factores que lo negocien; si quiere vengar injurias, hay quien tome por él la mano; si quiere banquetear, a cada paso hallará glotones; si quiere públicamente mentir, no le falta con quien lo apruebe; si se quiere amotinar, asaz hallará de apasionados; si quiere jugar lo que tiene, hallará tableros públicos; si quiere darse a hurtar, hallará hombres de gran sutileza; si quiere jurar falso, hallará quien se lo pague; si quiere no ir a la iglesia, no habrá quien de ello le acuse; finalmente digo que, si quiere darse a los vicios, halla en la corte muy famosos maestros.

En la corte siempre acuden a ella hombres de diversas partes a negociar, a pleitear, a servir o a se mostrar; los cuales, como son primerizos y viven un poco bisoños, luego son con ellos mozos de cámara, ministriles que tañen, cantores que cantan, porteros de cadena, músicos de cámara, juglares de corte, truhanes de palacio e hidalgos pobres, a los cuales piden estrenas, ferias, albricias y aguinaldos; y, si les dan los señores algo, no es a fin de socorrerlos, sino porque publiquen en la corte que son magníficos.

En la corte, como la fortuna es inconstante en lo que da y muy incierta en lo que promete, de una hora a otra cae uno y sube otro, muérese éste y sucédele aquél, abaten al privado y subliman al abatido, no admiten al que viene y ruegan al que se va, creen a los simples y desmienten a los sabios, de los animosos tienen sospecha y fíanse de los cobardes, creen la mentira e impugnan la verdad; finalmente, digo que siguen la opinión y huyen de la razón. Con estas y con otras semejantes cosas que se ven en las cortes de los príncipes, cada uno tiene esperanza que ahora más ahora vendrá por sus puertas fortuna; aunque es verdad que muchos cortesanos hallan primero la sepultura que no a ellos halle fortuna.

En la corte hay muchos hijos de señores que, cuando vinieron a ella, eran más para se casar que no para servir; porque son muy descuidados, hablan como bisoños, no son nada pulidos, andan desacompañados, cuentan donaires muy fríos, son en el visitar muy pesados, comen como aldeanos, son con las damas muy cortos, son en las mesuras un poco locos y en el hablar de palacio muy grandes necios. El bien que de su venida se sigue es que hay en la corte para algunos días de que burlar y para algunas noches de que mofar.

En la corte cada día acontecen cosas repentinas y desgracias nunca pensadas, es a saber: que el galán salió mal enjaezado, cayó el caballo, erró el encuentro, paró en la carrera, sacó pobre librea, dio algún golpe feo, contó alguna frialdad, burlóle su dama, descuidóse en alguna mesura o dijo alguna pachochada, por manera que tienen de él en palacio que contar y por las mesas de señores que decir.

En la corte, como nunca faltan pasiones entre caballeros, enojos entre criados, envidia entre privados, competencias entre oficiales, enemistades entre generosos, desasosiegos entre ambiciosos y rencillas entre maliciosos; nunca faltan allí mullidores que las muevan, farautes que las cuenten y aun bandoleros que las sustenten; y a las veces gana en la corte mejor de comer un malsín a malsinar que no un teólogo a predicar.

En la corte todo se permite, todo se disimula, todo se admite, todos caben, todos pasan, todos se sufren, todos se compadecen, todos se sustentan y todos viven. Y si todos viven, digo que es, unos de abogar, otros de juzgar, otros de escribir, otros de servir, otros de lisonjear, otros de jugar, otros de mentir, otros de chocarrear, otros de hurtar, otros de trampear, otros de cohechar y aun otros de alcahuetear.

En la corte, los que son extremados topan con otros extremados, es a saber: el que es furioso halla con quien reñir, el travieso con quien se acuchillar, el leído con quien disputar, el adúltero con quien pecar, el malicioso con quien murmurar, el goloso con quien gastar, el tahúr con quien perder, el codicioso con quien trampear, el importuno a quien moler, el loco con quien competir, el agudo con quien se examinar y aun el necio quien le engañar y el vivo quien le mofar.

En la corte todos los cortesanos se precian de santos propósitos y de heroicos pensamientos, porque cada uno de los que andan allí proponen de retraerse a su casa, desechar los cuidados, olvidar los vicios, hacer capillas, casar huérfanas, atajar enemistades, irse a las horas, ordenar cofradías y reparar ermitas, y en lo que paran sus deseos es que se quedan allí hablando de Dios y viviendo del mundo.

En la corte ninguno con otro tiene tanta cuenta para que nadie le ose pedir cuenta, y de aquí viene que el caballero se anda sin armas, el prelado sin hábito, el clérigo sin breviario, el fraile sin licencia, la monja sin obediencia, la hija sin madre, la mujer sin marido, el letrado sin libros, el ladrón sin espías, el mozo sin disciplina, el viejo sin vergüenza, el mesonero sin arancel, el regatón sin peso, el tahúr de casa en casa, el goloso de mesa en mesa, el vagabundo de plaza en plaza, y aun la alcahueta de moza en moza.

En la corte todos son obispos para crismar y curas para bautizar y mudar nombres, es a saber: que al soberbio llaman honrado; al pródigo, magnífico; al cobarde, atentado; al esforzado, atrevido; al encapotado, grave; al recogido, hipócrita; al malicioso, agudo; al deslenguado, elocuente; al indeterminado, prudente; al adúltero, enamorado; al loco, regocijado; al entremetido, solícito; al chocarrero, donoso; al avaro, templado; al sospechoso, adivino; y aun al callado, bobo y necio.


{Antonio de Guevara (1480-1545), Menosprecio de corte y alabanza de aldea (1539). Edición preparada por Emilio Blanco, a partir de la primera de Valladolid 1539, por Juan de Villaquirán.}

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