La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Menosprecio de corte y alabanza de aldea

Capítulo XI
Que en las cortes de los príncipes son tenidos en mucho los cortesanos recogidos y muy notados los disolutos.


No debe el cortesano acompañarse por la corte ni llegarse en palacio a hombres vanos ni livianos; porque en las casas de los príncipes y grandes señores, cual fuere la compañía con que cada uno anda, en tal reputación tendrán a su persona. De la mala compañía no se puede apegar al cortesano sino ser notado de liviano o avezarse a ser vicioso; porque por hombre de bien que sea, o ha de imitar lo que hacen o disimular lo que ve.

No debe el cortesano cometer el pecado con pensar que del rey no será sabido, porque en las cortes de los príncipes, como hay ingenios tan delicados y hombres tan malignos, no sólo parlan en palacio lo que hacemos, mas aun adivinan lo que pensamos. Sea grande, sea pequeño; sea clérigo, sea fraile; sea privado o sea abatido, que no hay hombre en la corte que no le miren do entra, no le aguarden de do sale, no le acechen por do va, no le noten con quién trata, no espíen a quién busca, no noten de quién se fía, no miren a quién sirve y no sepan con quién se huelga. Creedme, señor cortesano, y no dudéis que, si mucho tiempo andáis en la corte, que poder podrán los tejados y cortinas a vuestra persona cubrir, mas no a vuestros vicios encubrir. Mucho es de notar, y mucho más es de llorar, que en la corte y fuera de la corte hacen ya todos los mortales las casas muy altas y los aposentos muy apartados, no tanto para seguramente vivir como para más secretamente pecar.

No debe el cortesano alterarse ni escandalizarse si no puede hablar al rey, si le negó la audiencia el privado, si no proveyeron a su memorial, si no respondieron a su petición, si no le pagan su tercio, si le motejó alguno en palacio o se atravesó alguno con su amigo; porque el cortesano que quiere la corte seguir y piensa en ella medrar, ni ha de tener lengua para responder ni aun manos para se vengar. Cuando uno va a la corte, provéese de dineros, de caballos, de ropas, de leña, de cebada, de posada y aun a las veces de amiga, y ninguno se provee de paciencia, como sea verdad que todas estas otras cosas las halla a comprar y la paciencia a cada paso se la hacen perder. El que en la corte no anda armado, y aun aforrado de paciencia, más le valiera no salir de su tierra, porque si el tal es brioso, sacudido o mal sufrido, andarse ha por la corte corrido y volverse ha a su casa afrentado. Las zozobras, afrentas y sobresaltos que todos padecemos, en ninguna parte nos faltan, mas a los que moran en la corte siempre les sobran, porque no hay día ni hora en esta mísera vida en la cual no haga alguna mudanza fortuna. No desmaye ni se escandalice el cortesano que esto oyere o leyere, pues la fortuna sobre ninguno tiene señorío, sino sobre el que ella toma descuidado; porque muchas más son las cosas que nos espantan que no las que nos dañan.

No debe el cortesano condescender a lo que la sensualidad le pide, sino a lo que la razón le persuade; porque la sensualidad quiere más de lo que alcanzamos y la razón conténtase aun con menos de lo que tenemos. Como en las cortes de los príncipes hay tantas mesas a do comer, tantos tahúres a do jugar, tantos vagabundos con quien ruar, tantos malsines con quien murmurar, tantos perdidos con quien andar y aun tantas damas que recuestar, son muy loados los recogidos y muy notados los disolutos. No es otra cosa el bueno en la corte sino un núcleo entre la cáscara, una medula entre el hueso, una brasa so la ceniza, un racimo entre el orujo, una perla entre las conchas y una rosa entre las espinas.

Ni porque en la corte de los príncipes haya aparejo para todos los vicios, no se sigue que han de ser allí todos viciosos, porque en la corte más que en otra parte es el virtuoso más estimado y el vicioso más pregonado. No se fíe ni se confíe el cortesano en pensar que puede mentir, pues otros mienten; puede trafagar, pues otros trafagan; puede jugar, pues otros juegan; puede adulterar, pues otros adulteran; y puede malsinar, pues otros malsinan; porque en la corte, como son todos astutos y resabidos, saben los vicios disimular, mas no los saben callar. No dejamos de confesar que en las cortes y casas de señores, muchos hombres mentirosos, trafagones, revoltosos, codiciosos y viciosos han subido a tener mucho y poder mucho, a los cuales más se ha de tener mancilla que envidia; porque si atinaron a subir, es imposible que allí se puedan mucho tiempo sustentar. ¡Oh!, cuántos buenos hay en las cortes de los príncipes, pobres, desfavorecidos, arrinconados, abatidos y olvidados, y, aunque no por cierto deshonrados, porque en más estima se ha de tener el que merece la honra y no la tiene que el que la tiene y no la merece. Aviso y torno a avisar que nadie desmaye ni deje de ser en la corte bueno y virtuoso, aunque vea a su émulo rico y prosperado; porque ya puede ser que, cuando no se catare y menos pensare, al otro arme fortuna la zancadilla para caer y a él dé la mano para subir.

No debe el cortesano fácilmente recibir servicios ni aun fácilmente hacer mercedes; porque dar a quien no lo merece es liviandad y recibir de quien no debe es poquedad. El que quiere hacer merced de alguna cosa ha de mirar y tantear lo que da, porque es muy gran locura dar uno lo que no puede dar o dar lo que ha menester. Es también necesario que conozca y aun reconozca a la persona a quien lo da, porque dar a quien no lo merece es muy gran afrenta y quitarlo al que lo merece es gran conciencia. Es también necesario que mire mucho en el tiempo que lo da, porque el bien que se hace al amigo no abasta que se funde sobre razón, sino que se haga en tiempo y sazón. Es también necesario mire mucho el fin porque lo da; porque si da a persona desacreditada o que en su vivir no es muy honesta, disminuirá mucho de su hacienda y mucho más de su honra.

Una de las grandes desórdenes que hay en las cortes de los príncipes es que más dan al chocarrero porque dijo una gracia, al truhán porque dijo «A la gala, a la gala», al bien hablante porque dice una lisonja, a una cortesana porque da un favor y a un correo porque trae una nueva, que a un criado que sirve toda su vida. No condeno, sino antes lo alabo, que los señores partan con todos, socorran a todos y den a todos, pues tienen para todos; mas también es justo que entre estos todos también entren sus criados, porque los príncipes y grandes señores son servidos, mas no son amados por los salarios que dan, sino por las mercedes que hacen. Cuando los señores dan a los extraños y no dan a los suyos, ténganse por dicho que no sólo murmurarán de lo que les vieren dar, mas aun los acusarán de lo que les vieren dar, mas aun los acusarán de lo que les vieren hacer, porque no hay en el mundo tan cruel enemigo como es el criado que anda descontento. Si el que hace las mercedes es necesario que sea cuerdo, el que las recibe también es menester que no sea bobo; porque nunca se paga la liberalidad si no es a trueque de la libertad.

En el recibir de las mercedes más consideración se ha de tener al que lo da que no a lo que se da, porque ya podría ser tal y de tal calidad el que lo diese, que fuese grande infamia tomarlo y mucha honra dejarlo. El día que un cortesano recibe de otro cortesano una ropa o una joya o se asienta a su mesa, desde aquel día queda obligado a seguir su parcialidad, responder a su causa, acompañar a su persona y aun tornar por su honra. Sería yo de parecer que, pues ya se determina de entrar por puertas ajenas, sea de tal manera que ni el otro le sea ingrato, ni él por seguirle ande corrido. Vergüenza he de decirlo, mas no lo dejaré de decir y es que muchos hijos de buenos que andan en la corte, con poca vergüenza y menos crianza se van a entrar, a comer, a jugar y aun a murmurar en las casas do nunca sus padres entraron y con quienes nunca sus pasados se compadecieron, en lo cual ofenden a los muertos y escandalizan a los vivos. Si ellos lo hiciesen con intención de atajar enojos o preciarse de cristianos, no era cosa de reprender sino de infinito loar; mas hácenlo ellos porque les dan un sayo de seda, o una buena comida, o un caballo para la justa, o una joya para su amiga; de manera que como mozos y muy mozos abaten la autoridad de su casa por interés de una miseria.

Hay otros mancebos en la corte que, si no son de tan alta estofa, son a lo menos de buena parentela, los cuales tienen por oficio de ruar todo el día las calles, irse por las iglesias, entrar en los palacios, hablar con correos, visitar los prados y hablar con los extranjeros, y esto no para más de para irse a la hora del comer y cenar a las mesas de los señores a contar las nuevas y decir chocarrerías; y si de la corte no tienen que decir, a ellos nunca les falta en qué mentir.

Hay otro género de mancebos, y aun de hombres barbados, los cuales ni tienen en la corte amo, ni llevan de palacio salario, sino que, en viniendo allí algún extranjero, luego se le arriman como clavo al callo, diciendo que le quieren acompañar a palacio, mostrar el pueblo, darle a conocer los señores, avisarle de las cosas de corte y llevarle por la calle de las damas; y como el que viene es un poco bisoño y el su adalid le trae abobado, al mejor tiempo le saca un día la seda, otro día la ropa, otro día la libranza, otro día la mula y aun otro día le ayuda a desembarazar la bolsa.

Hay otro género de hombres o, por mejor decir, de vagabundos en la corte, los cuales negocian con grande autoridad y no poca sagacidad en que éstos, después que han a un señor visitado y algunas veces acompañado, envíanle un paje con un memorial, diciendo que él es un pobre hidalgo, pariente de uno del consejo, en fortuna muy desdichado, que se ha visto en honra y que anda procurando un oficio y suplica a su señoría le envíe alguna ayuda de costa. No son pocos los que viven en la corte de esta manera de chocarrería, ni aun viven con tanta pobreza que no sustentan un paje, dos mozos, un caballo, una mula y aun una amiga, los cuales tienen hecho memorial de las mesas a do han de ir a comer por orden cada día y de los señores que han de pedir cada mes.

Hay otra manera de chocarreros en la corte los cuales, después que los han olido en los palacios, se van por los monasterios diciendo que son unos pobres pleiteantes extranjeros, y que por no lo hurtar, lo quieren más allí pedir, y de esta manera engañan a los porteros para que les den de comer, a los predicadores que los encomienden a sus devotos y a los confesores que los socorran con alguna restitución; por manera que comen lo de los pobres en los monasterios y lo de los bobos en los palacios.

Hay otra manera de vagabundos y perdidos en la corte, los cuales no tratan en palacios, ni andan por monasterios, sino por plazas, despensas, mesones y bodegones, y danse a acompañar al mayordomo, servir al botiller, ayudar al despensero, aplacer al repostero y contentar al cocinero, de lo cual se les sigue que de los derechos del uno, de la ración del otro, de los relieves de la mesa y aun de lo que se pone en el aparador, siempre tienen que comer y aun llevan so el sobaco que cenar.

Hay otro género de perdidos en la corte, los cuales de cuatro en cuatro o de tres en tres andan hermanados, acompañados y engavillados, y la orden que tienen para se mantener es que entre día se derraman por los palacios, por los mesones, por las tiendas y aun por las iglesias; y si por malos de sus pecados se descuida alguno de la capa, o de la gorra, o de la espada y aun de la bolsa que trae en la faltriquera, en haciendo así, ni hallará lo que perdió ni topará con quien lo llevó.

Hay otros géneros de perdidos en la corte, los cuales ni tienen amo ni salario, ni saben oficio, sino que están allegados, por mejor decir arrufianados con una cortesana, la cual, porque le procura una posada y la acompaña cuando la corte se muda, le da ella a él cuanto gana de día labrando y de noche pecando.

Hay otro género de hombres perdidos en la corte que son los tahúres, los cuales mantienen sus caballos y criados y atavíos de sólo jugar, trafagar y engañar a muchos bobos con dados falsos, con naipes señalados, con compañeros sospechosos y aun con partidos necios, por manera que muchos pierden con ellos sus haciendas y ellos pierden sus ánimas con todos.

Hay otro género de gente perdida en la corte, no de hombres sino de mujeres, las cuales como pasó ya su agosto y vendimias, y están ellas de muy añejas acedas, sirven de ser coberteras y capas de pecadores, es a saber: que engañan a las sobrinas, sobornan a las nueras, persuaden a las vecinas, importunan a las cuñadas, venden a las hijas y si no, crían a su propósito algunas mozuelas, de lo cual suele resultar lo que no sin lágrimas oso decir, y es que a las veces hay en su casa más barato de mozas que en la plaza de lampreas.

He aquí, pues, las compañías de la corte, he aquí los santuarios de la corte, he aquí las religiones de la corte, he aquí los cofrades de la corte, y he aquí en cuánta ventura y desventura vive el que vive en la corte, porque en realidad de verdad el triste del cortesano que no se da a negocios no puede allí medrar, y si se da a ellos no escapa de pecar, por manera que a costa del alma ha de mejorar su hacienda.

Sea, pues, la conclusión que vaya quien quisiere a la corte, resida quien quisiere en la corte, y triunfe quien quisiere de la corte, que yo para mí, acordándome que soy cristiano y que tengo de dar cuenta del tiempo perdido, más quiero fuera de la corte arar y salvarme que en la corte medrar y condenarme. No niego que en las cortes de los príncipes no se salvan muchos, ni niego que fuera de ellas no se condenan muchos; mas para mí tengo creído que, como allí están tan a mano los vicios, que andan allí muy grandes viciosos.


{Antonio de Guevara (1480-1545), Menosprecio de corte y alabanza de aldea (1539). Edición preparada por Emilio Blanco, a partir de la primera de Valladolid 1539, por Juan de Villaquirán.}

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