La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Menosprecio de corte y alabanza de aldea

Capítulo XIII
De cuán poquitos son los buenos que hay en las cortes y en las grandes repúblicas.


Plutarco, en el libro De exilio, cuenta del gran rey Tolomeo que, estando con él comiendo siete embajadores de siete reinos en Antioquía, se movió plática entre él y ellos y ellos y él sobre cuál de sus repúblicas era la que tenía mejores costumbres y se gobernaba con mejores leyes. Los embajadores que allí estaban eran de los romanos, de los cartagineses, de los sículos, de los rodos, de los atenienses, de los lacedemones y de los siciomios, entre los cuales fue la cuestión delante del rey Tolomeo muy altercada, muy disputada y aun muy porfiada, porque cada uno alegaba su razón en defensión de su opinión. El buen rey Tolomeo, queriendo saber la verdad y con brevedad, mandó que cada embajador diese por escrito tres condiciones, o tres costumbres, o tres leyes, las mejores que hubiese en su reino, y por allí verían qué tierra era la mejor gobernada y que merecía ser más loada. El embajador de los romanos dijo: «En la república romana son los templos muy acatados, los gobernadores muy obedecidos y los malos muy castigados.» El embajador de los cartagineses dijo: «En la república de Cartago, los nobles no dejan de pelear, los plebeyos no paran de trabajar y los filósofos no dejan de doctrinar.» El embajador de los sículos dijo: «En la república de los sículos hácese justicia, trátase verdad y précianse de igualdad.» El embajador de los rodos dijo: «En la república de los rodos son los viejos muy honestos, los mozos muy vergonzosos y las mujeres muy calladas.» El embajador de los atenienses dijo: «En la república de Atenas no consienten que los ricos sean parciales, ni los plebeyos estén ociosos, ni los que gobiernan sean necios.» El embajador de los lacedemonios dijo: «En la república de Lacedemonia no reina envidia porque son todos iguales, no reina avaricia porque todo es común, no reina ociosidad porque todos trabajan.» El embajador de los siciomios dijo: «En la república de los siciomios no admiten peregrinos que inventen cosas nuevas, ni médicos que maten a los sanos, ni oradores que defiendan los pleitos.» Como el rey Tolomeo y los que con él estaban oyeron las leyes y costumbres que aquellos embajadores relataron haber en sus reinos y repúblicas, todas las aprobaron y todas las alabaron, jurando y perjurando que eran todas tan buenas, que no osarían determinarse cuáles de ellas eran mejores. Historia es ésta y antigüedad es ésta digna por cierto de notar y mucho más de la imitar, aunque es verdad que si ahora se juntasen otros tantos embajadores como fueron aquellos y se pusiesen a disputar y relatar las condiciones y costumbres de nuestras repúblicas, soy cierto que ellos hallarían más vicios que reprender que virtudes que loar. Antiguamente, como las casas reales estaban tan corregidas, los príncipes eran tan justos, los mayores tan comedidos, los que gobernaban tan sabios; castigábanse mucho las culpas pequeñas, y con esto no osaban cometerse otras mayores; porque el bien del castigo es que, si no lastima a más de a uno, atemoriza también a muchos.

No es así en nuestras cortes y repúblicas, en las cuales hay ya tanto número de malos, se cometen tan atroces delitos, que lo que castigaban los antiguos por mortal, disimulan en este tiempo por venial. En la corte, cualquiera que quiere ganar de comer a ser truhán o loco o chocarrero, no sólo no es por ello reprendido ni castigado, mas aun es de muchos socorrido y de todos favorecido. En la corte, una doncella, o una viuda, o una descasada, o una malcasada que quiere ser ramera o cantonera, no habrá uno que la reprenda de su mal vivir y habrá ciento que la vayan a recuestar. En la corte, cuando quiere y con quien quiere se anda uno amancebado, si no es el que no tiene edad para la gozar o hacienda para la sustentar. En la corte, si no trae uno armas que le tomen, o no hace travesuras por que le prendan, o no tiene deudas por que le emplacen, por malo, travieso, perdido y vagabundo que sea, no habrá hombre que le pida cuenta de su vida ni aun le diga una mala palabra. En las cortes y grandes repúblicas es tan pequeño el número de los buenos y es tan grande el número de los malos, que fácilmente cabrían los unos en media plana y no cabrían los otros en una resma.

Si en la corte comenzásemos a contar los buenos muy buenos, de que llegásemos a diez, pienso que pararíamos, y si contásemos a los malos muy malos, pienso que de ciento pasaríamos. El que en las repúblicas de nuestros tiempos es bueno, en más se ha de tener que a ningún cónsul romano; porque en los tiempos pasados teníase a gran desdicha topar con un malo entre cien buenos, y ahora es gran dicha topar un bueno entre cien malos. Loa mucho la Escritura divina a Abraham porque fue bueno en Caldea, a Loth en Sodoma, a Jacob en Mesopotania, a Moisés en Egipto, a Daniel en Babilonia, a Tobías en Nínive y a Nehemías en Damasco. Por esto que he dicho quiero decir que en el calendario de estos tan ilustres varones deben ser registrados todos los cortesanos buenos, pues al bien no hay quien los anime y del mal no hay quien los retraiga.

Hay en las cortes de los príncipes tantos vagabundos, furiosos, desalmados, blasfemos, tramposos y mentirosos, que no nos escandalizamos ya de ver tantos malos, sino que nos maravillamos topar con algunos buenos. No tiene ya el mundo en sus rosales sino espinas, en sus árboles sino hojas, en sus viñas sino rampojos, en sus bodegas sino heces, en sus fraguas sino cisco, en sus graneros sino paja y en sus tesoros sino escoria. ¡Oh, siglos dorados!, ¡oh, siglos deseados!, ¡oh, siglos pasados!, la diferencia que de vosotros a nosotros va es que antes de nosotros veníase el mundo perdiendo, mas ahora en nuestros tiempos está ya del todo perdido. En ti, ¡oh, mundo!, cada uno dice lo que quiere, inventa lo que quiere, toma lo que quiere, emprende lo que quiere, hace lo que quiere y, lo que es peor de todo, vive como quiere y se sale con lo que quiere. Poco hay ya en ti, ¡oh, mundo!, que conservar, poco que defender, poco que gozar y muy poquito que guardar, y por otra parte hay en ti mucho que desear, mucho que enmendar y aun mucho que llorar. Gozaron nuestros pasados del siglo férreo y quedó para nosotros, ¡míseros!, el siglo lúteo, al cual justamente llamamos lúteo pues nos tiene a todos puestos del lodo.


{Antonio de Guevara (1480-1545), Menosprecio de corte y alabanza de aldea (1539). Edición preparada por Emilio Blanco, a partir de la primera de Valladolid 1539, por Juan de Villaquirán.}

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