La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Menosprecio de corte y alabanza de aldea

Capítulo XV
Que entre los cortesanos no se guarda amistad ni lealtad, y de cuán trabajosa es la corte.


Entre los famosos trabajos que en las cortes de los príncipes se pasan es que ninguno que allí reside puede vivir sin aborrecer o ser aborrecido, perseguir o ser perseguido, tener envidia o ser envidiado, murmurar o ser murmurado; porque allí a muchos quitan la gorra que les querrían más quitar la cabeza. ¡Oh, cuántos hay en la corte que delante otros se ríen y apartados se muerden! ¡Oh, cuántos se hablan bien y se quieren mal! ¡Oh, cuántos se hacen reverencias y se desjarretan las famas! ¡Oh, cuántos comen a una mesa que se tienen mortal inimicicia! ¡Oh, cuántos se pasean juntos cuyos corazones están muy divisos! ¡Oh, cuántos se hacen ofrecimientos que se querrían comer a bocados! ¡Oh, cuántos se visitan por las casas que querrían más honrarse en las obsequias! Finalmente digo que muchos se dan el parabién de alguna buena fortuna, que querrían más darse el pésame de alguna gran desgracia! No lo afirmo, mas sospécholo, que en las cortes de los príncipes son pocos, y muy pocos, y aun muy poquitos y muy repoquitos, los que se tienen entera amistad y se guardan fidelidad; porque allí, con tal que el cortesano haga su facto, poco se le da perder o ganar al amigo. Bien confieso yo que en la corte andan muchos hombres, los cuales comen juntos, duermen juntos, tratan juntos y aun se llaman hermanos, cuya amistad no sirve de más de para ser enemigos de otros y cometer los vicios juntos. ¿Qué vida, qué fortuna, qué gusto ni qué descanso puede tener uno en palacio, viéndose allí entre tantos vendido?

Una de las grandes felicidades de esta vida es tener amigos con quien nos recrear y carecer de enemigos de que nos guardar. No dejaremos de decir que hay algunos cortesanos tan obstinados en las competencias que toman y tan encarnizados en las enemistades que tienen, que ni por ruegos que les hacen ni por miedos que les ponen se quieren apartar del mal propósito que tienen, por manera que huelgan de meter en sus casas la guerra por echar de casa de otro la paz. Presupuesto que todo lo que hemos dicho es verdad, como lo es, muy poco hay de los amigos de la corte que esperar y mucho menos que confiar; porque allí, como todos se dan al valer y al tener, cuanto más uno es privado, tanto le tienen por mayor enemigo.

Son los trabajos de las cortes tantos, que es de maravillar y aun de espantar cómo tienen fuerzas para soportarlos y corazón para disimularlos. ¡Oh, si viésemos el corazón de un cortesano, y cómo veríamos en él cuán vario es en lo que piensa, cuán vano en lo que espera, cuán injusto por lo que pena, cuán impaciente en lo que procura, cuán indeterminado en lo que desea y aun cuán loco en lo que negocia! Si los pensamientos que el cortesano tiene fuesen vientos y sus deseos fuesen aguas, mayor peligro sería navegar por su corazón que por el golfo de León.

Todo esto no obstante, no vemos cada día otra cosa sino que con la vida de la corte todos dicen que están hartos, mas al fin a ningunos vemos ahítos; porque, no contentos de roer hasta los huesos, se relamen aun los dedos. Tiene la corte un no sé qué, un no sé dónde, un no sé cómo y un no te entiendo, que cada día hace que nos quejemos, que nos alteremos, que nos despidamos, y por otra parte, no nos da licencia para irnos. El yugo de la corte es muy duro, las coyundas con que se unce son muy recias y la melena que se cubre es muy pesada, por manera que muchos de los que piensan en la corte triunfar paran después en arar y cavar. No por más sufren los cortesanos tantos trabajos sino por no estar en sus tierras sujetos a otros y por estar más libertados para los vicios. ¡Oh, cuánto de su hacienda y aun cuánto de su honra le cuesta a un cortesano aquella infelice libertad!; porque muy mayor es la sujeción que tiene a los cuidados que no la libertad que tiene para los vicios.

Propiedad es de vicios que, por muy sabrosos que sean, al fin empalagan, mas los cuidados de la honra siempre atormentan. Muy pocos son los vicios en que pueden tomar gusto los hombres viciosos, mayormente los cortesanos; porque si es con mujeres hanlas de servir, rogar, recuestar, y aun alcahuetear; y a las veces, de que se les agota la moneda, dan al demonio la mercadería. Como viene uno de nuevo a la corte, luego le encandila, le regala y le acaricia alguna cortesana taimada, la cual, después que le tiene bien pelado, envíale para bisoño. Si el vicio del cortesano es en comer y come en su casa, acontécele que a las veces va con él alguno a comer, cuyo nombre aun no querría oír nombrar. Si por ventura come fuera de su casa, come tarde, come frío, como desaborado y aun come obligado; porque, si es su igual, hale de tornar a convidar; y si es señor, hale de seguir y aun servir. Si el vicio es en juego, tampoco puede tomar en él mucho gusto; porque si gana, allí están muchos con quien parta, y si pierde, no hay quien cosa le restituya. Si el vicio es burlar y mofar, tampoco en esto le toma placer; porque el burlar de la corte es que comienzan en burlas y acaban en injurias. Como hemos dicho de estos cuatro vicios, podríamos decir de otros cuatrocientos; mas sea la conclusión que no hay igual vicio en el mundo como estarse el hombre en su casa de asiento.


{Antonio de Guevara (1480-1545), Menosprecio de corte y alabanza de aldea (1539). Edición preparada por Emilio Blanco, a partir de la primera de Valladolid 1539, por Juan de Villaquirán.}

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