La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Libro áureo de Marco Aurelio

Carta VIII
Embiada por Marco Emperador a Labinia, noble biuda romana, consolándola en la muerte de su marido.


Marco del Monte Çelio, primero cónsul romano, destinado contra los dacos, a ti, Labinia, señora romana, muger de mi Claudino, el Bueno, te embía salud y consolaçión de los dioses consoladores.

Bien pienso que tu sospecha estava muy reñida con mi descuido por ver que a tus lastimosas llagas han acudido mis consolaçiones muy perezosas. Pero acordándome de tu nobleza, que no puede faltar, y tú de mi voluntad, que siempre te deseó servir, soy çierto que tu cordura quitará las marañas de tu sospecha, porque si soy el postrero en te consolar, fui y soy el primero en tus dolores sentir, y aún no seré el postrero para te remediar.

Puesto que la ignorançia sea mate de virtudes y espuela para todos los viçios, también a las vezes el sobrado saber desassosiega los sabios y escandaliza los innoçentes. Mejor nos hallamos los latinos con la ignorançia de los viçios que no los griegos con el conosçimiento de las virtudes. De lo que ignoramos, ni tenemos pena por lo alcançar ni dolor por lo perder. Dígolo porque he sabido lo que no quisiera saber, y es que son acabados los trabajos de Claudino, tu marido, y comiençan agora los de Labinia, su muger. Días avía que yo lo sabía y no lo quise descobrir, porque era crueldad a la que estava lastimada con absençia de tanto tiempo, por mi mano fuese muerta con la muerte de tan deseado marido, y aun porque no era razón de quien yo resçebí tan buenas obras de mí resçibiese tan malas nuevas. [254]

Agora que ya sé que lo sabes, tengo la pena doblada. Hasta aquí sentía sola su muerte, mas agora siento su muerte y mi soledad y tu desconsuelo. Razón tienes de llorar, no por el que está con los dioses descansando, sino por nosotros, míseros, que quedamos en poder de tantos malos penando. ¡O, Labinia, muchas vezes entre mí me pongo a pensar quál lloraré primero: los malos que biven o los buenos que mueren, porque tanto lastima el mal que se halla como el bien que se pierde! Pena es muy grande de ver morir a los innoçentes, y por çierto no es menor pena ver bivir a los maliçiosos; mas de lo que neçessario ha de venir, quando viniere, dello no nos avemos de escandalizar.

Dime, Labinia, ¿y agora sabes que son de tan buena conversaçión los dioses adonde imos, y de tan mala los hombres con quien conversamos, que assí como los malos nasçen para morir, assí los buenos mueren para bivir, porque el bueno siempre bive moriendo y el malo siempre muere biviendo? Pues los dioses le llevaron para sí, no es mucho le quitasen de sí. Yo soy çierto que Claudino, tu marido querido y mi fiel amigo, viendo lo que tiene y acordándose de lo que escapó, quiere más lo de allá que tornar contigo acá. Por çierto, el remedio de las biudas está no en pensar la compañía passada, ni pensar en la soledad presente, sino pensar en el descanso que espera advenidero. Si hasta aquí penavas esperándole en tu casa, gózate agora que él te espera en la suya, porque mejor serás tractada tú entre los dioses, que no él acá entre los hombres. Y no consiento hagas tanto sentimiento, que parezca averle tú sola perdido, que pues todos le gozamos en la vida, todos tenemos obligaçión de llorar su muerte. Los coraçones lastimados, entre todos los dolores, el mayor dolor es ver que otros se alegran de sus dolores, y por el contrario el mayor alivio en los graves toques de la fortuna es ver que otros sienten sus trabajos. Todo lo que mi amigo llora por mí con sus ojos, y todo lo que siente de mis lástimas cargándolo sobre sus fuerças lo descarga de mis entrañas.

Augusto el Emperador, a las riberas del Danubio cuentan los Annales de su tiempo que halló una gente que tenía esta costumbre: como agora se casa marido con muger, assí se [255] confederavan amigo con amigo, iurando por los dioses de jamás llorar ni tomar trabajo por sus infortunios, sino que, olvidados los de su persona, muriese por remediar los de su amigo; y por semejante el otro avía de hazer con él. ¡O, siglo glorioso! ¡O, edad bienaventurada! ¡O, gente de eterna memoria, en la qual eran los hombres tan columbinos y los amigos tan verdaderos, que, olvidando sus trabajos, lloravan los agenos! ¡O, Roma sin Roma! ¡O, tiempo mal espendido! ¡O, vida mal empleada! ¡O, descuido muy descuidado! Están oy las entrañas tan desentrañadas en lo bueno, y los coraçones tan asenderados y tan sin remedio en lo malo, que, olvidados los hombres ser hombres y tornados fieros salvajes, yo afano por darte la muerte y tú mueres por quitarme la vida; tú lloras por verme reír y yo río por verte llorar, y sin provecho de ninguno nos perdimos, y solo por interesse holgamos de nos perder. A ley de bueno te iuro, Labinia, que si tu remedio estuviese en mi mano como tu dolor está en mi coraçón, ni a mí lastimaría tu lastimoso lloro, ni a ti la triste soledad del marido. Pero pues tu remedio y mi deseo no se pueden complir, porque con los muertos ni en los muertos no tenemos poder, pongámoslo en mano de los dioses, los quales saben mejor repartir que nosotros escoger.

Vemos por experiençia en lo natural ay unas enfermedades que no las sanan palabras que nos dizen y sánanse con yervas que nos ponen, y por el contrario otras se sanan con palabras, dexadas las mediçinas. Esto digo porque los coraçones afflictos, hechos mar de pensamientos, algunas vezes se confortan con benefiçios hechos a su persona más que con palabras dichas a sus orejas; otras vezes el coraçón triste más se consuela con palabras de un amigo que con todos los serviçios del mundo. ¡O, triste de mí, que en todo esto estoy falto, considerando la grandeza de ti, tan honrada romana, y la poquedad de mí, Marco, cónsul del Monte Celio! Véome tan inhábile, que para consolarte no tengo sçiençia y para remediarte no tengo hazienda; pero téngote gran lástima, si lástima resçibes en cuenta.

No quiero pagar con papel y tinta lo que yo puedo hazer por mi persona, porque el hombre que consuela con palabra [256] podiendo remediar con obra, declárase aver sido amigo fingido en el tiempo passado y que le tengan por sospechoso amigo en el tiempo advenidero. Si hasta aquí me has tenido por vezino tuyo y pariente de tu marido, ruégote me tengas por marido en el amor, por padre en el consejo, por hijo en el serviçio y por abogado en el Senado. Y será de tal manera, espero, que dirás: «Lo que perdí en muchos hallé en Marco solo.» Y porque en los graves conflictos a do la maña se olvida, el iuyzio se altera y la razón se retira, tanta neçessidad ay de buen consejo como de mediano remedio. Claudino, ya muerto, fue mío, y yo Marco, bivo, soy tuyo. Pues como por tu meresçimiento me puedes mandar lo que quisieres, assí yo por el amor que te tengo te puedo rogar lo que te conviene.

Mucho te ruego esquives las estremidades de las biudas romanas, porque allende que en todo estremo aya viçio, las tales fatigan a sí, enojan a los dioses, pierden a los suyos y no aprovechan a los muertos, y aun ponen sospecha a los maliçiosos. Como Fulvia, muger del noble Marco Marçello, viendo enterrar a su marido en el campo Marçio, se arañase el rostro, messase los cabellos y se quebrase dos dientes, y a cada passo se cayese desmayada, teniéndola de los braços dos senadores porque más no se lastimase, dixo Eneo Flavo Censorino: «Dexadla, que ella quiere oy andar toda la iornada de biudez.» Y assí fue, que entretanto que se quemavan los huesos del noble Marcello, ella se estava conçertando con otro marido. Y lo que más fue de notar, que a uno de los senadores que la llevavan de braço, dio la mano como romana a romano de perpetuo casamiento. Fue el caso tan feo, y iustamente tan afeado de tantos, que afrentó a todas las romanas presentes y dexó sospecha de jamás en Roma creer a biudas.

No lo digo, señora Labinia, porque tú assí lo has de hazer, que por el dios Mars te iuro que ni el coraçón de Marco lo sospecha, ni tu grande edad lo suffre, ni la autoridad de tan grave romana lo demanda. Mucho te encomiendo no olvides la honestidad que deves a romana y el retraimiento que se requiere en biuda, porque si te fatigare la soledad que sientes de los muertos, te consuele la buena reputaçión en que te tienen y ternán los bivos. No te quiero por agora más dezir, [257] sino que tal sea tu fama entre todos, que a los malos eches freno para callar y a los buenos pongas espuelas para te servir; y si esto assí hizieres, pierde cuidado de lo que en el Senado huvieres de negoçiar. Mi Faustina te saluda y ha llorado por tu desdicha. Aý te embío unos dineros para que pagues tus acreedores. Los dioses que dieron descanso a Claudino, tu marido, den consolaçión a ti, Labinia, su muger. Marco del Monte Çelio te escrive de su propria mano. [258]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Libro áureo de Marco Aurelio (1528). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo I, páginas 1-333, Madrid 1994, ISBN 84-7506-404-3.}

<<< Carta 7 / Carta 9 >>>


Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
© 1999 Fundación Gustavo Bueno (España)
Proyecto Filosofía en español ~ www.filosofia.org