La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Libro áureo de Marco Aurelio

Carta XVIII
Embiada por Marco Emperador a Libia, hermosa dama romana, de la qual se enamoró viéndola en el templo de las vírgines vestales.


Marco, el muy cuidadoso, a ti, Libia, la muy descuidada. Si tu descuido se passase en mí y mis ansias se aposentasen en ti, allá verías quán pequeña es la querella que doy respecto del tormento que passo. Si las llamas saliesen de fuera como el fuego me arde de dentro, al çielo tiñería con humo y a la tierra haría una brasa. Si bien te acuerdas, la primera vez te vi en el templo de las vírgines vestales, en el qual estando en pie tú rogavas a la diosa por ti y yo de rodillas a ti rogava por mí. Sabes tú y sélo yo que azeite y miel offresçías a los dioses y yo a ti offresçía muchas lágrimas y sospiros. Pues iusto es que se dé más por lo que se offresçe de las entrañas que no por lo que se saca de las colmenas, acordé con acuerdo muy desacordado escrevirte esta letra por ver si eras servida las saetas de mis deseos assesten al blanco de tu serviçio.

¡O!, triste de mí, que la calma presente me amenaza con la tempestad futura. Quiero dezir que el çierto desamor tuyo haze dubdosa la esperança mía. Mira qué desdicha: yo avía perdido una carta y torné al templo en busca della; y, hallada la letra en que yva muy poco, perdíme a mí mesmo, en que yva muy mucho. Considerando mi poco meresçimiento, bien veo que mis ojos las escalas de mi fee en tan alto muro pusieron que no menos çierta está la caída que dubdosa la subida. Abaxando tú las hojas de tus altos meresçimientos y poniéndome yo de puntas con muy continuos serviçios, tomaré para mí la fructa y darás a quien mandares la hoja. Por los dioses [322] immortales te iuro que estoy de mí muy maravillado, porque pensava yo que en el templo de las vírgines vestales no venían a los hombres tentaçiones. Agora hallo por experiençia que aquella muger es más bivamente combatida la que con muchas guardas presume ser muy guardada. Todos los daños corporales primero son oýdos que conosçidos, y conosçidos que vistos, y vistos que sentidos, y sentidos que gustados, si no es el passador del amor, del qual primero se siente el golpe donde hiere que el traquido de donde suelta. No es tan repentino el rayo, que no le pregone primero el trueno; no caen tan súbito las paredes, que antes no se desmoronen algunos terrones; no viene con tan gran sobresalto el frío, que nos nos aperçiban con algún voçezo: sólo el amor no es sentido hasta que en las entrañas está apoderado.

Sepan los que no lo saben, y tú, señora Libia, si lo quieres saber, que el amor duerme quando velamos y vela quando dormimos; ríe quando lloramos y llora quando reímos; él assegura prendiendo y prende quando assegura; habla quando callamos y calla quando hablamos; y finalmente es de tal condiçión, que por darle nuestro querer nos haze en pena bivir. Yo te iuro que, quando mi voluntad se hizo tu sierva y tu hermosura te causó ser mi señora, quando yo fui al templo y a ti halle en el templo, ni tú orando te acordavas de mí, ni yo desdichado me acordava de ti. ¡O!, cuitado de ti, mi coraçón, que estando entero te partieron; estando sano, te hirieron; estando bivo, te mataron; siendo mío, te robaron; y lo peor de todo, que, no ayudándome a la vida, consientes que acometa la muerte. Muchas vezes, señora Libia, considerando que mis pensamientos son altos y mi fortuna es baxa, querríame apartar de ti; pero mirando que mis trabajos son bien empleados en tus serviçios, digo que, aunque puedo, no quiero apartarte de mí.

No quiero negar una cosa, y es que de todas las cosas el maldito amor nos quita el gusto, y de aquellas solas nos pone appetito, las quales nos hazen muy mal provecho. Ésta es la prueva del que de coraçón ama: que más quiere un disfavor de lo que ama, que todo el favor de esta vida. Pienso, señora Libia, te espantarás que, viéndome todos de fuera como philósopho, [323] tú me conozcas en secreto enamorado. Mucho te ruego no me descubras, porque si los dioses me dan larga vida, tengo voluntad de emendarme, y como agora soy moço loco, a la vejez seré viejo cuerdo. Los dioses saben lo que yo deseo, y aun la fuerça que a mis fuerças hago; pero como la carne es flaca, el coraçón tierno, las occasiones muchas, los virtuosos pocos, el mundo sotil y la gente maliçiosa, esta primavera pássomela en flores, con esperança que a la otoñada terné algunas fructas. ¿Piensas tú, señora Libia, que los philósophos muy sabios no son heridos de amores crueles, y que debaxo de sus vestiduras ásperas no están sus carnes muy blandas? Por çierto, so la çeniza fría están las ascuas muy bivas; entre el hueso muy duro se cría la cañada muy blanda; so las espinas agudas nasçe la castaña muy tierna. Quiero dezir que debaxo del vestuario áspero está el amor verdadero.

Yo no niego que nuestra flaca naturaleza no se recuta con nuestra virtud; yo no niego que los iuveniles deseos no se repriman con virtuosos propósitos; yo no niego que el brío de la moçedad no se enfrene con el freno de la razón; yo no niego que lo que la carne procura muchas vezes cordura se lo estorva; pero también confiesso que hombre que no es enamorado no puede ser sino neçio. ¿Y tú no sabes que, si somos sabios, que por eso no dexamos de ser hombres? ¿Y tú no sabes que quanto deprendemos toda nuestra vida no abasta para saber domeñar la carne por sola una hora? ¿Y tú no sabes que en los hombres sabios, en este caso han acontesçido mayores yerros? ¿Y tú no sabes que a esta carne maldita ni ay ley que la encamine, ni temor que la sojuzgue, ni pena que la lastime, ni razón que la encamine? ¿Y tú no sabes que fueron y son muchos los maestros de virtudes, y muchos más fueron y son los acoçeados de viçios? ¿Pues de qué te espantas, si te espantas de mí solo? No lo digo fingido, sino que de verdad lo confieso, que nunca tuve el iuyzio tan claro como quando me aventava con sus alas Cupido.

Iamás huvo hasta mis tiempos hombre notado por sabio que no fuese agarrochado del amor de Cupido. Thales, el philósopho greçiano, fue enamorado de Thamires; Solón Salamino, dador de leyes, fue enamorado de una greçiana; [324] Píthaco Mithelino, dexada su muger propria, se enamoró de una esclava que truxo de la guerra; Cleóbolo el Curiano, al cabo de ochenta años de su hedad y quarenta y çinco que leyó philosophía, escalando la casa de una su vezina, cayó y murió de una escalera; Periandro, prínçipe de Achaya y gran philósopho de Greçia, por ruego de sus amigas mató a su muger propria; Anacharses, philósopho scytha de padre y griego por parte de madre, tanto amor tuvo con una amiga suya thebana, que le enseñó quanto sabía y, quando él estava malo en la cama, ella leýa por él en la Academia; Epiménides cretense, el qual dormió quinze años sin despertar, aunque fue gran cultor de los dioses diez años, estuvo desterrado de Athenas por amor de mugeres; Arquita tarentino, maestro de Platón y discípulo de Pythágoras, más se occupó su juizio en inventar género de amores que no sus pulgares en doctrinas y virtudes; Gorgias Elleonteno, natural de Tinacria, más concubinas tenía en su casa que libros en la Academia. Todos estos fueron sabios y vemos que fueron al fin al fin de la carne vençidos; pues no culpes a mí solo, que, como cuento estos pocos, podría armar una flota de otros muchos.

Por çierto, muchas cosas ha de tener el que por ser curioso enamorado hemos de sentençiar: ha de tener los ojos tan despegados en pos de quien ama, tan alterado el juizio en lo que piensa, tan turbada la lengua en lo que dize, que en mirar çiegue, en pensar se desmaye y en hablando se turbe. ¡O!, señora Libia, los amores de burla, de burla se passan; mas donde de veras el coraçón está fistolado, y no de burla, el amor derrama su ponçoña, el cruel Cupido hasta las plumas frecha su frecha, allí los ojos lloran, el coraçón sospira, las carnes tiemblan, los nervios se descoyuntan, los poros se abren, el juizio se embota, la razón se desploma y todo por tierra se allana; finalmente el triste, morando en sí, no tiene nada de sí.

Todo esto digo porque, si no me falta saber para saber enseñar al enamorado, sey çierta no me faltarán obras para obrarlas en tu serviçio. Y pues ya en la desdicha de verte fue mi dicha de conosçerte, no te pido sino que me ames de veras, [325] pues yo no te amo de burla. Y si oyeres que del coraçón estoy malo, pídote le hagas allá algún beneficio, que pues tú sola le tienes contigo, iusto es tú sola le busques remedio. Además, fui muy consolado quando Fabio Carlino me rogó de tu parte por un preso: yo hize sin embargo lo que mandaste porque tú algún día hagas libremente lo que yo te rogare. Y mira, señora Libia, que la muger que se sirve con serviçios, indiçio es que dende a poco resçebirá ruegos. Y si mis fuerças no han de desquiçiar la puerta de tu propósito, ¿por qué no quieres del dechado de mi demanda sacar tan erradas labores para tu fama?

Ruégote que no me descubras lo uno y no me trayas engañado lo otro, porque tú ya vees que el otorgar remedia, el desconfiar consuela, el prometer engaña, la dilaçión peligra y el entretener enlaza. Bien veo que entre discretos el presuroso pedir meresçe espaçiosa respuesta; pero yo no quiero que quieras, sino que como te quiero me quieras. Torno de nuevo a pedir: de mí que soy todo tuyo, y de mí que soy nada mío, de mí para ti en todo y por todo te quieras servir de mí. Y mira, señora Libia, que es tan honesto para ti como provechoso para mí que buelvas al revés tus deseos y desordenes el orden de tus propósitos, porque ya tú vees que es mejor temprano guaresçer que tarde con muerte salir. Todas las mugeres tenéis un daño, y es éste: que jamás resçibís consejo aunque hos le den en algún gran caso. Y si assí es, parésçeme que, pues te preçias de hermosa, te preçies de aconsejada; y de esta manera, caso que mi daño sea mucho y tu suffrimiento sea poco, a mí llamarán sabio en darte el consejo y a ti agradesçida en ponerle por obra. Una cosa te digo, y perdóname porque te la quiero dezir: que estáis tan infamadas las mugeres en no querer tomar consejo, que las que le tomáis asseguráis tanto vuestra fama en errar por el paresçer ageno, quanto la aventuráis en açertar por el vuestro proprio. Parésçeme, si a ti te paresciese, y querríalo, si tú lo quisieses, que una por una hizieses lo que yo te consejo, y si mal te hallases, alçáseste a tu mano.

No quiero más dezirte, señora Libia, sino que te presento mis ansias como desdichado, mis sospiros de desperado, mis [326] serviçios como de siervo tuyo, mis dolores de atribulado, mis palabras de philósopho y mis lágrimas de enamorado. Aý te embío una çinta de oro; con tal condición te la doy, que en ella pongas los ojos y en mí emplees el coraçón. Ruego a los dioses que a ti den a mí y a mí den a ti. Marco, el que es philósopho público, te escrive está en mucho secreto. [327]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Libro áureo de Marco Aurelio (1528). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo I, páginas 1-333, Madrid 1994, ISBN 84-7506-404-3.}

<<< Carta 17 / Carta 19 >>>


Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
© 1999 Fundación Gustavo Bueno (España)
Proyecto Filosofía en español ~ www.filosofia.org