La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Oratorio de religiosos y ejercicio de virtuosos

Capítulo I
De cuán gran merced hace el señor, al que saca de los bullicios del mundo, y le trae a la religión para servirse de él en el monasterio.


Unam petii a domino: et hanc requiram: ut inhabitem in domo domini omnibus diebus vite mee. Decía el santo rey David, y es como si dijera: Una cosa sola a ti, oh gran Dios de Israel te he pedido, y sobre ella muchas veces te he importunado: y es que todos los días de mi vida, me los dejes morar en tu casa. El serenísimo rey David, por ser en la contemplación tan alto, y ser en las injurias tan sufrido, dijo Dios de él hablando con el gran profeta Samuel: Invem virum secundum cor meum: y es como si dijera: Por la desobediencia que me tuvo he desechado al rey Saúl, a que no reine más en mi república: y en su lugar he tomado a David, que es tal cual mi corazón deseaba. Muchas cosas tenía Dios que poder dar al rey David, y muchas cosas podía pedir David a Dios: y no le querer rogar, ni tampoco pedir sino una cosa, de creer es que debía ser ella muy grande y muy buena: porque Dios nuestro señor, ni sabe dar poco, ni aun quiere que le pidan poco. Pues el corazón de David está concertado con el corazón de Dios, y el corazón de Dios está concertado con el de David: si atinamos a lo que el uno pide, y a lo que el otro concede, por allí podremos atinar, qué es lo que hemos a Dios de pedir, y qué es lo que él nos querrá fácilmente conceder.

A este propósito dijo Dios a Marta: Turbaris erga plurima: porro unum est necessarium: y es como si dijera: Si tú, oh Marta, puedes alcanzar a saber, qué es lo que más conviene a tu ánima, y lo que yo doy de mejor gana, sola una cosa me pedirías, y con sola ella te contentarías: porque el desear como deseas muchas cosas, te causan andar turbada, y te traen muy cansada. Pues el rey David no pide a Dios más de una cosa, y tampoco nuestro Dios no aconseja a Marta, que procure sino sola una cosa, justa cosa es, recojamos todas nuestras peticiones a una: pues della depende todo el bien de nuestra vida. Mucho es de notar, que no pide David a Dios que le dé riquezas, aunque estaba pobre, ni le pide el reino aunque se le tenía Saúl: sino que solamente pide, le deje morar en su santa casa: ado con más quietud y reposo le sirva. Oh demanda gloriosa, oh petición bienaventurada, la que el rey David pedía: pues que siendo rey de Israel, electo por Dios, ungido por Samuel, recibido por el pueblo, y temido de todo el mundo, [Iv] huelga de lo dejar, y para siempre lo renunciar: con tal que le dé el señor un rincón de su casa, adonde mejor le pueda servir y de las ocasiones del mundo se pueda apartar. La casa que él pedía y el rincón porque él suspiraba, no era la casa de Aminadab, ado estaba el arca santa: ni era la de Jericó que estaba descomulgada, sino la casa de orden y religión: ado suele el señor a los sus escogidos tener, y a los sus muy regalados depositar. Así como en el arca de Noé había mansiones que eran cámaras anchas, y había mansiúnculas que eran cámaras estrechas, así en la Iglesia de Dios hay mansiones muchas que es el estado del pueblo, y hay también mansiúnculas que es el estado religioso y recogido: y en este tal absconde Dios a los varones de mucha perfección, y a los de alta contemplación.

En las vidas de los padres dijo un monje al abad Panucio: ¿Qué haré padre santo, que no me puedo valer con el mundo que me halaga, y con la carne que me tienta, con el demonio que me engaña, y con el yermo que me espanta? A esto le respondió el santo viejo: Así como el hombre rico echa el dinero que es de bajo precio en lo ancho de la bolsa, y lo que es de oro fino lo guarda en el bolsico estrecho: así nuestro señor a los que son flacos e imperfectos los deja en el mundo, y a los que son perfectos y virtuosos los trae a la aspereza del yermo: de manera, que por el estado en que Dios nos pone, podemos conocer el poco o mucho amor que nos tiene. San Basilio en su antigua regla decía: Es el señor tan amigo de los que quieren su amistad, que desde el principio del mundo acostumbra sacar a los suyos del mundo: así como a Abraham que le sacó de Caldea, a Jacob de Siria, a Ruth de Moab, a Moisés de Egipto, a David de Babilonia, a Elías de Samaria, y aun al gran Bautista de Judea. ¿Qué otra cosa pues es traer Dios a la religión a uno, sino sacarle de los peligros en que podía ofenderle, y darle su gracia para servirle? Dime yo te ruego, ¿cuándo viste tú que hiciese Dios merced a alguno de algún notable beneficio: que primero no le apartase de los bullicios del mundo, o que no le llevase al yermo, o le metiese religioso? Diez días antes de Pentecostés hizo Cristo a sus discípulos estar a manera de religiosos, retraídos en un lugar alto, solo, y cerrado, orando, y ayunando, y esperando lo que les había prometido: de manera, que primero los metió frailes en el alto senáculo, que enviase sobre ellos el espíritu santo. Desde la hora que Cristo recibió apóstoles y discípulos, siempre andaban con él juntos, dormían juntos, comían juntos, y moraban juntos: de manera, que ver a Cristo con sus santos apóstoles, era ver a un abad con sus monjes, o a un prior con sus frailes.

Luego que murió Cristo, depuraron los apóstoles en Jerusalén un lugar apartado a manera de monasterio: ado todos los fieles se juntaron a recibir los sacramentos, y a hacer los oficios divinos: y allí era, do en secreto se bauitizaban, y a los pies de los apóstoles todo cuanto tenían ofrecían. Poco después que los apóstoles murieron se levantó la orden del gran Basilio, obispo que fue después de Cesarea: el cual edificó en Escitia un gran monasterio, y fue el primero que de monjes hubo en el mundo: en el cual puso tres mil monjes que morasen, y les dio regla que guardasen. En aquella orden de San Basilio fue monje el gran Origenes y Heromancio, y Pánfilo, y Arsenio, y Panucio: los cuales todos fueron muy ilustres en las letras, y muy aprobados en las vidas. Ya que la orden de San Basilio se iba resfriando, vino el glorioso San Benito, e instituyó otra orden monacal de nuevo: en la cual fueron monjes el glorioso Gregorio, y el santo [IIr] San Mauro, y con ellos otros varones santos: por cuyos consejos se gobernó la Iglesia de Dios grandes tiempos. Desde ha poco tiempo vino el glorioso Augustino, e instituyó una nueva orden en el desierto de África, no lejos de la ciudad de Roma: ado el con ellos y ellos con él guardaban la regla apostólica, dando todo lo que tenían a los pobres, y siendo entre ellos las cosas comunes. En esta edad y tempestad se levantó en los desiertos de Egipto el glorioso Jerónimo: el cual en el sepulcro santo hizo un monasterio, ado con sus monjes hacía tan áspera y tan estrecha vida, que parecía más angelical que humana.

Después desto en el año del señor de mil ochenta y cuatro, se levantó el santo varon Bruno, maestro en Teología, y natural de Colonia: el cual instituyó la orden que se llama de la Cartuja: la cual en el recogimiento y abstinencia, tiene el principado entre todas las de la Iglesia católica. En lo postrero ya de la postrera edad, levantó Dios a los dos muy gloriosos santos San Francisco y Santo Domingo; los cuales a manera de dos lumbreras del cielo, y de dos columnas del templo, la Iglesia de Dios sustentan, y con sus doctrinas alumbran. También en la vieja ley tuvieron una manera de religión, que llamaban nazarenos: los cuales no se cortaban los cabellos, no bebían vino, prometían ciertos votos, y ofrecián particulares sacrificios: por manera, que a los que nosotros llamamos ahora religiosos, llamaban ellos nazarenos. Del mesías prometido en la ley, que fue Cristo nuestro Dios, dijo el profeta, qui nazarens vocabitur: como quien dice, llamarle han religioso. Cuando Moisés recibió la ley, y cuando David fue en rey ungido, y cuando Elías fue del ángel recreado, y cuando Eliseo recibió el espún doblado, y cuando san Juan mostró a Cristo con el dedo: por ventura no moraban todos estos en desiertos apartados, a manera de religiosos santísimos: La virtuosa viuda Judith, a manera de una monja muy recogida estaba escondida en lo más secreto de su casa: cuando el señor le dio su gracia, y después cortó a Holofernes la cabeza: A la sagrada virgen sin mancilla, no la halló por ventura el ángel encerrada en su casilla: cuando para madre de Dios fue elegida: Santa Isabel, madre del gran Bautista, no estaba por ventura en la alta montaña de Judea apartada: cuando de la madre de Dios fue visitada y saludada: Ana profetisa, no estaba por ventura en el templo sola y orando: cuando mereció ver cómo ofrecía a Cristo: Ducam illa in solitudinem: et loquar ad cor eius, decía Dios por Osee, profeta en el II cap. y es como si dijera: El ánima que tengo yo predestinada para mi gloria, y que tengo voluntad de comunicarle mi gracia, lo primero que haré será, sacarla de las ocasiones del mundo, y llevarla a un lugar muy solitario: ado solos y a solas, revelaré lo secreto de mi corazón, a solo su corazón.

San Bernardo sobre estas palabras dice: Por señas y por palabras habla Dios a muchos, mas en lo íntimo del corazón habla Dios con muy pocos: porque para mí tengo creído, que no habla Dios de corazón, sino a los que le aman de corazón. Oh bienaventurada ánima, la cual llama Dios al desierto de la religión, y a la cumbre de la perfección: porque allí es objeto, ado tú depositas a los tus escogidos: para que con devoción te sigan, y con todo su corazón te sirvan.

San Jerónimo sobre José profeta dice: Poco aprovecha hermanos míos, que nos hable Dios a la oreja para oírle, ni a los pies para seguirle, ni a los ojos para mirarle, ni aun a la boca para loarle, sino nos habla al corazón para amarle: porque jamás amará a Dios de corazón, el que no le tiene en su corazón. Entonces habla Dios al corazón del buen religioso, cuando le saca de las tempestades del mundo, [IIv] y le da gracia para que preserve en el monasterio: porque allí más que no en otra parte puede guardar su cuerpo en limpieza, y conservar su corazón en pureza.

San Anselmo también dice: Hágote saber hermano mío monje, que aprovecha muy poco, habernos traído Dios al desierto del monasterio, si primero no dejamos muy de corazón todas las cosas del mundo: porque ya habrás visto por experiencia, que más daña que aprovecha, el consentirnos sacar alguna muela, si dentro de las encías dejamos escondida alguna raíz podrida. Aquél deja en las encías alguna raíz podrida, que aún no ha de sí desarraigado toda la codicia humana: sino que cada día está llorando el cautiverio que eligió, y suspira por la libertad que pidió: diciendo que no es para él tan estrecha vida, y que si tal pensara nunca monje fuera. Al monje que le pesa de haberle traído el señor a la religión, no es de creer que con el tal habla el señor de corazón: porque la soledad que siente, y la tristeza que padece, no se la causa el hábito religioso que trae, sino la poca devoción que tiene. El monje que dejó el mundo de corazón, y está en la religión de corazón, y obedece a sus mayores de corazón: a éste y no a otro habla el señor de todo su corazón, que a los otros que son absolutos en lo que dicen, y disolutos en lo que hacen: ni de corazón el señor los habla, ni aun con buenos ojos los mira. Tornando pues al primer tema, cuando David decía, unam petii a domino: esta es la casa en que él deseaba morar, y esta es la merced que él deseaba alcanzar; porque no es pequeño don de Dios, ponernos él en compañía de santos religiosos, y que seamos del número de sus escogidos. Gran consolación es para el siervo del señor, haber él dicho y jurado, que ado estuviesen dos buenos juntos, él sería el tercero, y ado estuviesen tres, él sería el cuarto: de lo cual podemos inferir, que mora Dios en los monasterios bien ordenados, pues allí moran y sirven al señor muchos religiosos perfectos. No vaca de alto misterio, que no se obligó Cristo de residir con todos los que estaban juntos, sino con los que en su nombre estaban allegados: pues dice congregatiin noiemeo: para darnos a entender, que ado el prelado es desbaratado, y ado el monasterio está mal ordenado, no mora en la tal congregación Cristo. Ni por esto que aquí decimos, te debes cansar de no ser bueno y virtuoso: diciendo, que te cupo en suerte morar en un monasterio desbaratado: porque no hay en el mundo monasterio tan desconcertado, que no tenga el señor allí puesto algún religioso celoso y virtuoso: al cual tú debes seguir y sus pisadas imitar: porque la manera del bien vivir de uno sólo se puede tomar.

En el libro de la vida solitaria, es aconsejado al siervo del señor, que todas las veces que se levantare y acostare diga: Inmensas gracias te hago, oh buen Jesús: porque me criaste, porque me redimiste, y porque al estado de la religión me trajiste, dejando como dejaste a muchos en el mundo: los cuales por ventura te sirvieran mucho mejor, que no yo te sirvo en el monasterio. Del glorioso abad Arsenio se dice en las vidas de los padres, que cada año celebraba el día que el señor le sacó del mundo, y tomó el hábito en el yermo: y la fiesta que celebraba era, comulgar aquel día, dar a tres pobres limosna, comer alguna legumbre cocida, y consentir que entrasen todos los monjes en su celda. Si los hijos de Israel celebraban el día que Dios los sacó de Egipto: ¿por qué tú hermano, no celebrarás el día que te sacó del mundo: pues es muy mayor beneficio, haberte el señor traído a la religión, que no haberlos llevado a ellos a la tierra de permisión? Séneca a este propósito dice: La cosa que más ha de procurar el hombre sabio es, un lugar recogido, y una familia honesta: ado nadie le dé enojo, y ado viva con reposo; porque a mi parecer, no tiene [IIIr] ya más que desear que en esta vida, el que mereció hallar compañía virtuosa. En las colaciones de los padres decía el abad Panucio: Tres cosas tengo siempre en mi memoria, y de que hago conmemoración cada día: es a saber, del bautismo que tomé como cristiano, y de la profesión que hice como religioso, y del discedite a me maledicti que dirá Dios en el juicio: ado me pedirán cuenta, no sólo de los males que hice, mas aun de los bienes que dejé de hacer.


{Antonio de Guevara (1480-1545), Oratorio de religiosos y ejercicio de virtuosos (1542). El texto sigue la edición de Valladolid 1545, por Juan de Villaquirán, 8 hojas + 110 folios.}

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