La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Oratorio de religiosos y ejercicio de virtuosos

Capítulo XXI
De cómo es muy gran peligro tratar con hombres parleros y maliciosos, y que es cosa muy segura no entender con ellos.


Ipsi de mundo sunt, et ideo de mundo loquuntur, decía Cristo a sus discípulos en el capítulo XXIV de San Juan, y es como si dijera: No os maravilléis que los del mundo hablen cosas del mundo, ni que los de Dios hablen cosas de Dios: porque la bondad o malicia del ánima, en ninguna cosa se conoce más que en la lengua. Muy soberano aviso es este que nos da aquí Cristo, pues nos dice en qué conoceremos a un bueno y a un malo: es a saber en las palabras que dice, y no en las vestiduras que trae: porque así como las ropas son las que cubren el cuerpo, así las palabras son las que descubren el corazón. Decir Cristo, qui de mundo sunt de mundo loquuntur: es decir que el soberbio no puede hablar sino de ambiciones, y el envidioso de malicias, y el iracundo de venganzas, y el goloso [XLIIIv] de glotonías: de manera, que en lo que más cada uno ama, en aquello más que en otra cosa habla. Como no haga otra cosa la lengua sino lo que el corazón le manda, indicio es de mucha cordura el poco hablar, e indicio es de mucha locura el mucho hablar.

Plutarco dice del gran Catón Censorino, que por más peso y medida daba en él las palabras, que daban en las tiendas de Roma las mercadurías: y lo que más es, que ni por corto dejaban de entender lo que proponía, ni por largo era pesado en lo que decía. Por mucho que sea un hombre animoso, dadivoso, casto y limosnero, si junto con esto es boquirroto y deslenguado: mas es por solo aquel ocio infamado, que por todas las otras virtudes loado: porque es tan perjudicial el vicio de la lengua, que a todas virtudes escurece y asombra. Preguntado el filósofo Pítaco, que qué le parecía de la lengua respondió: La lengua me parece tener la hechura de hierro de lanza: mas muy más peligrosa es, que no esa misma lanza: porque aquella arma no toca más de en la carne, mas la maldita lengua rompe el corazón. Bien me parece lo que este filósofo dijo: pues no hay nadie en esta vida, que no tenga por menos mal, se cebe en sus carnes la espada, que no en su fama la lengua: porque al fin al fin, tarde o temprano una herida o se cierra o se sana; mas la mácula de la infamia, ni tarde, ni temprano no se suelda. Bien es que se guarde el hombre de llegar al fuego por no se quemar, y de entrar en la batalla por no morir: mas muy mejor es se guarde de la mala lengua que no le haya de infamar: porque el hombre vergonzoso y el corazón generoso más caudal ha de hacer de una picadura de una mosca que le toque en la honra, que de una cruel lanzada que le quite la vida. Desta opinión fue el gran Judas Macabeo: al cual como aconsejasen sus capitanes que huyese de la batalla que le daba Alquimo, capitán de Demetrio; dijo: Si venit tempus nostrum moriamur, me imponamus crimen glorie nostre, y es como si dijera: Nunca Dios quiera que yo huya, ni que me retraiga, sino que si es llegado el tiempo en que hemos de morir, muramos y peleemos como capitanes valerosos: porque menos mal es perder la vida, que no poner crimen en nuestra fama.

Fornio el filósofo preguntado que por qué huía de los hombres, y se andaba por las montañas con las bestias fieras, respondió: Las bestias fieras no me ofenden más de con los dientes, o cuernos, mas los hombrs con todos sus miembros: es a saber, con los ojos me mofan, con los pies me acocean, con las manos me lastiman, con el corazón me aborrecen, y con la lengua me infaman: de manera, que yo me hallo más seguro entre los animales brutos, que no entre los hombres maliciosos. No hay en esta vida vecindad tan peligrosa, como tener por vecina una mala lengua: porque si la conserváis, ha os de enseñar a murmurar, y si della os extrañáis ha os luego de infamar.

San Gregorio en los morales dice: No tengo por hombre de buena consciencia al hombre de mala lengua: porque si Cristo dice, que hemos de dar cuenta de toda palabra ociosa, ¿no la daremos por ventura más estrecha de la palabra maliciosa? Como decía David: cum sancto sanctus eris: dime yo te ruego, si con el santo serás santo, ¿no serás también parlero con el parlero, y malicioso con el malicioso? Cuando tú te pones muy despacio a oír a un maldiciente y malicioso, ¿cuál de vosotros peca más tú que oyes lo que dice, y crees lo que [XLIVr] dice, y apruebas lo que dice, y defiendes lo que dice, o el que solamente lo dice? Si quieres pues vivir bien, huye del que habla mal: porque muy fácilmente se corrompe la buena vida, con la amistad de una lengua mala. Lo de suso es de Gregorio.

Ley fue entre los lidos muy guardada y muy usada, que al hombre malicioso y parlero, le mandasen en la mar remar, o le mandasen en el pueblo por algún tiempo callar: y dice Plutarco, que muchos dellos elegían antes remar tres años en una galera, que no callar un año en su república. Conforme a esta ley mandó Tiberio el emperador a un senador muy parlero, que no hablase sino por señas todo un año: y dice allí la historia que es verdad que no hablaba con la lengua, mas junto con esto hacía más mal él sólo por señas, que todos los otros con palabras. Destos dos ejemplos se puede colegir, que pues a los hombres parleros y boquirrotos no abasta mandarles callar, ni aun echarlos a remar, sería bueno ir a la mano a sus malicias, y no dar crédito a sus palabras: porque el día que un malsín o parlero está acreditado, aquel día se pone a fuego y a sangre del pueblo. El hombre sobrio no tiene pendencias sino con quien se le iguala, y el envidioso con el que tiene más, y el iracundo con el que le enoja, y el avariento con el que le gasta: mas el parlero y bullicioso a todos acusa, de todos se queja, y con todos se toma: de manera, que no ha echado chica jornada, el que se ve libre de su mala lengua. El prelado en su cabildo, el rector en su colegio, y el abad en su monasterio, podrían sufrir a sus súbditos alguna flaqueza, excepto al hombre de mala lengua: al cual no deben perdonar ni una palabra sola: porque muy justa cosa es, que pues él tiene cuenta con todas las vidas ajenas, que todos la tengan con él de sus culpas propias. Demóstenes el filósofo tenía gran gravedad en las costumbres, y gran eficacia en las palabras: mas junto con esto, como era tan osado en lo que quería, y tan determinado en lo que decía, diole el senado de Atenas cierto salario de la república: diciéndole, que no se lo daban porque leyese, sino porque callase y los dejase.

El famoso Cicerón fue diestro en la guerra, fue amigo de la república, y fue príncipe de la lengua latina: mas al fin de sus días, le mandó matar Marco Antonio su amigo, no por lo que hizo, sino por lo que dijo. Plutarco dice que entre los lidos no menos mataban al que robaba a otro la fama, que al que quitaba a su vecino la vida: teniendo por igual culpa el infamar, que el matar. San Ambrosio escribiendo al emperador Teodosio dice: Oh cuán gran bien harías serenísimo príncipe, si como haces pragmáticas para quitar las armas, hicieses también leyes para cortar las lenguas: pues en la corte y palacio, más pasiones se engendran por las palabras feas que se dicen, que no por las obras malas que se hacen. En un bueno no hay igual maldad, que ser en la condición bullicioso, y en la habla malicioso: y de aquí es que como él dice mal de todos, todos también dicen mal de él. No sólo debes pues hermano guardarte de decir mal de otro, mas aun de ser en tu habla largo y prolijo: porque a los hombres muy hablados, siempre los tienen por desacreditados. Del gran príncipe Pitias dice Plinio en una epístola, que habiendo sido muy cuerdo en gobernar repúblicas, y muy virtuoso en dar batallas, todas sus esclarecidas victorias fueron escurecidas con sus muchas palabras. Los hombres locuaces y parleros de nadie son [XLIVv] creídos, y menos acatados: porque todo el tiempo que están ellos hablando, están los otros dellos burlando. Burlando están todos del hombre parlero y chocarrero, pues por detrás de él, unos a otros se guiñan los ojos, tuercen las bocas, y les rebaten las palabras, no por cierto para se las alabar, sino para de él y dellas mofar. Justamente burlan y mofan del hombre parlero y chocarrero, pues nadie delante de él osa hablar en materia tan peregrina y extraña, que no diga él su voto y parecer en ella, y para en prueba de aquello, cuenta luego un ejemplo, que ha visto y leído, el cual fingió él allí para decir, o por mejor decir para mentir.

Preguntado el filósofo Acatico: que por qué no hablaba en los convites y ayuntamientos, respondió: Más tiempo he gastado en saber a qué tiempo y hora he de hablar, que no en aprender a bien hablar: porque el hablar en alto estilo es oficio de retórico, mas el hablar a su tiempo y lugar, no lo sabe sino el sabio. Así como en el acero se ha de guardar el temple, y en el jarabe se ha de guardar con mucho tiento el punto: así el que propone una cosa, ha de guardar sazón y tiempo para proponerla; porque todo aquello que no se negocia con oportunidad, tienen por importunidad. Como los rodos importunasen mucho al pintor Epiménides, que les dijese algo de lo que por mar y por tierra había visto y leído: les respondió. Por la mar anduve dos años por me avezar a pescar, y en Asia estuve otros seis por aprender a pintar, y en Atenas residí ocho por me enseñar a callar: y pues con el callar he ahorrado más enojos, que con el pintar he ganado dineros: por vida vuestra rodos no vengáis a mi oficina a preguntarme nuevas, sino a comprarme pinturas. En años tan prolijos, y en reinos tan extraños, no es menos sino que Epiménides había visto cosas dignas de contar, y dulces de oír, mas él como hombre cuerdo, ni las quiso relatar, ni menos representar: por no perder su crédito, y porque no pusiesen en lo que les dijese escrúpulo. Deste ejemplo tan notable, deben tomar ejemplo todos los que han ido a tierras extrañas, de no contar dellas muchas cosas peregrinas: porque pensará el que aquellas cosas cuenta, que cuenta cosas muy nuevas, y ellos tenerse las han por novellas. Debe pues el hombre cuerdo ser resoluto en lo que propone, y muy breve en lo que dice: porque si el tal tiene mala gracia en el hablar, con la brevedad lo remedia, y si la tiene buena, déjales el sabor en la boca: para que le oigan de buena gana otro día. Condiciones de hombres hay que si toman entre manos una plática, ni saben proseguirla, ni quieren acabarla, hasta que los oyentes se duermen de cansados, o se van de aborridos. Por discurso de tiempo vemos en un hombre que todas las cosas se le envejecen, excepto el corazón y la lengua, que cada día más y más se le reverdecen: y lo que es peor de todo, que cuanto mal el corazón piensa: a la hora la lengua lo pregona. Preguntado el filósofo Pitágoras, que por qué en su academia por espacio de dos años guardaban sus discípulos silencio, respondió: No inmérito les avezo yo a mis discípulos a hablar, y les enseño a callar: porque no hay en el mundo tan alta filosofía, como saber el hombre refrenar su lengua. No sólo sabe filosofía, mas aun muy alta teología, el que sabe refrenar su lengua: pues vemos por experiencia, que los más trabajos que suceden a los hombres es, no por lo que oyen ni ven, sino por lo que hablan. [XLVr]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Oratorio de religiosos y ejercicio de virtuosos (1542). El texto sigue la edición de Valladolid 1545, por Juan de Villaquirán, 8 hojas + 110 folios.}

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