La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Oratorio de religiosos y ejercicio de virtuosos

Capítulo XXXIII
De cómo el siervo del señor se ha de haber después que está a la mesa, para que allí conserve la abstinencia y no pierda la crianza.


Asentado pues a la mesa, no tomes luego el pañizuelo, ni saques luego los cuchillos, ni asgas luego del pan, ni comiences tampoco a comer, hasta que el lector lea de la lección un poco, y haga señal para comer el prelado: porque el siervo del señor primero ha de recrear el ánima con la santa doctrina que oye, que no [LXIVr] apacentar el cuerpo con los manjares que come. A este propósito dice San Basilio en su regla: Cuando nuestros monjes comieren en las fiestas juntos, de tal manera tengan las manos en lo que comen, que también tengan el corazón en la lección que oyen: porque los hermanos del señor juntamente han de comer, y juntamente han de merecer. Ya que quieras comenzar a comer, dobla ante todas cosas las mangas, descubre el pan que te han puesto, extiende en la mesa el pañizuelo, y corta el pan con el cuchillo: lo cual todo debes hacer, no deprisa como hombre hambriento, sino muy despacio como religioso cuerdo: porque el verdadero siervo del señor ha de ir al altar con prudencia, y asentarse a la mesa con gravedad. No se te olvide de aguar muy bien el vino: a causa que cuando quisieres beber, esté ya desabrumado y desbravado: porque de otra manera, ya podría ser, que queriéndolo tú enviar al estómago, se te fuese a la cabeza. Para decirte la verdad, y aun para lo que conviene a tu sanidad, antes te aconsejaría que envinases el agua, que no que aguases el vino: porque la intemperancia en el comer, y la desorden en el beber, acarrea al cuerpo poca salud, y aun en el ánima poca virtud. Conviene mucho a la honestidad monacal, no echarse de codos sobre la mesa, no comer a dos carrillos juntos, no morder el pan con desaforados bocados, no dar en la cocina grandes sorbos, ni lamer los dedos cuando están untados: porque son cosas que no se suelen consentir a los niños, cuanto más a los religiosos perfectos.

A este propósito dice Hugo de Santo Victore estas palabras: A muchos de nuestros monjes y cenobitas hemos visto, echarse sobre los manjares como animales en pesebres: y usar de los dedos en lugar de cucharas, y mascar como monas a dos carrillos, y sin partir el pan comerlo todo a bocados, y aun sin gravedad alguna traer derramados los ojos: de manera, que parece que comen con todos los miembros, y que querrían tragar todo lo que tienen los otros. Y dice más adelante el mismo Hugo: Todas estas cosas excusado sería decirlas, si los monjes tuviesen vergüenza de hacerlas: mas pues no tuvieron disciplina en las hacer, hayan ora vergüenza de de las oír.

En la mesa conventual no tienes licencia de hablar palabra, ni de traer por el refictorio derramada la vista: porque según te dice en el libro de la vida solitaria, conviene al novicio claustral tener allí el corazón con el señor ocupado, debe los ojos tener en el suelo, debe los oídos tener en la lección que se lee, y las manos en el manjar que allí come: por manera, que ni por tomar su refeción, no pierda cosa de la honestidad y religión. En las vidas de los padres se lee de un santo monje, que había nombre Mosin: al cual como le enviase el abad Serapio por unos antojos que se le habían quedado en su ración ado comía en el refictorio, le respondió el monje: Por cierto padre santo y bendito que ha más de treinta años que como en el refictorio, y que no sé el lugar ado tienes allí tu asiento: que como tú bien sabes, allí tenemos licencia para comer, mas no la tenemos para mirar. Oh cuántos de los que este dicho leyeren, y oyeren, loarán lo que aquel monje dijo, y cuán pocos imitarán lo que él hizo: porque en esta nuestra edad, o por mejor decir en esta nuestra tempestad, cuando oímos algún hecho heroico y virtuoso: cumplimos con loarle, y rehusamos de imitarle. En este derramamiento de la vista, más monjes hay que reprehender, que no de loar: los cuales tan ahincadamente miran lo que al refictorio se trae, y lo que allí se reparte, que parecen tomar más enojo y pesar de lo que a sus hermanos traen, [LXIVv] que no placer con lo que ellos allí comen. Recoge pues allí la vista, y no la traigas por el refictorio derramada: porque es el demonio tan astuto y tan malicioso, que por darte mala comida, y por ponerte algún escrúpulo de consciencia, te persuadirá, y te engañará, en que vale más lo que a la otra mesa dan, que todo cuanto ante ti ponen. Si guardas allí bien la vista, ni tendrás envidia a lo que los otros comen, ni aun te pondrás a juzgar de la manera que comen: y si otra cosa haces, no es menos sino que si miras te mirarán, y si te quejas te castigarán. El pan que te pusieren en la mesa para comer, no te quejes si es negro y no blanco, si es partido o entero, si es duro y no blando, si es poco o mucho, y si es mal cocido y no hojaldrado: porque si comes sin gana aun de lo muy bueno ternás hastío, y si tienes hambre ningún pan ternás por malo.

San Bernardo escribiendo a Eugenio Papa, el cual había sido primero monje suyo, dice: Tanta razón hay santo padre Eugenio para tenerme tú a mí envidia, como para tenerte yo mancilla: pues me sabe a mí mejor el pan de millo que como las fiestas, y los mendrugos negros que me ponen entre semana, que cuanto pan mantecado y sobado comes tú en Roma. Los señores del siglo y los hombres muy ricos del mundo, no comen a la continua pan blanco y sazonado: ¿y quiéreslo tú comer cada día tierno en el monasterio? Oh cuántos en el mundo darían gracias al señor, por tener para comer el pan que a ti te sobra: ¿y murmuras tú de lo que te ponen a la mesa? Si como hombre mundano quieres comer manjares delicados y sabrosos, vete a comer con el rey Baltasar a Babilonia, y con el rey Asuero a la ciudad de Suso: mas si como siervo del señor quieres ser convidado del señor, sabe que no has de comer sino pan de cebada, como comieron los cinco mil que hartó en el desierto, o pan subcinericio como dio a comer a Elías en el yermo. El siervo del señor ha de pensar, que cuando vino a la religión, y cuando hizo posesión, que no se obligó la orden a darle de comer lo que él pidiese, sino que él se obligó de comer lo que la orden le diese: y de aquí es, que todas las veces que muestra de lo que come algún descontentamiento, se hace transgresor de lo que tiene con Dios capitulado y jurado. Sea pues el caso, que si no te agradare el pan que te pusieren delante en el refictorio, que eches la culpa al trigo ser mojado, o al molino estar agudo, o al horno estar frío, y no la eches al monje que dello tiene cargo: pues has de tener por cierto, que si fuese más en su mano, él te lo daría aunque fuese de oro.

A este propósito se dicen en el libro de la vida solitaria estas palabras: El pan que os pusieren delante, guardaos hermanos no lo desperdiciéis, no lo desmigajéis, no lo descortezéis, ni tampoco lo engraséis: pues manda nuestro padre San Basilio en su regla, que no os pongan ningún pan entero, hasta que acabéis lo que dejásteis ayer empezado. El monje que ni ara, ni caba, sino que se va cada día a mesa puesta, y por otra parte se descontenta del pan que le dan, y murmura del manjar que le ponen: no es menos sino que el tal es falto de vergüenza, y pobre de consciencia. Si por caso vieres en el refictorio dar a otro monje alguna cosa más aventajada, o mejor aderezada, que no a ti, ya que te desmandes a lo mirar, no te atrevas a dello murmurar: imaginando entre ti, que pues lo consiente el prelado, debe ser, o porque el tal monje está enfermo, o porque es flaco y necesitado, o porque en la orden es más anciano y viejo. Dime yo te ruego, si fueses más flaco, o más enfermo, o más quebrantado que los otros monjes tus hermanos: [LXVr] por ventura , no querrías que algo más te sobrellevasen: y aun algo más te regalasen. Quiere pues para tu hermano, lo que quieres para ti , y huelga de lo que dan a él, como holgarías si lo diesen a ti: porque entre los religiosos y siervos del señor, no consiste la hermandad y fraternidad, en que moréis en un monasterio juntos, sino en que os apiadéis unos a otros. Si por caso te tentare el demonio: diciendo, que ni por flaco ni por anciano, merece más que tú ser el otro monje sobrellevado y regalado: a esto le responde tú, que ni tú ni él sois jueces de este pleito, sino solamente el prelado que está en lugar de Cristo: porque a tomarlo de otra manera, mas pecarías tú en lo que murmurases, que no el otro en lo que comiese. Debes dar inmensas gracias al señor por haberte dado lo que no dio al otro monje tu hermano: es a saber, competentes fuerzas, y harta salud para poder de todo comer, y el rigor de la religión llevar: teniendo por cierto, que si te cupiera en fuerte la flaca complexión que cupo a él, fueras tú de peor condición que no es él.

A este propósito dice San Agustín escribiendo a los monjes del yermo: Sobre todo os guardad hermanos míos, de que el monje que ayuna no juzgue al que no ayuna, y el que está flaco no escarneza del enfermo, y el que es sano no burle del flaco, y el que es animoso no tenga en poco al que es tentado: porque así como David hizo iguales a los que quedaron a guardar la ropa, con los que descendieron a dar la batalla: así merecen a las veces tanto los enfermos y flacos con tener paciencia, como los sanos y recios con su abstinencia. Ya puede ser que un hombre flaco sirva al señor comiendo manjares delicados, que no uno que está sano comiéndolos ásperos y desabridos: lo cual suele acontecer cuando el que es delicado se asienta a comer no más de por se sustentar: y el que es recio y fuerte no come por se sustentar, sino por se recrear y regalar. Creedme hermanos míos y no dudéis, que el mérito o demérito del ayuno, no consiste en los pocos o muchos manjares que comemos: sino en la templanza o destemplanza con lo que comemos. ¿Osarás tú decir que fue más abstinente Esau en no comer sino unas lentejas desabridas: que no lo fue Cristo en comer peces asados? ¿Son por ventura más dignos de loar, los animales brutos, que no comen sino avena del campo, o heno del prado: que no es el hombre racional que ayuna con pan y vino? Todo esto decimos para que si alguno de los que están en ese yermo, no puede comer las bellotas secas, ni las raíces crudas, si por caso le viéredes comer lechugas cocidas, o bellotas asadas, no se lo vedéis, ni aun se lo juzguéis: pues es de creer, que lo hace más de pura flaqueza, que no porque es vencido de gula. Todo lo sobredicho es de San Agustín. No tomes costumbre de entrar en el refictorio antes que los otros entren, ni aun de quedarte comiendo después que los otros salgan: porque serás a los oficiales penoso, y por todo el convento de particular notado. Si para irte a comer con tiempo, o para quedarte en la mesa rezagado, te diere el prelado para ello alguna vez licencia, no la tomes tú después cada día: porque si por tu enfermedad, o por tu ancianidad alguna vez lo disimula, no por eso deja de recibir dello pena.

San Anselmo escribiendo a un monje de su orden dice: Cata hermano Rogerio que por eso la orden se llama orden: porque todas las cosas están en ella bien ordenadas y [LXVv] concertadas: lo cual es así verdad, cuando todos los monjes viven juntos, comen juntos, andan juntos, y duermen juntos: de manera, que pierde el nombre de religioso, el que con sus hermanos no se asienta y se levanta juntamente del refictorio. Y dice más el mismo doctor: Es cosa tan buena la orden y concierto, que aun los del mundo huyen de lo malo y desconcertado: lo cual parece claro, en que no quieren los despenseros de los señores dar de comer uno a uno, sino a todos juntos: negando la comida a los que de golosos la piden con tiempo, y a los que de perezosos vienen a comer tarde. Pues si en el comer y beber basta un despensero sólo, para que nadie ose desordenarse en palacio, ¿no será más justo que ponga el prelado orden en su monasterio? Al que es flaco, o es anciano, permítesele que coma tarde o temprano en el refictorio: mas el que en levantándose de la mesa se va por los hospicios, o se va a pasear por los huertos: ¿no sería mejor que estuviese oyendo la lección con sus hermanos? De los manjares que te pusieren delante, toma lo que has menester, y deja lo que te puede dañar: porque si comes poco no podrás trabajar, y si comes mucho luego querrás dormir. Los del mundo comen para se regalar, mas el siervo del señor no ha de comer sino para se sustentar: porque en las religiones bien ordenadas, permítese que el religioso mantenga el cuerpo: mas no se sufre que satisfaga al apetito. Ni del todo acabes la carne que te ponen, ni del todo agotes el vino que te dan: sino que siempre dejes algo en el vaso, y te sobre algo en el plato: y esto has de hacer, no por satisfacer a tu consciencia, sino por cumplir con la buena crianza. Has de saber hermano mío, que el comer aprisa es de loco, el acabar el plato es de voraz, el lamer los dedos es de goloso, el escurrir el vaso es de borracho, el mirar a todos es de inhonesto, el hablar allí mucho es de atrevido, y el pedir a la mesa algo es de desvergonzado. No pidas a la mesa ninguna cosa, si no fuere solamente pan, y agua: y si te dieren carne y vino, y fruta, inclina al que te lo diere un poco la cabeza: mas si desto no te dieren cosa, has de tener mucha paciencia: porque el verdadero siervo del señor mucho más merece en el sufrimiento que tiene, que no en la abstinencia que hace. San Bernardo en los documentos de los monjes dice: Si por caso os dieren pescado que esté salado, y la cocina que no tenga aceite, y el pan que no esté blando, y el vino que sea acedo: ni os quejéis a otros, ni murmuréis entre vosotros mismos: pues muchas veces nuestros abades nos querían dar más, y el monasterio no alcanza más. Y dice allí más el mismo doctor: El monje que tiene gusto en el paladar, no le debe por cierto de tener en el orar: porque jamás vi a religioso que tuviese cuenta con el cocinero, que no fuese enemigo del oratorio. Al cabo de la comida debes poner aparte las vasijas, plegar el pañizuelo, alimpiar todas las migajas, desplegar las manos, y recoger los brazos: de manera, que todos los que te miraren, digan que más pareces venir de celebrar, que no que acabas de comer.


{Antonio de Guevara (1480-1545), Oratorio de religiosos y ejercicio de virtuosos (1542). El texto sigue la edición de Valladolid 1545, por Juan de Villaquirán, 8 hojas + 110 folios.}

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