La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Oratorio de religiosos y ejercicio de virtuosos

Capítulo XLIX
Del trabajo que pasan los siervos del señor en ser castos: y de cómo son en este vicio muy tentados. Es capítulo muy notable.


Quid tu vides? Ollam succensam ego video, dijo Dios a Jeremías en el I capítulo y es como si dijera: A lo que me preguntas señor qué es lo que veo, digo que veo una olla a borbollones hirviendo: que ni se deja espumar, ni quiere parar de hervir. La olla que vio el profeta siempre hervir y nunca se resfriar, es el vicio de la carne que no cesa de nos tentar, ni se harta de pecar: porque tanto cuanto más es ejercitado, tanto más despierta el apetito. Olla es que siempre hierve el vicio de la lujuria: porque tantos son los tizones, cuantas las ocasiones. Olla es que siempre hierve el pecado de la carne: porque las ollas de los otros vicios atízanse solamente cogitatione et opere: mas este infame vicio, cogitatione, et delectatione, consensu, visu, verbo, et opere es, atizado y encendido: de manera, que nunca la olla deja de hervir, hasta que la carne de nuestro cuerpo se acaba de cocer. Olla es que siempre hierve el infame vicio de la carne: pues la leña de aquel fuego en el vientre de nuestras madres se cría, en la infancia se corta, en la puericia se enciende, en la juventud se sopla, y hasta la muerte arde. ¿No te parece hermano, que es olla que siempre hierve este maldito vicio: pues primero nos echan la tierra sobre los ojos, que se acaben de desarraigar de nuestros corazones los torpes deseos? Olla es que siempre hierve este bestial vicio: pues para librarse de sus brasas no le valió a David su cordura, ni a Salomón su ciencia, ni a Absalón su hermosura, ni a Creso su riqueza, ni a Aníbal su fortaleza, ni a César su grandeza: de manera, que la fama que en otras obras ganaban con este vicio la perdían. Plutarco dice que tenían los romanos en tanta veneración a las que llamaban vírgenes vestales, porque guardaban castidad: que las subieron en los carros triunfales, repartían con ellas sus haciendas, se encomendaban en sus oraciones, y las adoraban casi por diosas: porque les parecía a ellos, que el guardar la castidad más era obra divina que no humana. Filóstrato dice de Apolonio Tianeo, que hablaba con sus dioses, resucitaba a los muertos, sanaba a los enfermos, y aun conocía los pensamientos: mas con ninguna de estas cosas se espantó tanto, como de que no fue casado, ni con mujer infamado. Tito Livio sin comparación loa más al gran Escipión africano, porque no tocó a una doncella cautiva que no de la gran victoria que hubo de África: porque en la guerra de Cartago peleaba con sus enemigos, mas en el hecho de la carne peleaba contra sí mismo.

Video aliam legem in membris meis repugnantem legem mentus mee, dice el apóstol ad romanos VII cap. Como si dijera: Ley está dada a mi corazón de lo que ha de amar, y ley está dada a mis miembros de lo que han de hacer: mas veo tanta discordia entre estas dos leyes, que ni el corazón ama lo que los miembros obran, ni los miembros obran lo que el corazón ama. Pues Dios no dio más de una ley a Moisés en el monte Sinaí, y David no se obliga a guardar más de una ley: diciendo legem pone mihi domine: y Cristo no nos carga más de un yugo, diciendo iugum meum suave est: como el santo apóstol consiente que en su casa haya ley divina, y haya ley humana: pues es tan contraria la una de la otra: La ley que dice el apóstol estar en sus miembros, no la alega él [XCVIv] para aprobarla, sino para condenarla: no para la admitir, sino para de ella se quejar: no para que la guarden, sino para que de ella se guarden: porque sino se quebranta la ley del cuerpo, nunca bien se guarda la ley de Cristo. Cuando el apóstol con grandes sollozos y lágrimas decía, infelix ego: quis me liberavit de corpore mortis huius? no es de creer que deseara él tanto morir, si no fuera porque no se podía con aquella maldita ley apoderar. La ley que está en nuestros miembros, y que repugna a nuestros buenos deseos, es la soberbia que contradice a la humildad, es la ira que riñe con la paciencia, es la gula que traga a la abstinencia, es la envidia que infama a la caridad, es la avaricia que roba la limosna, es la opinión que impugna a la razón: y es la impudicia que ensucia la castidad. Cosa es tan terrible y tan terribilísima, morar debajo de un tejado, y estar de una puerta adentro la razón y la opinión, la verdad y la mentira, la cordura y la locura, la vanidad y la gravedad, y la lujuria y la castidad: a que si el señor no nos socorre con su bendita gracia: es imposible que hayamos de esta carne victoria.

Séneca en una epístola dice: Muy gran cordura han menester los hombres, para en el vicio de la carne se saber tener, y se poder valer: porque te hago saber mi Lucilo, que el apetito que tenemos de comer cada día, aquel mismo tenemos de adulterar cada hora. Bien dice el apóstol video aliam legemin membris meis: pues no se puede esta batalla vencer, si no es huyendo las ocasiones, refrenando los deseos, castigando muy bien las carnes, disminuyendo los bastimentos, creciendo en las disciplinas, bañándose todo en lágrimas, y cerrando a los deleites las puertas. Hugo de arra anime dice: Ojalá fuese el vicio de la carne descalabradura que tomar le hayamos la sangre, o fuese mal de corazón que aplicarle hayamos una pitima, o fuese mal de bazo que untarle hayamos, o fuese mal de cólera que purgarle hayamos: mas ay de mí, ay de mí, que es una tentación tan sin caridad, y es un mal tan sin piedad: que ni sufre que llamen médicos, ni conviene que le hagan regalos. San Bernardo en el libro de consideratione dice: Oh buen Jesús, oh amores de mi alma, bien veo yo que es grave la guerra que hay de república a república, y la que los casados tienen en su casa: mas muy más gravísima es la que yo tengo con mi persona propia: porque a ningunos tengo yo por tan crueles enemigos, como son a mis deseos propios. Muy grave palabra y muy notable sentencia es ésta que aquí nos ha dicho San Bernardo: porque de sus enemigos puédese hombre ausentar, mas yo mismo de mí mismo es imposible huir. Mortifícate membra vestra que sunt super terram: dice el apóstol escribiendo a los colosenses en el III capítulo, como si dijera: Mortificad los miembros de vuestro cuerpo, si queréis que estén bien sujetos al espíritu. No vaca de misterio, que no dice el apóstol que nos cortemos las manos, ni nos descepemos los pies, ni nos saquemos los ojos, sino que mortifiquemos los miembros: es a saber, que de tal manera nos hayamos con las penitencias que hacemos, y asperezas que emprendemos, que queden nuestros miembros castigados: mas no del todo acabados. Entonces el siervo del señor mortifica sus miembros propios, cuando cierra los ojos a que no vean vanidades, atapa sus pies que no busquen liviandades, detiene a sus miembros que no toquen inmundicias, cierra su boca que no hable falsedades: y encierra su [XCVIIr] corazón a que no piense torpedades. También es de notar, que no paró el apóstol en solamente decir mortificad los miembros, sino que también añadió vuestros: para darnos a entender, que la enmienda de la vida ha de comenzar en la propia persona: porque de otra manera, cosa sería ridiculosa, andar yo muy cojo, y reírme del que no echa el pie derecho. De ponderar también es, que no dice el apóstol a carga cerrada mortificad todos los miembros, sino limítase en decir, que mortifiquen los que están sobre la tierra: para darnos a entender, que en aquella parte del cuerpo y del corazón hemos de poner mayor recaudo: por la cual nos combate más el demonio: y en la cual se nos enseñorea más algún vicio. Dime yo te ruego, ¿de qué vicio es más guerreada nuestra ánima a la contina: que de la carne y lascivia? ¿Y tú no ves hermano, que ningún vicio entra por nuestras puertas, que no nos deje siquiera algún rato descansar: sino es el de la carne que no nos deja descansar, ni aun un poco resollar?

San Bernardo sobre el missus est dice: Si para todos los vicios resistir hemos de estar apercibidos, conviene que contra el de la carne estemos siempre armados: porque no hay vicio tan aviciado de quien no escapen muchos, sino es de la carne ado atollan todos. San Jerónimo sobre Amos profeta dice: La soberbia no reina sino en los poderosos, la envidia entre los iguales, la ira entre los mal sufridos, la gula entre los golosos, la avaricia entre los ricos, la acidia entre los regalados: mas el infame pecado de la carne generalmente combate a todos. Por tener poca constancia, y menos prudencia, vimos a los reyes perder sus reinos, a los grandes sus estados, a las casadas su fidelidad, y aun a las religiosas su integridad: de manera, que es este maldito vicio como la chinche la cual estando viva muerde, y estando muerta hiede. San Agustín en sus Confesiones dice: Ni porque se acoja el hombre a sagrado, ni porque se asa del sacramento, ni porque se meta en un monasterio, ni porque tome nuevo estado, ni porque ayune todo el año, ni aun porque abra a azotes su cuerpo, se podrá ninguno escapar de este bestial vicio: sino que cuanto más usáremos con la carne de piedad, usa ella con nosotros de crueldad. San Crisóstomo dice: A Holofernes, a Aníbal, a Ptolomeo, a Pirro, a Julio César, a Augusto, a Marco Antonio, a Severo, a Diocleciano, y a Juliano: ¿por ventura no vimos estar en su presencia a muchos reyes sin coronas, y después vimos a ellos estar puestos de rodillas delante algunas mujeres profanas? Amavit autem rex Salomon mulieres alienigenas: que avererunt coreius a domino: dice la sagrada escritura en el tercer libro de los reyes capítulo undécimo, como si dijera: Amó el rey Salomón a muchas mujeres que eran de tierras extrañas, y en sus condiciones muy profanas: las cuales le trastornaron el seso que tenía: y le apartaron del Dios que adoraba. Gran lástima es de oír lo que la escritura sacra dice allí del rey Salomón: es a saber, que se enamoró de las mujeres moabditas, y de las amonitidas, y de las idumeas, y de las sidonias: y que vino a tanta infidelidad y demencia, que hizo templos y adoró al ídolo asterbete, y al ídolo chamos, y al ídolo moloth: de manera, que tantos dioses adoraba, cuantas enamoradas en su palacio tenía. Si la historia de los godos no nos engaña, todos los que vieron al rey Atanarico vencer a Italia, le vieron a él vencido de una mujer llamada Pincia: y llegó el [XCVIIv] caso a tanta desorden, que si ella peinaba a él los cabellos: majolaba el rey a ella los zapatos. Graves autores dicen de Pirro rey de los epirotas, que amó tan desordenadamente a una mujer en Capúa, que como una vez ella enfermase de unas fiebres recias, todas las veces que ella se purgaba, se purgaba también él: y todas las veces que ella se sangraba, se sangraba también él: y lo que es más de todo, que con la sangre que sacaban a ella del brazo, se lavaba el rey Pirro el rostro. Tito Livio dice, que nunca fuera Aníbal vencido de los capitanes de Roma, si primero no fuera vencido de una mujer en Capúa: y de verdad más fueron para él aquellos crueles dolores, que no dulces amores: pues de allí le sucedió, que habiendo sido diecisiete años señor de Italia: vino a ser vencido en su propia tierra. De todos estos ejemplos podemos colegir, cuán peligrosa cosa es al siervo del señor, tratar mucho con mujeres, ni tener con ellas muchas familiaridades: porque la mujer es como la liga, o la cola: que es fácil de tocar, y muy difícil de despegar.


{Antonio de Guevara (1480-1545), Oratorio de religiosos y ejercicio de virtuosos (1542). El texto sigue la edición de Valladolid 1545, por Juan de Villaquirán, 8 hojas + 110 folios.}

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