La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Aviso de privados y doctrina de cortesanos

Capítulo Primero
Que más corazón es menester para sufrir la Corte,
que para andar en la guerra.


Plutarco, y Plinio, y Tito Livio, dicen que el Rey Agiges preguntó al Oráculo de Apolo, que quién era el más bienaventurado hombre que había en el mundo; y fuele respondido, que era un hombre que había nombre Aglaón; notó a los dioses, e incognitó a los hombres. Haciendo el Rey Agiges pesquisa por toda la Grecia, quien se llamaba Aglaón, halló que era un pobre hortelano que vivía en Arcadia, el cual en setenta y dos años de su edad, nunca se había alejado una legua de su casa, sino que se mantenía con lo que labraba en aquella pobre huerta. Muchos había en el mundo en sangre más generosos, en familia más acompañados, en riquezas más proveídos, en grandeza más acatados, y en estado más poderosos que no Aglaón, y fue él el más bienaventurado entre todos; porque no quiso salir a las Cortes de los Príncipes, donde fuese más combatido de la envidia, y más vencido de la avaricia. Muchas veces acontece a los hombres que el no darse a conocer, les hace ser más conocidos, y el no tener, les es ocasión de en más les tener. Las riquezas, y las honras, más honra ganan los que las menosprecian, que no los que las buscan. Más envidia le ha de tener a Aglaón, y a su huerta, que no a [108] Alejandro y a toda la su Asia; porque el contentamiento no consiste en tener mucho, sino en contestarse con poco. Burla es, y burlado vive el que piensa que en tener mucho, y valer mucho, está todo el contentamiento; porque tales caminos, más son para se enzarzar, que no para caminar. Cuando Caín mató a su hermano Abel, el castigo que Dios le dio, y la penitencia que le echó fue, que su cuerpo anduviese siempre temblando, y por el mundo vagueando; por manera, que ni tuviese tierra donde reposar, ni casa donde se acoger: Aunque esta maldición de Caín fue la primera, osaremos afirmar, que en los Cortesanos hasta hoy dura; pues vemos que andan siempre por tierras ajenas, y que cada día conocen nuevas posadas.

Con razón fue llamado bienaventurado Aglaón, no por más de por nunca haber salido de su casa, porque no hay desdicha tan desdichada, como ir a servir cada día a casa ajena. Aquel solo se puede llamar bienaventurado, que no se pone en necesidad de servir a otro. Como aconsejasen a Julio César, siendo mozo, que si se juntase al Cónsul Sila, podría más tener, y más valer, respondió; a los inmortales Dioses juro, de jamás a hombre servir por más valer, y menos lo haré por más tener; porque donde no hay libertad no puede haber generosidad. El que deja su tierra donde vivía sano, deja su lugar donde era conocido, deja a sus vecinos de quien era visitado, deja a sus amigos de quienes era servido, deja a sus deudos de quienes era honrado, deja a su hacienda con que era sustentado, y deja a su mujer, e hijos de quienes era regalado y se viene a la Corte a servir, y morir, diría yo, o que el tal se ha tornado loco, o viene a pagar algún grave pecado. No inmérito el que le puso el nombre la llamó Corte; porque en la Corte de los Príncipes, todas las cosas son cortas, sino las malicias, y envidias que son largas.

El que no ha gustado el reposo de su casa, ni ha gustado el tumulto de la Corte, aquél procura, y desea entrar en la Corte; que el que ya sabe a qué sabe aquella vida, suspira cuando la llaman, y llora si le detienen. Yo estuve en Colegios estudiando, y estuve en la Religión orando, y estuve en la Corte predicando; y ahora estoy en mi Obispado doctrinando: y de todos estos cuatro estados, digo, y afirmo, que no hay ningún estado más estrecho, que es ser en la Corte el Cortesano. En los Colegios si estudiaba, era para más saber, mas en la Corte, no sino para más valer. Lo más que en la Religión me ocupaba, era en rezar [109] mis horas, y llorar mis pecados, mas en la Corte de los Príncipes, no me ocupaba sino de mis próximos murmurar, y muy grandes torres de viento hacer. Torno otra vez a decir, y afirmar, que mucho más es uno meterse Cortesano, que meterse Religioso; porque en la Religión abasta no más de a uno obedecer, mas en la Corte es necesario a todos servir. En la Religión vístense a menos costa de hacienda, y a más consolación de la persona que no en la Corte: porque el pobre Cortesano, y Caballero, más mudas ha de hacer de ropas, que no en halcones de plumas. En la Religión, vase el Religioso a mesa puesta; mas el pobre Cortesano, amanece alguna mañana sin blanca en la bolsa. En la Religión si se levanta a media noche, es por loar al Señor en el culto Divino; mas en la Corte infinitas veces trasnochan, no por más de cumplir con el mundo. Qué más queréis que digamos, sino que en la Religión sí hay trabajos en la vida, y seguridad en la muerte; ¡mas hay dolor! que en la Corte es trabajoso el vivir, y muy peligroso el morir. El que se pone a ser Cortesano a más peligro se pone, que Nasica con la serpiente que el Rey David con el Filisteo que los Exploradores con Enath que Hércules con Anteo, que Teseo con el Minotauro, y que el Rey Menelao con el Apro, y que Cobreo con el monstruoso Palude, y que Perseo con el marino portento; porque todos estos varones ilustres temíanse de sólo uno, mas el pobre Cortesano recélase de todos. ¿Quién es el que en la Corte ama tanto a otro, que aunque en sangre sea su propinquo deudo, y en conversación su muy estrecho amigo: si por caso vale más que él, no desee, que se muera, y si no vale tanto como él, no trabaje porque no se le iguale? Una de las cosas que veo en los Cortesanos, es el mucho tiempo que pierden, y el poco provecho que hacen; porque lo más en que consumen los días, y emplean las noches, es contradecir a los que les preceden, deshacer a los que les igualan, lisonjear a los privados, murmurar con los abatidos, y suspirar siempre por los tiempos pasados. No hay cosa por que más suspiren los Cortesanos, que es por ver cada día mudanzas de tiempos; porque muy poco se les da a los tales, que las Repúblicas se pierdan, con tal que sus estados se mejoren. Cuán cierto es en la Corte, juntarse a murmurar desfavorecidos con desfavorecidos, diciendo que está el Reino perdido, y que se va todo a lo hondo, y no por más está todo perdido, de por no estar los que [110] aquel dice en la Corte privados. Sobre hecho de valer, nadie se debe en la Corte fiar. La vida de la Corte, no es por cierto vida, sino una penitencia pública, y a los Cortesanos, no los llamaremos vivos, sino que están en vida enterrados; porque el Cortesano tantas veces traga la muerte, cuantas oye que otros más que no él priva. O qué lástima es de ver a un infeliz Cortesano, el cual mil veces de noche despierta, da vueltas en la cama, tiene la cabeza desvelada, llora su infeliz fortuna, suspira por su tierra, ha lástima de su honra: por manera que se le pasa toda la noche en vela, y desvelado, pensando, e imaginando entre sí, por donde va el camino del tener, y las sendas del valer. No pena, sino tormento, no servicio sino tributo, no a tiempo sino continuo es lo que el cuerpo del triste Cortesano pasa, y lo que su corazón cada hora sufre. Examínenlos aquí ahora, que son las cosas que es obligado un Cortesano a ley de Cortesano a hacer, y por ellas veremos, cuántas, y cuán arduas cosas se obliga a sufrir. A ley de Corte es obligado el buen Cortesano, a servir al Rey, y acompañar a los privados, visitar las Caballeros, servir a Contadores, dar a los Porteros, granjear a los Oidores, entretener a los Alcaldes, sobornar a los aposentadores, lisonjear los pagadores, hacer por los amigos, y aun disimular con los enemigos. Todas estas cosas, ¡que pies abastan para las andar, ni que fuerzas para las sufrir, ni que corazón para las comportar, ni aun que bolsa para las cumplir! Hasta hoy por ver está, ¿hay hombre tan loco, ni ha Mercader tan codicioso, que vaya a la feria a venderse, ni por otra cosa trocarse, sino el mísero Cortesano cuando va a la Corte, el cual a trueque de una vanidad, vende allí toda la su libertad? Yo confieso, que puede un Cortesano tener en la Corte plata, oro, seda, brocado, privanza, ser y valer: mas no me negará él, que si de todas estas cosas es rico, que a lo menos de libertad no sea pobre. Osaremos con muy gran verdad decir, que si un Cortesano hace alguna vez lo que puede, le hacen hacer infinitas veces lo que no quiere. Gran bajeza es de ánimo, y falta de corazón generoso, quererse uno a otro sujetar, y su libertad en poco tener; porque si me dice el Cortesano que es del Príncipe privado yo le responderé, que también es de sus oficiales esclavo. Si un Cortesano vende un caballo, una mula, una capa, una espada, u otra cualquier presea por todo ello pide dinero, si no es por libertad que da a quien él [111] quiere de balde; de manera, que a su parecer vale más la espada que vende, que no la libertad que da. Por ser alguno de otro señor, sino es que quiere trabajar, no es obligado a trabajar; mas por ser uno libre, y conservar su libertad, es obligado a mil veces morir. No lo digo porque lo leí, sino porque lo vi, ni lo digo por ciencia sino por experiencia, que jamás en la Corte puede un Cortesano contento vivir, y mucho menos puede de su libertad gozar. Es de tan gran estima la libertad que si los hombres atinasen en la conocer, y supiesen desta bien usar, no la darían por ningún precio, ni aun la emprestarían sobre empeño de todo el mundo. Hay otro trabajo en la Corte, y es, que vienen amigos de fuera, ha los de hospedar, y a las veces le toman tal al tiempo, que ni tiene donde los acoger, ni aun tiene un real para con ellos gastar.

El pobre Cortesano que tiene la posada en una calleja, y come en mesa prestada, y duerme en cama alquilada, y está su cámara sin puerta, y aun tiene la espada empeñada, decidme, ¿qué sentiría su ánimo; cuando venga un huesped de su tierra? Estando el pobre hombre por huesped en aquella casa, ¿comó le será posible recibir a otro huesped de fuera? A las veces querría más el pobre Cortesano socorrer al que viene con lo que no tiene, que no que fuese a su posada a ver la miseria que pasa. La pobreza, y miseria, más siente el corazón descubrirla, que sentirla, ni de sufrirla. Pasa un Cortesano con un colchón, una trazada, una colcha, una almohada, y dos sábanas; y si le viene un huesped, esle forzado la cámara barrer, y la cama mejorar; si el dueño de la casa no se la quiere prestar, esle necesario de la alquilar. Pásase un Cortesano con cenar él y su mozo un pastel, o unas manos de carnero, y otras veces se pasa con sólo rábanos, y queso, y si le viene un huesped, es obligado el triste de poner olla buena a cocer, y buscar algo para asar; de manera, que con lo que le es forzoso en sola una cena gastar, podría el pobre hombre tres días comer, y cenar. Sin comparación gastan más los hombres por cumplir con los que los miran, que no por satisfacer a lo que ellos desean. El Cortesano que es honrado, y bien criado, más lo quiere ayunar, que no dar a nadie que decir. ¡Oh cuántos hombres hay en el mundo, los cuales gastan en un día, lo que ahorran en muchos; no porque lo querrían guardar, sino porque quieren con sus amigos cumplir! No menos es inmenso trabajo el que se pasa en el mudar de la Corte, a [112] donde les es necesario al triste Cortesano otra vez de nuevo granjear, los Alcaldes que le libren bestias, o a los Alguaciles que se las den, pagarles otra vez porque le hallan en la posada, enviar adelante un criado a ver si es buena, buscar carretas en que vaya toda la familia, reñir con los recueros, sobre si les echa mucha carga; y aun a las veces caminar con la siesta: porque el trajinero quiere hacer su jornada. Aun a esto todo puédese comportar; ¿qué hará el pobre hombre, que todo lo que en seis meses ha ganado, y ahorrado, se le consume en aquel camino? Qué diremos, pues, de las alhajas que en cada lugar los Cortesanos compran, es a saber, camas, bancos, ollas, platos, jarros, y cántaros, muchas de las cuales cosas, hallarán serles menos costa dejarlas que llevarlas. Todas las cosas les son a los Cortesanos pena, congoja, y aun costa; porque las cosas que compraron dejan, pierden, y si las llevan consigo quiébranse. Gran corazón ha menester el que quiere en la Corte siempre andar, porque no es menos, sino que cada día ha de negar su condición propia, sujetarse a la ajena, mudar la tierra, buscar otra casa, tomar nueva familia, y recrecérsele nueva costa. En las casas, y Cortes de los Príncipes, mucho es lo que se gana, y muy mucho lo que se gasta, y este gasto más es en lo extraordinario, que en lo ordinario; porque comúnmente, más costa tienen con los huéspedes que les vienen, que con los criados que tienen. Aunque las cosas que por mudarse la Corte, los Cortesanos dejan, y pierden, y olvidan, sean de poca importancia, todavía les da pena; porque no hay el mundo estado, ni casa de tanta abundancia, que le pese a su dueño ver quebrarse una escudilla. Hay otro trabajo en la mudanza de Corte, y es, que si el Cortesano es pobre, no tiene con qué se ir, y si es rico, apégansele otros para que les dé en el camino de comer, y a las veces son tales los tales, que querría el hombre más ayudarles para la costa, que llevarlos en su compañía. ¿Qué diremos del pobre Cortesano, que al tiempo de la partida, le embargan por deudas la ropa? Miento, si no vi hacer ejecución en una mula, la cual había comido más de cebada, que después valió en él la moneda; y porque quedaba a deber al huesped una anega, le tomaron al triste Cortesano los guantes, y la toca. Unos para comer, otros para se vestir, otros para cumplir, otros para dar, y aun otros para jugar, no hacen en la Corte, sino importunar a sus amigos, y también buscar dineros prestados; y llégase después el día de [113] la pérdida, en la cual le citan delante de la justicia, le detienen en la posada, le lastiman de palabra, y aun le ejecutan la persona. Oh cuán inmenso trabajo pasan los que no se miden con lo que tienen; porque no han de gastar los hombres conforme a lo que la sensualidad pide, sino según lo que la hacienda sufre.

En hecho de gastar, no tienen tanta libertad los Cortesanos, como la tienen los plebeyos; porque en su propia casa cada uno gasta lo que quiere, mas en la Corte gasta el Cortesano aun lo que no tiene. En la Corte, y fuera de la Corte, deben los hombres trabajar hasta tener lo que han menester, mas de tal manera se han de haber en el gastar, que no gasten hasta se empeñar; porque el hombre que se aveza a vivir de prestado, no puede escapar de ser muy tramposo. Hambre, frío, calor, sed, soledad, pena, y tristeza han de sufrir los hombres generosos, y rostros vergonzosos, porque no los tengan en posesión que son desordenados en sus gastos, faltos en sus promesas, y sospechosos en sus palabras. Hay otro trabajo en las Cortes de los Príncipes, y es, la careza de los bastimentos, y la costa de las bestias; porque a las veces, más costa hace un caballo en la Corte de solo paja, que en otra parte de paja, y cebada. Pues si el Cortesano no es caballero, sino pobre, y quiere convidar a su amigo, lo que le ha de comer en un día, ha de ahorrar de su comer toda la semana.

Quien quiere comer bien en la Corte a los carniceros, fruteros, cazadores, pescadores, y gallineros, no sólo los ha de conocer, y hablar, mas aun favorecer, y convidar. Ya que vive en la Corte, en tanta necesidad se pone del regatón para que le provea su despensa, como del Oidor que le favorezca en su justicia. Que la carne, que la vaca, que la paja, que el pan, que la leña, que el vino, que la cebada, siempre algunos de estos vastimentos han de valer caros; porque en la Corte son muy pocas las cosas que se venden, y muchas las que se revenden.

Hay otro trabajo en ella, y es, que les vienen siempre cartas de amigos, para que les despachen negocios de los suyos, y de los de sus pueblos, y a las veces son de tan mala digestión, que querría el hombre más que le pidiesen dineros, que no que le encomendasen negocios.

Hay otro sinsabor en este caso, y es, que el que vino a traer las cartas, se va a posar a la posada del pobre Cortesano, al cual ha de dar de comer, y aun a su bestia mantener: por manera, que con la dilación del negocio tiene congoja, y con la estada del que vino costa. Si [114] por caso el negocio no va despachado, no piensan los que le enviaron, que fue por más no poder, sino por falta de privanza, o por sobra de negligencia. Una de las cosas que los hombres cuerdos sienten, es, que piensan sus parientes, y amigos que están fuera de la Corte, que todo lo tienen, y todo lo mandan, y todo lo pueden en la Corte; y como al tiempo que les encomiendan algo no pueden nada, ni mandan nada, más querrían los tristes verse por entonces muertos, que haber cobrado nombre de Privados. El que tiene parientes, y amigos, y aun hermanos en la Corte, no le aconsejo que vaya allá, en confianza que será por ellos mejor despachado, y más en breve librado: y la causa de esto es, que como entre los Cortesanos hay envidias, y competencia, y no pueden vengarse los unos de los otros, muéstranse apasionados en los negocios de los amigos. Estas, y otras cosas muchas pasan los infelices Cortesanos, a las cuales ninguno dará crédito, sino el que hubiere sido Cortesano. Si un Cortesano que fuese anciano, y cuerdo, se parase a contar los favores, y disfavores, las penurias, y abundancias, las amistades, y enemistades, los contentamientos y descotentos, y las honras e infamias que ha pasado en la Corte, creo que no nos escandalizaríamos de cuerpo que tal ha pasado, y de corazón que tal ha sufrido. Cuando a un Cortesano el Rey, no le oye, el Privado no le habla, el Contador no le libra, el Presidente no lo despacha, y el Pagador no le paga; lástima es verle, y por otra parte es pasatiempo oírle; porque luego dice, que es burla todo lo de este mundo, y que quiere meterse Fraile en un Monasterio. ¡Oh si diese yo tantos suspiros por mis pecados, cuantos dan los Cortesanos por sus desfavores! De que un Cortesano se ve enfermo, se ve solo, se ve triste, se ve aborrecido, con suspiros rompe los Cielos, y con lágrimas riega la tierra. Más fácilmente contaríamos los trabajos que Hércules pasó, que no los que un pobre Cortesano pasa; pues a los trabajos que habemos dicho podemos añadir, cómo le roban los mozos, le sisan los despenseros, le importunan los truhanes, le pelan las damas, y le roban otras mujeres, no muy honestas. Qué más, sino que si le ven con pluma, son todos a le desplumar, y si le faltan alas, no hay uno que le quiera socorrer. En las Cortes de los Príncipes, ninguna manera hay de vivir, que a todos pueda contentar; porque si el Cortesano calla, dicen que es necio, si habla nótanle de importuno, si gasta dicen que es pródigo, si guarda dicen que es avaro, si se está en casa acúsanle [115] que es hipócrita, si visita mucho que es entrometido, si anda muy acompañado dicen que es loco, si anda solo que es mísero; por manera, que la Corte es un teatro, donde unos de otros burlan; y al fin andan allí todos burlados. ¿Por ventura en lo que toca al dormir duerme el Cortesano cuando quiere? No por cierto, sino cuando puede: ¿Por ventura en lo del comer, come lo que quiere? No por cierto, sino lo que tiene: ¿Por ventura en el vestir, vístese como quiere? No, sino como a los otros ve. ¡Oh triste del Cortesano que en peinar el cabello, lavar la barba, sacar calzas, guarnecer espadas, renovar las botas, buscar cenogiles, proveerse de talavartes, comprar gorras, y aforrar capas, se le pasa la vida, y aun se le consume la mocedad! No estoy yo en la opinión de los que dicen, que no hay otros que sean libres sino los Cortesanos, lo cual no es de decir, ni menos de afirmar: porque si sirven, son de los que sirven esclavos, y sino sirven bien, muy necesitados.

Diga cada uno lo que quisiere, que donde hay necesidad no puede haber libertad. No hay cosa en el mundo más cara, como la que se compra, no por dineros, sino por ruegos. Las Cortes de los Príncipes, más son para ejercitarse los mancebos, que no para vivir los viejos; porque los mancebos tienen fuerzas para sufrir los trabajos, y no edad para sentir los enojos.

Vaya quien quisiere a la Corte, y procure detener oficios en ella, que hasta hoy hablé con hombre Cortesano, que la Corte tuviese contento; porque si es Privado, témese caer, y si está abatido, desespera de subir. El que ha de navegar, es obligado a se confesar, y el que va a la Corte deberíase también confesar, y aun comulgar; porque en la mar de cien naos, no peligran las diez, mas en la Corte, de mil Cortesanos, no medran los tres.


{Antonio de Guevara (1480-1545), Aviso de privados y doctrina de cortesanos (1539). El texto sigue la edición de Madrid 1673 (por la Viuda de Melchor Alegre), páginas 85-238.}

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