La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Aviso de privados y doctrina de cortesanos

Capítulo XVII
De cómo los Privados de los Príncipes se han mucho de guardar, de no tener conversación con mujeres deshonestas y despacharlas con brevedad a lo que son negociantes.


Tito Livio, y Plutarco dicen, que tenían los Romanos en tan suprema veneración a los hombres, que guardaban castidad, y a las mujeres que se preciaban de su virginidad, que les ponían estatuas en el Senado, los subían en los carros triunfales, se encomendaban en sus oraciones, repartían con ellos sus haciendas; y los adoraban como a Dioses: porque les parecía a ellos, que vivir en la carne sin carne, más era por obra divina, que no por industria humana. De Apolonio Tianeo escribe Filóstrato, que nació sin tener su madre dolores, que le hablaban a la oreja los Dioses, que resucitaba a los muertos, que sanaba a los enfermos, que conocía los pensamientos, que decía lo que había de ser, que le servían los Reyes, que le adoraban los Pueblos, y que se andaban tras de él los Filósofos: mas que con todas estas cosas, a ninguno espantó tanto, como fue con que jamás fue casado, ni [202] con alguna mujer infamado. Sobre el cerco de Cartago presentaron a Escipión una doncella Numidiana, que era cautiva, y hermosa: a la cual no sólo el buen Escipión no quiso tocar, mas aun la mandó libertar, y casar: y por cierto los escritores Romanos loan más a Escipión lo que hizo con aquella doncella, que no haber vencido a Numancia, libertado a Roma, asolado a Cartago, socorrido a Asia, y ennoblecido a su República: porque en todas aquellas ilustres hazañas, guerreaba a los otros, mas en el hecho de la carne peleaba contra sí mismo. Gran cordura han menester los hombres, para en este vicio saberse tener, y poderse valer, porque el apetito que tenemos de comer cada hora, aquel mismo tenemos de caer en este vicio cada día. Terrible, imó terribilísima guerra es, la que la carne hace al espíritu, y el espíritu padece de la carne: pues no se puede vencer, sino es huyendo las ocasiones, refrenando los deseos, castigando la carne, disminuyendo los bastimentos, creciendo en disciplinas, bañándose en lágrimas, y cerrando a nuestra voluntad las puertas. Ojalá el vicio de la carne fuese descalabradura, que tomarle yamos la sangre, fuese mal de corazón que aplicarle yamos una pictima, fuese mal de hígado que vutarle yamos, fuese mal de bazo que desopilarle yamos, o fuese mal de cólera que purgarle yamos: mas ay dolor, que es mal tan sin piedad, que ni quiere que le llamen médicos, ni sufre que le hagan regalos. No podemos negar ser grave la guerra que hay entre los de la República, y que es muy grave la que el marido, y la mujer tienen en casa: mas yo juro, y perjuro, que es muy más gravísima, la que tiene con su propia persona: porque a ninguno podemos con verdad llamar nuestros propios enemigos, sino son a nuestros propios deseos. En la posada de un Caballero Cortesano vi escritas estas palabras, las cuales con letras de oro habían de estar escritas, que decían asi:

En la guerra que poseo
Siendo mi ser contra sí:
Pues yo mismo me guerreo
Defiéndame Dios de mí.

El que esto dijo no me parece a mí que debía ser negocio, ni aun mal Cristiano, pues no buscaba dineros, ni hacía pertrechos, ni traía ingenios, ni llamaba a sus amigos que le favoreciesen contra sus enemigos, sino que solamente pedía favor, y socorro contra sus propios, y torpes deseos: en lo cual él tenía por cierto razón, porque de sus enemigos puédese hombre ausentar, mas de sí mismo es imposible huir. Cosa es por cierto más para llorar que no para [203] escribir, ver que muchedumbre de enemigos corporales no nos pueden atropellar, ni menos vencer, y después cuando no nos catamos estando a solas, este solo vicio nos hace tropezar, y caer. Ni que se acojan a sagrado, ni que asan del Sacramento, ni que se metan en Monasterio, ni que se suban al Reino, ni que destierren del Reino, ni que muden estado, abasta a los hombres mortales para poderse escapar de este vicio, sino que cuanto más en pos de él osaren correr, tanto de mayores riscos los ha de despeñar. Si para todos los vicios resistir, habemos de estar apercibidos, conviénenos contra este de la carne estar siempre armados: porque no hay vicio hoy en el mundo, de quien no escapen muchos, sino es el de la carne, donde atollan todos. Que sea esto verdad paréceme muy claro, en que la soberbia no reina, sino entre los no iguales, la ira entre los mal sufridos, la gula entre los golosos, la avaricia entre los ricos, la acidia entre los regalados: mas el pecado de la carne, generalmente entre todos. Por no se querer esforzar, y a este vicio resistir, vimos a los Reyes perder sus Reinos, a los Grandes sus Estados, a las casadas su fidelidad, y aun a las Religiosas su integridad: por manera, que es este maldito vicio como la chinche, que estando viva muerde, y estando muerta hiede. Ni supo David aprovecharse de su prudencia ni Salomón de su sabiduría, ni Absalón de su hermosura, ni Sansón de sus fuerzas: pues la fama que ganaron por tener como tuvieron tantas gracias, la perdieron por una conversacion de unas mujercillas. Olofernes, Aníbal, Ptolomeo, Pirro, Julio César Augusto, Marco Antonio, Severo y Teodosio, y otros grandes Príncipes con ellos ¿por ventura no vimos en su presencia de estos estar muchos Reyes sin coronas, y después vimos a ellos que delante de sus amigas, estaban de rodillas? Graves autores de los Lidios cuentan que entrando de súbito a hablar a Hércules, le hallaron en el regazo de su amiga, la cual le estaba sacando unos aradores de los dedos, y en la cabeza de Hércules estaba un zapato de su amiga, y en la cabeza de su amiga estaba la corona de él. También se escribe de Dionisio Siracusano, que siendo como era más cruel que las bestias, vino después a ser tan manso por manos de una su amiga, que se llamaba Mirta, que en las provisiones, y despachos que tocaban a la República, Dionisio los ordenaba, y Mirta su amiga los firmaba. Atanarico, famosísimo Rey que fue de los Godos, si la historia de los Godos no nos miente, todos los que le vieron triunfar de Italia, y señor de la [204] Europa, le vieron tan enamorado, y tan perdido de su amiga Pincia, que si ella peinaba a él los cabellos, el buen Rey masolaba a ella los zapatos. Temístocles famoso Capitán que fue entre los Griegos, este tan ilustre varón se enamoró de una mujer que en la guerra de Egipto había tomado cautiva: la cual como enfermase gravemente, todas las veces que se purgaba ella, se purgaba también él, y si la sangraban a ella sangraban también a él: y lo que más es, que con la sangre que sacaban a ella del brazo, se lavaba él el rostro: por manera, que con verdad podremos de ellos decir, que si ella era prisionera de él, él era cautivo de ella. Cuando el Rey Demetrio tomó a Rodas, cautivó allí una mujer muy hermosa, la cual él tomó por amiga: andando, pues, los tiempos, y creciendo entre ellos los amores, fue el caso, que como ella hiciese con él de la enojada, y no quisiese asentarse con Demetrio a comer, ni menos irse a dormir, no acordándose Demetrio que era Demetrio, no sólo pidió perdón a ella de rodillas, mas aun la llevó hasta la cama a cuestas. Mirónides el Griego, ni porque venció al Rey de Beocia, dejó él de ser vencido de los amores de su amiga Numida, y como él se enamorase de su persona de ella, y ella se acodiciase a lo que tenía él, hubiéronse de convenir, en que le dio a ella todo cuanto había tomado en la guerra de Beocia, porque ella dejase dormir a él con ella en su cama una noche. En diecisiete años que tuvo Aníbal guerra contra Roma, nunca fue vencido, hasta que los amores de una moza le vencieron en Capua, y por cierto que podremos con verdad decir, que fueron para él crueles dolores, más que dulces amores, pues de allí le sucedió, que después de haber tantos años acoceado a Italia, vino a ser vencido en los campos de su tierra. De Falaris el tirano, dice Plutarco en los libros de su República, que jamás condescendió a ruego que hombre bueno le rogase, ni negó cosa que mujer mala le pidiese. No pequeño, sino muy grande escándalo se levantó en la República Romana, a causa que el Emperador Calígula dio no más de seis mil sestercios para reparar los muros de Roma, y dio por otra parte cien mil sestercios para aforrar una saya de su amiga. De todos los ejemplos sobre dichos se puede colegir, cuán peligrosa cosa es al Cortesano con mujeres de mala arte tratar: porque la mujer tiene la propiedad de la liga, es a saber, que es fácil de tomar, y muy difícil de despegar. Arriba rogamos a los Cortesanos, y Privados, de dos de los Príncipes, que no fuesen [205] absolutos en el mandar: aquí les amonestamos, no sean disolutos en el adulterar, porque en este vicio de la carne, aunque no es el más grave en la culpa, es el más peligroso de todos para la fama. No hay hoy en el mundo Rey, ni Prelado, ni Caballero tan derramado, que no quiera que su criado sea recogido: por manera, que el Privado que disolutamente quisiere vivir, es imposible que en la privanza pueda mucho tiempo permanecer. A muchos hemos visto en las casas Reales, y aun también en las Repúblicas, perder sus haciendas, y caer de sus honras; no por la soberbia que mostraron, ni por la envidia que tuvieron ni por las riquezas que robaron, ni por las blasfemias que dijeron, ni por las traiciones que cometieron, sino por la fama que con mujeres tuvieron: porque las mujeres son como los erizos, que sin ver, ni saber qué tienen en las entrañas, nos sacan primero sangre con sus espinas. No se debe nadie fiar, ni menos confiar, en pensar que si algo hiciere o cometiere que ni el Rey lo sabrá ni por la Corte se divulgará: porque es de tal calidad este vicio, que si se puede cubrir con las cortinas, no se puede encubrir a las lenguas. Por cuerda, por sabia, y discreta que sea una mujer, a la hora que condesciende a lo que le van a rogar, en la misma hora se determina de a otra amiga suya lo descubrir: porque las tales, más se precian de ser amigas de un Privado, que no de ser fieles a su marido. En las Cortes de los Príncipes vi a muchas mujeres, que de verdad eran humildes, piadosas, pacientes, caritativas, prudentes, devotas, y honestísimas, mas entre todas ellas a ningunas conocí que fuesen secretas, sino que todo lo que un hombre quisiere que sea muy público, dígaselo a una mujer en muy gran secreto. No sé en qué cae esto, que vemos a una mujer que trae sobre sí una madeja de cabellos, una cofia, un trenzado, un tocado, unos chocallos, una gorguera, una camisa, una basquiña, una saya, un mongilón, un manto, unas gargantillas, ajorcas, unos anillos, unos chapines, un sombrero, y puede traer sobre su cuerpo toda esta ropa, y no puede guardar en su pecho una palabra secreta. Cosa es de ver, lo que un Cortesano hace por una mujer alcanzar, es a saber, que palabras le dice, qué suspiros le echa, qué servicios le ofrece, qué joyas le presenta, qué torres de viento le hace, qué congojas finge, y qué mentiras le hace en creyente: y como las mujeres son de esta calidad, que son vanas, y livianas, con pequeños dones se vencen, y con muy pocas palabras se engañan. Estánse, [206] pues él, y ella juntos un año, y dos, y tres, y cuatro años: y no es mucho si son cinco, y como digo años, no será mucho que sean meses, al cabo de los cuales entra entre ellos tal odio, que él aborrece lo que antes amaba, huye de lo que seguía, pena con lo que descansaba, empalagóse con lo que comía, y no puede mirar aun a ella a la cara: por manera, que si anduvo tres años por la alcanzar, anda después seis por de sí la sacudir. Guárdense los Cortesanos, y Privados, de tomar en cada parte amores juveniles, y deshonestos, que el frescor, y el calor, y el olor de la rosa tras que andan, no les dura una hora, y las punzadas, y heridas de la zarza, les dura toda su vida. En ninguna cosa puede un hombre tanto errar como es en osarse de una impúdica mujer encargar: porque si la quiere en la Corte traer consigo, esle costa, esle afrenta, y es le conciencia: pues si la quiere despedir, dice ella, que no se quiere ir; y si por fuerza la quiere echar, primero en media Corte se ha de saber: por manera, que cosas que habían pasado entre ellos muy delicadas son después a todos notorias. No inmérito dijimos que se le sigue al Cortesano gran costa de traer consigo a una mujer enamorada: porque ha de dar a una moza que la sirva, a la huesped que la encubra, al alguacil que disimule, al aposentador que la aposente, al paje que la visite, y a ella con que se sustente: por manera, que a las veces cuanto un triste Cortesano puede ganar, para sustentar una amiga, lo ha menester. Ténganse por dicho los Cortesanos, que no pueden permanecer mucho tiempo en los amores, ni aun los pueden tener muchos días encubiertos: porque el ama que lo encubrió, o la alcahueta que lo negoció, o el paje que lo solicitó, o el vecino que lo vio, o el criado que lo sospechó, o la madre que la vendió, lo vienen a descubrir, y del descubrir vienen a reñir, y del reñir vienen a se infamar: por manera, que de grandes enamorados, vienen a ser crueles enemigos. No es tan malo el gorgojo para el trigo, la langosta para las mieses, el pulgón para las viñas, el gusano para la fruta, la carcoma para la madera, y la polilla para la ropa, como la mujer que en otro tiempo fue amiga, y después se tornó enemiga: porque la tal en el tiempo de la amistad metió a saco la hacienda, y después que se apartaron, hacer carnicería en la fama. ¿Qué diremos, pues, del Cortesano que tiene una amiga, y se atreve a tomar otra? Digo que al tal más le valiera no nacer, que con tal mujer conversar: porque a la primera amiga no la amansará con ruegos, [207] ni la halagará con dádivas, ni la callará con promesas, ni la satisfará con lisonjas, ni aun la sojuzgará con amenazas. No es el mar Océano tan bravo, ni el cuchillo del verdugo tan cruel, ni el rayo tan furioso, ni el trueno tan espantoso, ni el alacrán tan ponzoñoso, como lo es una mujer mala, cuando tiene sospecha que su amigo anda con otra: porque a él infama, a la amiga persigue, a los vecinos escandaliza, a los parientes se queja, a la justicia avisa, a los Provisores lo denuncia, y sobre ellos, como sobre enemigos, siempre tiene espía. Ojalá tuviese el Cortesano tanta cuenta con su conciencia como la tiene su amiga con su vida: porque le hago saber, sino lo sabe, que ella acecha a él todos los pasos que anda, y le cuenta todos los bocados que come, y le pide celos de todo lo que hace, y se pone a adivinar todo lo que quiere: por manera, que quien quisiere tomar de su enemigo una muy cruda venganza, granjéele que tome una mala mujer por amiga. No piense que tiene pequeña guerra, el que a su amiga ha cobrado por enemiga: porque el hombre honrado, más ha de temer a la lengua de la mujer, que no al cuchillo del enemigo.

Quererse ningún hombre de bien poner con una mujer en cuenta, no es más que querer lavar un césped, o un adobe en el agua, sino lo que debe hacer es, no pedir este cuenta en lo que ha dicho, sino poner en medio en que no diga más: porque las mujeres quieren supremamente gozar de lo que aman, y seguir hasta la muerte a lo que aborrecen. Guárdense, pues, mucho de andar en semejantes pasos, los que tienen en las casas Reales preeminentes oficios: porque no se sufren, que por ser ellos de los Príncipes Privados, han de ser en los vicios más exentos que todos. Por ninguna manera conviene al que es privado, osarse estar con alguna infame mujer avisado, porque a mejor librar, él escapará de sus manos de ella dañada la conciencia, escandalizada la parentela, consumida la hacienda, enferma la persona, destruida la fama, y ella cobrada por enemiga: porque no hay mujer que en el amar tenga orden, ni en el aborrecer tenga fin. ¡Oh cuánto aviso han de vivir los que en las Cortes de los Príncipes han de andar! Porque van a sus escritorios muchas mujeres, no sólo a negociar, mas a se ofrecer, no sólo a pleitear, mas aun a se concertar, y el concertarse, no será con quien le pedía la hacienda, sino con él que le requería la persona. Los criados, y Privados de los Príncipes, de toda mala compañía de mujeres [208] deben estar limpios, y mucho más de las que delante de ellos tienen negocios: porque gran ofensa harían a Dios, y gran traición al Rey, y a que no pueden enviarlas despachadas, las enviasen infamadas. A mucho se obliga el que de mujer negociante se prenda: porque a la hora que ella le empeñó su persona, ya quedó él obligado a desmarañar su causa. No sin lágrimas lo digo esto que quiero decir, y es, que vienen muchas mujeres a las Cortes de los Príncipes con negocios de mala condición, y aun de mala digestión, las cuales toman por medio de encomendarse, o por mejor decir, arrimarse a un Privado, o a otro que esté favorecido, y después cuando no se catan, el injusto fornicio hizo, que el pleito de ella fuese justo. Miento si no me aconteció en la Corte con un oficial del Rey, que rogándole yo por los negocios de una huesped mía, él me preguntó si era hermosa, y como yo le dijese que era asaz hermosa, respondió él: Enviadla acá señor maestro, que con toda voluntad entenderé en su negocio: porque os hago saber, que mujer hermosa nunca fue de mi casa mal despachada. Muchas mujeres andan en la Corte absolutas, y disolutas, las cuales no contentas con despachar sus negocios, se ofrecen, y traen por granjería despachar otros negocios ajenos: por manera, que acaban ellas con halagos, lo que no pueden acabar hombres muy graves con ruegos. Deben también los Privados de los Príncipes ser recatados, no sólo con la conversación que con mujeres han de tener, mas aun en la manera que las han de oír: por manera, que a todo lo que ellas les dijeren guarden secreto, mas el lugar a do las han de oír, ha de ser público.


{Antonio de Guevara (1480-1545), Aviso de privados y doctrina de cortesanos (1539). El texto sigue la edición de Madrid 1673 (por la Viuda de Melchor Alegre), páginas 85-238.}

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