La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Aviso de privados y doctrina de cortesanos

Prólogo,
en el cual toca el autor por muy alto estilo
qué es lo que ha de hacer el amigo por su amigo.


Propone el autor

Platón el muy famoso Filósofo preguntado por los de su Academia, por qué tantas veces iban desde Atenas a Sicilia (como de verdad el camino que había de pasar fuese en sí muy largo, y el mar que navega era muy peligroso) respondió: La causa porque voy desde Atenas a Sicilia es, por ver a Foción, varón que es muy justo en lo que hace, y prudente en lo que dice, y como es amigo mío, y enemigo de Dionisio, voy también allá para ayudarle con lo que tuviere, y aconsejarle con lo que supiere: y díjoles más Platón: Hágoos saber, discípulos míos, que el buen Filósofo por visitar, y socorrer a un amigo, y por ver, y comunicar a un hombre bueno, poca jornada se le ha de hacer atravesar todo el mundo. Apolonio Thianeo partió de Roma, caminó por toda Asia, navegó por el río Nilo, padeció los fríos del monte Cáucaso, sufrió los inmensos calores de los montes Rifeos, atravesó las tierras de los Masagetas, y entró en la gran India: y esta tan peregrina peregrinación hizo él, no por más de por ver, y comunicar al gran Filósofo Hiarcas su amigo. Agesilao (Capitán que fue muy nombrado entre los Griegos) como supiese que el Rey Hicario tenía preso a un Capitán su amigo, pospuestas todas las cosas, y atravesando grandes tierras, caminó para allá, y allegando al Rey Hicario, dijo estas palabras: Mucho te ruego (¡oh Rey Hicario!) seas servido de perdonar a Miniote mi único amigo, y vasallo que es tuyo; porque todo lo que hicieres por su persona, todo lo asienta a mi [88] cuenta, que al fin no podrías a él castigar en el cuerpo, que a mí no lastimases en el corazón. El Rey Herodes, después que Marco Antonio fue vencido por Augusto, vínose para Roma, y puesta su corona a los pies del Emperador Augusto, díjole con muy gran ánimo estas palabras: ¡Oh gran Augusto, sabe sino lo sabes, que si Marco Antonio creyera a mí, y no creyera a Cleopatra su amiga, tu sintieras cuán enemigo era yo tuyo, y él viera cuán leal amigo era yo suyo: mas él como hombre que se gobernaba más por lo que una mujer le decía, que no por lo que la razón le persuadía, de mí tomaba los dineros, y de Cleopatra los consejos; y díjole más: He aquí a mi Reino, y a mi persona, y a mi corona puesta a tus pies: todo lo ofrezco a tu servicio, si dello te quieres servir, mas con tal condición, oh invencible Augusto, que no mandes oír ni decir mal de mi señor Marco Antonio, dado caso que fuese ya muerto, pues sabes tú que los verdaderos amigos, ni por muerte se han de olvidar, ni por ausencia despedir. Julio César último Dictador, y primero Emperador Romano, tuvo tan estrecha amistad con el Cónsul Cornelio Fabato que como caminasen ambos juntos por los Alpes Gálicos, y la noche los tornase en una choza, y viniese malo el Cónsul Fabato, dejó el buen Julio César toda la choza, para do reposase su amigo: y él salióse a dormir a la nieve, y al frío.

De los ejemplos que habemos puesto, y de muchos más que se podrían poner, se puede colegir, cuánta fidelidad han de tener entre sí los verdaderos amigos, y a cuántos peligros se han de poner los unos por los otros: porque no cumple el amigo con el amigo, con solamente de él en los trabajos se compadecer, sino que es obligado ir con él a morir. Aquel sólo se puede llamar verdadero amigo que da de lo que tiene, sin que se lo pidan, y va al socorro de su amigo sin que le llamen. No hay hoy en el mundo tal género de amistad como este que habemos dicho: sino que ningún amigo quiere con lo que tiene, a otro amigo socorrer, ni menos en los trabajos favorecer, y si por caso uno a otro acude, a tal tiempo acude, que es ya más tiempo de llorarle, que no de remediarle. Es también de saber, que las amistades para que sean perpetuas, y verdaderas, no han de ser con muchas personas, conforme a lo que dice Séneca: Amigo mío Lucilo aconséjote, que seas amigo de uno, y enemigo de ninguno. Tener los hombres muchos amigos trae consigo gran importunidad, y disminuye la amistad: porque considerada la libertad del corazón, es imposible que uno se haga a la condición de [89] muchos, ni que muchos se conformen con la condición de uno. Tulio, y Salustio fueron dos Oradores muy afamados entre los Romanos, y ellos entre sí muy mortales enemigos: y en esta competencia, tenía Tulio por amigos a todos los del Senado, y Salustio no tenía otro amigo en Roma, sino sólo Marco Antonio. Habiendo, pues, un día palabras entre sí los dos Oradores, dijo Tulio a Salustio con gran enojo: ¿Qué puedes tú hacer, ni qué puedes tú poder contra mí, pues sabes que tú no tienes en toda Roma más de un amigo, que es Marco Antonio, y no tengo yo más de un enemigo que es el mismo? Respondióle a esto Salustio: ¿Preciaste, oh Tulio, que no tienes más de un enemigo y motéjasme que yo no tengo más de un amigo? Pues yo espero en los inmortales dioses, que el solo enemigo que tú tienes, basta para te echar a perder: y el solo amigo que yo tengo, basta para me conservar. Después destas palabras, no pasaron muchos días, en que el Marco Antonio mostró la amistad que tenía con el uno, y la enemistad que tenía con el otro, porque a Tulio mató, y a Salustio sublimó. Puede el amigo partir con su amigo todo lo que tiene, es a saber, el pan, el vino, la ropa, los dineros, el tiempo, y la conversación, mas no puede partir el corazón, porque el corazón no se sabe partir, ni repartir, sino que a uno, y no a muchos se ha de dar. Presupuesto que es verdad, como es verdad, es a saber, que el corazón no se puede partir, sino que él sólo a un solo amigo se ha de dar: necesario es, que si uno quiere tener muchos amigos, ha de ir a las carnicerías a comprar muchos corazones. Muchos se precian, y como por gloria tienen, tener muchos amigos: y hecha la pesquisa de qué, y para qué sirve aquella letanía de amistad, hállase, que no es para más de para comer, beber, pasear, y murmurar, y no para que uno a otro en sus necesidades se socorran con dineros, ni se favorezcan en los trabajos, ni se reprehendan de los vicios; lo cual no había de ser así, porque donde hay verdadera, y limpia amistad, ni mi amigo a mí, ni yo a mi amigo, nos habemos de disimular vicio ninguno.

Decía Ovidio en el arte del amar, que es tan estrecha la ley del verdadero, y no fingido amor, que en tu corazón no ha de haber otro amor sino el mío, y en el mío no ha de tener otro parte, sino el tuyo; y porque no es otra cosa el amor, sino un corazón que vive en dos cuerpos, y dos cuerpos que sirven a un corazón. No hay en el mundo igual tesoro, como es hallar un verdadero amigo, porque teniendo fiel amigo, descúbrele hombre su [90] corazón cuéntales sus pasiones, confíanle su honra, guárdale su hacienda, socórrele en sus trabajos, aconséjale en los peligros, alégrase en su prosperidad, y llora con él en la adversidad; finalmente digo, que ni deja de servirle siendo vivo, ni deja de llorarle después de muerto. Buena es la plata, bueno es el oro, buenos son los parientes, y buenos son los dineros, mas sin comparación son mejores los amigos; porque todas estas cosas no nos sacan de necesidad, sino antes nos la ponen, no nos alegran, sino que nos entristecen, no nos socorren, sino que nos alancean, no nos avisan, sino que nos engañan, no nos adiestran, sino que nos descaminan, y cuando nos descaminan échannos por las breñas donde nos embosquemos, y por los riscos donde nos despeñemos. No tiene estas condiciones el verdadero amigo, sino que por la menor cosa que toque a su amigo, no teme la hacienda gastar, ni con su persona trabajar, ni muy lejos peregrinar, ni competencias tomar, ni donde en ventura la vida poner: y lo que más es de tener que como el corazón, y las entrañas le arden de puro amar, querría él mucho más por su amigo padecer. A Jenócrates el Filósofo ofreció el Magno Alejandro grandes dones, los cuales el gran Filósofo no quiso ver, ni menos recibir, y preguntado por el Magno Alejandro, que pues no los quería recibir, si tenía algunos deudos a quien aquellos donde pudiese dar; respondió el Filósofo: Hermanos, y hermanas tengo, oh Alejandro, mas yo no tengo a ninguno por deudo, sino a mi amigo, y este amigo que tengo no es más de uno sólo; al cual no hay necesidad de darle ninguna cosa, porque no por más de por ser menospreciador de las cosas del mundo le elegí yo por amigo. No poco profunda es esta sentencia de Jenócrates, para quien la quisiere profundamente sentir; pues no pocas, ni muchas veces acontece, que los inmensos trabajos y los grandes peligros y continuas necesidades que padecemos en esta vida, nuestros propios deudos nos las causan, y después nuestros amigos nos las remedian. Presupuesto, pues, que habemos de elegir amigo, y que éste ha de ser uno sólo, mire cada uno lo que hace, y en la tal elección no se eñgane: porque muchas veces acontece, los que en esto no advierten, que admiten a su amistad algún hombre; el cual es tan codicioso, mal sufrido, hablador, sedicioso, y bullicioso, que mucho menos mal nos fuera tenerle por enemigo que cobrarle por amigo. Entre otras, estas condiciones ha de tener, el que por nuestro cordial amigo habemos [91] de elegir, es a saber, que sea en la condición humilde, en la contratación amoroso, en los trabajos esforzado, en las injurias sufrido, en el comer sobrio, en las palabras medido, en los consejos grave: y sobre todo que sea constante en la amistad, y fiel en los secretos. Al hombre que estas condiciones viéremos tener, seguramente por amigo le podemos elegir: mas si alguna destas cosas viéremos en él faltar, de él como de pestilencia debemos de huir: pues es cierto que se ha de tener por muy peor compañía el amigo avieso, que el enemigo claro, porque al uno fiamos las entrañas, y al otro resistimos con las armas.

Escribiendo Séneca a Lucilo su amigo, le decía así: Oh Lucilo, ruégote que todas las cosas determines con tu amigo, mas también te aviso, que mires primero qué tal es el amigo, porque no hay mercadería en que tanto los hombres se suelen engañar, como es en no saber los amigos escoger. Visto lo que dice Séneca, seríamos de parecer, que pues ninguno compra caballo, sin que primero le corra, ni paño, sin que lo tiente, ni vino, sin que lo mida, ni carne, sin que la pese, ni trigo, sin que lo vea, ni casa, sin que la aprecie, ni instrumento sin que le toque: muy más justo es, que no elija amigo, sin que le examine: porque todas estas otras depositámoslas en casas diversas mas al amigo encerramos en nuestras entrañas propias. Del Emperador Augusto dicen los que de él escribieron, que era muy pesado en recibir amigos, mas que después de recibidos, era muy constante en conservarlos, por manera, que jamás recibió amigo, sin que primero le probase, ni jamás despidió amigo por enojos que le hiciese. Sea pues el caso, que de tal manera se hayan entre sí los verdaderos amigos, que si el uno de ellos estuviere próspero, no se queje de sí mismo de lo que a su amigo pudiera favorecer: y el que está abatido, no reclame de lo que el otro pudiera por él hacer: porque hablando la verdad, donde hay amistad verdadera, para ninguna cosa se debe poner excusa. Las amistades de los mozos, comúnmente previenen de andar pareados en los vicios: ya estos tales muy mejor los podemos llamar vagamundos, que no amigos verdaderos: porque no se puede llamar amistad, la que es en perjuicio de la virtud. Séneca escribiendo a Lucilo dice: Ni dudes, ni dudo, mi Lucilo, ni has de pensar, que tengo otro mayor amigo que a ti, en todo el Imperio Romano; mas junto con esto tente por dicho, que entre mí, y ti, no es la amistad tan estrecha, para que por ti me atreva a hacer cosa fea: porque si amor te dio mi [92] libertad, la razón libertó en mí de virtud.

Prosigue el Autor

Aplicando, pues, lo dicho, a lo que queremos decir, digo que yo señor, ni quiero confesar que soy vuestro siervo, porque sería más temeros que amaros, ni quiero preciarme que soy vuestro deudo, porque os sería muy importuno, ni quiero alabarme que nos conocimos, en el tiempo pasado, porque os tenía en poco, ni quiero jactarme que soy ahora vuestro particular privado, porque presumiría mucho: lo que yo confesaré es, que le amo como amigo, y vuestra señoría a mí como a prójimo; aunque es verdad, que él como valeroso, me ha mostrado la amistad en buenas obras, y yo a él como hombre flaco no más de en buenas palabras. Plutarco en su Política decía, que a nuestros amigos aunque estuviesen prósperos, o habitados, o necesitados, muy mejor era venderles caro, las obras, que no darles de balde palabras.

No es tan general la regla de Plutarco, que no acontezca alguna vez ser de una parte las palabras tan altas, y tan provechosas, y por otra parte las obras tan pocas, y tan tibias, a que no se satisface más un corazón con oír hablar dulcemente a uno, que con los fríos servicios que le hace otro. Plutarco en el libro de Brutis dice: que estando un día Dionisio el tirano comiendo, y el Filósofo Crisipo allí con él hablando sobrevino uno con unos panales de miel a presentar a Dionisio, y como Crisipo cesase de sus razones, y persuadiese a Dionisio que probase de aquellos panales, respondió Dionisio: Prosigue, y no ceses tu plática Crisipo, que muy mayor sabor toma mi corazón, en oír tus palabras dulces, que no mi lengua en comer de los panales de las colmenas, que como tú sabes, los panales empalagan el estómago, mas las buenas palabras despiertan el corazón. El Magno Alejandro en más tuvo a solo Homero siendo ya muerto, que no a todos los que eran vivos en el mundo: y esto no por lo que Homero le sirvió, ni porque Alejandro le alcanzó, sino por los libros que escribió, y por los famosos dichos que en ellos puso: y de aquí es, que el libro de los famosos hechos de Troya, que se llamaba la Ilíada traía Alejandro en el seno de día, y poníale debajo la almohada de noche. En recompensa, pues, señor de las buenas obras, he querido componeros, y ofreceros esta obra, mediante la cual os ofrezco mis deseos, mis estudios, mis [93] trabajos, y mis vigilias, las cuales cosas todas doy yo por bien padecidas si esta mi escritura fue grata al señor que se dedica, y provechosa a la República. Si de mi señor tenéis algún crédito, y a esta escritura quisiéreis dar crédito, conoceréis en ella muy claro, que os hablo a la clara como amigo, y no que os engaño como lisongero porque los privados de los Príncipes si se pierden es, por decirles todo lo que les aplaze, y ninguno lo que les cumple. Salustio en el libro de Bello Iugurtino dice, que los hechos heroicos, y las hazañas famosas no era de menor gloria el Cronista que las escribía, que al Capitán que las hacía, porque muchas veces acontece, que muere el Capitán que dio la batalla, y si hasta hoy vive la fama, no es por lo que en él vemos, sino porque de él leemos.

Podemos al propósito desto decir, que por tan peculiar amigo se debe tener, el que da a su amigo buenos consejos, como el que le hace muchos servicios: porque según decía el buen Marco Aurelio a su Secretario Penecio: paga de muchas mercedes, un hombre solo la puede hacer, grandes mercedes son menester. Si a las historias antiguas queremos dar fe, hallaremos por verdad, que los Emperadores virtuosos, y los Reyes virtuosos, y los Capitanes esforzados, cuando había de ir a conquistar a sus enemigos, primero tomaban a un Filósofo o elegían a un buen hombre con quien se aconsejar, que no hiciesen gente para pelear. Cotejados los tiempos pasados con los presentes, parécenos a los que algo habemos leído, que aquellos era firma grana, y estos mala polilla: aquellos eran calma, y estos fortuna: aquellos metal, y estos escoria: aquellos caña, y estos hueso: aquellos día claro, y estos nublado, porque ya en las Cortes de los Príncipes, y en las casas de los grandes señores, más se precian de tener un truhán que los regocije, que no a un hombre sabio que los aconseje. El Magno Alejandro, en todas las guerras que tuvo, trajo consigo siempre al Filósofo Aristóteles. Ciro Rey de los Persas, al Filósofo Quilo. El Rey Ptolomeo el Filósofo Pitino Pirro Rey de los Epinotas al Filósofo Zoriro; el Emperador Augusto al Filósofo Simónides; Escipión Africano al Filósofo Sófocles; el Emperador Trajano al Filósofo Plutarco: El Emperador Antonio Pío al Filósofo Gorgios. Estos tan esclarecidos Príncipes, no traían consigo tan grandes Filósofos para hacerlos pelear, sino para con ellos se aconsejar, por manera, que las famosas batallas que [94] vencieron, y los grandes triunfos que alcanzaron, no menos los alcanzaron por los consejos que les dieron los Filósofos que por esfuerzo de sus ejércitos. El mayor, y más alto beneficio que un amigo puede hacer a su amigo, es, en algún grave negocio acertar a darle un buen consejo, y no sin gran misterio decimos acertar, y no dar: porque muchas veces acontece, que los que pensaban remediarnos con sus consejos, nos metieron en mayores peligros. Preguntado Séneca por el Emperador Nerón, qué le parecía de Escipión Africano, y de Catón Censorino, respondió él: A mi parecer, tan necesario fue que naciese Catón para la República, como Escipión para la guerra, porque el buen Catón alcanzaba los vicios de la República con sus buenos consejos, y el esforzado Escipión resistía a los enemigos con sus grandes ejércitos. Después de lo que Séneca dijo, decimos, que a mucho se atreve, el que de veras a dar consejo a otro le atreve: mas también decimos, que si acierta a se lo dar, conforme a lo que su amigo había menester, tanta gloria tiene él por darle, como el otro por aceptarle. Conforme a los Filósofos antiguos, que iban a las guerras, no a pelear, sino a aconsejar, quiero señor para lo que toca a vuestro servicio, y más a vuestro provecho, tomar oficio de Filósofo, y por primilla de Filosofía digo que si quisiéreis tomar los consejos que le envía mi pluma, donde aquí le prometo, y a ley de bueno le juro, le aprovecharán tanto para conservarse en el estado de privado, como le aprovechará a servir los que otros le hicieren para ser rico. Si toma juramento a Platón, y a Sócrates, y a Pitágoras, y a Diógenes, y a Licurgo, y a Quilo, a Pítaco, y a Apolonio, y a toda la otra flota de Filósofos, jurarán, y afirmarán, que la fidelidad del hombre no consiste en mucho poder, ni tener, ni valer, sino en mucho merecer: porque la honra, o la privanza, o la grandeza desta vida, más vale el hombre que la merece, y no la tiene, que el que la tiene, y no la merece. Muy grande, y muy encumbrada es la privanza, donde os ha encumbrado fortuna, y por estos debéis señor menos que otro Cortesano fiaros de ella: porque a los superbos edificios derruecan los terremotos; y sobre los más altos montes caen los rayos; y por los Pueblos más generosos entra la pestilencia; y en los ramos más verdes arman a los pájaros la liga; y la calma más quieta es señal de mayor tempestad, y la salud muy prolongada es vigilia de grave enfermedad: quiero por lo dicho decir que los que están en altos estados, están a caer más sujetos. Augusto el Emperador [95] preguntó al Poeta Marón, qué debía hacer para el Imperio se sustentar, y a la República agradar; a lo cual le respondió el Poeta: Para en el Imperio te conservar, mi parecer es, oh gran César, que te mires, y examines a ti mismo, y cuanto hallares que a los otros de tu Imperio excedes en grandeza, trabajes mucho de los sobrepujar en nobleza: porque no es digno de mandar a muchos, el que en las virtudes no sobrepuja todos. Los que en las Cortes de los Príncipes tienen preeminentes oficios, deben animarse a ser virtuosos irse a la mano en los vicios: porque de otra manera, más infamados están con un sólo vicio, que honrados con el oficio.

Concluye el Autor

Conforme a lo que el Poeta Marón dijo al Emperador Augusto; paréceme señor, os debéis mirar, y considerar quién sois, qué podéis, y qué tenéis, y qué valéis, y hallaréis que entre los Conciliarios sois el mayor, entre los ricos el mayor, entre los que tienen crédito el mayor, entre los fortunados el mayor, entre los de vuestra patria el mayor, entre los de vuestra patria el mayor, entre los Secretarios el mayor, entre los Secretarios el mayor, entre los Comendadores el mayor; y pues esto es así, no es por cierto justo seáis entre los virtuosos el menor. Ninguno se puede preciar de bueno por el poder, ni por el tener, ni por el valer, ni por la privanza, ni por la grandeza, ni por la gentileza que tiene, sino por las buenas obras que hace: porque con ninguna cosa nuestro corazón tanto se alegra, como cuando hacemos, no lo que queremos sino lo que debemos. Loan, y nunca acaban de loar los escritores antiguos, en el Magno Alejandro la grandeza, en Ptolomeo la Ciencia, en Numa Pompilio la justicia, en Julio César la clemencia, en Augusto la paciencia, en Trajano la verdad, en Antonino la piedad, en Constancio la temperancia, en Escipión la continencia, y en Teodosio la humildad de manera, que estos tan altos Príncipes, más fama ganaron por las virtudes que tuvieron, que no por los triunfos que alcanzaron. Por mucho que sea un hombre vicioso, y regalado, absoluto, y disoluto, decimos, y afirmamos, que todas las veces que tornan sobre si, y consideran quiénes han sido, y quiénes son, es imposible, que no dé más tormento a su corazón los vicios pasados, que no placer a su cuerpo los regalos presentes. Ni el pulgón para las viñas, ni la langosta para las mieses, ni la polilla para la ropa, ni la carcoma para la madera, es tan perniciosa, cada cosa para cada cosa, como lo es el vicio para entristecer la persona: porque no [96] nos alegran tanto los vicios cuando los cometemos, como nos entristecen cuando dellos nos acordamos. He querido, señor, repasar mis memoriales, rememoriar mi memoria, emprensar a mi juicio, y buscar nuevo género de estudio, y esto no para más, de para buscar palabras dulces, doctrinas varias, e historias peregrinas, con que le pudiese desamodorriar de las cosas del mundo, y animarle a ser mucho más y más virtuoso; porque los criados de los Príncipes, cuanto más cargan de negocios, tanto más andan extraños de sí mismos. Pasmo padece, y de modorra está tocado, el que con otros, y por otros ocupa todo el tiempo, y no toma para su ánima, siquiera un momento. Gran descanso tomaría mi corazón, si estuviese cierto, que he acertado en la doctrina que le envió en este libro, y no errado en los consejos que le he dado: de manera que la obra a él aprovechase, y a mí satisfaciese. Y porque exprimamos, señor, más la materia, y alegremos la herida, y hagamos cabezear las venas, y no quede nada sobre sano; si hasta aquí le he hablado claro, ahora le quiero hablar más claro, y será como de amigo, amigo. Estas pocas palabras, con todas las demás que en este libro van escritas, recibirlas ha, como de quien desea más ayudarle a salvar el ánima, que no a ganarle la voluntad.

Noten estos diez consejos los privados de los Príncipes

Ni descubráis, Señor, todo lo que pensáis, ni mostréis todo lo que tenéis, ni toméis todo lo que queréis, ni digáis todo lo que sabéis, ni aun hagáis todo lo que podéis; porque el camino de perderse el privado del Príncipe, es cuando hace lo que la sensualidad le manda, y no lo que la razón le aconseja.

Guardáos, Señor, en que las cosas que tocan a la persona, a la honra, a la hacienda y a la conciencia, no las confiéis muchas veces de la fortuna; porque si el privado del Príncipe es cuerdo, nunca se arrojará al peligro, con pensar que está el remedio en su mano.

Aunque os digan todos que todos os socorrerán al tiempo del menester, yo señor os digo, que a ellos, ni a mí querría que hubiéseis menester; porque muchos de los que se ofrecen a tomar por nosotros armas, son después los primeros que nos arrojan las piedras.

En los negocios extraños, no os metáis mucho a lo hondo, y en los propios vuestros, guardaos de hacer fuerza al tiempo; porque guiándoos desta manera, conservaros heis en lo que sois ahora, y sino podría ser que os [97] pusiéseis a contar quien solíais ser.

El peligro que tienen los que están muy encumbrados, y en riscos, muy enriscados es, que los tales no pueden descender sino caer: y por eso no debéis señor cobrar tales, y tan fieles amigos, que tengan cuidado de asiros de la ropa, para que no caigáis: que no daros después de la mano, para que os levantéis.

Aunque las cosas del ánima se habían de anteponer a todas las otras de esta vida yo señor me contentaré con que seáis tan recatado de la conciencia, como sois cuidadoso en las cosas de la honra: y digo esto señor, porque los privados de los Príncipes, aprovéchanse del tiempo, mas no aprovechan en tiempo.

Hasta más no poder haced señor bien y aunque podáis, nunca hagáis a nadie mal, porque las lágrimas de los injuriados, y las quejas de los agraviados, podría ser, que algún día llegasen a la presencia de Dios, para que os castigase: y aun a las orejas del Rey para que os apocase.

En los favores que diéreis y en los oficios que repartiéreis, antes poned los ojos en los que fueren buenos Cristianos, que no en los que fueren vuestros amigos: porque al amigo permítese repartir con él la hacienda, mas no la conciencia.

En lo que aconsejárais no seáis aficionado, en lo que desaconsejárais no seáis apasionado, en lo que mandáseis no seáis absoluto, ni en lo que hiciéreis desavisados; porque en las Cortes de los Príncipes, aunque todos miran a todos por excelencia, el que es más privado, es más mirado, es más notado, y aún más acusado.

Si no queréis señor errar en lo que aconsejáis, ni tropezar en lo que hacéis, ni caer de lo que tenéis holgad con quien os dijere las verdades, y aborreced al que os trajere lisonjas; porque más habéis de querer que os avisen ahora, que no que os consuelen después.

Estas cosas que aquí habemos tocado, tenémosnos por dicho que no han de venir, mas vos señor pensad, que pueden ser: porque la envidiosa fortuna a las velas que no desvela en la vela modorra, hácelas despertar en el más dulce sueño de la mañana. El que quiere dar a otro una puñada, cuanto más retrae el brazo tanto le hiere más recio, ni más ni menos hace fortuna con aquellos que algún tiempo están en su gracia, la cual cuanto más tiempo a uno regala, y halaga, tanto más después se encruelece contra su persona: y por esto aconsejaría yo al hombre prudente, y cuerdo, que cuanto menos le fuese contraria fortuna, tanto menos fiase de ella. No tengáis en poco señor esta obra, aunque os parezca ser pequeña, porque según la experiencia nos muestra sin comparación es de mayor estima un [98] diamante pequeño, que no un balax grande. Poco hace al caso, sea un libro grande, o sea pequeño, porque la excelencia del libro está, no en que tenga muchas hojas, sino en que de sí dé muchas, y muy grandes sentencias. La escritura para engrandecerla por buena, ha de ser en lo que escribe breve, y en lo que dice suave, por manera, que satisfaga a la voluntad en leerla, y no canse a la cabeza en oírla. No inmérito digo, que no tengáis señor esta escritura en poco, pues sed cierto, que por tiempo vuestras cosas se han de caer, y vuestros amigos os han de dejar, vuestra hacienda se ha de repartir, y vuestra persona se ha de morir, vuestra privanza se ha de acabar, los que después vinieren os han de olvidar, la sucesión de vuestra casa no sabéis en qué ha de parar, y sobre todo no sabéis vuestros hijos qué tales han de salir, por manera, que en lo que escribo en la Real Crónica de vuestra inaudita privanza, y por lo que os sirvo como os sirvo con esta escritura, quedará para los siglos advenideros inmortal vuestra memoria. Preguntado el Filósofo Quilo, si había en este mundo alguna cosa, sobre la cual no tuviese jurisdicción para destruir la fortuna, respondió: Dos cosas hay en este mundo, las cuales, ni el tiempo las puede deshacer, ni la fortuna derrocar, es a sabe la fama del hombre que está puesta en escritura, y la verdad que está escondida: porque la verdad puédese algún tiempo suspender, mas al fin ha de parecer, y la escritura hace que tengamos en tanto ahora los que somos a un hombre, como le tenían los que entonces eran.

Leed pues señor alguna vez esta escritura (aunque pienso que no os restará tiempo aun para verla) la cual de mi parecer no debía pasar así: porque los hombres prudentes, y sabios, no se han de enfrascar tanto en los negocios, que no tomen un poco del día para acordarse, siquiera de sí mismos. Suetonio tranquilo dice, que con todas las guerras que tenía Julio César, jamás se pasó día en el cual no leyese, o escribiese alguna cosa, por manera, que estando en la tienda de sus Reales, en la una mano tenía la lanza con que peleaba, y en la otra la peñola con que sus comentarios escribía. El hombre que tiene consigo cuenta, y se acuerda de la postrera y estrecha cuenta, muy mayor recaudo ha de poner en el tiempo no se le pierda, que no en el tesoro que no se le hurten: porque el tiempo bien repartido, ayudarle ha a salvar, mas el tesoro mal allegado es para le condenar. Gran trabajo tiene para su cuerpo, y no pequeño peligro para su ánima, el hombre que en cosas del mundo ocupa todo el día, y aun [99] toda su vida, de manera, que no despierta de aquella modorra, hasta que le llaman a que dé cuenta. Finalmente decimos, que esta obra va partida en dos partes, es a saber, que los diez capítulos primeros tratan, en cómo los Cortesanos en la Corte se han de haber: y de los once adelante se trata, como los privados de los Príncipes en la privanza se han de sustentar. Soy cierto que a los Cortesanos será grata para leerla, y a los privados no será dañosa obrarla: porque a los que van a las Cortes Reales, se les dice lo que han de hacer, y a los que ya son privados, se les amonesta de lo que se ha de guardar. Finalmente, señor, os digo, que de cuantos tesoros y riquezas, y preseas, y privanza, y prosperidad, y regalos, y servicios, y grandeza, y potencia tengáis en esta vida, a ley de bueno os juro, que no llevéis de ello otra cosa de este mundo, si no fuere el tiempo bien empleado. [100]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Aviso de privados y doctrina de cortesanos (1539). El texto sigue la edición de Madrid 1673 (por la Viuda de Melchor Alegre), páginas 85-238.}

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