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Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro I

Capítulo XXXIX
De la respuesta que dio Marco Aurelio Emperador al senador Fulvio delante todo el Senado porque le avía motejado que por ser tan amigable a todos no guardava la autoridad de los emperadores graves; y de cómo este buen Emperador en su respuesta dize que los príncipes pierden mucho por ser esquivos y ganan mucho en ser bien acondicionados; y que tales han de ser los reyes y grandes señores, que aya quien ruegue a Dios por su vida, y aya quien después de la muerte tenga dellos memoria.


«Padres Conscriptos y Sacro Senado, no quise responder ayer a lo que me dixo el senador Fulvio, lo uno que como nos detuvimos en los sacrificios era tarde, y lo otro que para responder a sus palabras me parecía temprano; porque señal es de poca sabiduría y de mucha locura el hombre que a cada pregunta luego da respuesta. La licencia que tienen los simples de preguntar, de aquella licencia están privados los sabios para responder; porque la pregunta procede de ignorancia, mas la respuesta ha de proceder de cordura. Buenos estavan los hombres sabios si a todas las cosas oviessen de satisfazer y responder a los hombres simples y maliciosos (los quales muchas vezes preguntan más para lastimar que para aprovechar, más para tentar que para saber), y las tales preguntas deven los hombres cuerdos con dissimulación passarlas; porque los sabios y prudentes deven tener las orejas muy abiertas para oýr y deven tener las lenguas muy cerradas para callar. Hágoos saber, Padres Conscriptos y Sacro Senado, que yo deprendí esto poco que sé en Rodas, en [257] Partínuples, en Capua, en Tharanto, y todos mis preceptores me dezían que éste era el fin de andar los hombres por los estudios sólo para saberse valer entre los hombres maliciosos y descomedidos; porque no aprovecha para otra cosa deprender sciencia sino para tener la vida corregida y para tener la lengua muy encerrada. Las cosas que oy dixere en este Sacro Senado, protesto que no las digo por odio ni malquerencia, sino sólo por satisfazer a lo que toca a la autoridad de mi persona; porque las cosas de la honra hanse primero de satisfazer por palabra y después vengarse por la lança.

Veniendo, pues, al propósito, y dirigiendo las palabras a ti, el cónsul Fulvio, a lo que me preguntas que por qué me doy a todos a esto respondo que por esso me doy a todos porque todos se den a mí. Bien sabes tú, Fulvio, que yo he sido cónsul como tú, y tú no has sido emperador como yo; pues créeme en este caso, que de ser el príncipe sacudido y desamorado vienen a tenerle poco amor en el pueblo. Ni lo quieren los dioses, ni lo permiten las leyes, ni lo sufre de grado la república que los príncipes sean señores de muchos y no se comuniquen sino con pocos; porque de ser los príncipes muy comunicables en la vida vinieron los antiguos a hazerlos dioses después de la muerte. El pescador cossario para pescar diversos peces en el río no se va con un cebo solo, y para pescar en la mar brava no se va el marinero con una red sola. Quiero dezir que las voluntades profundas que están en los profundos coraçones a unos dándoles dones, a otros diziéndoles dulces palabras, a estos con buenas promessas, a aquéllos con ciertas esperanças se los hemos de ganar; porque los buenos príncipes más han de trabajar por ganar los coraçones de sus súbditos que no por conquistar los reynos estraños. Los coraçones avaros y cobdiciosos no tienen passión porque les cierren las entrañas con tal que les abran las arcas, pero los hombres generosos y valerosos en poco tienen que les cierren los thesoros de las arcas con tal que en sus amigos hallen las entrañas abiertas; porque jamás se puede pagar el amor si no se paga con otro amor. Los príncipes y grandes señores, como son señores de muchos, forçados son servirse de muchos; y, serviéndose de muchos, están obligados a satisfazer a muchos; y [258] esto assí en general como en particular no pueden descargar con sus servidores, porque no menos es obligado el príncipe de pagar el servicio a su criado que el padre de las compañas el jornal al jornalero. Pues si esto es verdad como es verdad, ¿qué harán los tristes de los príncipes que tienen muchos reynos, y teniendo muchos reynos tienen muchos cargos, y para satisfazer aquellos cargos tienen pocos dineros? En este caso haga cada uno lo que mandare y tome el consejo que le pluguiere, que yo aconsejaría a los otros lo que he esperimentado en mí, y es que el príncipe sea de tan buena conversación con los suyos, y sea tan afable y comunicable con todos, que con sola su dulce conversación se den todos por bien pagados; porque los príncipes con las mercedes solamente pagan los servicios a sus servidores, pero con las buenas palabras pagan los servicios y roban los coraçones. Vemos por esperiencia que muchos merchantes más quieren comprar caro de una tienda porque el mercader es gracioso, que no comprar barato de otra tienda porque el vendedor es dessabrido. Quiero dezir que ay muchos que quieren más servir a un príncipe de balde que no a otro príncipe por dinero, porque no ay servicio tan mal empleado como el que se haze al hombre dessabrido y desconocido.

Jamás faltan en las casas de los príncipes hombres malignos y bulliciosos, los quales imponen a sus señores cómo aumentarán las rentas, echarán tributos y impornán empréstidos, y no ay uno que les diga cómo ganarán las voluntades de sus súbditos, pues saben que es más necessario que estén bienquistos que no que sean muy ricos. Aleve es a su príncipe el que le acarrea mucho thesoro y con esto le aparta del amor de su pueblo. Mucho deven trabajar los señores de ser tan conversables con sus súbditos, que amen más por voluntad servirlos, que no por el pago de sus dineros; ca, faltándoles dineros, luego cessan los servicios y suceden mil descontentamientos, lo qual no es en los voluntariosos servidores; porque el que de coraçón ama ni en la prosperidad se ensobervesce, ni en la adversidad se retrae, ni en la pobreza se quexa, ni en el disfavor se descontenta, ni en la persecución se desmaya; finalmente el amor y la vida no han fin hasta la sepultura. [259] Por experiencia vemos que vale más la grangería de los pobres labradores de Cicilia que no los dineros de los escuderos de Roma, porque el labrador cada vez que va al campo saca provecho y el escudero cada vez que sale a la plaça buelve sin dinero. Por esta comparación quiero dezir que la grangería de los príncipes ha de ser que sean afables, sean comunicables, sean mansos, sean piadosos, sean benignos, sean generosos y, sobre todo, sean muy amorosos, para que sepan que con esto y no con dineros se ganan los coraçones de sus súbditos; porque a un príncipe esle muy enojoso y aun peligroso querer las voluntades de sus criados ganar por dinero. Deven los príncipes trabajar de ser bienquistos, siquiera porque hallen quien les ayude a sentir sus infortunios, lo qual no es en los príncipes malquistos, ca todos se huelgan de sus trabajos; porque a la verdad el coraçón que tiene pena mucho descansa en ver que otros tienen dél lástima. Deven assímismo los príncipes trabajar de ser bienquistos porque en la muerte sean de sus criados y amigos llorados; porque tales deven ser los príncipes que aya quien a los dioses ruegue por su vida y aya quien después de su muerte los tenga en la memoria.

¡O!, quán mal fortunado es el príncipe y quán desdichada es la república en la qual el pueblo no sirve al señor sino por las mercedes y el señor no los ama ni los defiende sino por los servicios; porque jamás entre los hombres el amor es fixo quando anda algún interesse de por medio. De muchas piedras y de una clave que está sobre todas se fabrica el edificio, y de muchos pueblos y de un príncipe que es mayor que todos se compone la república; porque no se puede llamar príncipe el que no tiene república, y no se puede llamar república la que no tiene príncipe, que es la cabeça. Si geometría no me engaña, la cal que junta piedra con piedra súfrese que sea mezclada con arena, mas la piedra que cierra la bóveda ha de ser con cal viva; y esto con razón, porque apartándose las piedras ábrese la pared, mas cayéndose la clave perece el edificio. De buena razón el que fuere sabio sin más dezir me avría entendido, pero todavía aplicaré la comparación a mi propósito. El amor entre vezino y vezino bien se sufre que sea aguado, pero el amor del príncipe con su pueblo requiérese [260] que sea puro. Quiero dezir que el amor entre los amigos bien puede passar por algún tiempo, aunque sea tibio, pero el amor entre el rey y su pueblo corre muy gran peligro si no es amor verdadero; porque do ay amor perfecto no ay palabra ni servicio fingido. Muchas passiones en los barrios de Roma vi ser atajadas en un día, y sola una que se levantava entre el señor y la república hasta la muerte no la veya concluyda; porque muy trabajosa cosa es concertar a uno con muchos y a muchos con uno. En este caso, que es ser los unos sobervios y ser los otros rebeldes, ni quiero salvar a los príncipes, ni dexar de condenar a los pueblos, porque al fin el que hallaremos de ellos más salvo, merescerá ser bien reprehendido. ¿De dó pensáys que vienen oy los señores con enojo mandar cosas injustas y a los súbditos no les obedecer aun en las cosas justas? Pues oýd, que yo os lo diré. El señor haziendo de hecho y no de derecho quiere fundir las voluntades de todos en el crisol de su juyzio, y sacar de sí y de todos un solo parecer y querer; porque los señores assí como pueden más que todos, assí piensan que saben más que todos. Lo contrario acontece en los súbditos, los quales tocados de una no sé qué frenesí, desplomando el buen juyzio de su señor, quieren que su príncipe quiera no lo que él quiere para todos, sino lo que cada uno dessea para sí; porque son oy los hombres tan vanos y tan locos, que cada uno piensa que en él solo ha de poner el príncipe los ojos. Por cierto, grave cosa es (aunque muy usada) querer uno que le vengan las vestiduras de todos, y tan terrible es querer todos les armen las armas de uno. Pero ¿qué haremos, Padres Conscriptos y Sacro Senado, que con esta locura nos dexaron el mundo nuestros padres, y con esta porfía le tenemos nosotros sus hijos, y con esta pertinacia le dexaremos a nuestros herederos?

¡O!, quántos príncipes de mis antepassados he leýdo y oýdo averse perdido sólo por ser çahareños y despegados, y de ninguno he leýdo ni oýdo averse perdido por ser comunicable y amoroso. Quiero dezir algunos exemplos que he leýdo en mis libros porque vean los señores qué ganan en la buena conversación y qué pierden en la mucha estrañeza. El reyno de los siciomios fue mayor en armas que no el de los caldeos, y fue menor en antigüedad que no el de los assirios, y en este [261] reyno uvo una debastía que llaman ellos un linaje de reyes, la qual les duró ccxxv años porque todos aquellos reyes fueron de loable conversación, y otra debastía no duró sino quarenta y tres años porque aquellos príncipes salieron hombres de mala condición. Los reyes muy antiguos como gozaron de la paz que los modernos carecemos, y ygnoraron las guerras que agora tenemos, siempre fueron amigos de buscar reyes que fuessen antes de buena conversación para la república que no esforçados ni bulliciosos para la guerra.

Según dize Homero en su Yllíada, los muy antiguos egypcios llamavan a sus reyes epíphanos, y tenían por costumbre que sus epíphanos entrassen siempre en los templos de los dioses descalços y, como un epíphano mal acondicionado entrasse en el templo calçado, luego del reyno fue privado y en su lugar otro elegido. Pondera allí Homero que aquel rey era superbo y mal acondicionado, y los egypcios por esto le privaron del reyno tomando por ocasión que no avía entrado en el templo del dios a pies descalços; porque a la verdad quando los señores son malquistos, con pequeña ocasión se les levantan los pueblos. Dize el mismo Homero que los indómitos parthos llamavan a sus reyes arsácidos, y que el sexto arsácida fue del reyno privado y aun desterrado no por más sino que, siendo presunptuoso, combidóse a las bodas de un cavallero y no quiso yr siendo combidado a las bodas de un pobre plebeyo.

Dize Cicerón en sus Tosculanas que en los siglos passados mucho persuadían los pueblos a sus príncipes para que comunicassen con los pobres y se apartassen de los ricos; porque con los pobres deprenden los príncipes a ser piadosos y con los ricos no deprenden sino a ser regalados. Bien sabéys, Padres Conscriptos, cómo esta nuestra tierra primero se llamó la gran Grecia, después se llamó Lacia, después se llamó Italia, y en el tiempo que era de los lacios llamavan a sus reyes murranos, y de verdad que si tuvieron los términos de la tierra estrechos, a lo menos tuvieron muy grandes los ánimos. Dizen los annales de aquellos tiempos que al tercero Silvio suscedió un murrano, el qual era superbo, ambicioso y mal acondicionado, en tanta manera que por el temor de los populares dormía siempre encerrado, y a esta causa le privaron del reyno; [262] porque dezían los antiguos que el rey a ninguna hora de la noche ni del día ha de tener a sus súbditos la puerta cerrada.

Tarquino, que fue último rey de los primeros siete reyes romanos, fue muy ingrato a su suegro, fue infame a su sangre, fue traydor a su patria, fue cruel a su persona y cometió adulterio con Lucrecia, pero no le llaman ingrato, ni infame, ni cruel, ni traydor, ni adúltero, sino Tarquino el Superbo sólo por aver sido mal acondicionado. A ley de bueno vos juro, Padres Conscriptos, que si el triste de Tarquino en Roma fuera bienquisto, por el adulterio de Lucrecia nunca él del reyno fuera privado; porque al fin si cada liviandad de moço fuesse por entero castigada, en muy breve espacio no avría república. Otras maldades y atrevimientos antes de Tarquino y después de Tarquino se cometieron por emperadores viejos en el Imperio Romano, las quales eran tales que hazían muy pequeñas las de aquel moço liviano; porque a la verdad, tanteando la poca edad de los unos y la mucha experiencia de los otros, la mayor culpa que comete el moço no es sino un contrapeso de la menor culpa que comete el viejo.

Julio César, último ditador y primero Emperador, siendo loable costumbre el Senado saludar al emperador de rodillas y el emperador levantarse a ellos y a sus mesuras, por no querer de presumptuoso guardar esta cerimonia con xxiii puñaladas le quitaron la vida. Thiberio fue emperador y infámanle de borracho; Calígula fue emperador y acúsanle cometer con sus hermanas maleficio; Nero fue emperador y mató a su madre y a Séneca, su maestro, y por esto alcançó renombre de cruel para siempre en Roma; Sergio Galva fue emperador y muy vorace, en que de una assentada hizo gastar siete mil aves en una cena; Domiciano fue emperador y de todas las maldades y tacañerías fue muy notado, porque las maldades que estavan derramadas por cada uno se hallavan juntas en Domiciano solo. Todos estos míseros príncipes al cabo fueron arrastrados, empozados, ahorcados y degollados. Yo vos juro, Padres Conscriptos, que no fueron ellos muertos por aquellos vicios, sino porque fueron superbos y mal acondicionados; porque al fin al fin el príncipe con solo un vicio no puede hazer mucho daño en el pueblo, pero con la estrañeza y condición mala destruye a la república. [263]

Ténganse por dicho los grandes señores que, si dan muchas ocasiones para mal los querer, después una muy pequeña abasta a sus súbditos para ge lo mostrar; porque el señor, si no muestra su odio, es por no querer; pero el vassallo, si no venga su coraçón, es por no poder. Creedme, Padres Conscriptos y Sacro Senado, que assí como los médicos con poco ruybarbo purgan muchos umores de los cuerpos, assí los príncipes sabios con muy pequeña benivolencia de las entrañas de sus súbditos quitan mucha carcoma. Para estar bien concertados los miembros con su cabeça, a mí parece que el pueblo deve a su príncipe obediencia y a sus mandamientos, y acatamiento a su persona, y el buen príncipe deve tener igual la justicia con todos y dulce conversación con cada uno. ¡O!, bienaventurada república en la qual el príncipe halla obediencia en los pueblos, y los pueblos hallan amor en el príncipe; porque del amor del señor nace la obediencia en el súbdito y de la obediencia del vassallo nasce el amor en el señor. El emperador en Roma es como la araña en medio de la tela, do si un estremo de aguja toca a un estremo de la tela, por passito que sea luego lo siente el araña. Quiero dezir que todas las obras que haze el emperador en Roma, luego son publicadas en toda la tierra; porque al fin al fin los príncipes como están en el miradero de todos, muy mal pueden encubrir sus vicios.

Bien veo, Padres Conscriptos, que oy he sido juzgado de malicia umana por aver acompañado a la processión de los captivos; y me dexé tocar dellos porque gozassen del privilegio no de ser jamás captivos; y en este caso yo doy gracias a los immortales dioses porque me hizieron emperador piadoso para soltar los presos y no me hizieron crudo tyrano para prender los libres. Como dize el proverbio que de un tyro se matan dos páxaros, assí fue ayer en este caso; porque el beneficio fue para estos míseros captivos, pero el favor fue para todos los reynos estraños. ¿Y no sabéys que el buen príncipe y virtuoso quando quita los hierros de los pies de los captivos, que los echa a los coraçones de sus tierras y reynos? Concluyendo, digo que es más seguro a los príncipes y aun más provechoso a la república servirse en sus casas de coraçones libres con amor que no de vassallos aherrojados con temor.» [264]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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