La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro II

Capítulo IV
Que las princesas y grandes señoras deven amar a sus maridos si quieren con ellos ser bien casadas, y que el tal amor se ha de procurar con ser ellas virtuosas y no con hechizos de hechizerías.


Todas las personas que quieren en esta vida alcançar alguna cosa muy ardua inventan y buscan muchos medios para conseguirla; porque muchas cosas ay que se acaban con tener en ellas buena maña, las quales se perderían si las quisiesen llevar por fuerça. Como en el matrimonio de la religión christiana no se sufra que los maridos y mugeres sean parientes (dexado aparte que el uno es hombre y la otra es hembra, él es rezio y ella es flaca), muchas vezes acontesce que el marido y la muger son más contrarios en las condiciones que diferentes en los parientes. Daría, pues, yo por saludable y aun necessario consejo a las princesas y grandes señoras, y a todas las otras mugeres plebeyas, que (pues con sus maridos han de comer, han de dormir, han de conversar, han de tratar, han de hablar; finalmente han de vivir y morir) pusiessen gran solicitud en saber sus condiciones llevar; porque (hablando la verdad) la muger deve en todo seguir la condición de su marido y el marido deve en algo comportar la condición de su muger. Ora que ella con su paciencia sufra los dessabrimientos dél, ora que él con su prudencia dissimule las importunidades della, de tal manera tengan tan concertada y acordada la armonía de su vida, que todos huelguen de su vida y prosperidad en la república; porque los hombres casados que son bulliciosos y reboltosos y renzillosos en lugar sus vezinos de llorar, pídense albricias unos a otros de verlos [369] muertos. Caso que el marido sea en el gastar avaro, sea en el gesto feo, sea en la condición duro, sea en linaje ínfimo, sea en el hablar inconsiderado, sea en las adversidades tímido y sea en las prosperidades incauto; al fin al fin siendo como es marido no le podemos quitar que en su casa no sea señor único, por cuya razón es necessario que demos agora a las mugeres algún saludable consejo mediante el qual ellas puedan llevar tan importuno y tan largo trabajo; porque no ay oy marido tan virtuoso ni tan amoroso en el qual no halle su muger algún mal siniestro.

Lo primero que deven trabajar las mugeres es amar muy de veras a sus maridos y trabajar que no de burla sean ellas amadas dellos; ca (según vemos por experiencia) el matrimonio muy pocas vezes se desata por pobreza, ni se perpetúa por riqueza, sino que los mal casados con el odio se descasan dentro de una semana y con el amor se conservan hasta la sepultura. Para las carnes secas y insípidas búscanse salsas para comerlas. Quiero dezir que las cargas del matrimonio son muchas, son enojosas y son prolixas, las quales todas sólo con el amor pueden ser comportadas; porque, según dezía el divino Platón, no se ha de dezir ser una cosa más penosa que otra por las fuerças que en ella empleamos, sino por el mucho o poco amor con que la hazemos. Por áspero y impraticable que sea algún grave negocio, quando con amor se comiença, con facilidad se prosigue y con alegría se acaba; porque muy aplazible es el trabajo en el qual anda el amor por medianero. Bien conozco, y assí lo confiesso, que es consejo muy áspero esto que a las mugeres aconsejo, es a saber: que una muger virtuosa ame al marido vicioso, una muger honesta ame al marido dissoluto, una muger prudente ame al marido simple, y una muger sabia ame al marido loco; porque, según nos enseña cada día la esperiencia, ay algunos hombres de tan baxa condición, y ay algunas mugeres de tan generosa conversación, que con muy sobrada razón ellos avían de tener a ellas por señoras, más que no ellas tener a ellos por maridos. Caso que esto en algunos casos particulares tenga verdad, digo y afirmo que generalmente las mugeres son obligadas de amar a sus maridos, pues por su voluntad y no por fuerça [370] se casaron con ellos, ca en semejante conflito (es a saber: si el casamiento le sale a la muger aviesso), no tiene tanta razón de quexarse del marido que la pidió, quanta razón tiene de quexarse de sí misma que tal aceptó; porque los infortunios que por nuestra inadvertencia nos vienen, si tenemos mucha ocasión para llorarlos, también tenemos mucha razón para dissimularlos. Por silvestre y indómito que sea un hombre, es impossible que si su muger le ama que él no ame a ella. Y, si acaso no pudiere forçar a su mala condición para que la ame, a lo menos no terná occasión de aborrescerla, lo qual no se ha de tener en poco sino en mucho; porque muchas mugeres ay (no sólo de las plebeyas, mas aun de las generosas) las quales perdonarían a sus maridos los regalos que les avían de hazer y los amores que les avían de mostrar sólo porque cessassen las palabras injuriosas y estuviessen algunas vezes las manos quedas. Muy notables exemplos tenemos en las hystorias de muchas mugeres generosas, assí griegas como romanas, las quales después de casadas tuvieron tanta lealtad y fidelidad a sus maridos, a que no sólo los siguieron en sus trabajos, mas aun los libraron de grandes peligros.

Cuenta Plutharco en el libro De las yllustres mugeres que los lacedemonios a muchos nobles de los mimos, los quales eran a la sazón sus muy capitales enemigos, que como estuviessen sentenciados a muerte acordaron sus mugeres de yr a las cárceles do estavan presos, y al fin alcançaron de los carceleros que pudiessen entrar a ver a sus maridos; porque fueron muchas las lágrimas que delante dellos derramaron y no fueron pocos los dones que les ofrescieron. Entradas, pues, las mugeres en la cárcel trocaron con sus maridos no sólo las vestiduras, mas aun la libertad; de manera que ellos se salieron vestidos como mugeres, y ellas se quedaron presas y vestidas como hombres. Y, como sacassen a justiciar a las innocentes mugeres pensando que sacavan a los condemnados hombres, determinaron los lacedemonios que no sólo fuessen perdonadas, mas aun premiadas y honradas; y esto no por más de por el buen exemplo que dexavan a las otras mugeres a que fuessen bien casadas. [371]

La muy antigua y muy nombrada Panthea, como le viniesse nueva que su marido era muerto en la batalla, acordó ella misma de le yr a buscar, con esperança que aún no era acabado de morir; al qual, como le hallasse muerto, lavóse con la sangre dél todo su cuerpo y rostro, y, firiéndose el coraçón con un cuchillo, abraçada con el marido dio el ánima, y assí juntos los llevaron a la sepultura.

Porcia, hija que fue del gran Marco Porcio, como le dixeron que Bruto, su marido, era preso y muerto, hizo tan gran sentimiento, que acordaron los suyos de asconderle todos los instrumentos con que se podía matar, y assimismo guardarla de todos los peligros do podía perescer; porque era tan excelente romana y tan necessaria en la república, que si la muerte de su marido avían llorado con lágrimas de los ojos, a ella avían de llorar con gotas de sangre del coraçón. Sintiendo, pues, de todo su coraçón Porcia la muerte de su muy querido marido, para mostrar que no lo hazía de burla sino de veras; no por cumplir con el pueblo, sino por satisfazer a su amor tan desordenado; como no hallasse cuchillo con que se matar, ni soga con que se ahorcar, ni pozo donde se ahogar, acordó de llegarse al fuego, del qual con tanta facilidad y presteza comió de aquellas vivas brasas con quanta comería un hombre sano de un buen razimo de uvas. Podemos dezir que fue muy nuevo y inopinado tal género de muerte que para engrandecer su amor halló esta romana; pero no lo podemos negar sino que alcançó para los siglos advenideros immortal memoria; porque a manera de generosa dama quiso quemar con brasas de fuego las entrañas que tenía quemadas en brasas de amor.

Según dize Diodoro Sículo, costumbre era entre los yndos tener y casarse con muchas mugeres; y por caso, quando moría algún marido, juntávanse a pelear sus mugeres públicamente en la plaça; y la muger que quedava por vencedora, aquélla se metía viva con su marido en la sepultura, por manera que assí peleavan aquellas mugeres para morir, como pelean oy los hombres para vivir. [372]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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