La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro II

Capítulo XXXIV
Que los príncipes y grandes señores deven ser muy solícitos en buscar ayos para sus hijos; y de diez condiciones que han de tener los buenos ayos para que sean suficientes de tomar a cargo hijos de buenos; y de honze preguntas que hizieron en Athenas a un philósopho thebano; y de un officio que avía en Roma, y el que le tenía era obligado a buscar y castigar a todos los moços que andavan por Roma perdidos. Es capítulo muy notable para el padre que tiene un hijo muy querido y que le quiere buscar un buen maestro.


Quando aquel Fin que es sin fin quiso dar principio al mundo, ésta es la orden que tuvo en criarlo. El domingo crió el cielo y la tierra; el lunes crió el firmamento; el martes crió las plantas; el miércoles crió el sol y la luna; el jueves crió las aves en el ayre y los peces en la mar; el viernes crió a Adán y a Eva, su muger. Y de verdad en lo que crió, y cómo lo crió, se mostró Dios como Dios, en que luego que acabó la casa, luego puso caseros en ella. Dexando al Criador y hablando de las criaturas, vemos por experiencia que un padre de compañas, en plantando una viña, luego le haze un valladar porque ganados no le coman las cepas; y, desque es mayor la viña, luego le ponen un viñadero porque no le coman caminantes las uvas, de manera que por pequeño que sea el majuelo, o le cerca valladar, o le guarda viñadero. El hombre rico y que en las mares tiene trato, después que ha hecho una nao gruessa y le ha llegado a seys mil ducados la costa, si el tal es hombre cuerdo, primero busca hombre que la rija que no mercaduría con que la cargue; porque en las peligrosas [561] tormentas poco aprovecha que el navío sea gruesso si el piloto no es muy sabio. El padre de las compañas que tiene muchas vacas y ovejas, y aun tiene montes y dehesas para apacentarlas, no sólo busca pastores que las guarden, pero aun busca perros que las ladren y haze corrales donde duerman; porque el sueño de los pastores y la hambre de los lobos no son sino buytrera de ganados. Los valerosos y grandes señores que en fronteras de enemigos tienen fortalezas siempre buscan alcaydes esforçados y fieles para guardarlas; porque de otra manera menos mal es que la fortaleza se derrueque por el suelo, que no que venga a poder de sus enemigos.

Por las comparaciones sobredichas no avrá persona discreta que no entienda a dó va a parar mi pluma, conviene a saber: dezir y provar cómo los hombres que tienen hijos muy queridos, junto con esto tienen estrema necessidad de tener buenos ayos para criarlos, ca la palma, quando es pequeña, fácilmente la quema la elada. Quiero dezir que el moço que desde niño no tiene maestro muy fácilmente le engaña el mundo. Si el señor es cuerdo, no ay señor que tenga fortaleza tan estimada, ni tenga nao tan generosa, ni tenga ganado tan provechoso, ni tenga viña tan fructífera; que no estime en más tener un fijo bueno que a todas estas cosas, y aun a otras mejores que ay en el mundo; porque el buen padre ha de amar a sus hijos como a cosa propria y a todo lo demás como a bienes de fortuna. Si esto es assí (como es assí), pues para conservar el ganado buscan buen pastor, para guardar la viña buscan buen viñadero, para governar la nao buscan buen piloto, para defender la fortaleza buscan buen alcayde, ¿por qué para criar a sus hijos no buscan hombres sabios y cuerdos? ¡O!, príncipes y grandes señores, ya lo tengo dicho y de nuevo torno a dezir, que si trabajáredes un año por dexar a vuestros hijos ricos, sudéys cincuenta años por dexarlos bien criados; porque muy poco aprovecha llevar mucho trigo al molino si el molino está desbaratado. Quiero dezir que en vano se allega y se dexa mucho thesoro quando el hijo que lo ereda en gastarlo no tiene juyzio. No se tenga en poco saber fazer electión de un buen ayo, ca muy cuerdo es el príncipe que le busca y muy bienaventurado es el príncipe que le halla; porque a mi [562] parescer no es de las pequeñas empresas del mundo obligarse uno a criar bien al príncipe eredero.

Según dize Séneca, el hombre sabio todas las cosas ha de comunicar con su verdadero amigo, pero primero ha de saber qué tal es aquel amigo. Quiero dezir que el padre cuerdo para todos sus hijos ha de buscar un buen ayo y encomendarlos todos a aquel ayo, pero conviene que primero sepa qué tal es y quién es aquel ayo; porque harto es de simple el hombre que compra y paga una bestia sin que primero la vea y aun la prueve si es manca. Muchas y muy graves condiciones y costumbres ha de tener el que a los príncipes y hijos de grandes señores ha de criar, ca de una manera se crían los árboles delicados en las huertas y de otra manera se crían los árboles silvestres en las montañas. Será, pues, el caso, que pornemos aquí algunas condiciones que han de tener los ayos que han de criar fijos de buenos, las quales serán causa de dar a ellos mucha honra y a sus discípulos salir con buena criança; porque la gloria del discípulo toda redunda en honra de su maestro.

Lo primero, es necessario que el que ha de ser ayo de algún hijo de bueno, en la edad que ha, ni pierda por carta de más, ni pierda por carta de menos, de manera que ni passe de los sessenta ni abaxe de los quarenta años; porque, teniendo el ayo poca edad, ha vergüença de mandar; y, si tiene muchos años, no puede castigar.

Lo segundo, es necessario y muy necessario que los ayos y maestros sean muy honestos; y esto no sólo quanto a la pureza de la conciencia, pero aun quanto a la esterior limpieza de la vida; porque inpossible es, siendo el maestro dissoluto, que sea el discípulo recogido.

Lo tercero, es necessario que los ayos o maestros de los príncipes y grandes señores sean hombres muy verdaderos, no sólo en sus palabras que hablan, pero aun en las contrataciones que tratan; porque (hablando la verdad) la boca que siempre está llena de mentiras, injusto es que la pongan por maestra de verdades.

Lo quarto, es necessario que los ayos o maestros de los príncipes y grandes señores sean de su natural largos y dadivosos; [563] porque muchas vezes la cobdicia y avaricia de los ayos emponçoña a los coraçones de los príncipes a ser codiciosos y avaros.

Lo quinto, es necessario que los ayos o maestros de los príncipes y grandes señores sean muy moderados en las palabras y muy resolutos en las sentencias, de manera que deven enseñar a los infantes que hablen poco y escuchar mucho; porque muy estremada virtud es en el príncipe que escuche con paciencia y responda con prudencia.

Lo sexto, es necessario que los ayos o maestros de los príncipes y grandes señores sean hombres cuerdos y muy assentados, de manera que con la madureza y reposo del maestro se enfrene el brío y la liviandad del discípulo; porque no ay igual pestilencia en los reynos que ser los príncipes moços y ser los ayos livianos.

Lo séptimo, es necessario que los ayos de los príncipes y grandes señores sean en las escrituras divinas y humanas muy leýdos, de manera que lo que el ayo enseñare al príncipe por palabra, se lo muestre en la escriptura averlo hecho otros príncipes por obra; porque los coraçones humanos más se mueven con los exemplos de los passados que no con las palabras de los presentes.

Lo octavo, es necessario que los ayos de los príncipes de los vicios de la carne no sean notados, ca los moços, como son moços y naturalmente son de la carne combatidos, ni tienen fortaleza para ser castos, ni tienen prudencia para ser cautos; y a esta causa es necessario que sus maestros sean muy limpios; porque jamás será el discípulo casto, viendo que su maestro es vicioso.

Lo nono, es necessario que los ayos o maestros de los príncipes y grandes señores sean bien acondicionados, a causa que muchas vezes, como los hijos de los señores son regalados, siempre toman algunos malos siniestros, los quales sus ayos les han de quitar más con la conversación buena que no con la disciplina áspera; porque no pocas vezes acontece de ser el ayo mal acondicionado no ser el príncipe amoroso.

Lo décimo, es necessario que los ayos de los príncipes y grandes señores no sólo ayan visto y leýdo muchas cosas, [564] pero aun que ayan experimentado varias fortunas. Y la razón es que, como los hijos de grandes señores, de que les dé Dios estados, han de hablar a muchos, responder a muchos y tratar con muchos, esles muy provechoso tratar con hombres expertos; porque al fin al fin el hombre experimentado a todos tiene ventaja en consejo.

Estas diez reglas he querido poner en esta mi escritura para que los padres las tengan en su memoria quando buscaren ayos que críen como han de criar a sus hijos, que a mi parecer mayor culpa tiene el padre en buscar mal maestro que no tiene el maestro en sacar mal discípulo; porque si yo eliio mal xastre, mi culpa es que se estrague la ropa. Caso que los romanos en todas las cosas fueron muy complidos, la cosa de que más les tengo embidia es la muy buena criança que davan a los hijos de los buenos en Roma; porque a la verdad impossible es en ninguna ciudad aver buena república si en doctrinar y castigar a los moços no se pone diligencia.

Sabéllico en sus Rasodias dize que en el año de ccccxv de la fundación de Roma, siendo cónsules Quinto Servilio y Lucio Gémino, estando en la guerra contra los volscos el muy venturoso capitán romano Camillo, levantóse en Roma una muy gran diferencia entre el pueblo y entre los cavalleros, y esta diferencia era sobre el proveer de los oficios; porque muy antigua querella es en las grandes repúblicas, en los cavalleros sobrarles sobervia para mandar y en los plebeyos faltarles la paciencia para obedescer. Querían, pues, los cavalleros que se criasse un tribuno militar en el Senado, el qual hablasse en nombre de todos los cavalleros absentes y presentes; porque dezían ellos que, estando como estavan siempre en la guerra, quedava en poder de los plebeyos toda la república. Los plebeyos, por otra parte, importunavan y pedían que se criasse de nuevo un oficio, el qual tuviesse cargo de ver y examinar cómo se criavan los moços en el pueblo; porque los plebeyos acusavan a los cavalleros que, como ellos estavan lo más del tiempo en la guerra, andavan sus hijos perdidos por Roma.

Acordóse por entonces que se criasse un tribuno militar, el qual en auctoridad y dignidad fuesse igual con los senadores, y que éste representasse el estado de los militares; pero este [565] oficio no duró más de quatro años en Roma, conviene a saber: hasta que bolvió Camilo de la guerra; porque las cosas que sobre razón no se fundan, ellas mismas de suyo caen. Todavía los cavalleros romanos porfiavan que les guardassen su preeminencia; por otra parte contradezíalo todo el común de Roma. Finalmente el buen capitán Camillo llamó a todos los cavalleros y díxoles estas palabras:

«Yo tengo muy gran vergüença que la grandeza de los cavalleros romanos se tengan en tan poco que se abatan a competir con los míseros plebeyos; porque a la verdad no gana tanta honra el grande en vencer al pequeño, quanta gana el pequeño en competir con el grande. Digo que me pesa desta competencia que ay entre los unos y entre los otros en Roma; porque para salir los cavalleros con vuestra honra, o los avéys de vencer, o los avéys de matar. Vencerlos no podéys, porque son muchos; matarlos no devéys, porque al fin son vuestros. Y para esto no ay otro igual remedio que es dissimularlo, porque los negocios que no sufren fuerça, ni tienen justicia, el último remedio es salir dellos por maña. Los dioses inmortales no criaron a los cavalleros romanos para governar pueblos, sino para conquistar reynos. Y torno a dezir que no nos criaron para enseñar leyes a los nuestros, sino para dar leyes a los estraños. Y, si somos hijos de nuestros padres y imitadores de los romanos antiguos, no nos contentaremos con mandar a Roma, sino mandar a los que mandan a Roma; porque el coraçón del verdadero romano en poco ha de tener verse señor del mundo si sabe que aún ay de conquistar otro mundo. Vosotros criastes este oficio de tribuno militar estando nosotros en la guerra, del qual no ay agora necessidad, pues estamos en la paz; y es mi voluntad que no le aya más en la república, y muéveme a hazer esto en ver que, según lo que merece la cavallería romana, no ay riqueza ni dignidad en Roma con que pueda ser pagada. E si ser tribuno militar tenéys por honra, pues todos no podéys tenerla, parésceme que devéys carecer todos della; porque entre los hombres generosos y aun plebeyos pocas vezes se sufre con paciencia [566] que lo que ganaron y merecen muchos lo tenga y se lo goze uno solo.»

Cuenta esta historia el sobredicho Sabéllico, y acota por auctor a Pulión, libro quinto De oficijs Rome, y dize que por esta buena obra que hizo Camillo en Roma (conviene a saber: poner paz entre los mayores y menores) fue tan amado de los romanos, quan temido de los enemigos; y no sin muy justa causa, porque a mi parecer de mayor excellencia es poner uno paz entre los suyos que no robar y matar a los estraños. Cerca deste oficio de tribuno militar sobre que uvo tan gran diferencia en Roma, no sé quál fue mayor: la temeridad de los cavalleros en procurarlo, o la cordura de Camillo en deshazerlo; que a la verdad el arte de cavallería más se inventó para defender la república que no para estarse en su casa y tener cargo de la justicia; porque al buen cavallero mejor le parece que esté cargado de armas para resistir a los enemigos, que no que esté arrodeado de libros para determinar pleytos.

Tornando, pues, al propósito de lo que los plebeyos se quexavan de los militares, ordenóse en conformidad de todos que se criasse un oficio en Roma que tuviesse cargo el que le tuviesse de andar por toda Roma a ver y saber quáles eran los que no davan a sus hijos criança, y si acaso hallavan algún fijo de vezino que fuesse mal disciplinado, castigavan al hijo y desterravan al padre. Y cierto el castigo era muy justo; porque mayor pena merece el padre por lo que consiente que no merece el hijo por las travessuras que haze. Quando Roma era Roma y de todo el mundo era loada su república, al más anciano y más virtuoso romano eligían para este oficio, conviene a saber: ser general visitador de los moços del pueblo. Paresce esto ser verdad en que aquella persona que tenía este oficio ogaño, esperava ser cónsul o dictador o censor otro año, como se vio en Marco Porcio, el qual, de ser veedor o corrector de los moços, suscedió en ser censor o justicia de los pueblos; porque los romanos no fiavan el oficio de justicia sino de hombre que de todos los oficios tenía experiencia. [567]

Patricio Senense, en el libro de su República, dize que la ciudad de Carthago, antes que entrassen en ella las guerras de Roma, era ciudad assaz bien generosa y de muy concertada república, pero es ya antiguo privilegio de la guerra que mata las personas, consume a las haziendas y, sobre todo, engendra passiones nuevas y destruye las buenas costumbres antiguas. Tenían, pues, por costumbre los carthaginenses que los niños (en especial los fijos de los hombres honrados) se criassen en los templos desde los tres hasta los doze años; desde los doze hasta los veynte deprendían oficios; desde los veynte hasta los veynte y cinco en la casa militar enseñávanles cosas de guerra. Cumplidos ya los treynta años entendían en sus casamientos; porque era inviolable ley entre ellos que por lo menos no se casassen sin que el moço uviesse treynta y la moça veynte y cinco años. Ya después que eran casados, dentro de un mes avían de presentarse en el Senado, y allí avían de elegir en qué oficio y estado querían vivir, conviene a saber: si quería servir en los templos, o seguir la guerra, o navegar por la mar, o ganar de comer por la tierra, o seguir el oficio que avía aprendido. Y el estado y oficio que tomava aquel día, en aquél avía de perseverar toda su vida, y a la verdad la ley era buena; porque de mudar todos oficios y estados viene aver en el mundo tantos hombres perdidos.

Todos los excellentes y grandes príncipes antiguos todos tuvieron muy grandes philósophos por maestros. Parece esto ser verdad, porque el rey Darío tuvo por maestro al philósopho Lichanio; el Magno Alexandro tuvo por maestro al gran philósopho Aristóteles; el rey Astagerges tuvo por maestro al philósopho Tíndaro; el muy venturoso capitán de los athenienses, Palimón, tuvo por maestro y precetor al philósopho Xenóchrates; Xemíades, único rey de los corinthos, tuvo por maestro suyo y por ayo de sus hijos al philósopho Chilo; Epaminundas, príncipe de los thebanos, tuvo por maestro suyo, y aun por consejero, al philósopho Maruto; Ulixes, el griego, según dize el poeta Homero, tuvo por maestro y por compañero en sus trabajos al philósopho Cathino; Pirro, rey que fue de los epirotas y gran defensor de los tharentinos, tuvo por su maestro y coronista al philósopho Arthemio, del qual [568] dize Cícero, Ad Athicum, que tuvo más aguda la lança para pelear que no cortada la pluma para escrevir; el gran rey Tholomeo Philadelpho no sólo fue discípulo de los más señalados philósophos griegos, pero aun después que fue rey embió por setenta y dos philósophos ebreos; Ciro, rey de Persia, el que destruyó a la gran Babilonia, tuvo por maestro al philósopho Prístico; Octavio Augusto, segundo Emperador que fue de Roma, entre otros tuvo por maestro a un philósopho y poeta muy insigne que avía nombre Polemio; Trajano, el Emperador, tuvo por maestro a Plutharco, el qual no sólo lo doctrinó en la infancia, mas aun le escrivió un libro en cómo avía de governar a sí y a la república. Por estos pocos exemplos que he contado, y por otros muchos que dexo de contar, podrán ver los príncipes de los tiempos presentes qué solicitud tenían en dar buenos ayos y maestros a sus fijos los príncipes de los tiempos passados.

¡O!, príncipes y grandes señores, pues los que soys agora no menos presumís que presumieron los que fueron antes, querría que mirássedes quién sublimó a aquéllos a tanta grandeza y quién les hizo de sí dexar tan eterna memoria; porque a la verdad los hombres generosos no alcançaron la fama por el regalo que tuvieron en los vicios, sino por el trabajo que sufrieron en las virtudes. Torno a dezir que los príncipes passados no se hizieron famosos por ser de muy grandes fuerças, ni por tener muy dispuestas personas, ni por descender de muy delicadas sangres, ni por posseer muchos reynos, ni por athesorar muchos thesoros; sólo lo alcançaron por averles dado sus padres buenos ayos quando niños y por tener cabe sí buenos consejeros quando eran mayores.

Laercio, De vitis philosophorum, y Bocacio, en el libro Del linage de los dioses, dizen que era costumbre entre los philósophos de Athenas que ningún philósopho estrangero pudiesse leer en su academia sin que primero fuesse examinado en natural y moral philosophía; porque era antiguo proverbio entre los griegos que en la academia de Athenas hombre vicioso no podía entrar, ni palabra ociosa allí se podía dezir, ni a philósopho ignorante allí consentían leer. Acaso como viniessen muchos philósophos del monte Olimpo, entre los otros vino [569] uno a ver los philósophos de Athenas, y él era de nación thebano, varón (según se pareció después) en filosofía natural y moral muy doctíssimo. Y, como quisiesse quedarse en Athenas, fue examinado, y de muchas y diversas cosas preguntado, y entre las otras fueron éstas algunas dellas.

Fue preguntado lo primero: «Di, ¿qué es la causa por que la muger es mala, como sea verdad que naturalmente naturaleza la proveyó de vergüença?» Respondió el filósofo: «La muger no es mala sino porque le sobra soltura y le falta vergüença.»

Fue preguntado lo segundo: «Di, ¿por qué se pierden los mancebos?» Respondió el philósopho: «Los mancebos no se pierden sino porque les sobra tiempo para hazer mal y les faltan maestros que los costriñan a bien.»

Fue preguntado lo tercero: «Di, ¿por qué los hombres prudentes se engañan como se engañan los simples?» Respondió el philósopho: «El sabio nunca se engaña si no es de hombre que tiene las palabras buenas y por otra parte tiene las intenciones malas.»

Fue preguntado lo quarto: «Di, ¿quál es el hombre de quien más se deve guardar el hombre?» Respondió el philósopho: «No ay en los hombres peor enemigo que aquél que vee en ti lo que él esperava para sí.»

Fue preguntado lo quinto: «Di, ¿por qué muchos príncipes comiençan bien y acaban mal?» Respondió el philósopho: «Por esso los príncipes comiençan bien, porque su natural es bueno; y por esso acaban mal, porque no ay quien les vaya a la mano.»

Fue preguntado lo sexto: «Di, ¿por qué los príncipes hazen tan grandes desafueros?» Respondió el philósopho: «Porque sobra quien les ofenda con lisonjas y falta quien los sirva con verdades.»

Fue preguntado lo séptimo: «Di, ¿por qué los hombres antiguos fueron tan sabios y por contrario los hombres de agora son tan simples?» Respondió el philósopho: «Porque los antiguos no procuravan sino saber y los presentes no trabajan sino por tener.»

Fue preguntado lo octavo: «Di, ¿por qué en las casas de los príncipes y grandes señores se crían tantos viciosos?» [570] Respondió el philósopho: «Porque les sobra el regalo y les falta el consejo.»

Fue preguntado lo nono: «Di, ¿por qué los más de los hombres viven desassossegados y muy pocos biven quietos?» Respondió el philósopho: «No ay hombre desassossegado sino el que muere por lo ajeno y tiene en poco lo suyo.»

Fue preguntado lo décimo: «Di, ¿en qué se conoce estar la república perdida?» Respondió el philósopho: «No ay república perdida sino do los moços son livianos y los viejos son viciosos.»

Fue preguntado lo undécimo: «Di, ¿con qué se sustenta la república?» Respondió el philósopho: «No puede perecer la república en la qual ay justicia para los pobres, castigo para los tyranos, peso y medida en los mantenimientos, y, sobre todo, si ay mucha disciplina en los moços y poca codicia en los viejos.»

Cuenta ad plenum todo esto Afro Historiógrapho, libro décimo De las cosas de Athenas, etc. Por cierto, a mi parecer, las palabras deste philósopho son pocas, pero las sentencias son muchas, y no por más he querido traer aquí esta historia de aprovecharme de la última palabra o respuesta, do dize que todo el bien de la república consiste en que aya príncipes que atajen la codicia de los viejos y que aya maestros que den disciplina a los moços. Vemos por experiencia que si los animales no están atados, o los panes no están cercados, jamás se cogerán los fructos maduros. Quiero dezir que siempre en los pueblos avrá alborotos si los moços no tienen buenos padres que les vayan a la mano, o sabios maestros que les administren castigo. No podemos negar que el cuchillo, aunque sea de buen azero, no tenga necessidad de tiempo a tiempo darle un filo; y por semejante el moço durante el tiempo que es moço de tiempo a tiempo, aunque no lo merezca, es necessario que sea corregido.

¡O!, príncipes y grandes señores, yo no sé con quién tomáys consejo quando os nasce un hijo y le proveéys de ayo o de maestro, que (según veo) elegís no el más virtuoso, sino el más rico; no el más sabio, sino el más torpe; no el más reposado, sino el más entremetido; finalmente fiáys a vuestro hijo [571] no de quien mejor lo merece, sino de quien mejor lo procura. De nuevo os torno a dezir, ¡o! príncipes y grandes señores, no fiéys a vuestros fijos en manos de aquéllos que tienen más los ojos en su provecho que no los coraçones en vuestro servicio; porque los tales por hazerse ricos crían a los príncipes viciosos.

No piensen los príncipes que les va poco en saber o acertar en elegir un buen ayo, y el señor que en esto no pone diligencia digno es de gravíssima culpa, y porque no pretendan ignorancia, guárdense del hombre que tiene la vida sospechosa y tiene la cobdicia desordenada. En casa de los príncipes, a mi parescer, el oficio de ayos no se ha de dar como se dan los otros oficios, conviene a saber: que se dan por ruegos, o se dan por dineros, o se dan por importunidades, o se dan por privanças, ni aun se deve dar este oficio por paga de servicios; ca no se sigue que si uno ha sido embaxador en reynos estraños, o capitán de grandes exércitos, o aya tenido en la casa real generosos oficios, que por esso es ábile para doctrinar y enseñar a hijos de buenos; porque para ser buen capitán abasta que sea el hombre esforçado y fortunado, y para ser ayo de príncipes conviene que sea virtuoso y reposado. [572]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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