La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro III

Capítulo VIII
En el qual Marco Aurelio prosigue su carta contra los juezes crueles, y pone dos exemplos, uno de un juez romano crudelíssimo y otro de un rey de Chipre piadoso.


A ley de bueno te juro, Antígono, que, siendo yo mancebo, conoscí a un censor o juez en Roma que avía nombre Licaónico, varón que era de alta statura, las carnes tenía ni gruessas ni flacas, los ojos algo eran sanguinolentos, en sangre era de los patricios, en la cara le faltavan muchas barbas y en la cabeça le sobravan muchas canas. Este Licaónico fue en Roma grandes tiempos censor; en las leyes romanas era bien docto, y en las costumbres y judicatura muy esperimentado; de su natural condición hablava poco, y en las respuestas que dava era muy resoluto. Entre todos los que fueron en sus tiempos en Roma tuvo en estremo esta excellencia, conviene a saber: que a todos ygualmente administrava justicia, y a los negociantes con muy gran brevedad despachava; porque jamás le pudieron inclinar con ruegos, ni corromper con dones, ni engañar con palabras, ni torcer por amenazas, ni aceptar de ninguno promessas. Junto con esto era hombre muy austero en la condición, severo en las palabras, inflexíbile en los ruegos, cruel en los castigos, sospechoso en los negocios y, sobre todo, era aborrescido de muchos y temido de todos. Quánto era este Licaónico aborrescido no se puede dezir, y quánto era de todos temido no se puede pensar; porque en Roma quando alguno estava injuriado, luego dezía: «¡Viva por muchos años Licaónico!»; y quando los niños lloravan, luego les dezían las madres: «Guárdate de Licaónico», y luego callavan; por manera que con sólo el nombre de Licaónico [666] espantavan a los hombres y acallavan a los niños. Has tanbién de saber, Antígono, que quando se levantava en una ciudad algún alboroto o en alguna provincia se recrescía algún escándalo, ya se tenían todos por dicho que no avía de yr allá sino Licaónico, y que a él avían de proveer en el Senado. Y (hablando la verdad) quando él llegava a la tal ciudad o provincia, no sólo los sediciosos avían huydo, pero muchos de los innocentes se avían absentado; porque era Licaónico un hombre tan absoluto y tan achacoso, que a unos por hechores, a otros por consentidores; a éstos porque no favorescieron, aquéllos porque lo encubrieron, ninguno se escapava de ser atormentado en la persona o castigado en la hazienda.

¿Piensas tú, Antígono, que fueron pocos los que este juez açotó, quarteó, empozó, degolló, ahorcó, afrentó, desterró y descepó en el tiempo que los príncipes romanos le truxeron consigo? Por los immortales dioses te juro, y assí me valga el dios Genio, que assí estavan proveýdas de pies, y manos, y cabeças de hombres las picotas, como de vacas y vitellas las carnecerías. Estava ya este Licaónico tan encarniçado en derramar sangre humana, que jamás él estava tan conversable, ni tenía el rostro alegre, como el día que avía de empozar alguno en el río Thíberim, o ahorcar en Monte Celio, o degollar a la vía Salaria, o atormentar en la cárcel Mamortina. ¡O cruda, o fiera, o inaudita la condición que este juez Licaónico tenía, ca no era possible que se uviesse criado en braços de romanas delicadas, sino en entrañas de serpientes ponçoñosas! Torno otra vez a dezir que es impossible que éste se crió con delicada leche de mugeres, sino que mamó crudelíssima sangre de tigres. Si este Licaónico era cruel porque se lo dava su condición, maldigo la tal condición; si lo hazía porque de la justicia tenía zelo, yo maldigo al tal zelo; si lo hazía por cobrar más honra, yo maldigo su honra; porque maldito será de los dioses y aborrecido de los hombres el hombre que quita a otro la vida (aunque sea por justicia) no por más de alcançar para sí fama. Mucho se desirven los dioses, y mucho daño reciben los pueblos, en que el Senado de Roma al juez atinado llama floxo y al juez carnicero llama justo; por manera que ya en el pueblo romano no tienen crédito los que sanan con [667] olio, sino los que curan con huego. Si alguno lo piensa, a lo menos yo no lo pienso, que quando murió Licaónico se acabaron con él todos los juezes crueles; porque en todo el Imperio Romano no uvo más de un Licaónico, y agora en cada pueblo ay más de tres o quatro. No sin lágrimas lo digo esto que quiero dezir, y es que en aquellos tiempos, como todos los juezes que administravan la justicia eran piadosos, fue muy nombrado Licaónico por ser cruel; pero agora, como todos son crueles, espantámonos de un juez si es piadoso.

En el año xii de la fundación de nuestra madre Roma, el primero rey della fue Rómulo, el qual embió a todos los pueblos comarcanos un edicto para que todos los hombres que anduviessen desterrados, todos los que estuviessen aflictos, todos los que fuessen perseguidos y todos los que estuviessen necessitados, todos se viniessen a Roma; porque allí serían amparados de sus enemigos y socorridos en sus trabajos. Divulgada la fama por toda Italia de la piedad y clemencia que Rómulo hazía en Roma, si los annales de los antiguos no nos engañan, más vezinos tuvo Roma en x años que no tuvieron Babilonia y Carthago en ciento. ¡O, glorioso el coraçón de Rómulo que tal inventó, gloriosa la lengua que tal mandó, y gloriosa Roma, pues sobre clemencia y piedad se fundó!

En los libros originales que estavan en el alto Capitolio hallé una vez muchas cartas escritas al Sacro Senado y Pueblo Romano, y en el principio de las cartas dezían estas palabras: «Nos, el Rey de los parthos en Asia, a los Padres Conscriptos de Roma, y al pueblo venturoso de Roma y Ytalia, y todos los que con el Senado tienen aliança, los quales tienen nombres de romanos y renombres de clementes, salud a las personas vos embiamos, paz y tranquilidad para vosotros y nosotros a los dioses pedimos.» Mira, pues, Antígono, qué título tan glorioso de clementes tenían nuestros primeros romanos, y qué exemplo de clemencia dexaron para todos los emperadores advenideros, por manera que, pues los bárbaros estrangeros los llamavan piadosos, no es de creer que con sus súbditos y naturales serían crueles. Según que los antiguos trabajaron por ser de todos amados, y según las crueldades que agora hazen los juezes para ser temidos, si los dioses acaso [668] resuscitassen a los muertos y paresciessen delante dellos en juyzio los vivos, yo juzgo que juzgarían y yo digo que dirían que éstos no son sus hijos, sino sus enemigos; no aumentadores de la república, sino ladrones de su clemencia.

Teniendo edad de treynta y siete años halléme un invierno en la ysla de Cethim, que agora se llama Chipre, en la qual ay un monte pequeño (aunque fragoso) que se llama el monte Archadio, do se cría la yerva flabia, de la qual dizen los antiguos que, si la cortan, destila de sí sangre, y aquella sangre aprovecha para que si ensangrientan a una persona con ella estando caliente (aunque no quiera), os ha de amar; y si la untan con sangre fría, os ha de aborrescer. Desto desta yerva no pongas en ello dubda, ca yo hize la esperiencia, en que unté con aquella sangre a una persona, la qual primero perdió la vida que no el amor de mi persona. Uvo en aquella ysla un rey muy exemplar en vida y muy famoso en clemencia, aunque es verdad que por escripto ni por palabra no pude saber el nombre que tenía, mas de quanto estava sepultado sobre quatro colunas en un sepulcro marmóreo, y en torno del sepulchro estava un letrero escripto en griego, y muy antiguo, el qual entre otras muchas cosas dezía estas palabras:

«Todo el tiempo que los inmortales dioses me dieron vida, ésta fue la orden que tuve en governar a mi república.
Lo que pude hazer por bien, nunca lo hize por mal.
Lo que pude alcançar con paz, nunca lo tomé por guerra.
A los que pude vencer con ruegos, nunca los espanté con amenazas.
Lo que pude remediar secreto, nunca lo castigué en público.
A los que pude corregir con avisos, nunca los lastimé con açotes.
A ninguno jamás castigué en público, que primero no le avisasse en secreto.
Nunca consentí a mi lengua que dixesse mentiras, ni permití a mis orejas que oyessen lisonjas.
Refrené a mi coraçón a que no desseasse lo ajeno y persuadíle a que se contentasse con lo suyo proprio. [669]
Velé por consolar a los amigos y desveléme por no tener enemigos.
Ni fui pródigo en gastar, ni cobdicioso en rescebir.
Nunca de una cosa hize castigo sin que primero no perdonasse quatro.
De lo que castigué tengo pena y por lo que perdoné tengo alegría.
Nascí hombre entre los hombres y por esso comen mis carnes aquí los gusanos.
Fui virtuoso entre los virtuosos y por esso descansa mi espíritu con los dioses.»

¿Qué te paresce, Antígono, que epithafio es éste, y qué príncipe devía ser aquél, del qual diría yo que devía ser muy gloriosa su vida, pues está oy tan immortal su memoria? A ley de bueno te juro, y assí los dioses me sean propicios en lo bueno, no tengo tanta embidia a Pompeyo con su Helia, a Semíramis con su India, a Ciro con su Babylonia, a Gayo con su Gallia y a Scipión con su África, como tengo a solo este rey de Chipre en su sepultura; porque más gloria tiene él allí en aquella fiera montaña siendo muerto, que ellos tuvieron en la superba Roma siendo vivos. [670]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

<<< Capítulo 7 / Capítulo 9 >>>


Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
© 1999 Fundación Gustavo Bueno (España)
Proyecto Filosofía en español ~ www.filosofia.org