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Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro III

Capítulo XIII
Do el auctor pone los provechos que se siguen de la paz, y de cómo muchos príncipes començaron por muy pequeñas ocasiones grandes guerras.


Dimo, rey muy antiguo que fue de Ponto, dixo a un philósopho que tenía consigo: «Dime, philósopho. Yo tengo salud, yo tengo honra, yo tengo riqueza, ¿por ventura ay más que dessear entre los hombres o ay más que pedir a los dioses en esta vida?» Respondióle el philósopho: «Veo lo que nunca vi, y oyo lo que jamás leý; porque salud, riqueza y honra pocas vezes los dioses las fían de una sola persona; y, si alguna vez concurren juntas en algunos, es tan breve el tiempo que las posseen, que más razón tienen de llorar porque se las quitaron, que no de alabarse porque las posseyeron. E dígote más, rey Dimo: muy poco aprovecha que te ayan dado los dioses todas estas cosas si no te dan contentamiento con ellas, lo qual pienso yo que no te han dado ni aun te darán; porque son los dioses tan justos en el repartir, que a los que dan el contentamiento quitan la riqueza, y a los que dan la riqueza quitan el contentamiento.» Plutharco, en el primero de su Política, pone este exemplo, y no dize el nombre del philósopho.

¡O!, quán gran beneficio es el que haze Dios a los príncipes y grandes señores en darles salud, darles riquezas y darles honra; pero si con ellas no les dio contentamiento, digo que en dárselas les dio trabajo y peligro; porque si es mayor el trabajo del pobre que no el trabajo del rico, sin comparación es mayor el descontentamiento del rico que no el descontentamiento del pobre. De tener los hombres en poco la salud [692] vienen a enfermar, de tener en poco las riquezas vienen a ser pobres, y de no saber qué cosa es honra vienen a ser desonrados. Quiero dezir que los príncipes descuydados hasta que son descalabrados en la guerra siempre tienen en poco la paz. El día que los príncipes mandáys pregonar guerra contra vuestros enemigos, aquel día days libertad a que sean malos todos vuestros vassallos; y si dezís que no es vuestra intención que sean malos, digo que es verdad, pero junto con esto les days ocasión a que no sean buenos.

Sepamos qué cosa es guerra, y por allí se verá si es bueno o si es malo andar en ella. En las guerras no se trata sino matar los hombres, robar los templos, saquear los pueblos, despojar los innocentes, libertar a los ladrones, deshermanar a los amigos y despertar a los sediciosos; las quales cosas todas no se pueden hazer sin gran detrimento de la justicia y sin gran escrúpulo de la consciencia. No nos pueden negar los hombres bulliciosos que, si dos príncipes emprenden entre sí guerra, dado caso que ambos tengan la querella, en solo uno ha de estar la verdadera justicia; de manera que el príncipe que impugnare lo justo o defendiere lo injusto no saldrá de aquella guerra justificado; no saliendo justificado, quedará condenado, y la condenación será que todos los daños, homicidios, incendios, fuerças y robos que se hizieren en la una y en la otra república, todo será a cuenta del que emprende guerra injusta. Y, si el tal príncipe no tuviere otro príncipe que se lo pida en esta vida, terná justo juez que se lo castigue en la otra. El príncipe que es virtuoso y presume de ser christiano, antes que comience la guerra deve considerar qué daño o qué provecho sacará della, en que, si no sale con aquella empresa, él pierde la hazienda y la honra; y, si sale con ella, dado caso que alcançó lo que desseava, por ventura su desseo era en detrimento de la república, y entonces no ha de querer que el desseo de uno se prefiera al provecho de todos. Quando Dios Nuestro Señor a los príncipes para príncipes crió, y la gente por sus señores los aceptó, es de creer que nunca Dios tal mandara, ni los hombres tal aceptaran, si pensaran que los príncipes avían de seguir no lo que eran obligados, sino a lo que eran inclinados; porque si los hombres siguen a [693] lo que la sensualidad los inclina, siempre errarán; pero si se dexan governar por el ditamen de la razón, siempre acertarán. Ya que los príncipes no dexen de emprender guerra por el peligro de su conciencia, o por el daño de su hazienda, o por la pérdida de su honra, ¿no lo deven hazer por la obligación que tienen a su república, la qual son obligados a conservar en paz y justicia?; porque nosotros no emos menester governadores que nos busquen enemigos, sino príncipes que entresaquen de nosotros a los malos.

El divino Platón, en el quarto libro De legibus, dize que le preguntó uno por qué engrandecía tanto a los lidos y reprehendía a los lacedemonios. Respondió Platón: «Si loo a los lidos, es porque nunca se ocuparon sino en labrar los campos; y si reprehendo a los lacedemonios, es porque nunca supieron sino conquistar reynos y pueblos. Y por esso digo que es más bienaventurado el reyno do los hombres tienen las manos llenas de callos de arar con la reja, que no do tienen los braços quebrantados de pelear con la lança.» Estas palabras que dixo Platón son muy verdaderas, y oxalá en las puertas o en los coraçones de los príncipes estuviessen escriptas. Plinio en una epístola dize que proverbio fue muy usado entre los griegos que aquél era rey que nunca vio rey. Por semejante podemos nosotros dezir que aquél sólo sabe gozar de la paz muy desseada el qual nunca supo qué cosa era guerra. Por insensato y innocente que sea uno, no avrá quien no juzgue por más bienaventurado al que emplea el paño en alimpiarse el sudor de la cara que no al que le rompe para tomar la sangre de la cabeça.

Los príncipes y grandes señores que son amigos de guerra deven considerar que no sólo hazen daño en general a todos, mas aun en especial le hazen a los buenos. Y la razón es que como éstos por su voluntad no pelean, no saquean, no alborotan y no matan, esles necessario comportar las injurias y sufrir sus daños y pérdidas; porque ya no son buenos para la guerra sino los hombres que tienen en poco la vida y en mucho menos la conciencia. Si las guerras fuessen solamente con los malos contra los malos y en daño de los malos, poco las sentirían los que presumen de buenos; pero ¡ay, dolor! [694] que los buenos son los perseguidos, los buenos son los robados y los buenos son los muertos; porque, de otra manera, si fuessen como dixe malos contra malos, poco se nos daría que venciessen los unos, y muy menos que fuessen vencidos los otros.

Pregunto agora yo: ¿qué fama, qué honra, qué gloria, qué vitoria, ni qué riqueza se puede ganar en una guerra que no valgan más los buenos que murieron en ella? Ay en el mundo tanta penuria de buenos y ay tanta necessidad en las repúblicas dellos, que si fuesse possible con lágrimas de los sepulcros los avían de resucitar y no llevarlos a la guerra como a carnecería a morir. Plinio en una epístola y aún Séneca en otra epístola dizen que como rogassen a un capitán romano que con su exército entrasse a un gran peligro, del qual peligro se le seguía a él mucha honra, aunque poco provecho a la república, respondió: «Por ninguna cosa yo entraría en esse peligro si no fuesse por dar la vida a un ciudadano romano; porque más quiero yo yr rodeado de muchos buenos a Roma que yr cargado de thesoros a mi casa.» Cotejando príncipe con príncipe, y ley contra ley, y christiano con pagano, sin comparación se ha de tener en más el ánima de un christiano que no la vida de un romano; porque el buen romano tenía por ley morir en la guerra, pero el buen christiano tiene por precepto de bivir en paz.

Suetonio Tranquilo, en el segundo De Cesaribus, dize que entre todos los príncipes romanos no uvo príncipe tan amado, ni aun en todas las guerras tan venturoso, como fue Augusto, y la razón desto es porque aquel buen príncipe jamás començó alguna guerra que no tuviesse muy gran ocasión para començarla. ¡O!, de quántos príncipes no paganos sino christianos de los quales hemos oýdo y leýdo todo lo contrario desto, es a saber: que fueron tan pródigos de su conciencia, que nunca emprendieron una guerra que fuesse justa, a los quales yo juro y prometo que, si la guerra que acá hizieron fue injusta, la pena que allá tienen es justíssima. Xerses, rey de los persas, estando un día comiendo, truxéronle unos higos hermosos y sabrosos de la provincia de Athenas, el qual allí en la mesa hizo juramento por los dioses immortales y por los huessos de sus passados de no comer jamás higos de [695] su tierra, sino de Athenas, do avía los mejores higos de Grecia. Lo que el rey Xerses juró de palabra, él lo cumplió por obra, en que luego se fue a conquistar toda la Grecia no más de por hartarse de los higos della, por manera que él inventó aquella guerra no sólo como príncipe liviano, mas como hombre goloso y vicioso. Dize Tito Livio que los galos, como gustaron el vino de Italia, luego tomaron las armas y fueron a conquistarla sin tener otra razón mayor ni menor de hazerles guerra, de manera que los franceses a troque del vino de Italia dieron su sangre propria. El rey Antígono soñó una noche que veýa al rey Mitrídates con una hoz en la mano, el qual a manera de labrador segava a toda Italia, y cayóle tanto temor deste sueño al rey Antígono, que se determinó de matar al rey Mitrídates, de manera que este insensato rey por creer en un sueño liviano puso en armas a todo el mundo. Estando los longobardos en Pannonia, oyeron dezir que en Italia avía dulces fructas, sabrosas carnes, olorosos vinos, hermosas mugeres, buenos pescados, pocos fríos y templados calores, las quales nuevas no sólo los movió a las dessear, mas aun tomaron las armas para yr a Italia a conquistar; por manera que los longobardos no vinieron a Italia por vengarse de sus enemigos, sino por tener allí más vicios y regalos. Grandes tiempos passaron en los quales los carthaginenses y romanos fueron amigos, pero después que supieron aver en España grandes minas de oro y plata, luego se levantó entre ellos muy cruda guerra, de manera que aquellos dos generosos reynos por robar la hazienda ajena destruyeron a sus tierras proprias. Son auctores de todo lo sobredicho Plutharco, Paulo Diácono, Beroso y Tito Livio. ¡O, secretos juyzios de Dios, que tal permites! ¡O, immensa bondad de ti, mi Señor, que tal sufres! ¿Cómo? ¿Y no ha de aver más sino que un príncipe por soñar un sueño en la cama, otro por robar los thesoros de España, otro por huyr los fríos de Ungría, otro por bever los vinos de Italia, otro por comer higos de Grecia; pusiessen a fuego y a sangre toda la tierra? No se encruelece mi pluma contra todos los príncipes que tienen guerras, sino contra aquéllos que tienen guerras injustas; porque, según dezía Trajano, más vale guerra justa que no paz fingida. [696]

Loo, apruevo y engrandezco a los príncipes que son cuydadosos y animosos en conservar lo que les dexaron sus passados; porque, dado caso que sobre desaposessionarlos dello vengan con otros príncipes en rompimiento, quanto su enemigo ofende a la conciencia en lo tomar, tanto ofende él a su república en no lo defender. Mucho me satisfazen las palabras que el divino Platón dize en el quinto libro de sus Leyes, y son éstas: «No conviene que seamos estremados en loar a los que tienen paz, ni seamos descomedidos en reprehender a los que tienen guerra; porque ya puede ser que, si uno tiene guerra, sea con fin de alcançar paz; y, por contrario, si uno tiene paz, sea con fin de hazer guerra.» A la verdad dixo muy gran verdad Platón; porque más vale dessear breve guerra por larga paz, que no breve paz por larga guerra. Preguntado el filósofo Chilón en qué se conoscería un governador bueno o un governador malo, respondió: «No ay cosa en que un hombre bueno y un hombre malo se conozcan como es sobre lo que debaten; porque el príncipe tirano muere por tomar lo ajeno, pero el príncipe virtuoso trabaja por defender lo suyo.» Quando el Redemptor del mundo se partió deste mundo, no dixo «la mi guerra os doy, la mi guerra os dexo», sino «la mi paz os dexo y la mi paz os doy», de do se sigue que el buen christiano más obligación tiene a conservar la paz que Christo tanto le encomienda, que no a inventar una guerra para vengar su injuria propria. Si los príncipes hiziessen lo que avían de fazer, y en este caso me quisiessen creer, por ninguna cosa temporal avían de consentir sangre humana derramar, si no fuesse por Aquél que por nosotros quiso su sangre en la Cruz offrescer; porque los buenos christianos tienen obligación de llorar por sus peccados, pero no tienen licencia de derramar sangre de sus enemigos. Finalmente digo, ruego, exorto y amonesto a todos los príncipes y grandes señores que por Aquél que es príncipe de paz amen la paz, procuren la paz, conserven la paz y bivan en paz; porque en la paz ellos serán ricos y sus pueblos bienaventurados. [697]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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Edición digital de las obras de
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La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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