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Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro III

Capítulo XXVIII
Do el auctor persuade a los príncipes y grandes señores que se guarden de ser míseros, y que la largueza y la manificencia mucho conviene a la real persona.


Pisístrato, famoso tirano que fue entre los atenienses, como no pudiessen sus amigos sufrir tantas crueldades como hazía, desamparánronle y fuese cada uno para su casa; lo qual visto por el tirano, juntó en un fardel todos sus vestidos y dineros, y, tomado a cuestas, fuesse para sus amigos; y, derramando delante dellos muchas lágrimas, díxoles estas palabras: «Yo traygo aquí mi ropa y mi hazienda, con determinación que, si tornáys a mi compañía, nos yremos todos a mi casa; y, si no queréys yr en mi compañía, acuerdo de quedarme en la vuestra; porque si estáys cansados de me seguir, yo estoy muy ganoso de os servir, pues sabéys que no se pueden llamar verdaderos amigos los que no se sufren unos a otros.»

Plutharco en su Apotémata dize que este tyrano Pisístrato fue en demasía muy rico y fue en estremo muy avaro, por manera que se cuenta dél que el oro o la plata que una vez entrava en su poder jamás se lo veýan dar ni trocar, sino que si tenía necessidad de comprar alguna cosa, si no se la presentavan de voluntad, hazíala tomar por fuerça. Como llegasse a la muerte, y de hecho muriesse este tirano, acordaron los de Athenas de traer un peso y pesar a Pisístrato y a su thesoro. Fue el caso maravilloso que seys vezes pesó más la plata y el oro que su cuerpo muerto. Avía a la sazón en Athenas un filósofo por nombre Lido, al qual, como preguntassen los athenienses qué harían de aquel tesoro y qué harían de aquel cuerpo muerto, respondió: [775]

«Los que son vivos y reconoscieren aquí algo que el tyrano les uvo tomado, parésceme que les sea luego restituydo. Y no os maravilléys porque yo no mando que se atesore en el tesoro de la república; porque no quieren los dioses que se haga rica la república con el robo de los tyranos, sino con el sudor de los vezinos. Si quedaren algunas riquezas, y no parescieren aquéllos a quien fueron tomadas, parésceme que entre los pobres deven ser distribuydas; porque no puede ser cosa más justa que con las riquezas que este tyrano hizo a muchos pobres, con ellas mismas fagamos nosotros a muchos ricos. En lo que toca a su sepultura, parésceme que deve ser el cuerpo entregado a las aves que le coman y a los perros que le royan, y no os parezca esta sentencia cruel, pues no somos obligados a hazer más por él en la muerte que él hiziera por sí mismo en la vida, el qual, vencido de la avaricia, no se atrevió comprar siete pies de tierra en los quales le hiziessen la sepultura. E quiero que sepáys que los dioses han hecho oy gran bien a toda Grecia en tirar a este tirano la vida, y el un bien es que se libertan muchas riquezas, y el otro bien es que se desocupan muchas lenguas; porque los thesoros deste tirano hazían gran falta en la república y nuestras lenguas ocupávanse la mayor parte del día en dezir mal de su persona.»

Parésceme que tocó este philósopho dos daños que haze el hombre avaro en la república, es a saber: que teniendo mucha plata y oro ascondido se quita el trato y comercio de que vive el pueblo; y el otro daño es que, como es de todos aborrescido, causa en los coraçones mucho rancor y odio, por manera que a los ricos haze murmurar y a los pobres blasfemar. Una cosa leý en las leyes de los longobardos digna por cierto de saber y no menos de imitar, y fue que ordenaron entre sí que todos los que tuviessen plata, y oro, y dineros, y sedas, y brocados, lo registrassen delante la justicia cada año, y esto a fin de no les consentir athesorar mucho, sino que en comprar, y vender, y tratar se derramassen las riquezas por el pueblo, por manera que el hombre que no quería gastar el dinero en provecho de su casa se lo tomavan para el bien de la república. [776] Si hiziessen oy los christianos lo que hazían los longobardos, no avría tantos tesoros ascondidos, ni en cada pueblo avría tantos avaros; porque no puede ser cosa más injusta que tenga athesorado un rico con que podrían vivir mil pobres.

La maldita avaricia, y la desordenada cobdicia, no podemos negar sino que a todos los estados estraga, y que a toda buena ropa apolilla; pero, hablando a la verdad y aun con libertad, no ay cosa que ella más denigre y afee que es a las cosas poderosas y a las personas generosas; porque más peligrosa es una mota que cae en el ojo, que no un carbunco que nasce en el pie. Agesilao, muy famoso rey que fue de los lacedemonios, preguntado por un thebano quál era la palabra más injuriosa que a un rey se podía dezir y quál era la palabra con que más le podían honrar, respondió: «El generoso príncipe de ninguna cosa tanto se ha de enojar como dezirle que es rico, y de ninguna cosa tanto se ha de alegrar como de llamarle pobre; porque la gloria del buen príncipe no consiste en los muchos tesoros que tiene, sino en las grandes mercedes que haze.» Fue por cierto esta palabra una muy real sentencia, y digna que los príncipes la encomienden a la memoria. Alexandre, Pirro, Nicanor, Tholomeo, Pompeyo, Julio César, Scipión, Aníbal, Marco Porcio, Augusto, Chitón, Trajano, Theodosio, Marco Aurelio, todos éstos fueron príncipes muy poderosos y valerosos; mas junto con esto los escritores que escrivieron los grandes hechos que hizieron en la vida, también escrivieron la pobreza con que les tomó la muerte, por manera que no menos son engrandescidos por las riquezas que espendieron, que por las hazañas que hizieron.

Dado caso que los hombres baxos y plebeyos sean avaros, y los príncipes y grandes señores también sean avaros, la culpa de los unos no es ygual a la culpa de los otros, aunque al fin todos son culpados; porque el pobre, si guarda, es porque no le falte; mas el cavallero, si atesora, es para que le sobre. Y en tal caso diría yo que maldito sea el cavallero el qual trabaja porque le arrastre la hazienda y no se le da nada que con dos palmos no le llegue al suelo la fama. Los príncipes y grandes señores, pues quieren que los tengan por generosos y valerosos, querría yo saber qué es la ocasión que tienen para ser escassos. [777] Si dizen que lo que guardan lo guardan para comer, no tienen en esto razón, que al fin al fin por mal que coma un rico, todavía ay muchos que querrían más lo que sobra a sus mesas que no lo que ellos llevan para comer en sus casas. Si nos dizen que lo que guardan lo guardan para se vestir y ataviar, tampoco tienen en esto razón; porque la grandeza de los señores no consiste en que anden ellos muy vestidos, sino en proveer que no anden sus criados hechos pedaços. Si dizen que lo que guardan lo guardan para retener en sus recámaras buenas joyas, en sus salas buenas tapicerías, tampoco les admitirán esta respuesta; porque todos los que entran en los palacios de los príncipes más miran a los que están en su cámara si son virtuosos, que no a los paños que están en la sala si son ricos. Si dizen que lo que guardan lo guardan para cercar las villas de su tierra o para fazer fortalezas en su frontera, también ésta con las otras es fría respuesta; porque los buenos príncipes no han de trabajar sino de ser bienquistos, que si son en sus reynos bienquistos no pueden en el mundo tener tan fuertes muros como son los coraçones de sus vassallos. Si nos dizen que lo que guardan lo guardan para casar a sus hijos, tampoco tienen razón, que, pues los príncipes y grandes señores tienen gran patrimonio, no ay necessidad de athesorar mucho thesoro; porque, si los hijos fueren buenos, aumentarán lo que eredaren; mas, si por desdicha fueren malos, perderán lo que les dexaren. Si nos dizen que lo que guardan lo guardan para las guerras, tampoco es ésta justa escusa; porque la tal guerra, si no es justa, ni el príncipe la emprenderá, ni el pueblo tal le aconsejará; mas si la guerra es justa, entonces la república -que no él- han de hazer la costa, porque en las guerras justas y justificadas poco es que den al príncipe la fazienda, sino que cada uno vaya allí a morir con su persona. Si nos dizen que lo que guardan lo guardan para tener que dar y repartir en fin de sus días, a esto digo que no sólo no es cordura, mas aun es suprema locura; porque a la hora de la muerte más vale que los príncipes se alegren de lo que ellos dieron que no que se alaben los otros de lo mucho que eredaron.

¡O!, quán inconsiderados y quán malaconsejados son los príncipes y grandes señores en querer dexarse infamar de [778] cobdiciosos y avarientos, y esto no por más de por juntar unos pocos de malditos thesoros; porque, según nos enseña la esperiencia, ninguno puede ser avariento de la fazienda sin que sea pródigo de la honra. Plutarco, en el libro que hizo De fortuna Alexandri, dize que el Magno Alexandro tenía un privado que se llamava Perdica, el qual, como viesse que Alexandro todo lo que con gran costa ganava con gran facilidad lo dava, díxole un día: «Dime, Sereníssimo Príncipe: pues das todo lo que tienes a los otros, ¿qué es lo que dexas para ti?» Respondióle Alexandro: «Quédame la gloria de lo que he dado y ganado, y quédame la esperança de lo que he de dar y ganar. (E dixo más.) Dígote de verdad, Perdica: si pensasse que pensavan los hombres que lo que yo tomo lo tomo por cobdicia o por avaricia, por el dios Mars te juro ni combatiesse una almena, ni por ganar a todo el mundo anduviesse una jornada, sino que es mi intención de tomar para mí la gloria y repartir entre los otros la hazienda.» Palabras tan altas príncipe muy alto avía de dezirlas como las dixo.

Si no me engaña lo que he leýdo en los libros y lo que he visto con los ojos, aun para ser los hombres ricos les conviene ser dadivosos; porque los príncipes y señores que naturalmente son magnánimos en el dar, siempre son fortunados en el tener. Muchas vezes acontece que un hombre, dando poco, es tenido por largo, y otro hombre, dando mucho, es tenido por escasso. Y todo este daño está de no saber que la escasseza y largueza no consiste en el mucho dar o poco dar, sino en saberlo dar; porque las mercedes que se hazen sin razón y tiempo ni aprovechan al que las recibe, ni las agradece al que las dan. Un hombre avaro más da en una vez que da otro que es magnánimo en veynte, y la diferencia que ay de la largueza del uno a la escasseza del otro es que el generoso da lo que da a muchos, mas el escasso da lo que da a uno, de la qual inadvertencia se deven mucho guardar los príncipes; porque si en tal caso, si oviesse un hombre solo que loasse su largueza, avría diez mil que blasfemassen de su avaricia. Acontesce muchas vezes a los príncipes y grandes señores que de verdad en el hazer mercedes son largos, sino que en darlo a quien lo dan son desdichados. Y todo esto proviene de pensar ellos [779] que lo dan a personas virtuosas y bien acondicionadas, y aciertan a darlo a las que después le son ingratas y desconocidas, por manera que a los unos no ganaron por amigos con lo que les dieron, y a los otros cobraron por enemigos por lo que les quitaron. No abasta a los príncipes y grandes señores tener gran ánimo para dar, sino saber quándo, cómo, adónde y a quién lo han de dar; porque de otra manera, si por el atesorar fuessen acusados, por lo que diessen serían reprehendidos.

Quando los hombres han perdido lo que tienen en juegos, en adulterios, en combites y en otros semejantes vicios, mucha razón es que estén afrentados; mas quando lo han espendido como hombres generosos y magnánimos, no deven vivir descontentos; porque el hombre cuerdo no ha de tomar pesar por lo que pierde, sino porque se le pierde mal, ni ha de tomar plazer por lo que da quando no lo da bien. Dión griego cuenta en la Vida de Severo el Emperador que, como un día en la fiesta del dios Jano hiziesse grandes mercedes assí a sus criados como a otros estrangeros, y por esta causa fuesse muy loado de todos los romanos, dixo él: «Pensaréys agora vosotros los romanos que estoy muy alegre por las mercedes que he hecho y muy vanaglorioso por las alabanças que me avéys dicho; pues por el dios Mars vos juro, y assí el dios Jano nos dé buen año, que no es tan grande el plazer que tengo por lo que he dado, quanta es la pena que tengo por lo que no puedo dar.» [780]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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