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Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro III

Capítulo XXXIX
Que los príncipes y grandes señores deven ser menospreciadores de las cosas del mundo; porque al fin todo lo que ay en el mundo es un manifiesto engaño.


Platón, Aristóteles, Pitágoras, Empédocles, Demócrito, Seleuco, Epicurio, Diógenes, Thales y Metrodoro tuvieron entre sí tanta contienda y diferencia sobre pintar y descrevir el mundo y sus orígines y propriedades, en que por sustentar cada uno su opinión se hizieron los unos a los otros más guerra con las péñolas que no se fazen los enemigos con las lanças. Pitágoras dezía que esto que llamamos mundo es una cosa y lo que llamamos universo es otra. Thales el filósofo dezía que no avía más de un mundo, y por contario Metrodoro el astrólogo porfiava que avía infinitos mundos. Diógenes dixo que era el mundo infinito, y Seleuco dixo que no dezía verdad, sino que era finito. Aristóteles quiso sentir que el mundo era eterno, mas Platón claramente dixo que el mundo tuvo principio, aunque no terná fin. Epicurio dezía que el mundo era redondo como bola. Empédocles dezía que no era como bola, sino como huevo. Chilo, el filósofo, disputó en el monte Olimpo que el mundo era como los hombres, es a saber: que tenía ánima sensitiva y intellectiva, y Aristóteles defiende que el mundo ni tiene ánima sensitiva ni intellectiva. Sócrates dixo en su academia, y escrivió en su doctrina, que después de xxxvii mil años tornarían todas las cosas assí como avían sido, es a saber: que él mismo nacería y se criaría y leería en Athenas, y Dionisio tornaría a tyranizar a Siracusa, y Julio César a enseñorear a Roma, y Aníbal a conquistar a Italia, [838] y Scipión a pelear con Cartago, y Alexandro a pelear con Darío, y assí de todas las otras cosas passadas. En estas y en otras tan vanas qüestiones y especulaciones gastaron los filósofos antiguos muchos años, escrivieron innumerables libros, fatigaron sus juyzios, consumieron largos tiempos, peregrinaron por muchos reynos, sufrieron infinitos trabajos, y al fin al fin las verdades que fallaron fueron pocas, y las neciencias y simplicidades que escrivieron fueron muchas; porque la menor parte de lo que ignoraron fue muy mayor que todo lo que supieron.

Quando tomé la péñola en la mano para escrevir de la vanidad del mundo, no fue mi intención de reprehender ni tratar deste material mundo, el qual consta de quatro elementos, es a saber: de tierra, que es fría y seca; de agua, que es úmida y fría; de ayre, que es cálido y úmido; y de huego, que es seco y cálido; por manera que, tornando desta manera al mundo, no ay razón para que dél nos podamos quexar, pues sin él no podemos corporalmente vivir. Quando el Pintor del mundo vino en este mundo, muchas vezes se quexava y reprehendía al mundo, y no es de creer que reprehendía al agua, que se dexó dél acocear; ni al ayre, que cessó en la mar de ventear; ni a la tierra, que en su muerte mostró temblar; ni a la luz, que cessó de alumbrar; ni a las piedras, que se quisieron quebrantar; ni a los pesces, que se consintieron tomar; ni a los árboles, que se dexaron secar; ni a los monumentos, que se permitieron abrir; porque la criatura reconoció en su Criador la omnipotencia y el Criador halló en las criaturas la devida obediencia.

Muchas vezes y a muchas personas oýmos dezir «¡o, triste mundo!», «¡o, mísero mundo!», «¡o, engañoso mundo!», «¡o, instable mundo!», por manera que nunca cessamos de quexarnos y jamás él dexa de engañarnos. ¡O!, quántos ay en el mundo los quales, aunque se quexan, no sabrían dezir quién es aquél de quien se quexan, y por esto es razón que sepamos quién es este mundo, de qué es este mundo, dó está este mundo, de qué se compone este mundo, y quién es el señor deste mundo; pues en él todas las cosas son tristes, todas son instábiles, todas son míseras, todas son engañosas y todas son maliciosas, [839] lo qual no se puede entender deste mundo material; porque en el fuego, en el ayre, en el agua y en la tierra; en la luz, y en las planetas, y en las piedras, y en los árboles; ni ay tristeza, ni ay miseria, ni ay engaño, ni malicia. El mundo do nascimos, do vivimos y do morimos muy diferente es del mundo de quien nos quexamos, del mundo contra quien peleamos, del mundo del qual nos recatamos, del mundo en el qual vivimos siempre con sospecha y que no nos dexa reposar ni sola una ora. Declarando, pues, ya nuestro intento, no es otra cosa este mal mundo sino la mala vida de los mundanos, do la tierra es la avaricia, el fuego es la codicia, el agua es la inconstancia, el ayre es la locura, las piedras son la sobervia, las flores el contentamiento, los árboles altos son los pensamientos, la mar profunda es el coraçón; finalmente digo que el sol deste mundo es la prosperidad y la luna es continua mutabilidad. El príncipe deste tan mal mundo es el demonio, de quien dezía Christo: «El príncipe deste mundo agora será alançado fuera.» Y esto dixo el Redemptor del mundo con fin que a los mundanos y a sus mundanas vidas llamava mundo; porque siendo ellos siervos del pecado, de necessidad avían de ser vassallos del demonio.

La sobervia, la avaricia, la embidia, la blasfemia, los regalos, los plazeres, la luxuria, la pereza, la glotonía, la yra, la malicia y la vanidad y locura: éste es mundo contra quien peleamos toda nuestra vid, y do los buenos son príncipes de los vicios y do los vicios son señores de los viciosos. Cotejemos los trabajos que passamos con los elementos y los que padecemos entre los vicios, y fallaremos que es muy poco el peligro que tenemos en la mar, ni en la tierra, respecto del que se nos recrece de nuestra mala vida. ¿Por ventura no tienen más peligro los que caen de un codo en alto de sobervia que no los que caen de una roca altíssima? ¿Por ventura no tiene más peligro el que es perseguido a embidia que no el que está descalabrado de una pedrada? ¿Por ventura no tienen más peligro los hombres entre los vicios y regalos que no entre los animales feroces y brutos? ¿Por ventura no tienen más peligro los que se dexan quemar en el fuego de la avaricia que no los que viven cabe el monte Ethna? Finalmente digo que tienen más peligro [840] los que se cevan de pensamientos altos que no los que tienen los altos árboles que son de importunos vientos combatidos.

Éste, pues, éste es el mundo, nuestro crudo enemigo; éste es el amigo fementido; éste es el que nos tiene siempre en trabajo; éste es el que nos quita nuestro reposo; éste es el que nos roba nuestro thesoro; éste es el que se haze temer de los buenos; éste es el muy amado de los malos; éste es el muy pródigo de bienes agenos; éste es el muy escasso de sus bienes proprios; éste es el mullidor de todos los vicios; éste es el verdugo de todas las virtudes; éste es el que entretiene a los suyos con falagos y éste es el que atrae a los estraños con regalos; éste es el que roba la fama de los muertos y éste es el que mete a saco la fama y vida de los vivos; finalmente digo que este mal mundo es el que con todos tiene cuenta y éste es al qual ninguno osa cuenta pedir.

¡O!, vanidad de vanidad, do todo huele a vanidad, do todo suena vanidad, do todo sabe a vanidad, do todo paresce vanidad; y muy poco es parecer vanidad sino que de hecho es vanidad; porque tan gran falso testimonio levantaría el que dixesse que en este mundo ay cosa fixa, sana y verdadera como el que dixere que en el Cielo ay cosa instable, caduca y falsa. Porque vean los príncipes vanos quán vanos son sus trabajos y quán vanos son sus pensamientos, hagamos a un príncipe vano que les diga cómo le fue con las vanidades deste mundo; porque si no creyeren a lo que escrive mi pluma, den fe a lo que esperimentó su persona. Son, pues, éstas sus palabras en el libro llamado Ecclesiastés:

«Yo, Ecclesiastés, hijo del rey David, fui rey en Jerusalén, y pensé y propuse en mi coraçón de provar y gozar todos los géneros de plazeres y deleytes desta vida por ver si me satisfaría en ella alguna cosa, la qual, después de alcançada, reposasse mi coraçón con ella; porque este péssimo exercicio han tomado para sí los hijos de vanidad, en que siendo como son capazes de pocas cosas, quieren indagar y escudriñar muchas. Por poner en efecto lo que mi coraçón avía pensado, engrandescí los términos y alargué los mojones [841] de mis reynos; hize grandes palacios para morar y muchas casas de plazer para me recrear; planté muchas viñas para comer uvas tempranas y bever vinos delicados; hize muchas huertas para me passear y aderecé muy hermosos jardines para cenar; enxerí varios árboles para comer varia fructa y planté otros árboles para que me hiziessen sombra; de muy altas montañas truxe caños de agua para regar las huertas y, junto con esto, para tener peces hize grandes albercas; para dehesas hize grandes cercadas y planté espessos bosques para criar venados; posseý muchos millares de ovejas y tuve innumerables cabañas de vacas; de esclavos tuve gran número para labrar las huertas y compré muchas esclavas para el servicio de mis casas; tuve cantores que me cantassen y músicos que delante mí tañessen; hize buscar mugeres aldeanas que cantassen y con ellas tenían serranas que baylassen; fueron tantos y tan grandes los tesoros que junté en mi tierra, que en tan poco se tenía la plata en mi casa quan en poco se estima el lodo en otra. Finalmente digo que ninguna cosa dessearon ver mis ojos que no la vieron, ni cosa dessearon oýr mis orejas que no la oyeron, ni cosa dessearon tocar mis manos que no la tocaron, ni cosa dessearon oler mis narizes que no la olieron, ni cosa dessearon los desseos de mi coraçón alcançar que no la alcançassen; y, después de visto, y gustado, y tocado, y probado, y posseýdo todo esto, vi que todo era una vanidad de vanidad y una liviandad de liviandad.»

Esto, pues, fue lo que el sabio Salomón dixo hablando de las cosas del mundo, el qual, como lo dixo de palabra, lo avía experimentado en su misma persona. Dando fe (como es razón que se dé) a tan alta dotrina, no sé yo qué es lo que más puede en este caso mi pluma dezir, pues dize que, después de averlo todo provado, averlo posseýdo, averlo gustado, halló que todo es vanidad quanto procuramos y tenemos en este mundo. ¡O!, príncipes y grandes señores, yo os ruego, y per viscera Christi amonesto, entréys con mucho tino en este profundo piélago, pues su tino es un desatino que trae a todos desatinados; porque todos los que caminaren por su camino, [842] al tiempo que pensaren yr más seguros se hallarán en meytad del camino perdidos. Ninguno se desconcertará con el mundo sobre el querer vivir en su casa, que de día y de noche tiene a todos los mundanos la puerta abierta, haziendo la entrada llana y segura; mas ¡ay de nosotros!, si allá entramos, y mucho más ¡ay de los que cargaren de sus vicios y se aprovecharen de sus regalos!; porque después que nos empalagamos y de aver entrado en él nos arrepentimos, por ninguna parte hallamos salida segura sin que primero escotemos muy bien la posada.

No sé yo cómo no son los mundanos cada momento engañados, pues miran superficialmente al mundo con los ojos y le aman profundamente con el coraçón, que si ellos quisiessen ser tan profundos en le considerar como son livianos en le mirar y seguir, hallarían y verían muy claro que jamás el mundo halaga con prosperidad sin que amenaze con adversidad, por manera que debaxo de la mayor suerte, que es el seys, está la menor suerte, que es el as. Aconsejaría yo a los príncipes y grandes señores que ni creyessen al mundo, ni a sus regalos; y mucho menos creyessen a sí mismos, ni a sus vanos pensamientos, los quales muchas vezes piensan que, después que uvieren trabajado y tuvieren mucho tesoro, gozarán de su trabajo sin que nadie les dé enojo, ni menos les vaya a la mano. ¡O!, quán vano es el tal pensamiento, y quán al revés sucede después todo esto; porque es de tan mala condición el mundo, que si nos dexa reposar el primero sueño, assí a nosotros como a lo que tenemos allegado, quando ya viene a la mañana, y aún a las vezes dende a una hora, nos despierta con otro nuevo cuydado y tiene buscado para lo que tenemos otro nuevo dueño. [843]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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