La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Gómez Pereira

Gómez Pereira y la «Antoniana Margarita»
Rafael Llavona (Universidad Complutense)
Javier Bandrés (Universidad de Vigo)

Personajes para una historia de la psicología en España, 1995


El Renacimiento y los médicos-filósofos

En el panorama del Renacimiento español ocupa un lugar destacado el grupo de los llamados médicos-filósofos, eminentemente representados por Gómez Pereira, Juan Huarte de San Juan, Miguel Sabuco y Francisco Vallés. Constituyen los rasgos más sobresalientes de estos cuatro autores su formación en dos de las universidades españolas de más prestigio en el siglo XVI, Salamanca y Alcalá, así como su amplio conocimiento de las doctrinas de los médicos y filósofos naturalistas de la antigüedad, a cuyas fuentes tienen acceso directo. En la dinámica de su pensamiento se conjugan la puesta en contingencia del argumento de autoridad junto a la revisión de la tradición antigua y escolástico-medieval con una reflexión propia que se basa en los datos de observación, analizados con una independencia cuyo techo sólo queda limitado por las cuestiones siempre problemáticas de la fe y la interpretación de las escrituras.

Abandonando los círculos académicos y ejercitando activamente su profesión, moldean, en contacto con la experiencia clínica y, aun en casos, a través del análisis experimental, un cuerpo de pensamiento en el que el hombre ocupa un lugar central y que anticipa temas que, con el tiempo, constituirán núcleos de atención preferente en el pensamiento europeo.

Tomando como punto de partida los datos de la fisiología humana, mecanismos cerebrales y flujo nervioso, tratan de definir la constitución del sujeto, la unión psico-física así como las diferencias específicas que separan al hombre del resto de los animales.

Pereira en su tiempo

Gómez Pereira nace en 1500 en Medina del Campo, que, con Amberes, era uno de los principales centros comerciales de la Europa de aquel tiempo. Estudió Medicina en la Universidad de Salamanca, importante centro intelectual que veía peligrar su hegemonía cultural a principios del siglo XVI por el empuje de la recientemente [80] fundada Universidad Complutense. Para contrarrestar esta amenaza, la Universidad de Salamanca emprende un proceso de renovación tomando como punto de referencia a la Universidad de París. Se adopta un método pedagógico basado en la intervención activa del alumno, conocido en la época como modus parisiensis. Se amplía asimismo la oferta educativa incorporando jóvenes profesores españoles de la Universidad de París que aportan su enfoque filosófico nominalista, en contraste con la tradicional orientación realista de la Universidad. Gómez Pereira fue profundamente influido por uno de estos profesores, Juan Martínez Guijarro, más tarde cardenal Silíceo, que accede a la cátedra de Lógica en 1517 y cinco años más tarde pasa a ocupar la de Filosofía Natural. Silíceo había sido discípulo en París de Juan de Celaya y de Juan Dullaert. A través de ellos conoció las obras de los físicos del Merton College de Oxford, que en el siglo XIV habían realizado importantes investigaciones sobre el movimiento de los cuerpos, velocidades y fenómenos de aceleración. A su llegada a Salamanca, Silíceo hizo editar y utilizaba en sus cursos el Liber Calculationum del físico mertoniano Richard Swineshead. Las ideas de los físicos de Oxford inspirarán el enfoque teórico del modelo de conducta animal de Pereira.

Gómez Pereira vivió y ejerció la Medicina en Medina del Campo. Se movió en el ambiente de la burguesía y su prestigio profesional hizo que fuera llamado a la corte para atender a Carlos de Austria, el polémico y malogrado heredero de Felipe Il. Su obra fundamental es la conocida como Antoniana Margarita (Medina del Campo, 1554). En 1558 publicó una obra de carácter específicamente médico titulada Novae Veraeque Medicinae Experimentis et Evidentibus Rationibus Comprobatae prima pars per Gometium Pereiram Medicum, en la que se presenta una nueva teoría sobre el origen de la fiebre. Pereira murió probablemente después de 1558, sin que se conozcan las circunstancias y el lugar de su fallecimiento.

La Antoniana Margarita: Pereira y sus fuentes

El título completo de esta obra es Antoniana Margarita, opus nempe Physicis, Medicis ac Theologis non minus utile quam necessarium per Gometium Pereiram, medicum Methinae Duelli, quae Hispanorum lingua Medina del Campo apellatur, nunc primum in lucem aeditum. Anno M.D.LIIII, decima quarta die Mensis Augusti. El curioso título de Antoniana Margarita, con el que se la conoce, obedece a estar dedicada a los padres de Pereira, llamados Antonio y Margarita. La obra, como se ve, fue publicada originalmente en 1554. La segunda y última edición data de 1749. Según Nicolás Antonio (1783) se publicó también en Frankfurt en 1620, pero no se conoce ningún ejemplar ni prueba concluyente de tal edición.

En 1554 la obra se componía de una introducción, en páginas sin numerar, un índice de materias y el texto de la obra sin paginar y con dos columnas numeradas en cada hoja. Este texto se componía de Antoniana Margarita (columnas 1-496), un comentario al libro tercero del De Anima de Aristóteles (columnas 497-574), [81] una tercera parte sin título dedicada al estatuto ontológico de la intelección y la sensación (columnas 575-608) y un ensayo sobre el tema de la inmortalidad del espíritu (columnas 609-832). A partir del año siguiente los ejemplares incluyen un apéndice con las objeciones presentadas por Miguel de Palacios, catedrático de Teología de la Universidad de Salamanca y la correspondiente respuesta de Pereira a tales objeciones. La edición de 1749 conserva esta estructura eliminando erratas anteriores. El texto de Pereira sigue apareciendo en columnas, pero las páginas están ya numeradas. Las objeciones y la respuesta aparecen a continuación en páginas numeradas y sin dividir en columnas. Las referencias que realizamos en este capítulo son a esta segunda edición: la primera cifra es la página, y la segunda, cuando la hay, se refiere a la columna.

En cuanto a las fuentes de Pereira (Bernia, 1975), una primera valoración global muestra que Aristóteles es el autor más citado, casi siempre para ser criticado, seguido de San Agustín, con el que Pereira concuerda en mayor medida. Pereira maneja sus referencias casi siempre para subrayar por contraste la originalidad de sus propias tesis. Merece la pena examinar con algún detalle la cantidad y calidad de sus fuentes.

Aristóteles ocupa un lugar central porque necesariamente es el autor de referencia con el que contrasta sus opiniones en temas tan varios como el conocimiento, los principios elementales o la inmortalidad del alma. Comenta en torno a veinte obras del estagirita, aunque De Anima destaca sobre todas ellas, hasta tal punto que Pereira dedica un apartado especial de su obra al comentario del libro III. En general, coincide con él en materia de física y lógica y disiente fuertemente en psicología y la cuestión de la materia prima.

Pereira comenta once obras de San Agustín, con preferencia por De Trinitate. Se interesa especialmente por sus opiniones sobre el conocimiento y la percepción, coincidiendo con él en diversas cuestiones, aunque discrepando abiertamente en temas como la sensibilidad animal o la inmortalidad del alma.

A gran distancia de estos dos autores se sitúan otros que tienen una relevancia menor para Pereira. Critica a Averroes al hilo de sus comentarios al De Anima. Cita diversos diálogos de Platón, criticando especialmente sus opiniones en torno a las ideas, la sensibilidad animal y la inmortalidad del alma. Utiliza también la Historia Natural de Plinio como fuente de datos sobre la conducta de los animales. Como autores menores, y casi siempre criticados, aparecen también en la Antoniana Margarita, entre otros muchos, Demócrito, Empédocles, Anaxágoras, Parménides, Pitágoras, Porfirio, Galeno, Hipócrates, Domingo de Soto, Tomás de Aquino, Guillermo de Ockham, Duns Escoto, Gregorio de Rímini, Abentofail o Avempace.

Pereira deja claro en la introducción su criterio metodológico. Se guía por el amor a la verdad, duda de las afirmaciones clásicas de médicos y filósofos y pretende contrastarlas con sus razones mediante el recurso a la experiencia. Excepto en lo tocante al dogma religioso, los únicos criterios de verdad serán la razón y el análisis de los hechos. Desprecia las disputas retóricas vacías y sólo le interesa la precisión y claridad en la descripción de los fenómenos. [82]

El objetivo de la obra es la búsqueda de lo peculiar del hombre frente al resto de los animales. El factor diferencial lo encuentra en la exclusividad de la vida mental en los seres humanos. Pero si uno es el objetivo, otro es el argumento central y revolucionario en su obra: los animales son cuerpos insensibles dotados de un peculiar tipo de movimientos. Esto le lleva, en primer lugar, a tratar de probar la insensibilidad animal y, a continuación, a construir un modelo que explique la complejidad de la conducta animal sin recurso alguno a procesos cognitivos. Todo ello le conduce a la conceptualización de un tipo de acto de conocimiento humano que, como contrafigura del ámbito animal, exija un principio indivisible: sólo el alma conoce, sin que al cuerpo le quepa papel ni aun en el plano sensorial.

La insensibilidad animal

Pereira va a exponer una serie de argumentos que prueban a su juicio que los animales carecen de capacidad sensorial. Algunos pretenden demostrar que la aceptación de la facultad sensorial animal nos llevaría a conclusiones absurdas. Otros pretenden mostrar que en los animales no se encuentran las características más peculiares del espíritu.

A nuestro juicio, la tesis básica de Pereira es que aceptar la sensibilidad animal implica necesariamente aceptar razonamiento e inteligencia en los animales. Para él, la sensación es inconcebible sin la participación de los procesos cognitivos superiores (p. 3 c. 1-2). De este modo, si admitimos que los perros o los caballos sienten, tendríamos que admitir que reaccionan ante sus dueños como lo hacen los criados ante sus señores. Esto es, primero se dará un juicio cognitivo acerca de la existencia y la ubicación del objeto y luego otro acerca de sus connotaciones afectivas. Finalmente se presentará la correspondiente conducta de aproximación o evitación (p. 3 c. 2 - p. 6 c. 2).

Del mismo modo, Pereira encuentra ejemplos en la conducta animal que estima que nos obligarían a aceptar la capacidad del bruto para formar conceptos universales si admitiésemos en ellos la sensación. El animal huye de un fuego que nunca ha visto antes. Por lo tanto, su conocimiento acerca de las cualidades de este fuego no puede provenir de la experiencia, sino de un razonamiento de este tipo: todo fuego quema, esto es un fuego, luego este fuego quema (p. 10 c. 2, p. 11 c. 1).

En otro lugar afirma Pereira que, si les dotamos a los animales de sensación, deberíamos incluso suponer en ellos algunas dotes de adivinación del futuro. Entre los ejemplos que se manejan destaca el de la selección del grano adecuado por los polluelos recién nacidos. ¿Cómo pueden conocer las avecillas qué grano les conviene si nunca antes tuvieron contacto con él? (p. 9 c. 2) (como se ve, Pereira muestra su perplejidad ante uno de los casos concretos que cuatro siglos más tarde intrigaron a los primeros investigadores experimentales sobre la relación entre herencia y aprendizaje). Un último argumento es especialmente sugerente. Pereira afirma que si los animales tuvieran sensación deberíamos admitir que, con [83] frecuencia, el comportamiento humano hacia ellos es cruel y despiadado, tal como podemos observar en las corridas de toros (p. 8 c. 2).

En definitiva, este tipo de pruebas en general abundan en la tesis de que admitir la sensación en los animales es tanto como dotarles de facultades intelectuales superiores, lo cual, en última instancia, supondría afirmar que brutos y hombres pertenecen a la misma especie (p. 10 c. 2).

En cuanto a la cuestión de que los animales carecen de las propiedades de la vida mental, Pereira recurre al argumento aristotélico de que los animales no muestran atracción por estímulos agradables pero irrelevantes para su supervivencia. Así, podemos observar que no se deleitan con las fragancias, con el sonido de la música o incluso con el sabor de la comida cuando están saciados (p. 208 c. 1, p. 209 c. 2).

Finalmente, Pereira comenta en diversos lugares de su obra la ausencia del lenguaje en los animales. Todos los niños aprenden a hablar a temprana edad y, sin embargo, no hay bestia que lo consiga por muy vivaz que sea ni aun teniendo expertos maestros. La razón de esta diferencia no está en un defecto de los órganos animales, dado que muchos hombres se las arreglan para comunicarse por gestos, sino en la ausencia de la sensibilidad (p. 238). Sin embargo, el propio Pereira cae en una cierta contradicción, dado que admite en otro pasaje anterior que la incapacidad lingüística del bruto proviene de que la relación entre el signo y el significado es de orden intelectual (p. 97 c. 1-2).

El animal y la conducta mecánica

Su aportación más original es el diseño de un modelo mecánico de la conducta animal. Esta tarea es especialmente admirable si consideramos que Gómez Pereira no cae en la tentación de sobresimplificar la conducta animal para facilitar su comprensión, sino que afronta con audacia la explicación de la conducta atribuida a procesos cognitivos complejos como el aprendizaje, la memoria y el lenguaje.

Como hemos visto anteriormente, el movimiento era uno de los temas centrales en las obras de los físicos de Oxford que Pereira había estudiado en Salamanca. No es casual, por tanto, que Pereira estudie la cuestión de la conducta animal en el marco del problema físico del movimiento en la naturaleza.

A su juicio existen tres géneros principales de movimiento. El más simple es el movimiento propio de los objetos inorgánicos. Lo denomina movimiento natural. Está regido por principios del movimiento perpetuos e invariables. Se trata de un movimiento meramente local, como el que experimenta el hierro al ser atraído por el imán. El movimiento más complejo es el voluntario, propio de los hombres, que se mueven a su libre albedrío. En un grado intermedio de complejidad está situado el movimiento que llama vital. Se trata del propio de los animales. Este movimiento exige la participación de los órganos musculares y nerviosos del organismo. No se trata de un movimiento espontáneo, sino producido por fuerzas exteriores o interiores, mas, a su vez, no se trata de un movimiento [84] invariable sino dependiente de la compleja relación entre dichas fuerzas. Para aclarar esta relación Pereira va a distinguir cuatro tipos de movimiento animal atendiendo a las causas que los producen: movimientos producidos como reacción a objetos presentes, movimientos producidos por objetos presentes en el pasado, movimientos producidos sobre la base de una instrucción previa y movimientos producidos por el así llamado instinto natural (p. 17 c. 2 - p. 20 c. 1). El núcleo de su teoría de la conducta animal se halla precisamente en la explicación de estos cuatro tipos de movimientos.

Al analizar el proceso de reacción del animal ante un objeto presente, Pereira diseña el esquema del arco reflejo. La esencia del concepto de reflejo no se limita a una explicación mecánica del movimiento muscular, sino que debe incluir la idea de que el movimiento, cualquiera que fuere su naturaleza, se inicia en la periferia del cuerpo, se refleja en un órgano central y retorna a la periferia. El diseño de Pereira se ajusta a este perfil. El proceso se puede descomponer en cuatro fases. Se inicia con la excitación de los órganos sensoriales por el objeto. Esta excitación se produce mediante la inducción en el órgano sensorial de una alteración de naturaleza mecánica que Pereira denomina en ocasiones species, qualitas o accidens. El tacto constituye un caso especial, puesto que en él el proceso no se activa mediante las citadas alteraciones mecánicas a distancia, sino mediante la comunicación directa por contacto espacial de las cualidades físicas del objeto al organismo, sin intervención alguna de las species (p. 14 c. 1, p. 18 c. 2, p. 19 c. 1-2, pp. 321, 325, 327).

La segunda fase del proceso es la transmisión de la alteración en el órgano sensorial al cerebro. La transmisión de la specie al cerebro se realiza sin resistencia, lo que la permite desplazarse por los nervios con la velocidad de la luz (p. 19 c. 1).

La tercera fase consiste en la activación de las zonas del cerebro en las que tienen su origen los nervios motores. Es de resaltar que Pereira considera que las conexiones correspondientes a cada modalidad sensorial tienen su localización específica en el cerebro (p. 18 c. 1, p. 22 c. 1, p. 23 c. 1-2).

La cuarta y última fase del reflejo consiste en la activación de los nervios que da lugar a la contracción y distensión muscular que produce el movimiento de los distintos miembros del animal (p. 18 c. 1, p. 51 c. 1).

Pereira no ignora que la conducta del animal ante un mismo objeto presente puede ser variable e incluso a veces contradictoria. Esto se explica porque la reacción animal depende en cada circunstancia de una complejísima interacción de factores que actúan simultáneamente: diversas species y diversas situaciones internas del animal. De tal modo que diversos estímulos actuando sobre un animal en un estado constante producen diversas respuestas, mientras que los mismos estímulos anteriores actuando sobre un animal en diversos estados pueden incluso llegar a producir la misma respuesta. Para ilustrar este principio, Pereira nos describe el caso de un animal que en unas ocasiones presenta la respuesta de beber ante la presencia del agua y en otras no, dependiendo de la interacción entre el efecto de las species provenientes del agua y el estado interno de saciación del sujeto (p. 208 c. 1-2, p. 325). [85]

El tema de los movimientos producidos por objetos que anteriormente estuvieron presentes le lleva a Pereira al tema de los sentidos internos. Pereira los define como facultades cognitivas interiores orgánicas y sólo admite en el hombre la presencia de dos de ellos: imaginativa y memoria. En el animal sólo admite la existencia de la memoria (p. 67 c. 2). Pero, en coherencia con su tesis fundamental, desarrolla un modelo mecánico de procesamiento de la información en la memoria animal que excluye la experiencia. Veamos. Cuando el objeto desaparece, deja en el organismo una huella que Pereira denomina phantasma. Estas huellas se almacenan en una celda localizada en la zona posterior del cerebro, permaneciendo allí en estado pasivo. En ausencia de los objetos, las huellas pueden pasar de la citada celda al synciput, localizado en el área anterior del cerebro, donde actúan produciendo las mismas reacciones que provocaban en su momento las especies provenientes de los objetos presentes. La única diferencia entre el mecanismo de la memoria humana y el de la animal consiste en que el hombre es capaz de provocar voluntariamente el tránsito de las huellas para evocar un recuerdo, mientras que en el animal el tránsito se debe a estimulaciones puramente mecánicas. Dichas estimulaciones pueden ser tanto de carácter interno –dinámica de los humores– como de carácter externo –activación por la acción de nuevas species– (p. 20 c. 1-2, p. 21 c. 1-2, p. 24 c. 1-2). Pereira sugiere que el mecanismo del olvido puede consistir tanto en la pérdida de vigor de la huella como en su modificación a lo largo del tiempo (p. 286 c. 2).

Pereira distingue un tercer tipo de movimientos que se producen por un proceso de enseñanza que ciertos animales son capaces de asimilar: los movimientos producidos por el adiestramiento. Recuerda que habla de adiestramiento animal sólo por analogía con el proceso de la enseñanza humana, ya que lo que va a formular es un modelo mecánico de aprendizaje (p. 22 c. 1).

La exposición del tema de la enseñanza animal se realiza mediante el estudio de casos concretos de adiestramiento. En primer lugar se analiza el caso de las aves que aprenden a imitar el lenguaje humano. Según Pereira, el hecho de que el ave responda repitiendo la voz que se le dirige puede explicarse mediante una variedad especial del mecanismo reflejo. El aire transmite las ondulaciones de la voz a los órganos del oído, que las transmite a una zona blanda del cerebro donde se graban. El cerebro se activa al recibir la excitación y produce una serie de movimientos musculares, que reproducen mediante los órganos de la fonación las ondulaciones que se han grabado. De este modo, audición y fonación son las dos caras de un mismo proceso (p. 23 c. 2). Otro caso es el del ave que emite palabras que se le presentaron en el pasado, esto es, que habla sin que se le excite con ninguna palabra presente. Pereira explica este fenómeno mediante el mecanismo de la memoria. La voz deja su correspondiente huella o phantasma, que se almacena en la zona posterior del cerebro. Al activarse estas huellas y pasar a la zona anterior, provocan la producción de los mismos sonidos que las crearon. Ahora bien, ¿por qué emite el animal unas palabras y no otras? La explicación estriba en la frecuencia con que se le presenta al animal una voz determinada: la huella de una voz frecuentemente repetida es más ágil que la de la presentada en pocas ocasiones y, por tanto, [86] más susceptible de ser activada y fluir hacia la zona anterior (p. 24 c. 1-2). Otro caso de adiestramiento animal es el de la realización de movimientos como respuesta a las voces del amo. Estos movimientos consisten frecuentemente en reacciones de aproximación o huida. Esta diversidad de respuestas se explica porque en el pasado ciertas voces han ido seguidas de la presentación del alimento, mientras que otras han precedido a la administración de algún castigo (p. 208 c. 1, p. 209 c. 1-2).

Pereira no explica el mecanismo asociativo de adquisición de propiedades discriminativas por parte de las voces ni el de la recompensa y el castigo, pese a que disponía en su modelo de elementos para intentarlo. En efecto, su teoría de la memoria puede explicar que la activación por una voz del amo del área cerebral posterior provoque la movilización de las huellas de los acontecimientos que en el pasado acompañaron a tales voces. De este modo la voz activaría tres tipos de huellas: la de esa misma voz presentada en ocasiones anteriores y las de los acontecimientos y movimientos contingentes. El modelo podría complicarse aún más si tenemos en cuenta que, según Pereira, los distintos humores predominantes en el organismo favorecen la evocación de distintos tipos de huellas. Así, la sangre favorece la evocación de imágenes agradables, mientras que el humor melancólico fomenta la evocación de imágenes de tristeza. De este modo, los reforzadores podrían actuar a través de su potencia para alterar el estado humoral del organismo, tal y como Pereira nos describe en el caso del condicionamiento de respuestas humorales a la hora del día en que estamos habituados a comer. En cualquier caso, las recompensas y castigos tienen para Pereira un papel de primer orden en la modificación de la conducta, ya que son efectivos tanto para instaurar nuevos comportamientos como para favorecer el aprendizaje por imitación (p. 22 c. 1-2, p. 24 c. 1-2).

En cuanto a los movimientos instintivos, los atribuye Pereira a lo que denomina «instinto natural». Entre los ejemplos manejados encontramos la persecución del ratón por el gato y otros tomados del libro IX de la Historia Natural de Plinio. Reconoce que la perfección y aparente complejidad de estos movimientos es tal que, si no se examinan cuidadosamente, podrían llevarnos a la conclusión de que los animales no sólo sienten, sino que poseen pensamiento y razón. Sin embargo, Pereira nos pone en guardia frente a la tentación de dotar de fuerza probatoria a lo que no son más que apariencias. En efecto, argumenta, también el semen depositado por el macho en la vulva desarrolla tal cantidad de operaciones diversas en la configuración del feto que parece actuar con prudencia sobrehumana y, sin embargo, no se le otorga la facultad de sentir. Otro tanto se puede decir del proceso de la nutrición, en el que la perfecta coordinación de los diversos órganos da lugar a la selección de unos materiales y el rechazo de otros, sin que nadie implique en la explicación de estas operaciones un proceso sensitivo (p. 47 c. 2, p. 49 c. 1). Pereira piensa que estos movimientos pueden explicarse por la contribución de dos tipos de causas: las causas particulares y la causa genérica. Las causas particulares consisten en la ya estudiada acción de las species sobre los órganos receptores, esto es, en la estimulación ambiental. Respecto de la causa genérica, a Pereira le interesa mucho más su funcionalidad que su esencia. Parece inclinarse repetidamente [87] por denominarla simplemente naturaleza, aunque muestra su indiferencia ante la polémica sobre sus posibles definiciones (causa primera, alma del mundo, inteligencia infalible, fuerza oculta...) y se dedica más bien al análisis de su papel regulador. A su juicio, esta causa genérica es la responsable de que los animales posean los órganos adecuados para su interacción con el medio y explica la diversidad de figuras y tipos de animales y su distinta capacidad para ser adiestrados. La naturaleza es responsable también de la función de signos que tienen algunos de los movimientos externos de los animales. Así, los ladridos en los perros o el rugido del león sirven para amedrentarnos y advertimos de sus ataques. Del mismo modo, los gemidos lastimeros sirven para atraer la atención sobre el animal enfermo o herido (p. 49 c. 1, p. 52 c. 2).

En definitiva, Pereira considera movimientos instintivos a los relacionados con los procesos básicos de adaptación al medio, preferentemente la búsqueda de alimento, evitación de peligros o el apareamiento. Como hemos visto, estos movimientos son el resultado de la interacción entre las tendencias naturales del animal y las circunstancias concretas del medio, y explican la sorprendente armonía del bruto con respecto a su entorno físico, animal y humano.

Pereira y la psicología humana

Como habíamos comentado antes, el modelo mecánico de la conducta animal exige de Pereira una caracterización correspondiente de su modelo de psiquismo humano. Este modelo de psicología humana (González Vila, 1974; Bernia, 1975) parte de rechazar la igualdad entidad = concepto y de la suposición de que toda categoría que no sea la sustancia y la cualidad pertenece al plano del pensamiento-lenguaje, con su correspondiente funcionalidad cognitiva. En cuanto al problema de la indivisibilidad del conocimiento y su sujeto, Pereira insiste en que el conocimiento sensorial, como el intelectual, sólo puede ser función del alma en cuanto único principio indivisible en el hombre. De este modo, en la psicología de Pereira el conocimiento sensorial y el intelectual dependen del alma intelectiva como aspectos de un mismo proceso.

Pereira distingue en el caso del conocimiento sensorial entre el intuitivo y el abstractivo. El intuitivo sería el conocimiento del objeto material presente, mientras que el abstractivo lo sería del ausente. En el caso del intuitivo, las species afectan a los sentidos externos, mientras que en el del abstractivo los phantasmata afectan a la parte anterior del cerebro. El conocimiento sólo tendría lugar, obviamente, cuando en el alma se produce la paralela automodificación.

Resulta especialmente interesante la aplicación que hace de esta doctrina en el caso de la visión. Pereira rechaza las ideas de Platón y Galeno y afirma que ver consiste en que el alma posea la certeza de la existencia de determinado color conocido intuitivamente y con determinadas condiciones de lugar, figura, &c. La visión es, por tanto, una aserción mental inconsciente que consiste en un juicio y una auténtica construcción mental del objeto. En apoyo de esta idea, Pereira [88] recuerda que hay muchas sensaciones engañosas, como el arco iris, el color rojizo de la luna en los eclipses, la imagen que queda después de mirar al sol, y que, además, en determinadas condiciones se percibe lo que antes se ignoraba: los cristales corrigen la miopía y el agua permite ver la figura del fondo del vaso que ignorábamos cuando éste permanecía vacío.

Por lo que toca a las facultades cognitivas interiores, Pereira, frente a Avicena y Aristóteles, sólo admite la existencia en el hombre de la imaginativa y la memoria, descartando el sentido común y la estimativa o cogitativa que estima indistinguibles del propio alma. La imaginativa tiene como misión en el hombre combinar los objetos previamente sentidos y conocerlos. Su trastorno, el delirio, tendría, pues, dos causas: una imaginativa enferma y una razón enferma incapaz de controlarla.

El tema del conocimiento intelectual lo aborda Pereira enfrentándose a la doctrina escolástica sobre el conocimiento del universal. Sostiene que el conocimiento de la sustancia parte de una inferencia desde los datos sensoriales, sin necesidad de especie inteligible que la represente. Frente a unos y otros va a defender que el universal no está ni en la naturaleza ni en el intelecto. Lo único seguro en este terreno, pues, es que el universal sólo es conocido por el intelecto. El proceso intelectual, por contraste con el sensorial, operaría conociendo las cosas tal y como son, no por el efecto de las propias cosas, sino por el conocimiento de otras que conducen al concepto de lo conocido intelectualmente. Así, accedemos al conocimiento de los principios de la naturaleza infiriendo racionalmente a partir de cosas ya conocidas. Sólo llamamos inteligente al alma cuando, sintiendo algo, conoce algo distinto de lo sentido.

De Pereira a Descartes y más allá

La obra de Pereira obtuvo un amplio eco en los ambientes intelectuales de los siglos XVI y XVII. Por tanto, se plantea la cuestión de en qué grado las ideas de Descartes sobre la naturaleza mecánica de los animales están influidas por la obra del médico español.

La mejor prueba de la popularidad de las teorías de Pereira es que cuando Descartes se disponía a publicar las Meditaciones Metafísicas se ve obligado a desmentir, en carta al P. Mersenne, que se haya inspirado en las ideas de Pereira: «no he visto Antoniana Margarita ni creo tener gran necesidad de verla, no más que las tesis de Lovaina o el libro de Hansenius, pero me agradaría saber dónde se imprimió para poder encontrarla si la necesitase» (Descartes a Mersenne, 23 de junio de 1641, trad. de los autores). Evidentemente no disponemos de pruebas sobre la sinceridad de Descartes en torno a esta cuestión. Aun admitiendo que no hubiera dispuesto de la Antoniana Margarita, es indudable, como veremos, que pudo haber conocido las ideas de Pereira a través de otros autores.

En el artículo «Alma de las Bestias» de la Enciclopedia de Diderot y D'Alembert puede leerse: «Descartes, seguido de un grupo numeroso, es el primer filósofo [89] que se atrevió a tratar a las bestias como puras máquinas: pues Gómez Pereira, que lo dijo algún tiempo antes que él, apenas merece que se hable aquí de él, puesto que cayó en esta hipótesis por puro azar y, según la juiciosa reflexión de M. Bayle, él no había sacado su opinión de sus verdaderos principios. Así, no se le hizo el honor ni de rechazarla ni de seguirla, ni siquiera de recordarla; y lo más triste que le puede suceder a un innovador, no hizo secta.» (Tomo I, p. 343, trad. de los autores.) El artículo de la Enciclopedia representa el estereotipo que desde la segunda mitad del XVIII contribuirá al olvido en Europa de la Antoniana Margarita y de su autor. Este estereotipo responde a una valoración de la obra de Pereira que se remonta a Bayle y los artículos aparecidos a partir de 1684 en la revista Nouvelles de la Republique des Lettres. La historia de la recepción de la obra de Pereira en Europa durante los dos siglos posteriores a la publicación de la Antoniana Margarita nos muestra que el artículo de la Enciclopedia dista mucho de reflejar la polémica que se desarrolló en Europa en torno al pensamiento del médico español. La tesis del automatismo animal propuesta por Pereira representa una de esas ideas-límite que normalmente producen un fecundo debate del que, mediante el juego de la dialéctica, termina surgiendo una síntesis superadora. Esto sólo en parte fue verdad en este caso, debido a que el debate sobre las ideas de Pereira pronto fue ensombrecido por otro tan espectacular como estéril: el que se desató sobre la supuesta deuda intelectual que Descartes se negó a reconocer al médico español.

Los autores que se hacen eco de la obra de Pereira pueden dividirse, por tanto, en dos grandes grupos: «precartesianos» (comentaristas de Pereira anteriores a la publicación del Discurso del Método y, por tanto, fuentes potenciales de Descartes) y «postcartesianos». Entre estos últimos distinguimos dos «tradiciones» y algunas figuras de criterio independiente. La primera tradición partiría de Vossius y contaría entre sus filas con Borrichius, Blomius, Hallervodius y König. La segunda tradición, partiendo de Bayle y Baillet, la engrosarían algún polemista –Huet– y muchos seguidores de Bayle: Feijoo, Calmet, Brucker, la Enciclopedia, Moreri y Chambers. Entre los comentaristas independientes se cuentan Willis, Cardoso, Leibniz, Ulloa, Forner y Voltaire.

Comenzaremos describiendo las «tradiciones» poscartesianas, cuyo influjo ha llegado hasta nuestros días, para, a continuación, mostrar cómo la época precartesiana enfocaba la cuestión de modo menos polémico y más fértil intelectualmente.

La primera de estas dos tradiciones parte de G. J. Vossius. Este intelectual holandés, de gran influencia en la cultura europea del XVII, es, probablemente, el primero en analizar la obra de Pereira tras la publicación del Discurso del Método. Vossius (1642) no hace, sin embargo, la menor referencia a la reciente obra de Descartes y estudia la Antoniana Margarita tanto de forma directa como a través de los comentarios de Francisco Vallés (véase más adelante). Para Vossius, Pereira es el primero en negar la sensibilidad a los animales para no tener que concederles el pensamiento. Vossius realiza algunos comentarios menores sobre Pereira que se convertirán en clichés repetidos frecuentemente: Pereira era agudo y docto, tardó treinta años en redactar la Antoniana Margarita, el libro está dedicado a sus padres... [90] Olaus Borrichius, médico y profesor de la Universidad de Copenhague, comenta en una carta, fechada en 1661, el descrédito que supone para Descartes la creciente opinión –pulsada en un viaje por Bélgica– de que Descartes tomó sus ideas sobre el automatismo animal de la obra de Pereira. La carta, publicada en 1667, es el primer documento público conocido en el que se relaciona a Descartes con Pereira. Hallervordius (1676) y König siguen a Borrichius y a Vossius introduciendo errores monumentales como el de que Pereira defiende que los animales tienen alma sensitiva.

La tradición interpretativa que parte de Bayle y Baillet será la que termine imponiéndose como valoración estándar de la obra del médico español. Bayle hace referencia por primera vez a la polémica sobre la originalidad de la obra de Descartes en un artículo aparecido en 1684 en la revista Nouvelles de la Republique des Lettres. En 1697 recogerá de nuevo, en el artículo «Pereira» de su Diccionario, sus opiniones sobre nuestro autor acompañándolas de las de Baillet (véase más adelante). En esencia, Bayle da por sentados los siguientes puntos. Pereira era amigo de paradojas y abusaba de la libertad de filosofar, cosa extraña, añade Bayle, «viniendo de un país donde peligra tanto la libertad del alma como en Turquía la del cuerpo». Fue el primer autor moderno que propuso la tesis del automatismo animal, pero no como resultado de ningún principio ni necesidad filosófica. Pereira ni tuvo seguidores, ni su libro despertó el suficiente interés como para que nadie se molestara ni en refutarle. Descartes, por tanto, no podía haberse inspirado en la obra de un autor prácticamente desconocido. A Pereira, además, se le habían adelantado varios autores de la antigüedad clásica. Bayle, junto a todas estas rotundas afirmaciones, confiesa que él sólo llegó a «ver» un ejemplar de la Antoniana Margarita en manos de Mr. Faure. Bayle pronto encontró eco en otro autor francés. Baillet (1691) se suma a la opinión de que Descartes llegó a la tesis del automatismo animal por necesidad de su sistema filosófico y añade, además, que esta tesis anidaba en el pensamiento del joven Descartes muchos años antes de que la hiciera pública en el Discours. Por estas mismas fechas (1689), el obispo de Avranches P. D. Huet –polemista hostil a Descartes– será el único autor que proteste afirmando que Descartes había «usurpado» a Pereira la idea del automatismo animal. A partir de ahora, la versión de Bayle va a ser repetida de manera estereotipada por Diccionarios y Enciclopedias: el Teatro Crítico Universal de Feijoo, el Diccionario de Calmet, la Historia de la Filosofía de Brucker, la ya citada Enciclopedia de Diderot y D'Alembert, la versión castellana del Diccionario de Moreri o el Diccionario de Chambers.

Entre las figuras independientes que comentan la obra de Pereira destacan Willis, Leibniz, Ulloa, Voltaire y Forner. Thomas Willis, profesor de Filosofía Natural en Oxford, afirmará en su De Anima Brutorum de 1672 que Descartes le pisa los talones a Pereira en la cuestión de la mente animal. Leibniz refleja su interés por Pereira en su epistolario. En cartas de 1711 y 1713 le encontramos buscando alguien que le preste o le venda un ejemplar de la Antoniana Margarita y, cuando finalmente la encuentra, su opinión es que el pensamiento cartesiano no es muy distinto del de Pereira, aunque estima que probablemente Descartes no leyera su obra. [91] El jesuita Ulloa se refiere por su parte a Pereira en obras de 1713 y 1715. En el prólogo a la Física Especulativa criticará el atomismo de Vallés y Pereira y, en lo referente a la mente animal, pone de relieve que Pereira considera a los animales como relojes movidos por causas externas. Señala Ulloa que esta tesis tuvo poca fortuna en España pero no así en el extranjero, como revelan las obras de Descartes y Gassendi, entre otros. Cerraremos este repaso con dos obras publicadas tras la reedición de la Antoniana Margarita, realizada en Madrid en 1749: el Diccionario Filosófico de Voltaire (1764), en donde el pensador francés se zafa de la polémica adjudicando sencilla y directamente la tesis del automatismo animal a Pereira y Descartes, y los Discursos Filosóficos sobre el Hombre de J. P. Forner, en los que este autor comenta la identificación que realiza Pereira entre sensación y reflexión y su consiguiente negación de la sensibilidad animal, refiriéndose además a los comentarios de Willis y a las objeciones de Palacios (véase más adelante).

Los autores precartesianos tienen el interés añadido de que están centrados en la obra de Pereira y no en polémicas más o menos estériles. Entre ellos destacan Palacios, el anónimo Endecálogo contra Antoniana Margarita, Vallés y Suárez.

La primera reacción a la Antoniana Margarita fueron las Objeciones de Miguel de Palacios, catedrático de Teología de la Universidad de Salamanca, que se publicaron al año de ver la luz la obra de Pereira. De las varias objeciones planteadas, la más seria giraba en torno a la idea de que la fuerza sensitiva de los brutos es aprensiva y no discursiva. Pereira contestó a las Objeciones, y los textos de esta polémica aparecen junto al texto original en la segunda edición de la Antoniana Margarita. El anónimo Endecálogo contra Antoniana Margarita es un diálogo aparecido en Medina del Campo en 1556 en el que se critica a Pereira por la vía de la sátira. En él, Pereira es denunciado por un grupo de animales –murciélagos, águilas, cocodrilos, ballenas, lobos, leones y elefantes entre otros– que le acusan de haberles privado de sus sentidos. El abogado acusador –el cocodrilo–– obtendrá finalmente la condena de Pereira.

Francisco Vallés, médico personal de Felipe II y profesor en la Universidad Complutense –no olvidemos que Pereira trabajó también ocasionalmente en la corte–, comenta las ideas de Pereira, sin citar su nombre, en su De Sacra Philosophia publicada en Turín en 1587 y que, en un breve lapso de tiempo, sería editada también en Francia y Alemania. Vallés remite el origen de la controversia a la idea de Estratón de que no puede darse el sentido sin la mente. Si esto se admite, es obligado concederles la racionalidad a los brutos o negarles la sensación. Vallés no acepta la solución de Pereira y propone considerar a los animales como seres racionales, aunque con una racionalidad inferior a la humana. Para Vallés el hombre no es sólo ser racional, sino animal científico: el único capaz de utilizar el conocimiento sistemático y los conceptos universales.

Francisco Suárez, profesor en las universidades de Salamanca, Complutense, Roma y Coimbra, entre otras, comenta las tesis de Pereira en su De Anima, publicada en Lyon en 1621. Suárez rechaza los argumentos del automatismo animal tanto en el plano filosófico como en el teológico. Para él está claro que existen distintos grados en el sentir y que los signos de la sensación en los animales casi no [92] son menores que los que encontramos en los niños y en los perturbados. Para Suárez, en definitiva, la solución aristotélica sigue siendo la más acertada.

Epílogo

Lo anteriormente expuesto creemos que basta para mostrar lo débil de la valoración de la obra de Pereira que se impuso a partir del XVIII en Europa. Pereira no pasó inadvertido, fue comentado y criticado por algunas de las mejores cabezas del XVII y XVIII y, desde luego, los años de trabajo invertidos y la extensión de la Antoniana Margarita muestran que su tesis distaba mucho de ser una ocurrencia azarosa.

Descartes tenía motivos para querer desmarcarse de la sombra de Pereira. Al hilo de la cuestión del automatismo animal, Pereira se ocupa de problemas como el de la inmortalidad y la existencia del alma, y cree encontrar un argumento clave para demostrar la existencia de ésta: «me conozco conociendo algo, todo lo que conoce existe, luego existo» (Antoniana Margarita, columnas 573-574 en la ed. de 1554; pág. 277, col. 2 en la de 1749. Trad. de los autores).

Comoquiera que sea, Gómez Pereira tiene reservado un puesto en la historia de la psicología española por haber introducido una teoría de la conducta animal que representa un modelo parcial de la concepción mecanicista que se extenderá al ámbito global de la naturaleza con Galileo y Descartes. Esta concepción no es una creación exclusiva de la edad moderna, sino que hunde sus raíces en las teorías físicas medievales, entre las que destacan las desarrolladas en la Escuela de Oxford. La teoría de la conducta animal de Pereira supone un nexo de unión entre la cinemática medieval y la mecánica moderna cartesiana y nos ayuda a entender algunos de los factores que contribuyeron a transformar el pensamiento bajomedieval en la mentalidad moderna del Renacimiento.

Bibliográficas

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Baillet, A. (1691): La Vie de Monsieur Descartes, París, Daniel Horthemels.

Bernia, J. (1975): La Diferencia entre el Animal y el Hombre en la Antoniana Margarita de Gómez Pereira, Valencia, Universidad de Valencia. (Tesis no publicada.)

Borrichius, O. (1667): «Epistola LXXXV» (fechada en Leyden en 1661), en Thomae Bartolini Epistolarum Medicinalium Centuria III, Copenhague, Typis Matthiae Godicchenii, Sumptibus Petri Haubold.

González Vila, T. (1974): La Antropología de Gómez Pereira, Madrid, Facultad de Filosofia y Letras de la Universidad Complutense. [93]

Hallervordius, J. (1676): Bibliotheca Curiosa. Regiomonte, Frankfurt, Sumptibus Martini Hallervordii.

Huet, P. D. (1689): Censura Philosophiae Cartesianae Editio nuperrime aucta et emendata, Venecia, Ex Typographia Josephi Lovisa.

Leibniz, G. W. (1734 y 1742): Epistolae ad Diversos. I, Epistola CVIII; IV, Epistolae XXIII et CXCV (fechadas el 8-XII de 1711, el 11-I de 1711 y el 14-III de 1713, respectivamente), Leipzig, Sumptu Bern, Christoph, Breitkopfii.

Vallés, F. (1587): De iis quae scripta sunt physice in Libris Sacris, sive de sacra Philosophia, Turín, Apud Haeredem Nicolai Beuilaquae.

Vossius, G. J. (1642): De Theologia Gentili et Phisiologia Christiana, sive De Origine ac Progressu Idolatriae, Amsterdam, Apud I. et C. Blaev.

Bibliografía de Pereira

Antoniana Margarita, opus nempe Physicis, Medicis ac Theologis non minus utile quam necessarium per Gometium Pereiram, medicum Methinae Duelli, quae Hispanorum lingua Medina del Campo apellatur nunc primum in lucem aeditum, anno M.D.LIIII, decima quarta die Mensis Augusti, Medina del Campo, G. de Millis, 1554.

Novae Veraeque Medicinae Experimentis et Evidentibus Rationibus Comprobatae prima pars per Gometium Pereiram Medicum, Medina del Campo, F. del Canto, 1558.

Bibliografía sobre Pereira

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Bullón, E. (1905): De los orígenes de la filosofía moderna. Los precursores españoles de Bacon y Descartes, Salamanca, Tipografía Calatrava.

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Guardia, J. M. (1889): «Philosophes Espagnols. Gómez Pereira», Revue Philosophique de la France et de l'Êtranger, 28, 270-291, 382-407, 607-634.

Jiménez, J. (1966-67): «La esencia de la fiebre en Gómez Pereira», Asclepio, 18-19, 439-456.

Llavona, R., y Bandrés, J. (1993): «La recepción del pensamiento de Gómez Pereira en Europa: del Barroco a la Ilustración», Revista de Historia de la Psicología, 3-4, 131-137.

Menéndez Pelayo, M. (1933): «La Antoniana Margarita de Gómez Pereira», en La Ciencia Española, Tomo I, Madrid, Librería General de Victoriano Suárez.

Sánchez-Vega, M. (1954): «Estudio comparativo de la concepción mecánica del animal y sus fundamentos en Gómez Pereyra y Renato Descartes», Revista de Filosofía, 50, 361-508.


{Publicado en Dolores Sáiz & Milagros Sáiz (eds.), Personajes para una historia de la psicología en España, Pirámide, Madrid 1995, páginas 79-93, capítulo 4.}


Gómez Pereira / Sobre Pereira
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