Filosofía en español 
Filosofía en español


11 de enero

Séneca

La vida del ilustre español cuyo nombre da título a este humilde trabajo, nos ofrece una prueba de cuán acertadamente ha dicho Espronceda que en nuestro ser, complejo y misterioso, se juntan y batallan los pensamientos de ángel con mezquindades de hombre; porque verdaderamente en Séneca como en otros muchos genios, hay dos personalidades, el hombre y el escritor; de tal manera, que los hechos de aquel desmienten las doctrinas de este y perjudican a su fama.

Lucio Aneo Séneca, llamado el Filósofo e hijo del Retórico, nació, como este, en Córdoba, por los años segundo o tercero de nuestra era, siendo luego llevado por su padre a Roma, donde se aplicó con ardor al estudio de la elocuencia y de la filosofía, y después visitó el Egipto donde era prefecto un tío suyo, creyéndose también que viajó por diferentes lugares del Asia. De vuelta a Roma, fue desterrado por Claudio, que ya ocupaba el solio imperial, a la isla de Córcega; porque, según se cree, Mesalina le acusó de adulterio con Julia, hija de Germánico. Ocho años permaneció en el destierro; y aunque al principio se mantuvo firme y digno, como se ve en su libro Consuelos a Helvia, luego se mostró abatido y lisonjero, como se nota en su otro libro Consuelos a Polibio, el cual Polibio era un despreciable cortesano de Claudio, a quien, sin embargo, adula servilmente el rígido moralista.

Volvió este a Roma llamado por Agripina, segunda mujer de Claudio, para confiarle la educación de su hijo Nerón, a quien Séneca pervirtió con indignas complacencias, llegando a ser, más que un Mentor del joven príncipe, un cómplice de sus infamias, aunque víctima de ellas a la postre. Cuando Agripina fue muerta por orden de su hijo, y tal vez con anuencia del hombre a quien ella había sacado del destierro, Séneca cometió la indignidad de escribir la carta apologética de aquel parricidio, enviada por Nerón al Senado. Pero el que había sido capaz de mandar asesinos contra su propia madre, no había de tener escrúpulos en deshacerse de su maestro; y efectivamente, suponiendo que había tomado parte en la conjuración de Pisón, le invitó a que él mismo se quitara la vida del modo que tuviera por conveniente. Séneca eligió la sangría suelta, y aquel espíritu, bajo y miserable en la fortuna, apareció grande y digno en la adversidad y murió con toda la tranquilidad de un estoico (65). Porque, en efecto, el filósofo español pertenece a la escuela estoica, a aquella elevada doctrina que enseña a obrar el bien por puros motivos morales, y a llevar con sereno ánimo los infortunios y contratiempos de la vida; por lo cual ha dicho San Jerónimo: «Los estoicos convienen con nosotros los cristianos en muchas cosas».

Séneca tiene palabras generosas para los esclavos, para los gladiadores, para todos los desheredados del antiguo mundo: su moral es tan pura, que parece inspirada por el Evangelio; y no ha faltado quien suponga efectivamente que el filósofo español conoció a San Pablo en Roma, habiéndose publicado entre los siglos tercero y quinto unas cartas que se dice mediaron entre ambos personajes, atribuyéndose la elevación de ideas que hay en nuestro compatriota a la influencia que ejerció en su alma el Apóstol de los gentiles. ¡Lástima grande que tan severo moralista no supiera poner en armonía su conducta con su ideal! Él mejor que nadie pudo aplicarse aquellas palabras, que si revelan nuestra fragilidad y pequeñez, son por otro lado el signo de nuestra grandeza, porque formulan el libre albedrio: «Video meliora, proboque; deteriora sequor.»

Pero Séneca no fue solamente un filósofo, sino que cultivó todas las ciencias y todos los géneros literarios, según lo acreditan las obras que de él nos quedan, y son: De la Colera; Consuelos a Helvia; Consuelos a Poibio; Consuelos a Marcia; De la Providencia; De la constancia del sabio; Del reposo del sabio; De la vida dichosa; De la brevedad de la vida; De los beneficios; Cartas a Lucilio; Siete libros de cuestiones naturales; Apocolocintosis o metamorfosis de Claudio en calabaza; y diez tragedias cuyos títulos son: Hércules furioso; Tiestes; La Tebaida o los Fenicios; Hipólito; Edipo; La Troyana; Medea; Agamenón; Hércules en el monte Eta; y Octavia. Se han perdido otras muchas obras, y entre ellas las que llevaban por título: Defensas; Tratados del movimiento de la Tierra; Del matrimonio; De la superstición; Historia; Diálogos; Libros de Moral; y otras.

Son numerosísimas las ediciones que se han hecho de las obras completas de Séneca, pudiendo citarse entre ellas la de la Colección Nisard y la de la Nueva Biblioteca latino-francesa: y entre los autores más notables que han escrito acerca de Séneca, figuran Diderot, Ensayo sobre la vida de Séneca; y Aubertin, Séneca y San Pablo.