Filosofía en español 
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11 de Febrero

Descartes

Nadie ignora quo uno de los grandes genios de la filosofía es Renato Descartes (en latín Cartesius), nacido en Haye, cerca de Loches (Francia) el 31 de Marzo de 1596. Perteneciente a una familia de buena posición, fue educado por los jesuitas en el colegio de La Fleche, de donde salió en 1612 para ampliar sus estudios en Rennes y en París; y algunos años después (1617) se le ve emprender la vida de soldado, sirviendo en Holanda a las órdenes de Mauricio de Orange y en Alemania a las de Tilli, con quien asistió en 1620 a la batalla de Praga. También tomó parte, aunque más bien como espectador que como soldado, en las guerras de religión de Francia, habiendo concurrido al sitio y toma de la Rochela. Cansado luego de la vida militar, aparece viajando por diferentes países hasta el año 1629, en que, a fin de madurar en el silencio y la meditación los conocimientos que había adquirido, y consagrarse de lleno al estudio de la filosofía, que era el Norte de su espíritu, determinó fijar su residencia en la nebulosa Holanda, donde permaneció veinte años, componiendo y revisando los escritos que han inmortalizado su nombre y que ya en vida le dieron fama europea. Llegó esta fama hasta la remota Suecia, cuya reina Cristina, entusiasta por las ciencias y gran protectora de las artes, mostró vehementes deseos de que fuera a honrar su corte el pensador francés: correspondiendo este a tan galante invitación, se trasladó a Estocolmo en 1649; pero atacado de una pulmonía en clima tan riguroso, dejó de existir en 11 de Febrero de 1650, cuyo aniversario nos hemos propuesto solemnizar, destinando esta hoja de nuestro libro a la memoria del gran filósofo.

Sus obras más notables son: Discurso del Método para guiar bien el juicio y descubrir la verdad en las ciencias, que vio la luz en 1637 juntamente con tres tratados, que son como el corolario práctico o la aplicación de aquella teoría, y llevan por títulos: La Dióptrica, Los Meteoros y La Geometría; en 1641 publicó las Meditaciones, escritas en latín, y en la 2.ª de las cuáles se halla el celebérrimo entimema: Cógito, ergo sum; en 1644 dio a la estampa, también en latín, los Principios de filosofía, en que desenvuelve la teoría de los torbellinos como origen de la formación de los astros; y, por último, en 1664, esto es, catorce años después de haber muerto su autor, apareció el Tratado del hombre, en que se admite la controvertida hipótesis de los espíritus animales. La primera edición completa de todas estas obras se hizo en latín (Amsterdam, 1670- 1683). Después se han hechos otras varias por Víctor Cousin, Julio Simón y Andrés Martín.

El fin de Descartes, dice un competentísimo autor de historia de la filosofía, es dar a esta una base propia y purgarla de todo elemento extraño, emancipándola de las autoridades a que había estado sometida en la edad media, principalmente de Aristóteles y de la teología. Al efecto se trazó a sí mismo, para guiarse en tal empresa, un procedimiento que constituye el método cartesiano, y cuya base fundamental es: “no recibir nunca como verdadera una cosa que no sea conocida evidentemente como tal.” Busca luego Descartes un principio evidente sobre el que apoyarse para levantar todo el edificio de la ciencia, y rechazando por falible el testimonio de los sentidos y el de la opinión ajena, cae en el fondo de una duda salvadora; porque, dice él, “podré dudar de todo, menos de mi propia existencia, y aunque de ella quiera dudar, todavía por lo mismo que dudo, pienso, y si pienso, existo: cógito, ergo sum.” Llegado a este punto, Descartes, como Colón, pudo ya gritar: ¡tierra! tierra! Por eso muchos llaman al gran pensador francés, el padre de la filosofía moderna, que ha traído la emancipación definitiva de la razón humana, mostrando cuánto puede hacer con el solo auxilio de las luces naturales. Por eso también la influencia del espíritu cartesiano se ha hecho mentir en todos los campos, así en el panteísmo de Spinoza, como en el espiritualismo de Malebranche, Leibnitz, Bossuet y Fenelon.