Filosofía en español 
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30 de Mayo

Don Fernando de Castro

Entre los hombres que han contribuido a despertar en nuestro país el pensamiento científico, dándole una determinada dirección, ocupa un lugar distinguido Don Fernando de Castro y Pajares, nacido en Sahagún, provincia de León, el día 30 de Mayo de 1814. A los doce años perdió a sus padres, que eran de humilde condición y escasa fortuna, y fue recogido por uno de sus hermanos, que le dedicó al sacerdocio. No le faltaba vocación al joven Castro, antes bien la tenía tan verdadera, que significó su voluntad de entrar en un convento, verificándolo así en el de San Diego de Valladolid, que era de frailes Descalzos o Gilitos.

En este claustro se señaló por su austera conducta y sencilla piedad, pues él mismo nos dice que, en su deseo de ser santo, maceraba su cuerpo con cilicios y disciplinas hasta dejar el suelo salpicado de sangre, y que, cuando desempeñó el cargo de hospedero y enfermero, buscaba yerbas aromáticas para lavar los pies a los religiosos que iban de camino. De este santo asilo, que siempre recordó con placer y cariño, pasó al Seminario de San Froilán de León, en que fue Catedrático y Vice-Rector, distinguiéndose además por el celo y buen orden con que recogió y clasificó los libros procedentes de los conventos, ya por entonces suprimidos, fundando con aquellos la biblioteca provincial de León. Estos trabajos le dieron a conocer ventajosamente en el Ministerio de Fomento; y habiendo trasladado su residencia a Madrid el docto ex-claustrado, se le dio en comisión la cátedra de Historia del Instituto de San Isidro, y más tarde la dirección de la Escuela Normal de Filosofía y Letras. Suprimida esta escuela y creada la Facultad del mismo nombre, que hoy subsiste, fue nombrado Catedrático de Historia en la Universidad de Madrid, cuyo cargo desempeñó hasta su muerte, salvo un paréntesis tan breve como doloroso. Nosotros, que tuvimos el honor y la fortuna de contarnos en el número de sus discípulos, podemos dar testimonio de la ciencia que atesoraba el señor Castro y de las sanas doctrinas que vertía en el seno de la juventud.

Casi al mismo tiempo que la cátedra, obtuvo el nombramiento de Capellán de Honor de la reina Doña Isabel II; mas el sermón que predicó en la real capilla el día 1.º de Noviembre de 1861, en conmemoración del terremoto que en el siglo pasado destruyó a Lisboa, –oración que los palaciegos llamaron sermón de barricadas, porque buscando analogías entre el mundo geológico y el político, juzgaba las revoluciones como terremotos ocasionados por la cólera de los pueblos,– fue causa de que dimitiera aquel cargo, y de que estallara bien pronto la tempestad que venía cerniéndose sobre su cabeza. En efecto; el gobierno que precedió a la Revolución de Setiembre, separó de sus cátedras a todos los profesores que en la Universidad de Madrid eran tildados de racionalistas y demócratas; y Don Fernando de Castro fue una de las víctimas de este atropello. La Revolución, no solo le devolvió su cátedra, sino que por algún tiempo le invistió con el cargo de Rector. Una afección constante de pecho, la carencia parcial del oído, y la casi completa de la vista, y una suma facilidad de contraer pulmonías, pusiéronle, como dice su discípulo el Sr. Sales y Ferré; en previsión de muerte y moviéronle a escribir su Memoria Testamentaria, que han publicarlo sus fidei-comisarios, aunque él no la tenía terminada cuando le sorprendió la muerte, acaecida en 5 de Mayo de 1874.

Cumpliendo las disposiciones del mencionado documento, el cadáver del Sr. Castro fue conducido, sin acompañamiento de clero, al cementerio civil y enterrado junto a la tumba de su amigo y correligionario D. Julián Sanz del Río, expositor y propagandista del krausismo entre nosotros. Porque el Sr. Castro, según declara en su testamento, habiendo sido sacerdote de la religión católica, vivió separado de ella en sus últimos años, no por abrazar otra, sino por haber entrado en el mundo del racionalismo.

Entre las obras que escribió, se cuentan: un Resumen de la Historia General y Particular de España, que durante muchos años ha servido de texto, –porque era el mejor que había– en los Institutos y Seminarios; un Compendio razonado de Historia General para uso de las Universidades: esta obra, que su autor no pudo concluir, la continuó su discípulo el Sr. Sales y Ferré; El Quijote para todos, libro de lectura para las Escuelas Normales; El Quijote de los niños; y el Discurso acerca de los caracteres históricos de la Iglesia española, leído por su autor ante la Real Academia de la Historia con motivo de su recepción en dicho Instituto.

Para dar a conocer el alma de este hombre, en cuya memoria se ha cebado grandemente la calumnia, trasladamos aquí las siguientes palabras trascritas de su Memoria testamentaria. «Que mis amigos y discípulos, que como yo piensan, se consagren a hacer que todos los españoles crean en Dios y le adoren, sea cualquiera la forma en que lo hagan: pues muero resueltamente convencido de que este es el mayor beneficio que un ciudadano puede hacer a su nación por regenerarla... Que mis fideicomisarios y amigos no se empeñen en defender mi memoria de imputaciones calumniosas o malignas, sino que la honren cumpliendo estricta y religiosamente mi última voluntad con el espíritu de paz y perdón con que yo escribo la presente Memoria testamentaria.» Tal fue el último pensamiento de aquella alma pura y elevada.