Filosofía en español 
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30 de Diciembre

Prim

Espesa capa de nieve que parecía un sudario, alfombraba las calles de Madrid al cerrar la noche del 28 de Diciembre de 1870; y poco después un coche que, viniendo del Congreso de los Diputados, atravesaba la calle del Turco en dirección a la de Alcalá, era bruscamente detenido por otro carruaje que le cerró el paso y por unos hombres que, adelantándose trabuco en mano, dispararon a mansalva y con toda seguridad sobre las personas que iban dentro, dejando mortalmente herida a la que era objeto principal de aquel infame y vergonzoso atentado, y que dos días después bajó a la tumba envuelto en la gloriosa bandera de la Revolución de Setiembre de 1868. Porque aquella víctima ilustre, inmolada al furor de cobardes asesinos, era el general D. Juan Prim; esto es, el valor hecho hombre, aquel héroe de la guerra de África que había atravesado incólume extensas franjas de fuego y entrado a caballo por troneras de enemiga muralla.

Nació en Reus el 6 de Diciembre de 1814, siendo el autor de sus días un militar retirado que había hecho con gloria la guerra de la Independencia, y que le inclinó también a la carrera de las armas. Ingresó, pues, el joven Prim (1833) como soldado distinguido en el batallón de tiradores de Isabel II, pasando enseguida a la clase de cadetes; y favorecido su valor por la fortuna en la guerra civil promovida por D. Carlos, obtuvo tan rápidos ascensos, que a los 22 años era capitán, a los 25 coronel y a los 40 teniente general. Afiliado desde un principio al partido liberal más avanzado, fue elegido diputado a Cortes durante la Regencia de Espartero, a quien combatió enérgicamente en nombre de la fracción progresista más exaltada, lo cual comenzó a darle una gran popularidad. Tras los discursos vinieron los hechos y el legislador se convirtió en insurgente, tomando parte principal en la sublevación militar que estalló en Barcelona (1842); pero vencida esta, tuvo aquel que emigrar a Francia, donde permaneció hasta el año siguiente, en que vino a iniciar el pronunciamiento que produjo la caída del Regente. El gobierno provisional entonces creado concedió a Prim el título de Conde de Reus, como recompensa y en recuerdo de la defensa que hizo de aquella plaza contra las fuerzas del poder constituido. Perseguido luego por el ministerio Narváez, como todos los generales progresistas, obtuvo más tarde el mando de Puerto-Rico. Al estallar la guerra de Oriente (1854), fue comisionado para ir al teatro de la lucha a estudiar las operaciones; y regresaba a España, cuando ocurrían los acontecimientos que dieron por resultado el llamamiento del partido progresista al poder. Adhirióse con entusiasmo a aquel orden de cosas, obtuvo la investidura del país en las Cortes Constituyentes de aquella época, y después fue nombrado capitán general de Granada. Allí se encontraba al sobrevenir la contrarrevolución de 1856; pero en esta ocasión el conde de Reus no se puso del lado de sus antiguas ideas, sino que aceptó la situación creada por O’Donnell, siendo nombrado senador y director general de Ingenieros. En la guerra de África (1859) se le dio el mando del segundo cuerpo de ejército; y allí fue donde su intrepidez y bravura le hicieron objeto de terror para los moros y de entusiasmo y admiración para nuestros soldados. Su principal hazaña le valió el título de Marqués de los Castillejos.

Hasta entonces, sin embargo, no era Prim ante el concepto público más que un soldado de fortuna, con más valor personal que dotes de mando; pero en la expedición de Méjico llevada a cabo por fuerzas mancomunadas de Inglaterra, España y Francia, apareció como prudente caudillo y diplomático sagaz, pues luego que obtuvo la reparación exigida por nuestro gobierno, se negó a ser instrumento de los planes de Francia, y se embarcó con toda su gente para Europa, librándonos así de la tremenda responsabilidad inherente a los sucesos ocurridos después en Méjico.

Pero la fase más gloriosa de la vida de Prim es aquella en que, rompiendo este ilustre repúblico sus compromisos con la Unión liberal, tomó de nuevo la bandera del partido progresista, que Espartero había dejado caer de sus ya temblorosas manos, y se lanzó con ella por el camino de la revolución. Malogradas las tentativas que hizo el 3 de Enero en 1866 en Aranjuez y Ocaña, y el 22 de Junio del mismo año en las calles de Madrid, tuvo luego a su lado los mismos elementos que le habían combatido y derrotado, los hombres de la Unión liberal, enemistados con la Reina por haberles quitado el poder cuando acababa de triunfar. Hasta la Marina, representada por el brigadier Topete, se puso entonces de parte de la Revolución; y un día apareció el general Prim en la fragata Zaragoza, surta en la bahía de Cádiz. Esta ciudad le abrió sus puertas con indecible entusiasmo, y pocos días después la capital de España le recibía con frenéticos transportes de júbilo. Él era el alma del nuevo orden de cosas; y los que se figuraban que en las luchas del Parlamento y en las esferas del poder había de desacreditarse, viéronle con sorpresa mostrar condiciones de gran estadista. Con él la obra de la Revolución se había consumado; por eso sus enemigos, ya que no podían vencerle, apelaron al crimen para hacerle desaparecer. Los tribunales no han descubierto aun los nombres de los asesinos para entregarlos a la eterna execración de la Historia.