Filosofía en español 
Filosofía en español


Progreso

I. Palabra nueva podemos decir que es ésta para expresar una idea tan antigua como el mundo, la de perfección y adelantamiento, ya en el orden intelectual y moral, ya en el físico y material.

Tiene dicho vocablo una significación restringida o relativa, y otra general o absoluta. La primera, que es la menos importante, y en cuyo examen no nos toca ocuparnos aquí, aplicase a cada perfeccionamiento en particular, de cualquiera categoría que sea; la segunda, que es la de que vamos a tratar, abraza a la vez todos los géneros de desarrollo y perfeccionamiento: representa el progreso mismo, y no tal o cual progreso. Desde el punto de vista católico, comprende el progreso general y absoluto dos condiciones esenciales: ha de ser 1.º, integro, y 2.º, harmónico, en el desarrollo de los bienes concedidos al hombre por Dios. Si se desenvuelve la razón sola y no la fe, si se perfecciona el cuerpo y el alma no, si los individuos se hacen en alguna manera mejores, y no así la familia y la sociedad, si el ser natural adquiere auge en el mundo y no el ser sobrenatural, habrá progresos, pero no el progreso. Y si el cuerpo progresa en detrimento del alma, la razón en detrimento de la fe, la naturaleza en detrimento de la gracia, el poder civil en detrimento del poder sagrado; si, en una palabra, la harmonía que Dios ha querido, y el equilibrio que ha instituido entre los diversos grados de perfección de que ha decidido constase su obra, se rompen en provecho de tal o cual categoría, y, por consiguiente, con desventaja de las demás, entonces podrá suceder que haya algún progreso, pero no tendremos tampoco el progreso en sí mismo.

II. Los enemigos del Catolicismo le achacan que es enemigo del progreso, o que al menos no siente interés por él ni le presta concurso alguno. A lo cual la Iglesia, por boca de León XIII, responde: “Por lo tanto, eso que dicen de que la Iglesia mira con malos ojos la moderna constitución de las sociedades, y repudia indistintamente cuanto ha producido el ingenio de estos tiempos, es una vana e infundada calumnia. Repudia, ciertamente, la locura de las malas opiniones, desaprueba los criminales intentos de las sediciones, y especialmente aquel estado de los ánimos en el cual se encierran los comienzos de un voluntario alejamiento de Dios; pero ya que toda verdad sólo de Dios puede proceder, por ende cualquier resultado verdadero que indagando se obtenga, reconócelo la Iglesia como un vestigio, digámoslo así, de la mente divina. Y, como en la naturaleza de las cosas ningunas verdades hay que perjudiquen a la credibilidad de la doctrina divinamente revelada, y sí muchas que la confirmen, y como el descubrimiento de cualquiera verdad puede mover al conocimiento de Dios o a sus alabanzas, de ahí que todo adelantamiento que venga a ensanchar los límites de las ciencias será siempre con gozo y agrado de la Iglesia; la cual, con su acostumbrado celo, fomentará y promoverá, así como las demás ciencias, aquellas que tienen por objeto el estudio de la naturaleza.

Y si en tales investigaciones de la ciencia, surge algún nuevo invento, no lo contraría la Iglesia, ni repugna el que se busquen varias trazas para el decoro y comodidad de la vida; antes bien, como enemiga que es de la inercia y de la desidia, desea mucho que con el ejercicio y la cultura produzca el humano ingenio copiosos frutos; presta alientos a toda clase de artes y oficios; y, dirigiendo, en virtud de su acción, todas esas ocupaciones al bien y a la salud eterna, se esfuerza en impedir que la inteligencia e industria del hombre vengan torcidamente a apartarle de Dios y los bienes eternos.” (Encíclica Immortale Dei, del 1.º de Noviembre de 1885.)

III. No andan los adversarios escasos en objeciones contra esa solemne declaración en que el Soberano Pontífice ha resumido las de sus dos predecesores y de todo el episcopado contemporáneo. Veamos, pues, tales objeciones.

1.ª El Catolicismo, dicen los adversarios, no puede amar el progreso, porque teme las causas de éste, que son la curiosidad del espíritu y el gusto de las investigaciones; sus medios, que son el libre examen y el método positivo; sus resultados, que son la destrucción de lo sobrenatural y de todas las supersticiones, la ruina de la antigua Metafísica, y la substitución de la Ciencia Moderna a la Escolástica.

2.ª El progreso es el ideal del libre pensamiento, el fruto del espíritu liberal, cuando no revolucionario; ¿cómo, pues, ha de poder amarlo la Iglesia?

3.ª El progreso es el factor principal de la fortuna, las riquezas y los placeres; y la Iglesia, enemiga de tales consecuencias, necesariamente lo ha de ser del principio.

4.ª El progreso es incompatible con los dogmas inmutables, con los caracteres encadenados e inmovilizados, con los sacramentos misteriosos y las prácticas enervantes del Catolicismo.

5.ª La educación que se da en su gremio es antipática a todo progreso formal; tiende más bien a hacer retroceder las almas hasta la Edad Media.

6.ª ¿Qué progreso moral se ha visto en la Iglesia, que no se haya visto en grado igual, si no superior, fuera de ella?

7.ª El tan alabado medio de la confesión y de la dirección espiritual no ha elevado a los pueblos católicos al primer lugar, ni la comunión tampoco.

8.ª ¿Es posible en la tierra el progreso con una religión que quiere obligar a la humanidad a que siempre fije sus miradas en un mundo problemático?

9.ª Y ¿no ha condenado el Papa Pío IX esta proposición extremadamente verdadera: Que el Pontífice Romano debe reconciliarse con el progreso y la civilización moderna?

IV. Tales objeciones y muchas otras por el estilo apenas llegan a ser especiosas; que lo que es de sólidas. nada absolutamente tienen.

1.º En varios lugares de este Diccionario, hemos hecho ver que la Iglesia favorece y alienta la inclinación a saber y la afición a las investigaciones: sólo censura los excesos que en eso hay realmente, y que son en realidad censurables; porque al cabo limitada es la inteligencia humana, y tiene sus linderos, que debe respetar. La ilimitada libertad de examen, en presencia de las afirmaciones divinas y de otros varios asertos que tienen derecho a ser respetados, no es filosófica ni moral. El método positivo tiene su bondad; pero no cuadra a todos los órdenes de verdades. A la Iglesia le desagrada más que a nadie la superstición; pero lo invisible, lo espiritual, lo sobrenatural están muy lejos de ser supersticiones. La antigua Metafísica cristiana, en sus partes esenciales, y dejando a un lado detalles secundarios, ha conservado toda su solidez; y las ciencias modernas le proporcionan cada día un inesperado mayor abundamiento de demostraciones; y así podemos decir que la Escolástica se rectificará, completará y robustecerá; pero no será abatida ni reemplazada.

2.º Los librepensadores y los revolucionarios tienen una falsa noción del progreso, y se forjan de él una falsa idea; y, naturalmente, un progreso así no lo quiere la Iglesia. Mas hay un progreso que de Dios viene y a Dios se dirige, impulsando todas las cosas hacia ese adorable y luminoso fin; y este progreso, el único verdadero, el único posible, sí que halla en el catolicismo afecto, favor y amparo, sí que tiene por principal e indefectible factor la acción de la Iglesia.

3.º Indudable es que ésta no aprueba, ni puede aprobar fortunas mal ganadas, placeres culpables, riquezas injustamente adquiridas o empleadas en malos usos. Este es el sentido en que, acorde con toda la Escritura, acorde con Jesucristo y sus Apóstoles, y, aun sin subir tan alto, acorde también con todos los filósofos honrados y con todos los hombres de buen juicio, se declara la Iglesia contra los honores, los placeres y las riquezas. Mas cuando esas tres clases de bienes --pues la Iglesia los reconoce como tales, a diferencia de los maniqueos de diversas épocas-- cuando esas tres clases de bienes, decimos, tienen una procedencia limpia, un empleo racional, un fin bueno, los autoriza y los hace entrar en la esfera del progreso universal. Sus anatemas recaen sólo sobre los vergonzosos e inmorales abusos cometidos en busca de esas cosas, y en el uso y distribución de las mismas.

Y prueba evidente de ello es que tiene muchas y minuciosas enseñanzas, ya pastorales, ya teológicas, para la reglamentación racional y cristiana de esos asuntos. Y muy de notar es que sus enseñanzas son de lo más útil para la adquisición y conservación de esos mismos bienes. ¡Cuántas veces, por ejemplo, no se ha comprobado, con el ilustre economista Le Play, que la observancia de los mandamientos de Dios, procurada por la Iglesia, es un elemento capital de prosperidad para los individuos, las familias y las naciones! No puede, pues, la Iglesia en manera alguna asustarse del progreso como causa de fortuna, placer y riqueza. Se asusta, sí, de la decadencia que lleva consigo una falsa noción y un empleo criminal de esos bienes: en cuyo sentir ciertamente, no podrá menos de estar a su lado toda persona de buen juicio.

4.º La inmutabilidad de nuestros dogmas no empece tampoco para que haya a la par un constante progreso en su inteligencia y en su aplicación a las necesidades de la humanidad. La constancia que se recomienda a los católicos no se opone, en verdad, a que deban tender siempre a ser más perfectos, como su Padre celestial es perfecto. Los Sacramentos y las demás prácticas del Catolicismo tienen su razón de ser en el designio de otorgarnos medios para reparar las caídas pasadas y para preparar ulteriores adelantamientos en el camino de la perfección. ¿Hay, por ventura, en todo esto algo que sea incompatible, o, mejor dicho, que no sea ventajosamente compatible con la idea de progreso? Porque, en fin, el progreso no es el trastorno, el desorden, la revolución; sino que debe ser el desarrollo lógico, prudente y durable de las perfecciones anteriormente adquiridas. La idea moderna de progreso y la idea católica de perfección deben, pues, interpretarse de idéntica manera, y si así no sucede, es que se ha falseado la idea de progreso.

5.º La educación fundada en los principios católicos es de tal modo favorable al progreso que podemos sin exageración decir que, durante dieciocho siglos, no ha habido progreso en el mundo sino por ella, y que hoy todavía continúa formando, y en muy considerable número, hombres de progreso. Mas por lo que toca al progreso incompatible con la sana Teología, y aun también ya con la sana Filosofía, convenimos en que la educación católica no le es ni le será nunca favorable. La Edad Media, cuyas glorias nos complacemos en reconocer, ha tenido sus sombras y sus errores, que no queremos, y a los cuales el progreso moderno, si no fuese corregido por la doctrina de la Iglesia, nos haría, sin duda, volver para llevarnos más abajo todavía, hasta traernos otra vez al paganismo y a la barbarie. Pruebas convincentes de ello se ofrecen a nuestra vista. Considérese, si no, a qué extremo ha conducido la filosofía racionalista los espíritus de sus adherentes, y a qué situación ha reducido la industria materialista las clases obreras. No; no es la Iglesia quien retrograda, sino sus adversarios.

6.º Para comparar el progreso moral de la Iglesia romana con el de las sectas religiosas o irreligiosas, preciso es: a) no atribuir a la Iglesia los defectos y vicios que puedan encontrarse en sus súbditos, pero que, lejos de proceder de sus doctrinas, están en manifiesta contradicción con las mismas; b) no atribuir tampoco a las sectas adversas el bien que hayan podido heredar de la Iglesia cuando de ella se separaron, y que hayan conservado después por un resto de catolicismo más o menos inconsciente, y no atribuirles, sobre todo, el bien que puedan producir por un movimiento de regreso hacia Roma, que, de cierto tiempo acá, se echa de ver fácilmente en algunas regiones; c) no poner en paralelo pueblos naturalmente apasionados y violentos con otros naturalmente calmosos y sosegados; d) no confundir tampoco lo que en bien o en mal pueda dar de sí el régimen político con lo que la Religión produce de suyo y por su propia influencia. Y, una vez deslindada así la cuestión de los elementos que pudieran falsearla, manifiestamente se resuelve en favor de la iglesia católica. Porque en ella el celo por la gloria de Dios y la santificación de las almas ha producido efectivamente un movimiento a cuya extensión, intensidad y permanencia nada hay que pueda equiparársele en las sectas. Cuanto de verdad, de belleza, de riquezas y de recursos materiales o morales, han comunicado al universo mundo desde el principio de la era cristiana la Literatura, la Filosofía, la Teología, la erudición, las Bellas Artes, la caridad así pública como privada, fruto es en gran parte, casi en todo, del espíritu católico. No repetiré aquí lo que dejamos dicho en varios artículos de este Diccionario, señaladamente en los correspondientes a las palabras Iglesia y Papado; pero tengo el derecho y el deber de deducir, como conclusión, que el verdadero progreso tiene su centro en el Papado y que ese es el vívido foco de donde se difunden e irradian sus benéficos resplandores.

7.º Ni temo tampoco afirmar, si se observan las precauciones que ha un momento indicábamos como precisas para que pueda resultar exacta y útil una comparación de la moralidad de los diversos pueblos, no temo, decía, afirmar que la eficacia de la confesión y de la dirección espiritual aparecerá como uno de los datos culminantes en la historia del progreso.

Noticia hay de que varios sabios de la antigüedad, y especialmente Pitágoras, vislumbraron en cierto modo su importancia. Ni se ignora tampoco que los anglicanos, y hasta los luteranos, comienzan a echar de menos el sacramento de la Penitencia, cuya supresión habían llevado a cabo los pretendidos reformadores del siglo XVI. Y en realidad, bien practicados esos ejercicios íntimos de examen de conciencia, contrición, propósito firme, confesión y exhortaciones, expiación y reparación, pueden, aun hecha abstracción de la influencia sobrenatural del Sacramento, contribuir en muy eficaz manera al progreso moral del cristiano y del ciudadano. Y el progreso moral no sólo es el más importante de todos, sino que es también la condición sine qua non de los demás, ya que sin él, todo progreso intelectual, científico y material se pone fatalmente al servicio de las pasiones, que son los peores enemigos del progreso individual y social. ¿Quién no ve que el orgullo, la intemperancia, la lujuria, la pereza, los vicios y desórdenes todos por fuerza han de ser una rémora para el adelantamiento de la humanidad? Y ¿puede darse nada mejor que los confesores y directores, cuando formalmente les prestamos atención, para remover esos obstáculos y devolver al entendimiento y la voluntad la libertad de su marcha, y la fuerza de sus vuelos? Podrá un observador superficial imaginarse que esto es un ensueño, y que los pueblos que no se confiesan valen tanto y aun más que los que tienen la confesión. Pero quién sepa mirar bajo las brillantes apariencias la realidad de las cosas cual en sí son, ve la corrupción de los individuos, las familias y las sociedades subir a modo de creciente marea, que, surgiendo de impuras cloacas, llega pronto a anegarlo todo. Las revelaciones cuyos ecos han llegado hasta nosotros desde las opuestas riberas del Océano y del canal de la Mancha, y las que, por desgracia, podemos también recoger en nuestro mismo país, confirman la expresada apreciación.

Añádase que los pecados secretos, muy numerosos y muy opuestos al progreso individual y social, apenas pueden ser eficazmente reprimidos sino por la confesión, y así lo atestigua la experiencia: respecto a lo cual, si los Pastores protestantes, en su mayor o menor desconocimiento de la situación íntima de las almas, no se hallan bastante al tanto de lo que pasa, no pueden, en cambio, dudarlo los sacerdotes católicos confesores y directores de las almas.

En cuanto a la Comunión eucarística, nos muestra asimismo la experiencia que, recibido ese Sacramento con las debidas condiciones de pureza, piedad y frecuencia, señaladas por los teólogos y los autores ascéticos, aumenta en alto grado, no sólo ese ser sobrenatural de la gracia santificante y de las virtudes infusas, que pudiéramos llamar el alma misma de las virtudes cristianas y que no es visible, sino también esa perfección particular que se manifiesta en los actos exteriores y sensibles de esta vida. La atmósfera moral de un pueblo o de una familia en contacto habitual con la Eucaristía es enteramente diferente de la atmósfera moral del mundo; es infinitamente más luminosa, más delicada, más vivificante.

El estudio de las biografías y autografías publicadas en la Iglesia católica desde hace siglos, pero principalmente desde comienzos del actual, que las ha hecho más íntimas y más comunicativas, el estudio, sobre todo, de aquellas que muestran cómo se ha pasado de la herejía o del vicio a la fe o a la virtud, presenta desde ese punto de vista el interés más vivo. De la vida religiosa de las sectas o de las religiones falsas, de la vida puramente psicológica del racionalismo y de la vida animal del materialismo no se hable; nada ofrecen que pueda aproximarse, ni aun de lejos, a lo que diariamente vemos en la esfera, verdaderamente sublime, del ascetismo y la mística en la Iglesia católica. Así, pues, un progreso que no quisiese contar con esto sería cuando menos incompleto, y se parecería más bien a un movimiento de descenso y decadencia.

8.º Lejos de perjudicar al progreso el pensamiento de las cosas de la otra vida y la creencia en Dios, lo atraen más bien y lo animan, al proponerle un fin infinitamente elevado y una recompensa de infinito valor. Los mayores sabios, los fundadores de la ciencia moderna, así como también los más notables representantes de la antigua, han sido casi todos, ya que no todos, hombres profundamente religiosos. El ateísmo y la incredulidad sólo progresan grandemente en el sentido de las pasiones sensibles y la depravación moral.

9.º La proposición 80, condenada en el Syllabus de Pío IX, es que “El Romano Pontífice puede y debe reconciliarse y transigir con el progreso, con el liberalismo y con la moderna civilización”. En el progreso, en el liberalismo y en la civilización moderna hay elementos buenos y malos. ¿Se intenta decir que el Papa debe reconciliarse con los elementos buenos? Pues eso es acusarle muy injustamente de haberlos rechazado. ¿Se quiere que pacte con los elementos malos? Pues eso es pedirle, y no hay para qué añadir si es injuriosa tal petición, que haga traición a su deber esencial. La proposición merece, por lo tanto, de lleno la censura de que es objeto, y su condenación no prueba en modo alguno que la Iglesia Romana sea enemiga del progreso.

(Véase la bella colección de las Conferencias del Revdo. P. Félix en Nuestra Señora de París, acerca del Progreso por el Cristianismo; las de los Revdos. Padres Lacordaire, De Ravignan y Monsabré; El Protestantismo comparado con el Catolicismo, de Balmes; El buen sentido de la Fe, del reverendo P. Caussette; Los esplendores de la Fe, del presbítero Sr. Moigno, etcétera, &c.

Dr. J. D.