Filosofía en español 
Filosofía en español


D. Santiago González Encinas

Encinas

Es un hecho innegable que la revolución de Setiembre ha llevado al seno de la Asamblea Constituyente una falange de diputados jóvenes, que son, por más de un concepto, dignos de un detenido examen.

La milicia, el foro, las ciencias, las letras, las artes, todo este conjunto, en fin, que es, digámoslo así, el cerebro de la nación española, está representado allí tan dignamente, con tan amigable consorcio, que así honra a los representantes como a los representados.

No vamos hoy a reseñar la vida del gran político, del hombre avezado desde sus primeros años a las lides políticas, no: hoy vamos a escribir la biografía del hombre de ciencias; del que, dedicado desde su más tierna juventud a la medicina, y merced a sus profundos estudios ha llegado a ocupar los puestos más culminantes de su profesión, debidos, no al favoritismo, sino a su constante laboriosidad y al grande amor quo profesó desde un principio a las ciencias médicas, que con tan felices resultados viene ejerciendo algunos años ha.

El diputado que hoy nos ocupa nació el 31 de Diciembre de 1836 en el pueblo de Sonseño, partido de Potes, en la provincia de Santander.

Hijo de honrados labradores, y destinado por sus padres a la carrera eclesiástica, a la edad de 14 años comenzó los estudios de latinidad, que dio por terminados en dos años, no obstante ser cuatro los que ordinariamente se empleaban en aquella época para consolidar estos estudios.

En 1852 pasó al Seminario de León, donde estudió los tres años de filosofía y el primero de teología, sacando en todos ellos la nota de sobresaliente, a pesar de la escasa afición que tenía al método seminarista, asistiendo más asiduamente a las cátedras y asignaturas del Instituto, a donde iba como oyente.

Durante este primer período de su carrera, llamó la atención de sus profesores por la falta de afición a los estudios teológicos, y por la repugnancia al reglamento y disciplina de los mismos; al paso que mostraba una gran inclinación y aptitud a los estudios elementales de las ciencias naturales, físicas y químicas, sin que por esto dejase de obtener siempre la nota meritisimo seminarista, y de que sus trabajos de argumentación y disertación dejasen de ser dignos de elogio y consideración por los mismos que le censuraban.

En 1856, y con motivo de una grave enfermedad que sufrió, tuvo que suspender los estudios durante un año; pasado el cual, y comprendiendo que la teología no era lo que llenaba sus aspiraciones, puesto que le repugnaban no solo sus estudios, sino las reglas y preceptos del Seminario, a las cuales nunca pudo amoldarse, emprendió con ardor la medicina, a la que siempre había demostrado una decidida afición, haciendo sus estudios en la Universidad de Valladolid, previo examen de todas las asignaturas de segunda enseñanza y el grado de bachiller, en que mereció la nota de sobresaliente.

Durante los seis años que cursó la medicina, obtuvo las primeras notas, como asimismo todos los premios, tanto ordinarios como extraordinarios, señalados en sus diferentes asignaturas, merced a su constante aplicación y al buen deseo que le animaba en la carrera de las ciencias.

Como quiera que esta era su carrera predilecta, puesto que desde sus primeros años le había tenido una decidida afición, de aquí que una vez entrado en ella avanzara rápidamente en sus estudios; tanto, que al tercer año obtuvo por oposición la plaza de ayudante disector primero de dicha facultad; asistiendo al mismo tiempo a dos cátedras o repasos particulares de anatomía y fisiología que había abierto desde el primer año, las que fueron muy concurridas y tenidas en gran estima por sus condiscípulos.

Con tan notables precedentes, fácilmente se explica los adelantos que obtuviera durante su carrera; así pues, no nos debe extrañar que antes de terminar sus estudios fuera nombrado profesor del Ateneo mercantil de Valladolid, como asimismo de la sociedad filantrópica de dicha capital, titulada Sociedad democrática popular, siendo muy aplaudido en las cátedras de ambas sociedades.

Durante su carrera se distinguió siempre, por sus tendencias en medicina, a la escuela positivista, no obstante que sus profesores, todos, eran vitalistas; y en el Ateneo Mercantil, así como en la sociedad filantrópica, se dio a conocer por el más puro radicalismo.

En 1863 vino a Madrid a estudiar el doctorado, no obstante hallarse bastante enfermo y sin recursos.

Admitido en la Academia médico-quirúrgica matritense, tomó parte en muchas discusiones, alcanzando en todas ellas grandes aplausos y captándose la estimación de todos sus compañeros.

Vino el año 64 y con él el cólera, que invadió la capital, en la que hizo grandes estragos.

Por este tiempo, el Sr. Encinas, aprovechando la época de las vacaciones, había marchado a las montañas de Santander a vigorizar su quebrantada salud; pero tan pronto supo que Madrid se hallaba invadido por tan cruel azote, se apresuró a regresar y ponerse a las órdenes del gobierno, quien le destinó a la casa de socorro del quinto distrito. Tanto en este cargo como en el que desempeñaba como individuo de la sociedad Los amigos de los pobres, prestó tan grandes servicios y trabajó con tan buen deseo y asiduidad, que bien pronto su salud se resintió, cayendo enfermo de bastante peligro.

Durante el periodo epidémico hizo profundas observaciones acerca de tan terrible enfermedad, que dieron por resultado una Memoria que escribió sobre la naturaleza y asiento del cólera-morbo-asiático, y la publicación de varios artículos en la prensa acerca de las medidas higiénicas y administrativas que el gobierno debía emplear para combatir esta enfermedad.

En diciembre del mismo año obtuvo el primer lugar de la primera terna en las oposiciones hechas para médicos del Hospital general, y en su virtud nombrado cuarto médico de entradas del mismo.

En 1866 ganó también por oposición una cátedra de la facultad de medicina de Cádiz, la que renunció, continuando de médico en el Hospital general.

Un año más tarde, esto es, en 1867, obtuvo también por oposición la cátedra de supernumerario de patología quirúrgica, en cuyo expediente, a pesar de haber sido propuesto en primer lugar, sufrió graves vejaciones y disgustos por haber sido acusado de materialista y revolucionario, fallándose su expediente en el Tribunal de la Rota después de numerosas certificaciones sobre su conducta política y religiosa, que le obligaron a presentar su dimisión; pero no siendo admitida, continuó en el desempeño de dicha cátedra, hasta la revolución de Setiembre, sin ser ascendido a numerario, no obstante seis vacantes que hubo en ella, y a pesar de quedar él solo como catedrático supernumerario en todas las facultades de medicina, puesto que todos fueron ascendidos a numerarios por decreto de 22 de Enero de 1867.

Llevada adelante la revolución de Setiembre, el 28 de Octubre de 1868 fue nombrado catedrático numerario por el ministro de Fomento Sr. Ruiz Zorrilla, en justa reparación de las ilegalidades que con él se habían cometido anteriormente; nombramiento que no quiso aceptar, atendiendo por una parte la forma en que se le daba y el tiempo en que le era expedido, y por otra, porque de derecho le correspondía ya desde la primera vacante, según la ley de instrucción pública de 1857, aceptando tan solo la cátedra en comisión basta tanto que su expediente se resolviese en justicia.

En 27 de Noviembre fue nombrado miembro de la comisión para la revisión de expedientes del profesorado, la que fue disuelta por no poder seguir sus trabajos.

Con esta misma fecha fue nombrado decano interino de la facultad de medicina, de cuyo cargo no quiso tomar posesión por razones de delicadeza.

En la revolución de Setiembre ha tomado la parte insignificante que podía corresponderle como hombre civil, siendo uno de los primeros que el día 29 se echaron a la calle para reunir los grupos del barrio de Lavapiés.

El Sr. González Encinas es muy joven todavía en la carrera de medicina, puesto que solo cuenta doce años desde que comenzó sus estudios profesionales. Sin embargo, merced a sus vastos conocimientos, a su activa emulación y constante laboriosidad, ha llegado a ocupar puestos de la mayor importancia en su profesión, sin deber ninguno de ellos al favoritismo.

Hombres como el Sr. Encinas se recomiendan por sí solos, y son dignos del aprecio de sus conciudadanos, que para darle una prueba de lo mucho en que le estiman, se han apresurado a nombrarle su representante en las Cortes Constituyentes de 1869.