Filosofía en español 
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España: Hispanoamericanismo

3.º Hispanoamericanismo. Denominase de este modo la tendencia y aspiración a una íntima unión entre España y las Repúblicas hispanoamericanas, unidas ya por la comunidad de orígenes, religión, lengua, tradiciones y costumbres, y consistente en una especie de confederación-alianza, en pie de igualdad, pero con la supremacía de honor para España, como madre común, que trascienda al orden social, jurídico y económico. Las denominaciones de América española o Hispano-América y de Hispanoamericanismo son preferibles, por más exactas, a las de América (Central, del Sur, &c.), América latina e Iberoamericanismo, pues, como han demostrado Juan C. Cebrián (uno de los españoles, residentes en San Francisco de California, a quien más debe la tendencia que nos ocupa), Menéndez Pidal, Mariano de Cavia y Adolfo Bonilla, ya que: 1.º el adjetivo español indica todo lo que procede de España (raza, lengua, costumbres, etcétera); 2.º el apelativo latino se refiere en sentido estricto a un antiguo pueblo de Italia, y la acepción amplia y moderna comprende a Francia e Italia, que nada han tenido que ver con el descubrimiento, civilización y fundación de las Repúblicas hispanoamericanas, y 3.º el calificativo ibero, si bien tiene remota antigüedad y es admisible en el orden literario, no lo es en el caso que nos ocupa, pues ni los iberos ocuparon toda España, ni la raza que descubrió y civilizó la América tenía de ibera sino una mínima parte (ya que después vinieron los celtas, los romanos, los visigodos y los árabes, prescindiendo de otras menores influencias étnicas). Los escritores citados, y con ellos el uruguayo José Enrique Rodó, el español Vázquez de Mella y la generalidad de los autores, incluyen en la tendencia y en el calificativo de hispanoamericano al Brasil, no por expansión dominadora, sino porque el calificativo español y el nombre de Hispania convienen a todos los habitantes y a todo el territorio de la Península.

La corriente del hispanoamericanismo no ha nacido de golpe, sino que es resultado de una larga serie de causas que la han producido, tanto en España como en la América española. Emancipadas las colonias españolas desde 1810 hasta 1825, España sostuvo sus derechos hasta que por Ley del 4 de Diciembre de 1836 se autorizó al Gobierno para reconocer la independencia de aquéllas, celebrándose el primer Tratado de paz, con Méjico, el 26 del mismo mes y año, tratado que produjo el efecto de que, espontáneamente, abrieran sus puertos al comercio español, Venezuela, Uruguay y Colombia, a lo que correspondió España otorgándolas, sin pacto expreso, el mismo beneficio, en 1837 a Venezuela y en el año siguiente a las otras dos Repúblicas. Desde 1845 se entró en el camino de los tratados generales, hasta llegar a la serie de ellos establecidos en 1885 y 1888. En 1871 se pactó el armisticio que suspendió la guerra que, por la llamada cuestión del Pacífico, existía desde 1864-65 entre España y Chile, Perú, Bolivia y el Ecuador, armisticio que se sostuvo hasta los tratados definitivos de paz celebrados por la primera con Bolivia y Perú en 1879, con Chile en 1883 y con el Ecuador en 1885.

A pesar de esto, las relaciones entre la madre y sus hijas emancipadas no eran todo lo vivas y cordiales que debían, existiendo en las segundas equivocaciones en juzgar la obra de la primera. El año de 1892 señala el principio de las rectificaciones y del nacimiento del hispanoamericanismo. En ese año se celebró el 4.º Centenario del descubrimiento de América, asistiendo a las fiestas celebradas en Madrid y Huelva representaciones oficiales de los Gobiernos hispanoamericanos, teniendo lugar diversos Congresos (de Derecho, Ciencias, Economía, Literatura y Pedagogía) de carácter hispanoamericano, así como uno de los americanistas del mundo entero. El Gobierno español comenzó la reconstrucción del convento de la Rábida y de un monumento en honor de Colón y, a propuesta de la Sociedad Colombina Onubense, se declaró fiesta nacional el día 12 de Octubre, origen de la Fiesta de la Raza. Consecuencia de esta mayor aproximación entre España y América fueron rebajas arancelarias, convenios de extradición y de propiedad literaria e industrial, &c. En la guerra de los Estados Unidos contra España, los Estados hispanoamericanos observaron una neutralidad afectuosa para con nosotros, y la violencia del Tratado de París de 1898 que expulsaba totalmente de América a la nación madre, descubridora y civilizadora, produjo el efecto de aumentar las simpatías por España en el Nuevo Mundo, puestas de manifiesto en el Congreso Social y Económico Hispanoamericano que por iniciativa de la Sociedad Unión Iberoamericana se celebró en Madrid (Palacio de la Biblioteca Nacional) en 1900, y al que asistieron numerosas e importantes representaciones de la cultura americana. Desde entonces las demostraciones de afecto y de relación fueron más frecuentes, trascendiendo al pueblo, celebrándose Asambleas provinciales, fundándose Centros hispanoamericanistas y acentuando su labor los ya constituidos. Entre estas Sociedades, que han realizado y realizan una labor admirable de aproximación entre España y la América española, son dignas de especial mención la ya citada Colombina Onubense (fundada en la Rábida en 1880), el Club Palosófilo (1908), la Unión Iberoamericana (Madrid 1885), que disfruta subvención oficial; la Casa de América de Barcelona, fundada en 1911 por fusión de la Sociedad Libre de Estudios Americanistas y el Club Americano; la Academia Hispanoamericana de Ciencias y Artes de Cádiz (1909), el Centro de Unión Iberoamericana de Bilbao (1906), que fue precedido de la creación del Museo Comercial e Industrial comparativo hispanoamericano en la misma ciudad (1904); el importantísimo Centro de Cultura Hispanoamericana de Madrid (1911), que publica libros de alto valor y edita un erudito Boletín, repartido profusamente por España y América, así como envía propagandistas, organiza conferencias y debates, &c. Labor apreciable en este sentido han realizado también las Sociedades Económicas de Amigos del País, juntamente con las Cámaras de Comercio; las de Galicia organizaron una Asamblea hispanoamericana en 1909 y otra las de Asturias en 1901. En ésta se votó por aclamación la conclusión de que España no se daba por despedida del mundo americano por efecto del Tratado de París de 1898 y afirmaba su existencia al otro lado del Atlántico, no sólo por su tradición de descubridora y colonizadora, sino también por las manifiestas simpatías del próspero y libre pueblo americano de nuestro tiempo y por la participación activa que toman en el progreso de aquellas hermosas Repúblicas los millares de españoles que allí viven, conservando, por ser perfectamente compatible, la nacionalidad originaria. El aumento de la emigración española a Hispano-América desde 1900 y estas corrientes, motivaron numerosísimos tratados y convenios entre España y las Repúblicas hispanoamericanas sobre las diversas materias de Derecho internacional, que han culminado en el acuerdo del Congreso Postal celebrado en Madrid en 1920 y adoptado por los respectivos Gobiernos, en virtud del cual forma la América española un solo país con España (no considerándose, por tanto, como extranjero) para las tarifas postales, por lo que el mismo sello de Correos que se emplea para la circulación dentro del país, sirve para la correspondencia entre España y las hijas emancipadas (y también los Estados Unidos). En 1912 se fundaron nuevas Sociedades hispanoamericanistas, como el Instituto Iberoamericano de Derecho comparado, de Madrid, y el importantísimo Instituto de Estudios Hispanoamericanos de Sevilla, dedicado a la investigación y divulgación de los fondos del Archivo de Indias, estudiado también por enviados de América, que con sus descubrimientos y publicaciones han desvanecido la leyenda que los enemigos de España habían tejido contra la obra colonizadora. Al propio tiempo, se han ido estableciendo en los centros oficiales españoles enseñanzas o cátedras de materias americanas, como la de Historia de las instituciones políticas y civiles de América, en la Universidad Central; la de Instituciones coloniales históricas de España, en la Escuela Diplomática, y la de Historia de América en la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid. Las Academias Españolas de la Lengua, de la Historia, de Ciencias Exactas y de Ciencias Morales y Políticas tienen socios correspondientes en América, y la primera ha establecido, como delegaciones o hijuelas, la Academia Colombiana (Bogotá), la Ecuatoriana (Quito), la Mejicana, la Salvadoreña, la Venezolana (Caracas), la Chilena (Santiago), la Peruana (Lima), la Guatemalteca (Guatemala) y la Argentina (Buenos Aires).

Paralelamente al acercamiento de España a América, se ha producido el de América a España. Durante mucho tiempo predominaron en las Repúblicas emancipadas las estrofas violentas de los himnos de guerra (hoy suprimidas en todo lo que podía molestar a España), al propio tiempo que la leyenda extranjera contra la colonización española y la falsa atribución a España de propósitos de reconquista (como falsamente se quiso ver en la guerra del Pacífico), así como la propaganda de los insurrectos cubanos y la mala política colonial seguida por España en los últimos tiempos, creaban cierto estado de tirantez y de recelo, cuando no de odio. Semejante disposición ha ido desapareciendo poco a poco, hasta trocarse en los últimos tiempos en afecto verdaderamente filial. A ello han contribuido diversas causas. Al estudiar la colonización española en América hemos indicado ya la vindicación que de la misma han hecho, especialmente desde el segundo decenio de este siglo, los escritores americanos. La campaña panamericana iniciada en 1889 por los Estados Unidos, en la que James Blaine se presentó como continuador de la doctrina de Monroe, exagerada después en el sentido de que América debía ser para los americanos del Norte, por la hegemonía de los Estados Unidos, despertó justificados recelos en muchos centros de la América hispánica y produjo la tendencia a fortificar el carácter étnico de ésta, invocándose las comunes tradiciones, orígenes, lengua, religión y costumbres, lo que atrajo la atención y la simpatía hacia la antigua Metrópoli, que se presentaba como lazo de unión entre todos los amenazados, y determinó movimientos de prensa, de opinión y de Chancillerías cuyos resultados no tardaron en tocarse, influyendo en ello la conducta observada con España (1898) por los Estados Unidos (olvidando éstos lo que España hizo por su descubrimiento e independencia, así en la guerra de separación de fines del siglo XVIII como en la de Secesión de 1866) y el silencio de Europa ante la expoliación, que produjeron una viva corriente de afecto hacia la vieja madre. Otros hechos que contribuyeron a lo mismo, fueron: el envío por España de representantes a las fiestas conmemorativas de la Independencia de las Repúblicas hispanoamericanas en su Centenario (1910-14), incluso el viaje de la infanta doña Isabel a la República Argentina (1910), rectificando así el antiguo apartamiento, de lo cual fue prueba también la inauguración (1915) del monumento erigido en Madrid por España y por Cuba a los héroes del combate del Caney, a la cual asistieron, presidiendo el desfile juntos, el monarca español y el representante diplomático de la República cubana; el intercambio literario y artístico representado por la actuación de las compañías teatrales, viajes a América de escultores, pintores, literatos y sabios españoles para dar a conocer sus obras y divulgar la ciencia y la cultura españolas, llamados en algunos casos desde la misma América (en Buenos Aires surgió la fundación Menéndez y Pelayo para llevar allí los hombres eminentes de España al objeto de dar conferencias); la visita de barcos de guerra españoles a las Repúblicas (la Nautilus a la Habana en 1908, el España a Panamá, Chile y la República Argentina en 1920, llevando al infante don Fernando como representante de España en el Centenario de Magallanes) para asociarse a sus grandes fiestas, motivando en todas partes entusiastas manifestaciones de amor a España; y, sobre todo, la emigración española, entre la cual destacan importantes personalidades que conservan su nacionalidad hispana, y que han constituido un sinnúmero de Centros españoles en América, algunos tan importantes como el Club Español de Buenos Aires y los Centros Gallego y Asturiano de la Habana. Desde hace tiempo existe la tendencia a federar a los españoles de toda América por medio de la federación de sus Centros, idea que ha comenzado a realizarse en Cuba, el Uruguay y la República Argentina, llegándose a pedir (como se hizo en la Asamblea celebrada en 1913 por la Federación de los Centros españoles de la República Argentina, en número de 176) que se conceda representación en las Cortes españolas a aquellos españoles o al menos a sus Centros, a la manera como se concede en el Senado a otras entidades parecidas (v. gr., a las Universidades y a las Sociedades Económicas).

Españoles e hispanoamericanos se consideran hoy como formando una sola nación dividida en Estados diversos. Pruébalo la igualdad que se ha establecido entre España y sus hijas de América en materia de comunicaciones, literatura, arte, &c. Hecho significativo es el de que el Gobierno y las Cámaras de Panamá (país que hizo en favor de España la excepción de admitirla en la Exposición que celebró en 1916 con motivo de la inauguración del Canal interoceánico, siendo el único país de Europa que obtuvo tal concesión «por deferencia y amor a la antigua madre patria») concedieron a España una extensión de terreno, construyéndose por 600.000 pesetas un edificio destinado a ser la llamada Casa de España, en la que han establecido un Museo Comercial y la residencia del representante diplomático español, y en el mismo país se ha elevado una estatua a Vasco Núñez de Balboa. La República Argentina, Chile, Perú, Guatemala, Colombia, Méjico, Cuba, Puerto Rico rivalizan en demostraciones de amor a España. El intercambio de ideas y de productos ha sufrido un prodigioso aumento en los últimos años en España y América, y aquélla toma parte oficial en los centenarios y grandes alegrías y tristezas de ésta y viceversa (v. gr., el Centenario de Cisneros fue celebrado en la República Argentina y en Cuba, lo mismo que el de Cervantes lo fue en toda América). Los artistas españoles exponen sus obras en América y los americanos en España; los grandes hombres de uno y otro país viajan por ambos, siendo objeto de imponentes manifestaciones de amor racial (recuérdese la visita del infante don Fernando a América y la del presidente de la República Argentina, señor Alvear, a España); se han reformado los libros destinados a la enseñanza, de conformidad con la verdad histórica sobre España y en algunos casos se han adoptado como texto las obras de los sabios españoles (v. gr., en Guatemala las de Ramón y Cajal), y tan poderosa es la tendencia, que ha trascendido al extranjero. El hispanismo se desarrolla poderoso en los Estados Unidos, donde se ha extendido rápidamente la enseñanza del castellano (ciertamente como medio de penetración en el resto de América), se estudia la literatura, se requiere al arte español, se publican tres grandes revistas de carácter españolista (Boletín de la Unión Panamericana, Hispania y The Hispanic American Historial Review) y en 1919 se ha constituido en Nueva York la Asociación Cortes Society para publicar documentos y estudios sobre el descubrimiento, la conquista y la colonización de América por los españoles, siguiendo el camino iniciado por Bourne, Lummis y Bandelier y de la más antigua Hispanic Society of America. Incluso en Europa se ha comprendido el alcance de las aspiraciones hispanoamericanas. En Hamburgo se creó ya en 1913 el Instituto Iberoamericano para investigar la comunidad de cultura formada por los pueblos de la Península española y de la América española, y que ha dado a luz importantísimas publicaciones (como las revistas mensuales Mitteilungen der Iberoamerikanischen Gesellschaft y Spanien, y la Bibliotek der Cultura latinoamericana), habiendo salido de él, como filial suya, el Centro Iberoamericano de Hamburgo para fomentar las relaciones espirituales y económicas entre España y América y a cuya inauguración concurrieron los cónsules de todos los países interesados residentes en Hamburgo.

La unión o confederación espiritual hispanoamericana no se fundamenta tan sólo en la raza, en la lengua, en la religión y en las costumbres, sino también en el hecho mismo de la emancipación de aquellas Repúblicas y en la actual acción de España por la causa de la civilización americana. Numerosos escritores hispanoamericanos (como el doctor León Suárez en su folleto Carácter de la Revolución americana, Buenos Aires 1917) han puesto en claro que la emancipación de América no fue dirigida directamente contra la Metrópoli, ni se realizó por el gusto de separarse de España, sino como medio de obtener el gobierno y las libertades que entonces se anhelaban y por la consecución de las cuales se luchaba también en España, no debiendo culparse a ésta, sino a los Gobiernos de entonces, el no haber dado a América unas libertades de que ella misma carecía. Prueba de ello se dice ser el auxilio recíproco que se prestaron los liberales americanos (éstos con dinero) y los españoles (como Riego, que en vez de ir a América a combatir la rebelión se sublevó con las fuerzas a tal empresa destinadas), de tal modo que puede afirmarse que la Revolución americana, realizada por españoles, triunfó debido al apoyo de los liberales españoles de la metrópoli. La consecuencia implícitamente contenida en estas premisas es la de que una vez conseguidas esas libertades y sin perjuicio de la independencia alcanzada, procede que las libres Repúblicas de Hispano-América se unan con España en todo lo que no afecte a esa independencia y a esas libertades. Desde punto de vista opuesto y más fundamental ha llegado a la misma conclusión Mario André en su obra ya mencionada El fin del Imperio español de América (versión de J. P. H., Barcelona 1922). De esta obra y de su estudio hecho en su prólogo por Carlos Maurras se desprende que la revolución hispanoamericana se estaba preparando desde veinte años antes al principiar el siglo XIX por una minoría escogida de gente ilustrada (nobles, hombres de carrera, propietarios y ricos comerciantes), y no tenía por causa la teocracia ni el despotismo, sino el vuelo industrial y comercial del país y el desenvolvimiento intelectual de esa minoría educada por los frailes. El incremento de la revolución se debió precisamente a fidelidad al monarca español destronado por Napoleón y a la aceptación por él, en un principio y después de repuesto en su trono, de la Constitución revolucionaria de 1812. Por lo primero se explican las constantes protestas de fidelidad al rey que hacían los primeros revolucionarios y el hecho de que se sostuviese el principio de que al rey español destronado debía reservársele el Imperio de América (obsérvese que Godoy tuvo la idea de mandar allá a Fernando VII), y si no lo aceptaba personalmente, ofrecerlo a un príncipe de su casa o al archiduque Carlos de Austria, con lo cual se conseguía la independencia de América, pero en contra de Francia, no de España. Al ver que el rey destronado volvía al trono de España, pero aceptaba la Constitución de 1812, los realistas y católicos se unieron a la causa de la emancipación, siendo este elemento (el clero y los frailes, que eran los profesores de las Universidades, y la gente ilustrada educada por ellos), el que dio a la revolución el triunfo definitivo, como protesta contra los principios de la Revolución francesa, los cuales sólo posteriormente y por cauces subterráneos vinieron a desfigurar el movimiento y a ejercer notable influencia. Las guerras de la Independencia fueron, pues, en el fondo guerras civiles, no entre españoles y americanos, sino entre americanos (todos españoles) partidarios unos de la emancipación y otros opuestos a ella. Siendo de observar que contra ella lucharon en favor del dominio de España desde los criollos hasta los indios, lo cual prueba que éstos no gemían duramente bajo un yugo odioso, que tenían ocasión de sacudir. Y he aquí por qué la guerra pudo prolongarse tanto tiempo, cuando precisamente España carecía de fuerzas, y cuando Inglaterra sólo pudo sostener siete años la de los Estados Unidos.

La unión o confederación hispanoamericana sería sumamente ventajosa para España y para América. La primera vería aumentada su importancia internacional; la segunda su fuerza para resistir la absorción económica, primero, y política después (recuérdense los casos de Panamá, Méjico, Santo Domingo y Puerto Rico) por los Estados Unidos. En la nueva organización económica que ha de producirse en el mundo, la lucha habrá de tener por base en gran parte la relación del mercado americano con el europeo. En el año 1923 se ha celebrado en España el I Congreso Nacional del Comercio español en Ultramar, con el concurso de las Repúblicas hispanoamericanas. El ideal en este orden sería la creación de una unión aduanera, espiritual y económica hispanoamericana que convirtiese los mercados nacionales en un gran mercado internacional, donde los productores estuviesen como si se moviesen dentro de un mismo Estado. Así, España recibiría de América todo lo que le falta y enviaría a ella todos los productos de su industria, pudiendo desarrollarse sin acudir al extranjero; y sería al propio tiempo depósito del comercio de tránsito entre América y el resto del mundo, para lo cual se presta admirablemente por su posición geográfica. Terreno muy a propósito es el de la Banca, estando hoy la española en condiciones de intervenir eficazmente en América, evitando el que ésta tenga que recurrir a los Estados Unidos o a Inglaterra para proporcionarse los empréstitos que necesita para su desarrollo. Ya antes de comenzar la guerra salían de España unos 100.000.000 de pesetas anuales para invertirse en valores americanos, y al comercio bancario de giro entre las Repúblicas hispanoamericanas y España se dedican con éxito lisonjero el Banco Hispanoamericano y el Banco Español del Río de la Plata, así como otros menos importantes, y también han establecido en España sucursales ciertos Bancos hispanoamericanos; pero es preciso dar mayor impulso a estas relaciones con el auxilio financiero a los Estados y empresas de aquellos países.

La confederación no serviría solamente para librar a la América española de ser sojuzgada por un país de raza, lengua y costumbres diversas, sino también para mantener la unión y harmonía entre las diversas Repúblicas, mediante el arbitraje, inspirado en la justicia y el amor, ejercido por España para poner término a las discordias interiores de la América española, contribuyendo así a formar los Estados Unidos del Sur, que contrapesarían la acción sajona de los Estados Unidos del Norte.

La confederación espiritual de que se trata se encuentra solamente en período de preparación, que tiende a estudiar los medios para fijar los acuerdos que determinen las bases de una legislación común hispanoamericana, sobre propiedad literaria, artística e industrial, y sobre Derecho penal, procesal y mercantil; sobre instrucción pública y acerca de la confederación de instituciones literarias, artísticas y benéficas. A ello se dirige la celebración que se prepara en Sevilla por el Centro de Cultura Hispanoamericano, de un Congreso cultural que debe celebrarse coincidiendo con una gran Exposición hispanoamericana, cuya fecha está fijada por ahora para el año 1924, Congreso que será el sexto de la serie y vendrá a continuar y completar la obra de los que le precedieron (Congreso literario de 1892 en Madrid; Congreso Social y Económico celebrado también en Madrid en 1900; Congreso de Historia y Geografía, de Sevilla, en 1914; el II Congreso de Historia y Geografía hispanoamericanas, también en Sevilla, en 1921; I Congreso del Comercio español en Ultramar, en 1923). Con el mismo fin se ha creado en Madrid el Instituto Hispanoamericano de Bibliografía, en Abril de 1921 se ha proyectado el establecimiento de una Unión Interparlamentaria hispanoamericana, con representantes de todos los Parlamentos de España e Hispanoamérica, órgano activo de intimidad y mutua cooperación, cuyo objeto especial será la ampliación de relaciones artísticas, literarias, comerciales, benéficas y judiciales como medio de llegar a la alianza espiritual de todos los pueblos de raza hispánica, y últimamente, por Reales decretos del 21 de Enero y 10 de Noviembre de 1921, se han establecido en los Centros españoles de enseñanza becas gratuitas para estudiantes hispanoamericanos. Para contribuir a esta acción es necesario por parte del Gobierno español la creación de un Cuerpo de agentes diplomáticos y consulares que tengan preparación adecuada, y el establecimiento de escuelas españolas en países como Panamá, Cuba y Méjico, donde hay trato frecuente con los angloamericanos. Si estos últimos crean escuelas donde se enseña la lengua española sin el espíritu español, España no debe abandonar ningún consulado en manos de personas que no piensen como los españoles o que traten con negligencia la creación de escuelas de su idioma. Gran importancia ha de tener el proyectado viaje del rey de España por América, que sería el primer monarca español que la visitase. Al objeto de establecer en la capital de España un Centro expresión sintética de la idea hispanoamericanista, ha propuesto el diario de Madrid, El Sol (2 de Enero de 1918), construir en Madrid, con aportaciones del Gobierno español y de los Estados hispanoamericanos, un grandioso edificio, denominado Palacio de la Raza, con tantos pabellones como Estados hispanoamericanos, destinado a exposiciones, conferencias, centro de reunión de los hispanoamericanos, &c.; y en el barrio de Salamanca de Madrid se está levantando un Ateneo hispanoamericano de estudiantes, del que formará parte una Universidad hispanoamericana que comprenderá las enseñanzas de ciencias, leyes y estudios técnicos, que darán las personalidades hispanoamericanas competentes en estas materias. Hecho elocuente y significativo es la celebración de la Fiesta de la Raza en conmemoración del descubrimiento y en honor de los descubridores y colonizadores del Nuevo Mundo, fiesta que se celebra con entusiasmo por los países hispanoamericanos, en muchos de los cuales tiene oficialmente el carácter de fiesta nacional, como en España (en donde se lo ha otorgado la Ley del 15 de junio de 1918), y que constituye un verdadero homenaje a ésta, presidido por los más altos poderes y siempre con la asistencia de las autoridades de aquellas Repúblicas. Como ejemplo del espíritu y carácter de esta fiesta, insertamos a continuación los fundamentos del Decreto con el que acordó la celebración de esta fiesta, como nacional, la República Argentina, Decreto firmado en 1917 por el presidente Hipólito Irigoyen, al que la colonia española regaló un ejemplar grabado en letras de oro sobre una placa de plata. Dice así:

«Considerando: 1.º Que el descubrimiento de América es el acontecimiento más trascendental que haya realizado la Humanidad a través de los tiempos, pues todas las renovaciones posteriores derivan de este asombroso suceso, que a la par que amplió los límites de la tierra, abrió insospechados horizontes al espíritu.
2.º Que se debió al genio hispano intensificado con la visión suprema de Colón, efeméride tan portentosa, que no queda subscrita al prodigio del descubrimiento, sino que se consolida con la conquista, empresa ésta tan ardua, que no tiene término posible de comparación en los anales de todos los pueblos.
3.º Que la España descubridora y conquistadora volcó sobre el continente enigmático y magnifico el valor de sus guerreros, el ardor de sus exploradores, la fe de sus sacerdotes, el preceptismo de sus sabios, la labor de sus menestrales y derramó sus virtudes sobre la inmensa heredad que integra la nación americana.
Por tanto, siendo eminentemente justo consagrar la festividad de la fecha en homenaje a España, progenitora de naciones a las cuales ha dado con la levadura de su sangre y la harmonía de su lengua una herencia inmortal, debemos afirmar y sancionar el jubiloso reconocimiento, y el poder ejecutivo de la nación decreta:
Art. 1.º Se declara fiesta nacional el 12 de Octubre.
Art. 2.º Comuníquese, publíquese, dese al Registro nacional y se archive. –Firmado, Irigoyen.»

Organos en la prensa del movimiento hispanoamericanista son una serie de importantísimas revistas, entre las que pueden citarse en España las que publican la Real Academia Hispanoamericana y el Centro de Cultura Hispanoamericano, así como el Boletín de la Unión Iberoamericana y el del Centro de Estudios Americanista (Sevilla), debiendo añadirse la titulada Progreso, de Madrid; el Mercurio, de Barcelona; La Ilustración Española y Americana, el Mundo Latino, el Archivo Hispanoamericano, publicada por los franciscanos, el Boletín de la Sociedad Colombina de Huelva, y las revistas La Argentina en Europa y Cuba en Europa, no debiendo omitirse en esta lista la presente Enciclopedia, por la especial atención que presta a todo lo relacionado con la América española. Con todo, se nota la falta de un gran diario que sea órgano del movimiento, especialmente dedicado a exponer el pensamiento, los problemas, todo lo que interese a todos los pueblos de nuestra raza.

El amor a España de sus antiguas colonias se nota también en Filipinas. Joaquín Pellicena (conferencia dada en la Casa de América de Barcelona el 25 de Noviembre de 1917) y Antonio Martín Torrente (discurso de su recepción en la Real Academia Hispanoamericana de Ciencias y Artes de Cádiz) han puesto de relieve este hecho consolador. En aquellas islas se reconoce hoy cuánto deben a España, como ha reconocido el mismo norteamericano Enrique James Ford, en el capítulo The situation in the Philippines, IX de su obra Woodrow Wilson, en el que se hace resaltar que la civilización de Filipinas es más antigua que la de los Estados Unidos. Existen allí unos 6.000 españoles y unos 200.000 filipinos mestizos, descendientes directos de españoles, identificados con los primeros, figurando los españoles en tercer lugar por la cuantía de su contribución a las cargas del Estado (el primero lo ocupan los chinos y el segundo los filipinos), estando estrechamente unido el capital español con el filipino. Incluso los filipinos de raza malaya o mestizos chinos hablan el castellano y tienen educación española, constituyendo el español la lengua de la buena sociedad, de los procedimientos judiciales y de los Cuerpos colegisladores, pudiendo afirmarse que ha triunfado en su lucha con el inglés, que procuraron imponer los Estados Unidos, y que el castellano ha llegado hoy a su mayor florecimiento literario en aquellas islas. Españoles y filipinos rivalizan en probar su amor a la patria común. La colonia española sostiene Cámaras de Comercio, Casinos e instituciones de beneficencia y cuenta con órganos importantes en la prensa, habiendo hace pocos años construido en Manila una magnífica Casa de España, a cuya inauguración asistieron todas las autoridades; y así como con relación a Hispanoamérica se ha establecido la Fiesta de la Raza, en Filipinas se ha instituido el Día Español, que se celebra en todo el Archipiélago el 25 de julio, día del patrón de España. Los poetas filipinos se hacen intérpretes de estos sentimientos de su pueblo. Fernando M. Guerrero, con ocasión de las fiestas celebradas en la visita hecha por Salvador Rueda a Filipinas, muestra cómo éstas tienen

el corazón abierto al beso hispánico

y encarga al poeta español decir a Hesperia en nombre de aquellas tierras:

Te adoran más que ayer aquellas Insulas
y el hijo que dejaste es todo un hombre.

Manuel Bernabé, interpretando el mismo sentimiento, auguraba ya este despertar del amor a España, inspirado en la enseñanza de dolores que produjo la separación de ésta:

En el curso del tiempo desenvuelto,
Tú, España, volverás ¿Qué amor no ha vuelto
Preso en la red del propio bien perdido?

y Claro M. Recto, tagalo educado ya en tiempo en que España no era la soberana del Archipiélago, dice en su bellísimo Elogio del castellano, al saludar a la Casa de España:

Casa de España, Olimpo de las artes,
Templo del porvenir, ¡bendita seas!
..............................
Hispanos: si algún día la escarnecen,
nuestras aljabas vaciarán sus flechas
y nos verán, triunfantes o vencidos,
al pie de esta sagrada ciudadela.

Entre los medios de llegar a la unión espiritual y económica, propone Pellicena enviar misiones científicas y literarias, fundar una escuela de comercio o exposición mercantil a bordo de un buque mercante que vaya exhibiendo por el Extremo Oriente muestrarios de productos españoles; subvencionar el Estado español los centros y periódicos españoles del Archipiélago e instituir, otorgándolo por medio de la Real Academia Española, un premio anual para la mejor obra de autor filipino escrita en castellano; edición en España de los trabajos de autores filipinos; incremento de las relaciones comerciales y de las comunicaciones marítimas entre ambos países, estableciendo, además, un Banco Español en Filipinas con sucursales en España (existiendo ya en Manila el antiguo Banco Español-Filipino, hoy Banco de las Islas Filipinas, la mayoría de cuyos accionistas son españoles), o un Banco español con sucursales en las islas. Favorece esto el hecho de haberse acortado grandemente la distancia entre España y Filipinas, pues cuando vuelva a funcionar el ferrocarril transiberiano se emplearán veinte días en ir desde Barcelona a Manila y menos aún al terminarse la línea china de Cantón a Hankow, que permitirá enlazar directamente con aquél y llegar por tierra a Hong-Kong, con lo que sólo se hará por mar el trayecto, de dos días, entre esta ciudad y Manila.