Filosofía en español 
Filosofía en español


Técnica

Filosofía. Las diversas aplicaciones que se han hecho en Filosofía y especialmente en la Lógica de la Ciencia del termino técnica, obliga a distinguir tres acepciones capitales de la misma. Técnico es, por lo común, sinónimo de práctico y opuesto a teórico o especulativo. La técnica se refiere al modo de hacer o acción, a diferencia de la teoría, que mira exclusivamente al pensamiento. En segundo lugar, la una se conceptúa a menudo como actividad realmente distinta del conocimiento científico, por estimarse opuestas las funciones del técnico y del hombre de ciencia. Por el contrario, la voz técnica se emplea otras veces como característica de un dominio de conocimiento, al cual no llega la opinión vulgar o común. Palabras técnicas son aquellas que tienen su exclusivo empleo y sentido dentro de una ciencia y que no han logrado trascender al saber común, el cual o no tiene conocimiento de dichas materias, o las expresa en forma distinta de las que los técnicos emplean. Cournot hablaba de ciencias técnicas y de ciencias especulativas. Kant, en cambio, aproximaba los conceptos de teórico y técnico. Las proposiciones (leemos en la Crítica de la razón práctica, cap. 1, párr. 3º, nota al final) que los matemáticos llaman prácticas deberían llamarse técnicas. En efecto, dice, en la ciencia no se trata de la determinación de la voluntad. Aquellas proposiciones se limitan a determinar qué acciones producen ciertos efectos, y, por consiguiente, son teóricas, como todas las proposiciones que expresan una relación de causalidad. Sin embargo, ha prevalecido en la Metodología científica el criterio de Cournot.

La técnica debe distinguirse de la manera o factura personal de hacer las cosas, a diferencia de aquella que es general y objetiva; sin embargo, no es raro hallar empleada la palabra, en el sentido de un procedimiento subjetivo e individual. Se emplea igualmente como conjunto de procedimientos relativos a una forma de arte (técnica de tal estilo). Distínguense en total tres grupos de técnicas según su grado de utilidad o sus distintas aplicaciones en la vida: la técnica propiamente dicha o industria; la técnica artística, distinta también según la índole de cada arte bella, y la técnica de los actos humanos, moral, política y económica.

La técnica se refiere siempre al procedimiento, al empleo de ciertos instrumentos y a la utilización de ciertos materiales, ya se trate de una ciencia o arte, ya de una industria u oficio. A primera vista parece que la técnica nada tiene que ver con las ciencias especulativas (y a esto responde la primera de las acepciones antes mencionadas); pero si bien se medita lo meramente especulativo, si no quiere reducirse a simple abstracción, tiende a buscar su complemento o verdadera eficacia en la práctica. La técnica en este caso es el arte de convertir o aproximar la especulación a su verificación concreta y viva en los hechos. La técnica, además, se propone la dirección de una actividad hacia su fin, natural o reflexivo. Las cosas hechas según las leyes de la técnica son más completas o perfectas que si se realizan por mero empirismo o rutina. La técnica, pues, está destinada a producir resultados útiles en un orden determinado de hechos. Sólo un concepto materialista de la utilidad puede excluir del dominio de la técnica las ciencias del espíritu. La teoría moderna de las ciencias normativas establece como derivada una parte técnica en todas ellas: lógica, estética, ética, política, derecho y economía. Es la parte que los antiguos llamaban arte y que en ciertos momentos, como se ve en la historia de la lógica, llega a adquirir un predominio exclusivo con el nombre del arte de pensar. No es posible desconocer el aspecto técnico de aquellas disciplinas que nos aseguran con sus reglas una finura y perfección en el ejercicio de nuestras facultades, que no posee el que las ignora o desprecia. Dejando a un lado la técnica del conocimiento discursivo, contenida casi toda en la Silogística, y la técnica de la investigación y de la prueba, que debemos a los lógicos ingleses principalmente, es frecuente hablar de arte moral como una técnica de la conducta éticamente perfecta. La teoría de los hábitos morales, las distintas perspectivas de la vida humana y la consiguiente adaptación a las varias esferas en que el hombre vive (familia, municipio, Estado), la efectividad de los deberes y de los derechos constituyen otros tantos capítulos de la técnica de las costumbres. En Filosofía del Arte, la técnica adquiere una importancia extraordinaria. Recuérdese que la esencia del arte está en la expresión, o sea en manifestar en forma plena y adecuada un contenido ideal, que existe en la mente humana o que ha sido extraído de la realidad, purificándola y sublimándola. La belleza del objeto y el valor emocional consiguiente a su contemplación, exigen una técnica capaz de producir una obra que despierte en los demás la misma percepción intelectual y la misma intensidad afectiva que embargan el alma del artista. La crítica distingue perfectamente entre obras de excelente concepción y de defectuosa técnica. En cambio, hay artistas que, llegando a dominar la técnica a la perfección, nunca consiguen elevarse a las regiones de la creación estética. Pero la técnica en todo caso es necesaria. La vivencia interior de la belleza es condición necesaria de toda producción artística, pero no es suficiente, sino que exige una técnica que la interprete y la realice en el mundo de lo temporal y concreto. El que no domina la técnica podrá ser un hombre de gusto refinado, un estético, un crítico, pero no podrá nunca llamarse artista.

Técnica. Ingeniería y Pedagogía. Aunque en su acepción más vasta la técnica ha sido definida (Max Eyth) como «todo lo que da forma material a la voluntad del hombre», en el lenguaje corriente se asimila el sentido de esta voz al de artes del ingeniero. En la historia de la Humanidad, no obstante manifestarse como un fluir ininterrumpido, como una serie de manifestaciones o hechos ligados por una íntima concatenación de causas y efectos, sin verdaderas revoluciones o mutaciones bruscas, al abrazarla en un conjunto aparecen distintas épocas con delimitación más o menos franca, caracterizadas por la preponderancia de determinados factores o elementos, los cuales a veces llegan a cristalizar en un nombre: Filosofía en la Grecia clásica, Imperialismo en Roma, Feudalismo en la Edad Media... El elemento característico de nuestra época es indudablemente la técnica. Al formidable desarrollo alcanzado por ésta en los últimos tiempos se debe el progreso material de la civilización contemporánea y la profunda transformación experimentada por la organización económica y social de la Humanidad. No ha intervenido aquí ningún cambio en la estructura psicofisiológica del individuo, sensiblemente idéntico al hombre del período neolítico, sino la eclosión admirable de un milenario proceso de continuidad y acumulación de las producciones colectivas, proceso que en el último siglo ha alcanzado un grado de perfeccionamiento inconcebible en la antigüedad. El desarrollo de la técnica ha sido a un tiempo causa y consecuencia del progreso científico, determinado igualmente por el citado proceso de continuidad y acumulación. Ciencia y técnica tienen un mismo sujeto: los hechos, y ambas trabajan aplicando métodos análogos. Pero mientras la ciencia pura constituye una desinteresada actividad del espíritu, impulsado por el solo afán de explicar racionalmente los fenómenos del mundo físico, la técnica, hija y hermana de aquélla, trata exclusivamente de aprovechar los descubrimientos científicos para la mejor satisfacción de las necesidades materiales del hombre. En este sentido, técnica es sinónimo de ciencia aplicada.

La posición central que la técnica ocupa hoy en la vida de los pueblos, como base de su potencialidad económica y, en último término, de su influencia política, queda evidenciada por el interés que las naciones más progresivas otorgan a la formación de sus cultivadores. El grado de desarrollo de la industria y del comercio, fuentes de riqueza de los Estados, son función de la capacidad de sus técnicos y, por tanto, del perfeccionamiento de sus escuelas. En el mes de Octubre de 1871, con motivo de la inauguración del Museo de Artes Industriales de Berlín, el kronprinz Federico dijo estas palabras augurales: «Hemos vencido sobre los campos de batalla de la guerra; debemos vencer y venceremos sobre los campos de batalla del comercio y de la industria.» No se trataba de una frase banal en un discurso de circunstancias. La voz del príncipe rojo traducía con los vocablos estrictos la firme y consciente voluntad de un pueblo dispuesto a dictar su propio destino. Treinta años después, en 1901, el magnífico hall de la Escuela Técnica Superior de Charlottenburgo congregaba entre sus engalanados muros de mármol un selecto concurso para solemnizar «la aurora de un siglo nuevo». El rector de la Escuela, el doctor Riedler, pronunció un memorable discurso comparando la situación de Alemania en el comienzo y al final del siglo XIX, y exaltando, como causa de la milagrosa transformación realizada, «el largo trabajo silencioso y fecundo que siguió a las victorias militares», rindiendo homenaje al ejército de sabios promotores de todos los perfeccionamientos técnicos y entonando a la gloria de la industria alemana un himno aplaudido con entusiasmo. Seguidamente, el doctor Riedler anunció al auditorio que el emperador había tenido el placer de poder conceder a las Technische Hohschulen el derecho de conferir el grado de doctor, terminando su peroración con estas palabras:

«Doctor ingeniero: Este doble título significa que el graduado de las Escuelas técnicas superiores añade el poder al saber. Ocupémonos del presente, de la realidad. Releguemos a segundo término la antigüedad y sus desvanecidas pompas. Todos los pueblos de origen latino o románico se hallan en decadencia. Alemania está llamada a marchar a la cabeza de la civilización, que se resume hoy en el comercio y en la industria conduciendo a la conquista del mundo».

Treinta años bastaron a Alemania, por el seguro camino de la técnica y del método científico proclamado por Kant, para ponerse en primera fila entre las grandes potencias del mundo, y es indiscutible que, a no haber abandonado las eficaces e incruentas armas de la industria y del comercio por las de la guerra, los sueños imperialistas del pueblo germánico estarían en vías de plasmarse en realidades tangibles. Treinta años bastaron para cambiar la faz de un pueblo y estuvieron a punto de cambiar la faz del mundo; días de luchas y de esfuerzos, período heroico de la historia de Alemania, según la adjetivación de Paquier. Y así puede decirse que la estructura de la moderna organización de la enseñanza técnica alemana data de la orden ministerial del 3 de Septiembre de 1884, en que quedaron establecidos los seis grados siguientes: 1º Institutos de Altos Estudios; 2º Escuelas Técnicas Superiores (Technische Hochschulen); 3º Escuelas industriales Medias (Mittlere Fachschulen); 4º Escuelas Industriales Menores (Niedere Fachschulen); 5º Escuelas de perfeccionamiento (Gewerbliche Fortbildungschulen), y 6º Cursos y Escuelas establecidos por la iniciativa privada, asociaciones y gremios (Vereine y Innungen), designadas. comúnmente con el nombre de Technicums, extendido después a todos los establecimientos de enseñanza de grado medio. El progreso formidable realizado en tan breve plazo por el Imperio alemán despertó la emulación de todos los pueblos con voluntad de futuro, con ideal nacional concreto, y atrajo la atención de todos los estudiosos. El Japón y los Estados Unidos fueron los que en primer término supieron aprovechar sus enseñanzas históricas. El comisario norteamericano encargado de unificar los informes recogidos por los agentes consulares de su país sobre la industria y la educación industrial en Alemania escribía en su memoria del año 1902: «El gran éxito alcanzado por Alemania en los últimos treinta años se debe al valor industrial de sus investigaciones científicas, así como a la constante atención prestada por este pueblo a la enseñanza técnica.» La realidad de los tiempos nuevos plantea nuevas exigencias que los viejos moldes de la enseñanza son impotentes a satisfacer. El problema de nuestros días es la aptitud; la llave del progreso de los pueblos es la competencia técnica. La forma vigorosa cómo son sentidas estas cuestiones en los pueblos más avanzados debería ser suficiente para polarizar toda nuestra actividad, convirtiéndose en el leit motiv de nuestra vida nacional. Para convencernos de ello bastará transcribir los postulados que, como proemio a los debates, fueron aprobados hace pocos años en una Asamblea de técnicos americanos reunida en Pasadena, contrastando la sequedad casi brutal del lenguaje con la risueña placidez de la playa californiana: 1º la prosperidad de nuestro país y su futura posición industrial y comercial entre los pueblos depende esencialmente de la adopción, en un futuro inmediato, de una «política agresiva» y del tacto con que se emprenda y materialice; 2º el cumplimiento de esta gran finalidad ha de ser, primaria y fundamentalmente, obra de los técnicos; 3º para que los técnicos norteamericanos se encuentren en condiciones de ventaja en la competencia mundial, es necesario que reciban la mejor educación posible, y 4º el estado actual de la educación técnica es susceptible de grandes perfeccionamientos.

Tan sólo quien viva fuera de la realidad y ajeno a toda preocupación del mañana podrá leer estas palabras sin experimentar una profunda inquietud. ¡Qué trágicos destinos augurarían a nuestra patria estos hombres que proclamaban las deficiencias de la educación tecnológica en los Estados Unidos! Pero no abandonemos las halagüeñas esperanzas. Olvidemos que las simples Escuelas industriales destinadas a la formación de nuestros peritos han sido agraciadas con 15 o 20 reorganizaciones, sin que nunca llegaran a quedar satisfactoriamente organizadas, y confiemos que ello será logrado al fin cuando la letra muerta del vigente Estatuto de Enseñanza Industrial llegue a traducirse en realidades vivas. Sírvanos de estímulo y ejemplo la reacción operada en Francia, superadas las críticas horas de la conflagración europea. Todos reconocen ahora la ineficacia del Tratado de Versalles y la inutilidad de haber ganado la guerra si no consiguen ganar la paz a costa de dificultades harto mayores todavía. Políticos, economistas, industriales y comerciantes, cuantos intervienen de un modo directo en el desenvolvimiento de la riqueza nacional, se han capacitado de la gravedad del momento y han señalado, hacia un mismo oriente la aurora de un nuevo esplendor: la cultura técnica. Desde las sesiones consagradas por la Sociedad de Ingenieros Civiles de Francia en los meses de Octubre y Noviembre del año 1916 al estudio del problema de la enseñanza técnica superior, ilustrada con la experiencia y el saber y las más altas mentalidades de la ciencia industrial, la simple enumeración de las memorias, informes y proyectos publicados en lengua francesa para contribuir a la solución del problema citado formaría una lista inacabable. Huelga decir que cuanto se ha hecho en la vecina República ofrece para nosotros especial interés por las semejanzas de carácter originadas por nuestra común latinidad y por adolecer la organización de nuestra enseñanza, mal copiada del sistema centralizador del segundo Imperio, de análogos defectos, toute proportion gardée, sea dicho en honor de la verdad y de las Escuelas técnicas francesas. Y no se han limitado nuestros vecinos a la formulación de bellos proyectos. En el plano de las realizaciones se han alcanzado ya notables resultados. Bastará mencionar los servicios prestados a la industria por los Institutos de reciente creación anexos a ciertas facultades universitarias, tales como los de París, Nancy y Grenoble, y especialmente la vasta labor realizada por el Instituto Politécnico que funciona en relación con la Universidad de la última de las citadas poblaciones. Bajo la dirección entusiasta e inteligente del profesor Barbillion, este Instituto, a la vez que un elevado nivel de enseñanza técnica, ha alcanzado la colaboración real de los industriales de la región, los cuales no sólo se interesan por su desarrollo, sino que saben aprovecharse directamente de sus enseñanzas para el progreso de las respectivas industrias. Hasta ahora los industriales franceses se han dolido constantemente del excesivo cienticismo, y valga el barbarismo por su expresiva claridad, de sus técnicos teóricos. «Los ingenieros que se nos envían saliendo de las grandes Escuelas, decía un gran metalúrgico francés citado por Esteban Flagey (Comment devenir Ingenieur, par l´Ecole ou par l'Usine?, París 1918), no son ingenieros útiles a la industria: son artistas de las matemáticas y de la teoría.» Para remediar este grave inconveniente, se ha impuesto en el ánimo de la generalidad la fórmula propuesta por Maurice y adoptada por León Guillet, el distinguido profesor del Conservatorio Nacional de Artes y Oficios y de la Escuela Central de Artes y Manufacturas, consagrado desde tanto tiempo al estudio de estas vitales cuestiones: «Los profesores de las Escuelas Técnicas han de elegirse entre los ingenieros que vivan real y efectivamente dentro de la industria la especialidad de sus cátedras.» Sobre este mismo punto, es decir, sobre la necesidad de que los profesores sean reclutados entre las personas pertenecientes realmente a la especialidad que deban enseñar, el sabio rector de la Sorbona, Pablo Appel, dijo estas palabras definitivas: «Lo propio de la enseñanza superior es que debe ser dada de primera mano: el profesor ha de poder hablar de lo que él mismo hace y no de lo que haya podido aprender leyendo libros o mirando patentes y proyectos: es indispensable que haya adquirido una experiencia profesional.»

La enseñanza técnica española viene regulada principalmente por el llamado Estatuto de Enseñanza Industrial, elaborado por el Directorio militar (cuya vigencia oficial data del R. D. del 31 de Octubre de 1924); por el Reglamento provisional para la aplicación del Estatuto de Enseñanza Industrial a las enseñanzas elementales y profesionales, aprobado por R. D. del 6 de Octubre de 1925; por las aclaraciones y rectificaciones al texto de este Reglamento contenidas en el R. D. del 30 de Octubre de 1925, y por el Reglamento provisional para la aplicación del citado Estatuto a las Escuelas provinciales, municipales y privadas, promulgado por R. D. del 18 de junio de 1926.