Filosofía en español 
Filosofía en español


Aristóteles

Nos limitaremos en este artículo a la vida de Aristóteles y a la nomenclatura de sus obras, reservando la exposición general y la historia de su filosofía para cuando hablemos de la escuela peripatética.

Aristóteles nació en Estagira, ciudad situada en las orillas del lago Estrimon, y perteneciente a la Tracia y a la Macedonia. Su padre se llamaba Lisímaco. Era médico de Amintas, rey de Macedonia; y según Diógenes de Laertes y Suidas, refiriéndose a una obra de Hermippe que no ha llegado hasta nosotros, descendía directamente de Macaón y de Esculapio. Lo mismo se infiere de una antigua inscripción citada en la vida atribuida a Ammonio, y que lleva por título: «Ton Asclepiadón, dios Aristóteles.» (El divino Aristóteles hijo de Asclepiades). Su madre se llamaba Phaestis, y era originaría de Calcis, punto desde donde en otro tiempo pasó una colonia a establecerse a Estagira. Así es que Aristóteles, tanto por sus ascendientes paternos como maternos, parece haber sido verdaderamente griego, y no tracio o macedonio.

Se sabe positivamente por Dionisio de Halicarnaso el año de su nacimiento, lo cual no consta del mismo modo en Platón. Aristóteles nació el primer año de la Olimpíada 99 (384 años antes de J. C.) Platón tenía entonces 42 años según unos, y 44 según otros: con tal incertidumbre tenemos que hablar de algunos hechos. Sócrates había muerto quince años antes.

Al decir de Suidas, el padre de Aristóteles escribió una obra de medicina y otra de física; y es probable que comunicase él mismo el gusto y las primeras nociones de estas ciencias a su hijo, y que uno de los caracteres más notables de su filosofía, la tendencia a estudiar los fenómenos del mundo exterior y a no concentrarse en sus propias meditaciones, en fin lo que se llama objetividad, se le transmitiese por decirlo así con la sangre y las tradiciones paternas. Conviene advertir que perdió sus padres muy joven aunque no sepamos precisamente a qué edad. Después del fallecimiento de éstos, fue a parar a casa de un amigo de su familia, llamado Próxenes, que habitaba en Atarnas, ciudad de la Misia, en las costas del Asia menor. Cuidó éste de él con tal solicitud, que Aristóteles conservó toda la vida el recuerdo más vivo de sus beneficios, y si damos fe al testamento que le atribuye Diógenes de Laertes, dispuso al morir que se elevasen estatuas al bienhechor de su juventud y a su esposa, y quiso que su propia hija casase con Nicanor, hijo de Próxenes, a quien él mismo había educado e instituido por heredero.

No se sabe con seguridad la edad en que Aristóteles conoció a Platón. Según un escrito que se atribuye a Ammonio, tenía diez y siete años en la época en que confiado en un oráculo de Delfos, [242] se decidió a trasladarse a Atenas a consagrarse al estudio de la filosofía; pero otros aseguran que no entró hasta los veinte años en la escuela de Platón. Aelio, Ateneo, y Eusebio, dicen que después de la muerte de Próxenes, heredando Aristóteles los bienes de sus padres, se entregó a la vida de los placeres, y que después de disipar en ellos todo su patrimonio, se hizo soldado, cansándose al cabo de la vida militar, y concluyendo por entregarse al estudio de la filosofía. Pero estos tres autores no presentan otro testimonio de sus dichos que una carta atribuida a Epicuro, la cual parece evidentemente apócrifa, y las burlas de un tal Timeo, a quien llamaban el Maldiciente a causa de sus injurias y calumnias. Aristóteles, en medio de todo, pudo muy bien haber empezado así su vida, semejante, a ser cierto, a la de muchos filósofos, Descartes entre otros, y a la de bastantes santos. Los mismos escritores refieren que Aristóteles se vio en la necesidad de ejercer en Atenas la farmacia y la medicina, para procurarse la subsistencia. Citase a este propósito un dicho del maldiciente Timeo, que, si no interpretamos mal a Suidas, criticaba a Aristóteles que hubiese cerrado la hermosa botica que había abierto en Atenas, por pavonearse en las casas de los ricos y en la corte de los reyes. Cuando en el siglo XVII se disputaba acaloradamente sobre Aristóteles, parecía escandaloso a los campeones obstinados de la escuela peripatética que se hubiese visto precisado para subsistir a hacerse vendedor de drogas, y a traficar con polvos de olor y los remedios que despachaba al público: así es que desechaban todo esto como pura calumnia. Muchas razones sin embargo presentan bastante verosímil que Aristóteles ejerciese la medicina, y que a ejemplo de otros médicos de la antigüedad, pudiese, mientras estudiaba con Platón, desempeñar la profesión de farmacéutico. ¿No pertenecía a una familia de médicos? ¿No compuso una obra De la salud y de las enfermedades? en fin, ¿no sabemos qué inspiró a Alejandro tal afición a la medicina, que al decir de Plutarco, este príncipe no solo sabía perfectamente la teoría, sino que era además muy hábil en la práctica del arte?

Platón pasaba de sesenta años, cuando Aristóteles se presentó a la Academia. Las escuelas filosóficas de la Grecia fueron, como es sabido, verdaderas sectas, que tuvieron unas al mismo tiempo que otras, o cada una a su vez, la mayor importancia. Independientes de los gobiernos, bajo la protección de una libertad absoluta, influían no solo en las costumbres de los ciudadanos, sino en la política de los Estados. Tenían en sí mismas una constitución bastante fuerte para poder subsistir muchas generaciones. Para acercarse a la exactitud, mas que a un colegio de alumnos debería comparárselas a las órdenes religiosas de la edad media; las cuales [243] aunque separadas del mundo y de la misma Iglesia que les gobernaba directamente, fueron a su vez directoras y sostenedoras del orden católico en aquellos tiempos.

Aristóteles perteneció cerca de veinte años a la secta de Platón. ¿Y cómo se separó de ella para venir él mismo a ser origen de una nueva secta, en vez de sucesor y continuador de Platón en la Academia? He aquí un asunto seguramente tan importante como la historia de tal o cual revolución que cambia una dinastía real por otra o divide en dos un grande imperio. Es seguro que cuando se considera la inmensa influencia del platonismo y la no menor de la escuela peripatética, cuando se ve a estas dos fuentes de ideas correr juntas, mezclarse y combatirse durante cerca de veinte siglos, y formando siempre en todo este tiempo el fondo y la actividad intelectual de los conocimientos humanos, nos sorprendemos ante el misterio de su origen común y de su separación; e interesa tanto el cisma que dividió a Platón y Aristóteles, como la más capital de las herejías que dividieron el cristianismo. En las ideas antes que todo debe buscarse sin duda la causa de sus diferencias. Sería de desear sin embargo poder conocer los hechos donde la contradicción de estas ideas vino a reflejarse, y saber con todos sus pormenores cómo se levantó el Liceo al lado de la Academia. Desgraciadamente no nos queda de esto ningún testimonio contemporáneo, y lo que se ha dicho en las edades posteriores sobre las relaciones de Platón y Aristóteles, es bien incierto y contradictorio.

Todo prueba que Platón fue desde luego admirador de las eminentes cualidades de Aristóteles. Se dice que mostraba hacia él grande admiración, que le llamaba el amigo de la verdad y el alma de su escuela, diciendo que cuando faltaba, el auditorio estaba sordo. Llamábale también el sabio o el leedor, porque le veía continuamente consagrado al estudio de los antiguos filósofos. Pero esta amistad se enfrió poco a poco, y fue sucedida de un sentimiento enteramente contrario. En los veinte años que transcurrieron desde la entrada de Aristóteles en la Academia hasta la muerte de Platón, no se limitó a estudiar; así es probable que escribiese y publicase muchas obras. De otro modo ¿cómo explicar la reputación que adquirió desde 356, ocho años antes de la muerte de Platón, época en que recibió de Filipo de Macedonia la célebre carta en que le anunciaba el nacimiento de Alejandro, dado caso que deba admitirse la autenticidad de esta carta? Se sabe también por Cicerón y otros muchos testimonios, que abrió una escuela de elocuencia para rivalizar con Isócrates; de manera que habiendo muerto éste nueve años antes que Platón, la tentativa de Aristóteles se refiere necesariamente al indicado periodo. Resulta de la gloria naciente de Aristóteles, al lado de la vejez de Platón, una especie de rivalidad en [244] el discípulo y de celos en el maestro, que parece fueron aumentándose progresivamente. Dícese que el choque estalló abiertamente un año o dos antes de la muerte de Platón. Diógenes de Laertes refiere que Platón, al ver que Aristóteles rompía su amistad con él, dijo: «Me ha coceado como los potros lo hacen con su madre.» Aelio explica del siguiente modo este pensamiento de Platón: «El potro, dice, cocea a su madre después de haberse amamantado a sus pechos. Aristóteles, a su ejemplo, después de recibir de Platón las semillas y las provisiones filosóficas, sintiéndose bien cebado con el excelente pasto que su maestro le había suministrado, le da de coces, y abre una escuela, envidioso de la suya.» El mismo escritor refiere en otro punto que Aristóteles desagradaba a Platón por la afectación demasiado ostentosa de sus trajes, por su aire burlón, y su excesiva charla; de manera que Platón varió de afición dispensando su amistad a algunos otros de sus discípulos. «Habiendo Aristóteles formado banda a parte, aprovechó una ocasión que le ofreció la ausencia de Xenócrates y la enfermedad de Speusippo, que eran por decirlo así los dos puntos de apoyo de Platón, para insultarle. Con este objeto llevó una multitud de discípulos a la escuela de Platón. El buen anciano, ya de edad de ochenta años, apenas tenía memoria. Aristóteles, abusando de la debilidad de su maestro, le presentó cien cuestiones capciosas, le embrolló con todos los recursos de su lógica, y triunfó de él altivamente. Desde este momento el abatido anciano no enseñó mas en público, y se encerró en su casa con sus discípulos. Reemplazóle Aristóteles. Pero al saber Xenócrates, a su vuelta a Atenas, todo lo que había pasado, afeó fuertemente a Speusippo el que hubiese permitido a Aristóteles ponerse en posesión de la escuela, y se opuso con tal energía al usurpador que le hizo abandonar el puesto, y restableció en él el primer maestro.» Aelio no se apoya en estas autoridades, pero cuando se busca la fuente de la referida anécdota, se encuentra que podría muy bien derivarse de los escritos de Aristóxenes, quien en un paraje conservado por Eusebio, acusa en términos bastante generales y oscuros a Aristóteles de haber erigido una escuela durante la vida de Platón. Aristóxenes había sido discípulo de Aristóteles, lo cual podría dar peso a sus aseveraciones; pero por otra parte se sabe que descontento de que éste hubiese elegido a Teofrasto por sucesor, se dedicó a denigrarle en sus escritos. Contra todas las imputaciones, que presentan odiosa la conducta de Aristóteles para con Platón, el autor de la vida atribuida a Ammonio, sostiene que no erigió escuela alguna en el Liceo durante la vida de su maestro, y trata de probarlo por la razón de que Chabrias y Timotea padres de Platón y muy poderosos en Atenas, no lo hubiesen permitido. Afirma también que [245] Aristóteles no enseñó en Atenas hasta la muerte de Speusippo, quien había sucedido a Platón. En fin, añade que muy lejos de haber nunca carecido de gratitud hacia su muestro, llevó Aristóteles la consideración que le dispensaba basta el punto de erigirle un altar con una inscripción honorífica. Desgraciadamente esta inscripción no puede ser de Aristóteles, porque se compone de dos versos tomados de un canto elegiaco, que cita Olimpiadoro de un comentario.

Lo que al menos es cierto es que Aristóteles en los pasajes de sus escritos donde ha hablado de Platón, lo ha hecho siempre con respeto. Todo el mundo sabe la famosa divisa que inscribía por decirlo así en su bandera, al separarse de su maestro: Amicus Sócrates, amicus Plato, magis amica veritas. En el primer libro de la Ética a Nicomaco, obra compuesta seguramente mucho tiempo después de la muerte de Platón, en el momento de entrar en la refutación de la doctrina platoniana sobre las ideas, repite y aplica esta bella máxima, diciendo que aunque hombres que le son queridos como amigos, hayan sentado tal doctrina, se ve obligado a combatirla, porque debe preferirse a ellos la verdad.

Si fuese ahora ocasión de decir lo que pensamos sobre el fondo mismo de semejante querella, conviene a saber, sobre la diferencia de ideas esenciales y fundamentales que da lugar a la separación de Platón y Aristóteles, podríamos demostrar que la pretendida dualidad que se establece ordinariamente entre Aristóteles y Platón, la oposición radical y completa que suministra tanta materia al paralelo entre estos dos grandes hombres, considerado uno como idealista puro, otro casi como empírico, es una quimera. Pero Aristóteles, aunque procedente de Platón, y su continuador bajo muchos aspectos, abría una marcha nueva que la Academia no podía interceptarle: de aquí necesariamente el rompimiento entre él y su anciano maestro. Sin embargo, como Aristóteles no era en manera alguna la negación positiva de Platón en cuanto a la doctrina, tampoco fue enemigo de su persona. Continuó toda su vida llamándose amigo de Sócrates, amigo de Platón, y fue el filósofo de la verdad, es decir, de la realidad y de la observación, según había juzgado éste último, debiendo ensayar la conquista del mundo de los fenómenos a las teorías idealistas de su maestro, modificadas por él con una completa independencia. Tal es, a lo que parece, la ocasión del rompimiento y el motivo de las diferencias que tuvieron lugar entre Aristóteles y Platón. No nos admira que en lo sucesivo una multitud de platónicos y peripatéticos como Hiérocles, Porphyro, Jamblico, Simplicio, &c., tratasen de conciliar a Aristóteles y Platón, y de atraer a su maestro al discípulo que les parecía no habérsele separado mas que por la necesidad de [246] abrazar un nuevo horizonte que no había sido dado alcanzar todavía al idealismo.

Sin calificar de fábulas, como ha sucedido con sobrada ligereza, las circunstancias que acabamos de referir, creemos que hechos verdaderos han dado lugar con el transcurso del tiempo a muchas exageraciones. Aristóteles por la superioridad de su genio, y el brillo de su gloria, se atrajo la envidia de una multitud de sofistas y retóricos, que publicaron calumnias contra él, y se esforzaron en ennegrecer sus acciones. Apellicon, filósofo peripatético, que vivía en el primer siglo antes de nuestra era, les refutó en una obra escrita exprofeso. En la serie de la vida de Aristóteles veremos otro ejemplo bien palpable de estas calumnias.

Platón murió en 348: Aristóteles no tenía en esta época más que 36 años. Dejó Atenas poco tiempo después de la muerte de Platón y volvió a Atarna. Se presume que este retiro provino de que habiendo por aquel tiempo los atenienses declarado la guerra a Filipo, no creyó Aristóteles deber permanecer en un país que se hallaba en hostilidad con el suyo; retirábase además al lado de un amigo, y de un amigo cuyo destino tuvo grande influencia sobre el suyo.

Había conocido en Atenas en la escuela de Platón, un joven nacido en Bitinia, esclavo de nacimiento o por uno de los accidentes tan comunes en aquel tiempo, el cual pasó en venta de mano en mano, y paró en eunuco, destinado a la guarda de las mujeres. Este joven, este esclavo, iba a la escuela de Platón enviado por su dueño, que quería, como otros muchos relativamente a ciertos esclavos, que recibiese una excelente educación y desarrollase los gérmenes del genio que había reconocido en él, a fin de que fuese un día un esclavo precioso, de un valor considerable, y de mayores ventajas para el servicio. Aristóteles entabló estrecha amistad con Hermias: tal era su nombre. Sabido es el culto que los griegos tributaban a la amistad, y el punto a que le llevaron Sócrates y Platón: para ellos dos amigos, siempre dispuestos a ayudarse, a socorrerse, a dar la vida uno por otro, no parecían ser mas que una alma que animaba dos cuerpos. Hacía algunos años que Hermias había dejado súbitamente la escuela de Platón, para volver al lado de su maestro Eubulo, rico banquero que permanecía en Atarna. Y ahora, por un cambio portentoso de fortuna, este Hermias, este esclavo, este condiscípulo de Aristóteles, se encontraba príncipe de un rico país y poseedor de ciudades y fortalezas. No solamente era dueño o tirano de Atarna, sino, de estados mucho más extensos de lo que se cree comúnmente. Formaba parte de ellos la ciudad de Assos, bastante lejana de la Atarnea. Hermias residía principalmente en esta ciudad, de la cual quedan en el día restos bajo [247] el nombre de Asso, en las cercanías de la antigua Efeso. Assos estaba situada en las orillas del mar, y tenía la subida por un camino escarpado, siendo una plaza fortalecida por la naturaleza y por el arte. Desde ella y las demás posiciones fortificadas que ocupaba, Hermias desafiaba el poder de los persas y el orgullo del gran rey que debía bien pronto tomar de él una venganza harto terrible. Esta singular revolución, en la fortuna del amigo de Aristóteles, se enlazaba al triunfo de la causa de la raza griega contra los eternos enemigos de la Grecia, los persas. Sabido es que todas las costas del Asia Menor estaban pobladas desde la antigüedad por griegos. Los jonios, los eolios y los dorios, que se habían establecido en ella, conservaron su libertad hasta Creso, rey de Lidia; pero en el siglo VI, antes de nuestra era, este príncipe les sometió en gran parte. El mismo fue bien pronto subyugado por Ciro; entonces las colonias griegas trataron aunque inútilmente de emanciparse: Ciro les impuso un yugo mas duro y pesado que había sido el del rey de Lidia. Bajo la dominación de los persas, todas estas ciudades eran gobernadas ya democráticamente, ya por jefes griegos, a quienes se denominaba tiranos; pero estaban sometidas a un tributo y a extorsiones de todos géneros. Durante tres siglos hubo una especie de sumisión de las razas griegas del Asia Menor a los persas. La tentativa de Jerjes de conquistar toda la Grecia no fue mas que la consecuencia de la lucha de estas dos razas, empeñada y siempre subsistente en el suelo del Asia. Así es que se sucedieron las revueltas de los griegos asiáticos contra sus señores. Mientras Hermias estudiaba en Atenas, Eubulo, aprovechándose del crédito y ascendiente que le daban sus riquezas, intentó sacudir el yugo de la Persia, y hacerse soberano de Atarnea. Hermias, al volver a su lado, le secundó con tanto celo, que Eubulo le admitió en su mayor confianza, haciéndole su ministro, y gobernando con sus consejos. A la muerte de Eubulo le sucedió Hermias, cuyos talentos y virtudes convienen en reconocer todos los historiadores. Además no nos parece inverosímil que Aristóteles tuviera alguna parte en esta revolución, con sus consejos y con las ideas que comunicó a su amigo y discípulo. Atarnea, donde Aristóteles fue educado por Próxenes, era, por decirlo así, su segunda patria; debía desear su independencia. En adelante veremos la amistad que profesó a Hermias.

Aristóteles, como consta indudablemente por toda clase de testimonios, vivió al lado de su amigo hasta su muerte, acaecida como vamos a decir. Según Dionisio de Halicarnaso, esta permanencia fue de tres años. Al cabo de ellos, el rey de Persia ordenó a Mentor, hermano de Memnon de Rodas y sátrapa de la costa marítima del Asia, someter a los rebeldes, ya fuesen ciudades [248] insurreccionadas, ya tiranos que se hubiesen rebelado, como Hermias. Mentor comenzó por éste último; pero le encontró bien asegurado en sus fortalezas, y tuvo que valerse de la astucia. Prometió a Hermias que obtendría su gracia con condiciones ventajosas, para el arreglo de las cuales le atrajo a una conferencia. Asistió Hermias al sitio convenido y Mentor entonces le mandó arrestar a pesar de su palabra dada y le envió inmediatamente al rey. Cuidó antes de entregarle de apoderarse del anillo que le servía de sello, y escribió cartas a las ciudades rebeladas, bajo el nombre de Hermias, en las cuales las decía que había obtenido la gracia del rey por el crédito de Mentor. Cerrólas con el anillo de Hermias, y las envió con personas de su confianza, dándolas orden de apoderarse de las fortalezas. Los gobernadores de las ciudades rebeldes cayeron en el lazo y entregaron efectivamente las plazas. El mismo Aristóteles nos ha transmitido otro ardid que Mentor añadió a los dos primeros. «Mentor de Rodas, dice, mandó prender a Hermias, y apoderándose de sus ciudades y bienes, dejó primero en su puesto a las hechuras del tirano. Esta conducta inspiró confianza y así es que los amigos de Hermias sacaron los tesoros que tenían ocultos, y trajeron además los que habían sustraído y depositado en manos lejanas. Entonces Mentor les mandó prender, y se apoderó de todas sus riquezas.» En cuanto a Hermias, entregado como hemos visto a los persas a consecuencia de su confianza generosa, murió, según Strabon, ahorcado o puesto en cruz, porque la expresión griega puede muy bien significar este último género de suplicio, muy usado entre aquellos pueblos. Ovidio pretende que fue enterrado en una piel de buey.

Aut ut Atarnites insutus pelles juvenci,
Turpiter ad dominum praeda ferare tuum.

Este suplicio, muy común entre los persas, era horrible. Se sacaban las entrañas y los intestinos de un buey, y se encerraba al condenado en el cuerpo de este animal, de manera que solo sacaba la cabeza, y después se le daba alimento para prolongar su suplicio. El desgraciado moría devorado por los gusanos que entraban en su cuerpo. Aristóteles se hallaba en Assos en la época de este acontecimiento, con otro discípulo de Platón, llamado Xenocrates, quien había ido allí también a invitación de Hermias. Solo tuvieron el tiempo necesario para huir y salvarse en países que no estaban bajo la dominación de los persas.

El fin súbito y funesto de Hermias tuvo tal relación con todo el resto de la vida de Aristóteles, que no podemos comprender cómo no ha sido esta circunstancia apreciada por nadie hasta el día. [249] No hablemos de las tres o cuatro sucintas biografías de Aristóteles que la antigüedad nos ha dejado, y que carecen absolutamente de juicio y de crítica; nos referiremos a los trabajos modernos. La mayor mayor parte no pasan de mencionar en algunas líneas la amistad de Aristóteles hacia el tirano Hermias, su estancia en Atarea, y la catástrofe que le forzó a huir. Mas estas son para ellos circunstancias accesorias y sin importancia, hechos cuya relación abrevian cuanto es posible, y suprimen fácilmente, considerándoles sin relación con las meditaciones y los trabajos del filósofo. Sin embargo, lo repetiremos, toda la vida de Aristóteles se enlaza después y se refiere a estos acontecimientos. Aristóteles, como vamos a verlo, hizo de la familia de Hermias la suya. Conservó por él tan vivo sentimiento y prestó a su memoria tan fervoroso culto, que fueron bastante pretexto veinte años más tarde para la acusación que le precisó a huir de Atenas y a morir en Calcis o Negroponto. De manera que los mismos acontecimientos materiales de su vida reciben toda la luz que puede iluminarlos para nosotros, de estas relaciones de Aristóteles con Hermias. Pero la amistad del filósofo y del príncipe griego rebelado contra la Persia nos sirve todavía mejor para penetrar en lo que más nos interesa, en el alma de Aristóteles, en el corazón que hacía vibrar su pensamiento, en el sentimiento que puso en juego su poderosa inteligencia. Es innegable que los grandes pensamientos nacen del corazón. ¿Quién formó a Alejandro, quién le enseñó los versos de Homero, y le dio idea de la Grecia? ¿Quién le impulsó a la conquista de la Persia, sino Aristóteles? Había, pues, y debía haber en el maestro de Alejandro una vida correspondiente al mismo Alejandro. Como Alejandro, Aristóteles debía ser griego de corazón y desear ardientemente la superioridad de Grecia sobre los bárbaros. Como Alejandro, Aristóteles debía amar la virtud y hacer de ella un ídolo. Si supiéramos pormenores sobre la educación de Alejandro, descubriríamos la comunicación del pensamiento de Aristóteles con su alma. Carecemos pues de estos pormenores; solo sabemos que ambos se profesaban una estrecha simpatía. Sabemos que fue Aristóteles el que inició en todo a Alejandro. Sabemos que apenas salido de manos de su maestro, Alejandro se lanzó a su obra como el águila joven que sigue el instinto de su madre. Pues bien, todos estos sentimientos que Aristóteles inspiró a su discípulo, se hallan en su amistad hacia Hermias.

En ella se nos representa de una manera, por decirlo así, más individual y personal, el amor de Aristóteles, a la grandeza y a la virtud, el sentimiento de la superioridad de los griegos sobre los bárbaros, que formó Alejandro y su conquista. Sin embargo, el carácter poético y entusiasta que entrevemos en el genio de [250] Aristóteles, es contrario a la idea que se forma de él ordinariamente. Porque perfeccionó la dialéctica, se le representa como un hombre frió y seco. Porque estudió la naturaleza y fue su observador, se le atribuye un positivismo que excluye todo calor de alma y entusiasmo. Su única pasión verdadera, dicen, fue la ciencia, y su gloria inmortal está en habérselo sacrificado todo. Desgraciado el que no comprende cómo el amor de la virtud y de la gloria produce en dos hombres efectos tan diferentes, haciendo al uno el conquistador del mundo, y al otro el pensador cuya metafísica había de dominarle. Afortunadamente nos quedaba un rasgo de la vida de Aristóteles en la oda que compuso en honor de Hermias y que a nuestro juicio debería servir de prefacio a sus obras. Tres autores antiguos, Diógenes de Laertes, Stobeo y Ateneo, nos han conservado esta composición. Es tan hermosa por el fondo de sus ideas, y su forma griega es tan bella, que Scalígero en su Poética no vaciló en asegurar que en cuanto a poesía Aristóteles no era inferior al mismo Píndaro, Neque ipso Pindaro inferior.

En Metelin, en la isla de Lesbos, en frente de la ribera donde se extendía el Atarneo, se refugiaron Aristóteles y Xenocrates. Hermias tenia una hermana, otros dicen que una madre, a quien había adoptado, de nombre Pythias. Parece que Aristóteles la salvó, al mismo tiempo que a sí mismo, del peligro en que estaba por la muerte de su hermano, y la llevó también a Metelin. Casada después por su mediación, murió en Macedonia, mientras que Aristóteles se hallaba al lado de Alejandro.

La catástrofe de Hermias acaeció el año 345. Se ignora si Aristóteles residió en la isla de Lesbos, o volvió a Atenas, durante los dos años que transcurrieron hasta el momento en que Filipo le llamó a su corte en 345, para confiarle a Alejandro, entonces de edad de 13 años. Como lo hemos dicho, quedan pocas noticias de la educación de Alejandro, la cual duró cinco años según algunos historiadores, y ocho según otros. Sin embargo, hay hechos manifiestos que rebelan completamente su carácter. Educado Aristóteles con los cantos de Homero y en las cercanías de Ilion, habituado más tarde en la escuela de Platón a tributar a Homero una especie de culto religioso, empapó en la poesía de éste a su discípulo. Le comunicó o cultivó de tal modo en él el amor a la poesía, que vemos a Alejandro, al partir para la guerra de Asia, mandar a Harpale le enviase las poesías de Filisto, las tragedias de Esquilo, de Sófocles y Eurípides, los ditirambos de Telestes y Filoxenes. Pero al mismo tiempo Aristóteles no le ocultó nada de lo que podía formar un filósofo, y habituarle a reunir la profundidad de las ideas a la vivacidad de sentimiento, a la grandeza de la imaginación. Sabedor después Alejandro en Asia de que había publicado [251] su Ética y su Política, sentía que todos iban a adquirir de este modo conocimientos que él mismo había recibido; pero que hubiera querido recibir solo. Sabemos que Aristóteles compuso para Alejandro un libro sobre el arte de reinar, que no ha llegado hasta nosotros. En fin, rodeó a su discípulo de filósofos, y esto no en la corte, sino en una escuela que formó, como una mina preciosa, destinada a realizar la obra de la filosofía. Filipo, en honor suyo, había restablecido a Estagira, arruinada por él en la guerra; Aristóteles hizo construir en su lugar un gimnasio, que llamó Nimphoeam, donde fijó su residencia con Alejandro, quien tenía también por compañeros de estudios otros discípulos de aquel, como su sobrino Callistenes, y su querido Teofrasto.

Asesinado Filipo, comenzó a reinar Alejandro en 336. El año siguiente partió para su expedición. Algunos antiguos han dicho que le siguió Aristóteles: el autor de la Vida atribuida a Ammonio, pretende que le acompañó hasta la India. Otros apoyándose en esta autoridad que no es de ningún valor, por cuanto el mismo escritor refiere con seguridad hechos evidentemente absurdos (hasta decir que Aristóteles estudió tres años con Sócrates, cuando murió éste tres antes de su nacimiento); otros decimos creen que Aristóteles siguió a Alejandro hasta Egipto; que conoció en estos lugares y disecó por sí mismo todos los animales de que nos ha dejado descripciones anatómicas tan exactas, y que no volvió a Atenas hasta 331, llevando todos los materiales necesarios para su Historia de los animales. Pero los testimonios más seguros parecen establecer por el contrario, que volvió a fijarse en Atenas desde el año de 335. Esta segunda estancia en Atenas fue de 13 años, último período de la vida de Aristóteles, en el cual fundó su escuela y compuso o publicó sus obras.

Aristóteles tenía entonces cincuenta años. Xenocrates, sucesor de Speusippo, se hallaba de jefe de la Academia. Aristóteles abrió a su vez una escuela en el Liceo. Sabido es que daba sus lecciones en unas alamedas, donde se paseaba con sus discípulos; y de esta circunstancia vino a sus sectarios el nombre de peripatéticos. Su enseñanza estaba dividida en dos partes. Consagraba la mañana a los principios, es decir, a la metafísica, a la filosofía propiamente dicha; y la tarde a las aplicaciones, esto es, a la moral, a la política, a la estética y a la retórica. Por la mañana tenía un auditorio escogido de discípulos propiamente dichos; por la tarde la enseñanza estaba al alcance de todos. Créese que de esta distinción en la enseñanza proviene la división de sus obras en acroáticas, acroamáticas o esotéricas, es decir, interiores; y en exotéricas, es decir, exteriores, o al alcance de todo el mundo.

En cuanto a estas mismas obras, no se sabe precisamente la [252] época en que las compuso. Según Dionisio de Halicarnaso, los escritos sobre la retórica, de que conservamos hoy una parte, corresponden a los primeros años de la vuelta de Aristóteles a Atenas. Es verosímil que la grande obra sobre la Historia de los animales, no fuese escrita hasta que Alejandro era ya dueño del Asia. Con poco fundamento atribuye Aelio a Filipo la suntuosa generosidad de Alejandro, que suministró, al decir de Ateneo, hasta ochocientos talentos para la preparación de los materiales y la ejecución de la obra. Hay en el octavo libro de Plinio, en conformidad con nuestra opinión, un curioso pasaje sobre las medidas tomadas por Alejandro para auxiliar los trabajos de Aristóteles, y sobre las cuadrillas de cazadores, pescadores y colectores de toda especie, que puso a su disposición con objeto de reunir cuantas especies el reino animal, había en la Grecia, y en Asia. En cuanto a los tratados sobre la dialéctica, parecen evidentemente resultado de la enseñanza de Aristóteles durante muchos años; debieron servir para formar su escuela y fortalecerle contra las escuelas rivales y contra los retóricos. En fin, estando dedicada la obra sobre la Ética a Nicómaco, habido por Aristóteles de Stagira, su concubina, después de la muerte de Pitias, pertenece evidentemente a los últimos años de su vida. En suma, el completo desarrollo de las facultades de este grande hombre se realizó tarde, como sucede con la mayor parte de los genios filosóficos eminentes. Es probable que no comenzase a escribir antes de los 36 años, y sus principales obras fueron compuestas después de la edad de cincuenta.

Aristóteles dejó al lado de Alejandro a Calistenes y otros muchos de sus discípulos. Sabido es que no podían soportar el tono de grandeza y despotismo oriental que su antiguo condiscípulo, transformado en gran rey, se daba en la cumbre de la fortuna. Sabido es también que Calistenes fue implicado en una conspiración, y castigado cruelmente con la muerte. Algunos autores pretenden que la cólera del príncipe llegaba hasta su antiguo maestro, y Plutarco presenta como prueba una carta en que Alejandro parece designar a Aristóteles por su enemigo, y llevar sus conatos de venganza mas allá de Calistenes. Esta desavenencia entre Alejandro y Aristóteles, en los seis años que transcurrieron desde la muerte de Calistenes hasta la del primero, pasó como hecho indudable en la antigüedad: Plinio y otros autores llegan hasta decir que Aristóteles fue complicado en el envenenamiento de Alejandro. Pero este envenenamiento debe tenerse seguramente por una fábula, y la complicidad de Aristóteles es por lo tanto un cuento ridículo.

El año 324 antes de J. C., murió Alejandro, y Aristóteles, que había sido hasta entonces protegido en Atenas por la gloria y el poderío de su discípulo, estuvo desde este instante expuesto a [253] persecuciones y odios violentos. Su nacimiento en Macedonia, así como su favor con Filipo, Alejandro y Antípater, le hacían pasar por macedonio a los ojos de los atenienses, quienes trataban de ponerse a la cabeza de la Grecia y sacudir el yugo de Macedonia. Dícese que el partido popular, así como las escuelas rivales de la suya, se mostraron decididamente contra él. Los devotos, acobardados hasta entonces, se manifestaron contrarios suyos también, y un hierofanta, llamado Eurymedonte por unos y Demofilo por otros, le acusó judicialmente de impiedad. Aquí volvemos a tocar con la amistad de Aristóteles y de Hermias, cual si debiese, como hemos dicho, figurar en toda la vida de Alejandro. ¿En qué se fundaba efectivamente esta acusación de impiedad? En los honores por Aristóteles tributados a la memoria de su amigo. Se le censuró haberle erigido una estatua en Delfos con esta inscripción:

El rey de los persas le ha mandado dar muerte cruel, después de haber violado la santa fe de los dioses; le ha inmolado, no como vencedor, no en el campo de batalla, sino como un vil, valiéndose de mano traidora.

Censurósele también la hermosa oda que hemos citado, y que con una perseverancia que demuestra bien su pensamiento de excitar a la Grecia a la venganza de su amigo, cantaba todos los días a la mesa, según refiere Ateneo. Los devotos sicofantas decían que estos honores solo se debían a los dioses. La oda, la canción, no era un canto vulgar; tampoco una scolie, sino un poean (himno) y semejantes cánticos solo se permitían en honor de las verdaderas divinidades. Aristóteles según ellos colocaba a la par de un Dios a su amigo; y añadían que extendía su culto a su mujer, a la hermana de Hermias; consagrándola sacrificios como a Céres Eleusina. Se corroboraba finalmente esta acusación presentando sus ideas teológicas en perfecta relación con su desprecio a las cosas religiosas, y censurando el uso profano que hacía de las formas del culto. Además, los envidiosos y sicofantas, los retóricos y supersticiosos, estaban en situación de realizar su obra, y de arruinar un árbol que había esparcido a inmensas distancias, en el espacio y en el tiempo, todas sus semillas. La obra de Aristóteles estaba cumplida. La estatua de Hermias, que había levantado a la Grecia, para que el pensamiento griego se revelase contra los persas; la oda que se le censuraba haber recitado todos los días religiosamente como un cántico y una invocación sagrada, habían producido su efecto. El pensamiento griego quedaba victorioso: Alejandro era un gran vengador. Muerto éste, Aristóteles fortalecido con cuarenta años de trabajos, iba a su vez a conquistar el mundo, el [254] mundo de la inteligencia y del tiempo; en cuanto a su vida mortal estaba próxima a su fin. Aristóteles no creyó deber correr el riesgo de un juicio del Areópago; y deseando, decía, evitar a los atenienses otro atentado a la filosofía (hacía alusión a la condenación de Sócrates), tomó el partido de retirarse, y fue a establecerse a Calcis, en la Eubea, con la mayor parte de sus discípulos. Murió de enfermedad natural, poco tiempo después, el año 322 antes de J. C, a la edad de sesenta y tres años. Demóstenes murió el mismo año que él.

Aristóteles era de pequeña talla, calvo y tartamudo. Así se le designa en un epigrama satírico que se halla al fin de su vida, por un antiguo autor anónimo. Diógenes de Laertes, dice próximamente lo mismo, y añade que tenía los ojos pequeños. Otro autor, describiendo una estatua de bronce en que estaba retratado, dice que tenía las mejillas enjutas y arrugadas. Censorino refiere que tuvo siempre una salud delicada, o al menos una especie de enfermedad continua en la región del estómago, y se admira de que pudiera vivir sesenta y tres años con un cuerpo tan débil y atormentado por la excitación continua del pensamiento. La antigüedad poseía gran número de imágenes de Aristóteles. Sabido es que Alejandro le hizo levantar una estatua entre las de la familia real de Macedonia. Además vemos en un pasaje de Juvenal que los retratos de Aristóteles eran numerosos en Roma. Sin embargo, no nos restan en el día mas que dos monumentos antiguos que parezcan con toda verosimilitud referirse a él: un bajo relieve publicado por J. Faber en el siglo XVI, y una estatua de tamaño natural y hermoso trabajo que se halla en el palacio Spada de Roma.

Según una anécdota célebre, referida por Strabon y Plutarco, las obras de Aristóteles, muerto éste y su sucesor Teofrasto, quedaron por mucho tiempo perdidas, sin aparecer de nuevo hasta después de más de un siglo. Hablase evidentemente aquí, es verdad, de ciertos manuscritos, y no de la totalidad de las obras de Aristóteles, un gran número de las cuales circuló mientras vivía, por diligencia suya o de sus discípulos.

Nada diremos del éxito de sus obras en la antigüedad y durante toda la edad media. Ya hemos indicado que hablaremos de esto a tratar de los Peripatéticos. Bástenos decir para demostrar el incalculable séquito que tuvo la bandera de Aristóteles en los siglos siguientes, que según algunos llegó a doce mil el número de sus comentadores.

Las obras que nos restan de Aristóteles, o que llevan su nombre, pueden dividirse en muchas clases. En primer término se presentan los tratados sobre lógica y dialéctica, comprendidos bajo el título común de Organum, y que son en número de seis. [255] Vienen luego ocho libros de Física, obra a que se refieren muchos tratados particulares, tales como el tratado del Cielo, el de los Meteoros, el del Mundo, que se cree no ser de Aristóteles, el del Alma, el de la Generación, &c. Los escritos de historia natural comprenden la grande obra en diez libros de la Historia de los animales, un tratado de las Plantas en dos libros, que se tiene por apócrifo, y un tratado de casos maravillosos, compilación hecha probablemente de escritos de Aristóteles y otros muchos autores. Una colección en treinta y ocho secciones, intitulada Problemas, encierra una multitud de cuestiones diversas, la mayor parte de física, que Aristóteles parece haberse propuesto a sí mismo, para buscar su resolución. Tiene también algunos trataditos de mecánica y geometría. Una de las obras más notables de Aristóteles es la que lleva su nombre sobre la Metafísica, bien que parezca haberle recibido fortuitamente del lugar arbitrario que la asignaron los gramáticos después de las obras de física. Los catorce libros que la componen parecen otros tantos tratados en cierto modo independientes entre sí. En ninguno de sus tratados se vale Aristóteles del nombre mismo de metafísica; da a la ciencia que conocemos en el día con este mismo nombre, la denominación de filosofía primaria, también usada por Bacon. Los tratados de Aristóteles sobre la moral son en número de tres: las Éticas a Nicomaco, en diez libros, una de las obras más extensas y esmeradas de Aristóteles; las grandes Éticas, que en contradicción con su título, no tienen mas que dos libros muy cortos; en fin las Éticas a Eudemo, en siete libros. El tratado de la Política, en ocho libros, es indudablemente el monumento más precioso de la ciencia política de los antiguos. Aristóteles compuso además una colección titulada: del Gobierno, donde describe las constituciones de ciento cincuenta y ocho Estados democráticos, aristocráticos, oligárquicos y tiránicos, el cual se ha perdido, del mismo modo que un tratado De las leyes. Restan con el título de Económicos, dos libros sobre la administración pública o privada, el primero de los cuales no parece ser otra cosa que un extracto por Teofrasto de una obra de Aristóteles. En fin, la Retórica y la Poética forman la última sección. El tratado de Aristóteles sobre la Retórica consta de tres libros, pero está reunida a ellos otra obra intitulada Retórica a Alejandro, que no es de Aristóteles, y se atribuye a Anaxímenes de Lamsaco, quien acompañó a Alejandro en su expedición. La obra sobre la poética, tal como la poseemos, se compone solamente de fragmentos o extractos incompletos de otra que debió ser más extensa.