Voltaire, Diccionario filosófico [1764]
Sempere, Valencia 1901
tomo 3
páginas 85-87

Contradicciones
I

Cuanto más estudiamos en el mundo más le vemos lleno de contradicciones e inconsecuencias. El gran turco manda cortar la cabeza a todo el que le parece, y raras veces puede conservar la suya. El Santo Padre confirma la elección de los emperadores, tiene por vasallos a los reyes, y ni siquiera es tan poderoso como un duque de Saboya. Expide órdenes para América y para África, y no es dueño de privar de ningún privilegio a la república de Lucca. El emperador es rey de los romanos; pero este derecho consiste únicamente en sostener el estribo al Papa y darle lo necesario para que se lave en la misa. Los ingleses sirven de rodillas a sus monarcas, pero los deponen, los encarcelan y les hacen morir en el cadalso.

Multitud de frailes que hacen voto de pobreza, obtienen en virtud de ese voto hasta doscientos mil escudos de renta, y como consecuencia de su voto de humildad son soberanos despóticos. En voz alta se prohibe en Roma obtener pluralidad de beneficios con cura de almas, y con frecuencia se concede bulas a un alemán para reunir a un mismo tiempo cinco o seis obispados. Esto sucede, según se dice, porque los obispos alemanes [86] no tienen la cura de almas. El canciller de Francia, que es el primer personaje de Estado, no puede sentarse a comer en la mesa del rey, al menos hasta hoy, y un coronel goza de esa prerrogativa. El intendente, que es un reyezuelo en su provincia, es un nadie en la corte.

Si un pobre filósofo, con la mejor intención del mundo, pretende que la tierra gira o imagina que la luz proviene del sol, o supone que la materia puede tener algunas propiedades que nosotros no conocemos todavía, le llaman impío y le acusan de perturbador de la paz pública; pero en cambio traducen los libros ad usum Delfini y las Tusculanas de Cicerón y de Lucrecio, que son dos cursos completos de irreligión.

Los tribunales no creen ya en los poseídos y se burlan de los brujos, pero queman en la hoguera por sortilegio a Ganfridi y a Grandier; y no hace mucho la mitad de los miembros de un Parlamento se empeñaba en abrasar con el fuego de las llamas a un religioso acusado de haber hechizado a un joven de dieciocho años. {1}

El escéptico filósofo Bayle, fue perseguido hasta en Holanda; y La Mothe, que era más escéptico que aquel y menos filósofo, fue preceptor del rey Luis XIV y del hermano de éste. Mientras ahorcaban en efigie a Gourville en París, era embajador de Francia en Alemania.

El famoso ateo Espinosa vivió y murió tranquilo: y Vanini, que sólo escribió contra Aristóteles, fue sentenciado por ateo a morir en la hoguera. Los diccionarios y las historias de los hombres de letras son inmensos archivos de mentiras que contienen alguna que otra verdad. Hojead esos libros y veréis en ellos que Vanini predicaba en sus escritos el ateísmo, y que doce profesores de su secta salieron con él de Nápoles con la idea de hacer prosélitos en todas partes; pero si en seguida hojeáis las obras de Vanini, quedaréis sorprendidos al encontrar en ellas las pruebas de la existencia de Dios. He aquí lo que dice en su Anfiteatro, obra desconocida: pero anatematizada: «Dios es su principio y su término, sin fin y sin comienzo, porque no necesita ni uno ni otro, es padre de todo principio y de todo fin, existe siempre, fuera del tiempo; para El no existió el pasado ni existirá el porvenir; reina en todas partes sin estar en sitio alguno; está inmóvil sin pararse, es rápido sin tener movimiento: es todo y está fuera de todo: está en todo sin estar encerrado; está fuera de todo sin ser excluido; es bueno, pero sin poseer esa cualidad: está entero, pero sin componerse de partes; es inmutable cuando todo varía en el universo; su [87] voluntad es su poder; en fin, siéndolo todo está por encima de todos los seres, fuera de ellos, en ellos, más allá de ellos, y siempre delante y detrás de ellos» Después de escribir semejare profesión de fe declararon ateo a Vanini ¿En qué fundaron su acusación? En la única declaración de un enemigo suyo.

El pequeño libro titulado Cymbalum mundi, que es una fría imitación de Luciano y no tiene relación alguna con el cristianismo, también fue condenado a ser pasto de las llamas; y las obras de Rabelais se han impreso con privilegio, y han dejado circular tranquilamente el Espía turco y hasta las Cartas persas, ese libro ligero, ingenioso y atrevido, en el que se hace la apología del suicidio, y en el que se encuentran frases como éstas: «El Papa es un mago que hace creer que tres no son más que uno, que el pan que se come no es pan, &c., &c.»

Si quisiera continuar examinando las contradicciones que se encuentran en el terreno de las letras, necesitaría escribir la historia de todos los sabios y todos los ingenios. Lo mismo que si quisiera detallar las contradicciones de la sociedad, necesitaría escribir la historia del género humano. El asiático que viajara por Europa podría creer que éramos paganos. Los días de nuestra semana llevan los nombres de Marte, de Mercurio, de Júpiter y de Venus; las bodas de Cupido y de Psyquis están pintadas en los palacios de los papas; pero sobre todo, si el asiático asistiera a una representación de la ópera, creería que era una fiesta que se celebraba en honor del paganismo. Si se enterase mejor de nuestras costumbres, quedaría sorprendido al ver que los soberanos ajustan a los cómicos y los curas los excomulgan; vería casi siempre nuestros usos en contradicción con nuestras leyes; y si nosotros fuésemos a Asia indudablemente encontraríamos allí también muchas incompatibilidades.

Los hombres son en todas partes igualmente locos, dictan leyes conforme las necesitan, como reparan las brechas de las murallas. En unas partes los hijos primogénitos quitan todo lo que pueden a los segundones, en otras partes los hijos heredan lo mismo. Unas veces la Iglesia consiente el duelo, otras lo anatematiza. Se han visto excomulgados igualmente los partidarios y los enemigos de Aristóteles, los que llevaban el cabello largo y los que lo llevaban corto. Sin embargo, el mundo subsiste como si estuviera todo bien ordenado, nuestra naturaleza tiende a la irregularidad; nuestro mundo político es como nuestro globo, algo informe que se conserva siempre. Sería una locura pretender que las montañas, los mares y los ríos, trazasen figuras regulares; pero sería locura mayor exigir que los hombres fueran perfectamente sabios Eso equivaldría a querer dar alas a los perros y cuernos a las águilas. [87]


{1} Aludo al proceso formado al P. Girad y de la Cadiere; proceso que deshonró a la humanidad. {volver}


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