Voltaire, Diccionario filosófico [1764]
Sempere, Valencia 1901
tomo 3
páginas 88-89

Contradicciones
II

En Europa todo se hizo como el traje de Arlequín. Su señor no tenía tela, y cuando necesitó vestirle tomó varios jirones de ropa vieja de diferentes colores, y Arlequín fue ridículo, pero quedó vestido.

¿En qué pueblo no se contradicen los usos y las leyes? ¿Existe contradicción más chocante y más respetable al mismo tiempo que la del santo imperio romano? ¿En qué es santo, en qué es imperio, en qué es romano? Constituyen los alemanes una brava nación que ni Germánico ni Trajano pudieron subyugar enteramente. Los pueblos germanos que habitan más allá del Elba fueron siempre invencibles, aunque mal armados; y de esos tristes climas salieron los vencedores del mundo. En vez de ser Alemania imperio romano, sirvió para destruirlo. Ese imperio se había refugiado en Constantinopla, cuando un alemán, un austríaco, se dirigió desde Aix-la-Chapelle a Roma, a despojar para siempre a los Césares griegos de lo que les quedaba en Italia. Adoptó el título de imperator; pero ni él ni sus sucesores se atrevieron nunca a vivir en Roma. Esa capital no puede enorgullecerse ni quejarse de que después de Augústulo; último excremento del imperio romano, ningún César haya vivido ni haya muerto dentro de sus murallas. No es posible que ese imperio sea santo, porque se profesan en él tres religiones; dos de ellas declaradas impías y abominables por el tribunal de Roma, al cual el imperio considera como soberano en estos casos. Tampoco puede ser romano, porque el emperador no tiene ni una sola casa en Roma.

En Inglaterra se sirve a los reyes de rodillas, y profesan la máxima constante de que el rey no puede causar ningún mal; únicamente sus ministros pueden equivocarse. Allí el monarca es infalible en sus actos como el Papa en sus decisiones. Esa es la ley fundamental, la ley sálica de Inglaterra. Esto no obstante el Parlamento juzgó a su rey Eduardo II, declarando que el rey había incurrido en muchas faltas, y por lo tanto había perdido su derecho a la corona. Guillermo Trussel se presentó en la cárcel y dirigió al rey la siguiente noticia: «Yo, Guillermo Trussel, procurador del Parlamento y de la nación inglesa, revoco el homenaje que hasta hoy te hemos prestado, y te privo del poder real.»

El Parlamento inglés juzga y sentencia al rey Ricardo II. Treinta y un cargos alegan contra él, entre los que se encuentran estos dos, que son muy singulares. «Que tomó prestado [89] dinero y no lo había devuelto, y que dijo en presencia de testigos que era dueño de la vida y los bienes de sus vasallos».

El Parlamento depuso a Enrique VI porque tuvo la desgracia de ser imbécil.

El Parlamento declara traidor a Eduardo IV y le confisca los bienes. Ricardo III fue verdaderamente peor que los demás reyes; fue un Nerón, pero un Nerón valiente; y el Parlamento sólo le acusó de sus delitos después de muerto.

La Cámara que representaba al pueblo de Inglaterra, imputó a Carlos I más faltas que había cometido, y le sentenció a morir en el cadalso.

El Parlamento declaró que Jacobo II había cometido grandes faltas, entre otras, fugarse de la nación y declaró la corona vacante, esto es, le depuso.


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