Voltaire, Diccionario filosófico [1764]
Sempere, Valencia 1901
tomo 3
páginas 173-176

Destino

El libro de Homero es el más antiguo de los libros de Occidente que han llegado hasta nosotros. En Homero se encuentran las costumbres de la antigüedad profana, los héroes y los dioses groseros creados por el patrón de los hombres; y en él, entre fantasías e inconsecuencias, se halla el origen de la filosofía y la descripción del destino, que era el señor de los dioses, así como los dioses eran señores del mundo.

Cuando el magnánimo Héctor se propone batirse con Aquiles, y antes corre todo cuanto puede dando la vuelta tres veces a la ciudad con la idea de adquirir más vigor; cuando Homero [174] representa al ligero Aquiles y a su perseguidor, comparándole con un hombre que duerme, entonces Júpiter, deseando salvar al gran Héctor, que le hizo muchos sacrificios, consulta a los destinos. Pesando en una misma balanza el destino de Héctor y el de Aquiles, averigua que el griego tiene que matar al romano. Júpiter no puede oponerse a lo que decreta el destino, y desde aquel momento, Apolo, que es el genio guardián de Héctor, se ve obligado a abandonarle {1}.

Esto no se opone a que Homero no prodigue con frecuencia, y hasta en ese mismo libro, ideas contrarias, usando de ese privilegio de la antigüedad; pero de todos modos es el autor que nos da la primera noción del destino, que estuvo muy en boga en su tiempo,

Los fariseos, que dominaban en el reducido pueblo judío, aceptaron el destino muchos siglos después, porque aunque fueron los primeros hombres de letras que hubo entre los judíos, son mucho más posteriores. Mezclaron en Alejandría algunos dogmas de los estoicos con las antiguas costumbres judías. San Jerónimo sostiene que su secta fue poco anterior a la era vulgar.

Los filósofos no necesitaron a Homero ni a los fariseos para convencerse de que el mundo se rige por leyes inmutables y que todas las causas producen sus efectos necesarios. He aquí cómo raciocinaban.

O el mundo subsiste por su propia naturaleza, esto es, por sus leyes físicas, o un Ser Supremo lo creó según sus leyes supremas. En un caso y en otro sus leyes son inmutables, y los cuerpos graves tenderán siempre hacia el centro de la tierra, sin tender nunca a descansar en el aire. Los perales no producirán nunca manzanas. El instinto de la zorra será siempre diferente del instinto del avestruz; todo está medido, engranado y limitado. El hombre no puede tener más que determinado número de dientes, de cabellos y de ideas. Es contradictorio que lo que pasó ayer no haya pasado siempre; que lo que pase hoy no pase mañana, como también es contradictorio que lo que deba ser no sea. Si el hombre pudiera desarreglar el destino de una mosca, podría también desarreglar el destino de las demás moscas, el de los otros animales, el de los hombres y el de toda la naturaleza; entonces el hombre sería más poderoso que Dios.

Hay imbéciles que dicen: –El médico ha librado a mi tía de una enfermedad mortal, dándole diez años más de vida. Otros más presumidos dicen: –El hombre prudente sabe crearse su propio destino. Pero con frecuencia el prudente sucumbe a éste en vez de crearle; el destino es el que hace a los hombres prudentes. [175]

Profundos políticos aseguran que si hubieran asesinado a Cromwell, a Ludlow, a Iretón y a una docena de parlamentarios ocho días antes de decapitar a Carlos I, este rey hubiera vivido más tiempo, y hubiera muerto en su lecho. Tienen razón los que eso dicen, y aun podían añadir que si el mar se hubiera tragado toda Inglaterra, ese monarca no hubiera muerto en el cadalso; pero las circunstancias se arreglaron de modo que Carlos I tenía que morir decapitado.

El médico salvó a tu tía, pero salvándola no contradijo el orden de la naturaleza, sino que se sujetó a él. Es claro que tu tía no fue dueña de nacer en otra ciudad, ni de impedir que tuviera en determinado tiempo cierta enfermedad; el médico no pudo encontrarse en otra parte más que en la ciudad donde estaba; tu tía tuvo que llamarle y él debía prescribirle los medicamentos que la han curado, o que se cree que la curaron, porque pudo también la naturaleza ser su único médico.

El labrador cree que por casualidad cayó granizo en su campo; pero el filósofo sabe que la casualidad no existe, y que era imposible, dada la constitución del mundo, que no granizara aquel día en el citado campo.

Personas hay que, asustándose de esta verdad, sólo quieren creer la mitad de ella, como esos deudores que ofrecen la mitad a sus acreedores, y les piden un plazo para pagar el resto. Dichas personas dicen que hay acontecimientos necesarios y otros que no lo son. Sería gracioso que estuviera arreglada una parte del mundo y desarreglada la otra; que parte de lo que suceda deba suceder, y que otra parte de lo que sucede no debía haber sucedido. Cuando nos fijamos en esta cuestión, vemos lo absurda que es la doctrina contraria a la del destino; pero por desgracia, hay en el mundo muchos hombres destinados a razonar mal, algunos a no razonar y otros a perseguir a los que razonan.

Encontraréis gentes que os digan: –No creáis en el fatalismo, porque si creéis en él, todo os parecerá inevitable, perderéis el afán del trabajo y os sumiréis en la indiferencia, despreciaréis la fortuna, los honores y las alabanzas; no desearéis adquirir, porque os creeréis sin mérito y sin poder; nadie cultivará el talento y todo morirá por apatía. –No creáis nada de eso, señores, contestaremos a las referidas gentes: siempre tendremos preocupaciones y sentiremos pasiones, porque es nuestro destino estar sometidos a unas y a otras. –Conoceremos perfectamente que no depende de nosotros tener gran mérito y gran talento; como no depende de nosotros tener el cabello espeso y la mano hermosa; estaremos convencidos de que no debemos tener vanidad de nada, y sin embargo, siempre tendremos vanidad.

Siento necesariamente la pasión de escribir lo que escribo, [176] y tú sientes la pasión de criticarme. Los dos somos tontos y los dos somos juguetes de destino; tu organización está creada para perjudicar, y la mía para amar la verdad y para publicarla, a pesar de tus críticas.

El búho, que entre ruinas se alimenta con ratones, dijo al ruiseñor: –Deja de cantar en la espesura de los árboles, ven a mi madriguera, y en ella te devoraré. El ruiseñor le respondió: –He nacido para cantar en las ramas de los árboles y para burlarme de ti.


{1} Ilíada, lib. XXII}. {volver}


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