Voltaire, Diccionario filosófico [1764]
Sempere, Valencia 1901
tomo 6
páginas 73-75

Purgatorio
II. De la antigüedad del purgatorio

Hay autores que aseguran que desde tiempo inmemorial reconoció el purgatorio el famoso pueblo judío, fundándose en el segundo libro de los Macabeos, que dice textualmente «que habiendo encontrado escondidos en las vestiduras de los judíos, en el combate de Odollam, objetos consagrados a los ídolos de Jamnia, fue cosa manifiesta que por eso habían muerto, y habiendo hecho una colecta de doce mil dracmas de plata {1}, él, que pensaba bien y religiosamente sobre la resurrección, las envió a Jerusalén para redimir los pecados de los muertos.»

Como creemos que es para nosotros una obligación referir todas las objeciones que hacen los herejes y los incrédulos para que queden refutadas sus erróneas opiniones, vamos a decir ahora las objeciones que presentan para creer que Judas envió esos doce mil francos y para creer en la antigüedad del purgatorio.

1ª Dicen que doce mil francos de moneda francesa eran una cantidad excesiva para que la tuviera Judas, que sostenía una guerra de contrabandista contra un gran rey;

2ª Que pudo muy bien enviarse un regalo a Jerusalén para que se perdonen los pecados de los muertos, con la idea de que Dios bendiga a los vivos;

3ª Que todavía no se ocupaba nadie de la resurrección en aquella época, porque esa cuestión no se promovió entre los [74] judíos hasta los tiempos de Gamaliel, poco antes de las predicaciones de Jesucristo;

4ª Que la ley de los judios que está encerrada en el Decálogo, el Levítico y el Deuteronomio, no ocupándose de la inmortalidad del alma, ni de los tormentos del infierno, era imposible que hubiera anunciado que había un purgatorio;

5ª Los herejes y los incrédulos hacen cuanto pueden para demostrar a su modo que los libros de los Macabeos son evidentemente apócrifos. He aquí las pruebas que presentan:

Los judíos, dicen los herejes, no reconocieron como canónicos los libros de los Macabeos: ¿por qué los hemos de reconocer nosotros?

Orígenes declara formalmente que debe rechazarse la historia de los Macabeos. San Jerónimo dice que no deben creerse esos libros. El Concilio de Laodicea, celebrado en trescientos sesenta y siete, no lo incluye entre los libros canónicos; y San Atanasio, San Cirilo y San Hilario, lo rechazan.

Las razones en que se apoyan para tratar esos libros de malas novelas, son las siguientes: el autor es un ignorante que empieza por decir una falsedad, que comprende todo el mundo: «Alejandro llamó a su lado a los jóvenes nobles que se habían criado con él desde la infancia, y repartió entre ellos su reino, viviendo todavía.» Esa falsedad tan grosera no puede decirla un escritor sagrado e inspirado.

El autor de los Macabeos, al ocuparse de Antíoco Epifanio, dice: «Antíoco se dirigió a la población de Elimais, con la idea de apoderarse de ella y de saquearla; pero no pudo conseguirlo, porque habiendo sabido sus habitantes lo que trataba de hacer, se sublevaron y consiguieron derrotarle. Lleno de tristeza regresó a Babilonia, y cuando estaba todavía en Persia, supo que su ejército había huido de Judá; se metió en cama y murió el año 149.» El mismo autor dice en otra parte todo lo contrario. Refiere que Antíoco Epifanio iba a tomar y a saquear a Persépolis y no a Elimais, y que cayendo de su carro, recibió una herida incurable, y se lo comieron los gusanos. Que pidió perdón al dios de los judíos, deseando hacerse judío.

No es esto todo; el autor en otra parte hace morir a Antíoco, de un tercer modo, para que el lector elija. Refiere que murió apedreado en el templo de Naneo. Los que pretenden justificar esta burrada, dicen que quiso referirse a Antíoco Eupator; pero ni el uno ni el otro fueron apedreados.

El mismo autor dice que los romanos habían conquistado a los gálatas; pero no conquistaron la Galacia hasta cien años después. Luego el desgraciado novelista debió escribir un siglo después de la época en que suponen que escribió; y lo mismo sucede con todos los libros judíos según opinan los incrédulos. [75]

El mismo autor dice que los romanos nombraban todos los años un jefe del Senado. Al oír esto los incrédulos exclaman: Era un hombre muy ignorante, que ni siquiera sabía que en Roma había dos cónsules: ¿Qué fe podemos tener en esas rapsodias de cuentos pueriles, amontonadas sin orden y sin concierto por hombres ignorantes e imbéciles? Así se expresan autores audaces.

Nosotros les contestaremos que algunas equivocaciones, que probablemente vienen de los copistas, no bastan a impedir que el fondo de esos libros sea verdadero; que el Espíritu Santo inspiró al autor y no a los copistas; que es el Concilio de Laodicea no admitió el libro de los Macabeos, lo admitió el Concilio de Trento, en el que intervinieron hasta jesuitas, y que admite esos libros toda la Iglesia romana.


{1} Lib. II, cap. XII, vers. 40 y 43. {volver}


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