Voltaire, Diccionario filosófico [1764]
Sempere, Valencia 1901
tomo 6
páginas 99-101

Resurrección
I

Dícese que los egipcios edificaron las pirámides con la idea de que le sirviera de sepulcros y que los cuerpos de los muertos, embalsamados por dentro y por fuera, esperaban que sus almas fueran a reanimarlos al cabo de mil años. Pero si los cuerpos debían resucitar, ¿por qué la primera operación que hacían los embalsamadores consistía en abrirles el cráneo con un gancho y en sacar los sesos? La idea de resucitar sin sesos parece que haga sospechar que los egipcios vivos no los tenían; pero debemos tener presente que la mayoría de los antiguos creían que el alma estaba en el pecho. ¿Porqué el alma ha de estar en el pecho y no en otras partes? No cabe duda de que cuando experimentamos sensaciones violentas sentimos en la región del corazón una dilatación o una contracción que nos hace creer que en ese sitio se hospeda el alma. El alma era algo aéreo; un ser sutil que se paseaba por donde podía, hasta el momento de encontrar su cuerpo. [100]

La creencia en la resurrección es más antigua que los tiempos históricos. Athalido, hijo de Mercurio, podía morir y resucitar según su voluntad: Esculapio volvió a la vida a Hippólita; Hércules a Alceste; Pélops, hecha a pedazos por su padre, fue resucitada por los dioses; Platón refiere que Heres resucitó sólo por quince días.

En Judea, los fariseos adoptaron el dogma de la resurrección mucho tiempo después que Platón.

Se encuentra en las Actas de los Apóstoles un hecho singular, que merece llamar la atención. Santiago y muchos de sus compañeros aconsejaron a San Pablo que fuese al templo de Jerusalén a practicar todas las ceremonias de la ley antigua, a pesar de ser cristiano, «para que todos se enteren de que es falso lo que de vos cuentan, y para que sepan que continuáis observando la ley de Moisés». Lo que equivale a decir: Id a mentir al templo y a perjurar, id a renegar públicamente de la religión que enseñáis.

San Pablo fue, pues, al templo durante siete días, y el séptimo le reconocieron y le acusaron de haber llevado extranjeros al templo y de haberle profanado. He aquí cómo salvó su compromiso:

«Sabiendo Pablo que algunos de los que estaban allí eran saduceos y otros fariseos, exclamó entre la asamblea: Hermanos míos, soy fariseo y nacido de fariseos, y porque abrigo la esperanza de la vida futura y de la resurrección de los muertos, desean condenarme» {1}. En todo este asunto no se trató de la resurrección de los muertos, y sólo se ocupó de esto Pablo para irritar recíprocamente a los fariseos y a los saduceos.

«Hablando Pablo de esta manera promovió una discusión entre los fariseos y los saduceos, y la asamblea se dividió en dos bandos. Los saduceos sostenían que no existía la resurrección ni el espíritu, y los fariseos reconocían ambas cosas».

Opinan algunos que Job, que es muy antiguo, conocía ya el dogma de la resurrección, y para probarlo citan estas palabras: «Sé que mi redentor está vivo y que un día me llegará a mí su redención, y entonces me levantaré del polvo, la piel me renacerá y veré todavía a Dios en mi carne» {2}.

Muchos comentaristas interpretan las referidas palabras diciendo que Job abrigaba la esperanza de curar de su enfermedad y de no permanecer siempre acostado en tierra como estaba. Los versículos siguientes demuestran que esta es la verdadera explicación, cuando dice un momento después a sus falsos amigos: «Por qué, pues, decís persigámosle», o las siguientes [101] palabras: «Porque vosotros diréis, ¿por qué le hemos perseguido?» Lo que evidentemente quiere decir que se arrepentirían de haberle ofendido cuando le vieran otra vez en su primer estado de salud y de opulencia. El enfermo que dice me levantaré, no dice resucitaré. Forzar el sentido de los pasajes claros es el medio más seguro de no entenderse nunca.

San Jerónimo coloca la formación de la secta de los fariseos poco tiempo antes de venir Jesucristo al mundo. El rabino Hillel pasa por ser el fundador de la secta de los fariseos, y fue contemporáneo de Gamaliel, maestro de San Pablo. Muchos de los fariseos creían que sólo habían de resucitar los judíos, pero no los demás hombres. Otros sostenían la doctrina de que la resurrección se verificaría en la Palestina, y que los cuerpos enterrados en otras partes serían transportados secretamente a Jerusalén, para juntarse allí con sus almas. Pero San Pablo, escribiendo a los habitantes de Tesalónica, les dijo que «el segundo advenimiento de Jesucristo sería para ellos y para él. Tan pronto como el arcángel dé la señal y suene la trompeta de Dios, el Señor descenderá del cielo, y los que hayan muerto en Jesucristo resucitarán los primeros. Nosotros que estaremos vivos hasta entonces, nos veremos arrebatados con ellos basta las nubes para ir por los aires hasta la presencia del Señor y para vivir eternamente con el Señor {3}».

Este importante pasaje prueba que los primitivos cristianos creían ver el fin del mundo, como lo predijo San Lucas.

San Agustín creía que los niños, y hasta los niños que nacen muertos, resucitarían en edad madura. Orígenes, Jerónimo, Athanasio y Basilio no creían que las mujeres debían resucitar con su sexo. En una palabra, siempre se ha cuestionado sobre lo que fuimos, sobre lo que somos y sobre lo que seremos.


{1} Actas de los Apóstoles, cap. XXIII, vers. 6. {volver}
{2} Job, cap. XIX, vers. 26. {volver}
{3} San Pablo, Primera Epístola a los thesalónicos, cap. IV. {volver}


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