Voltaire, Diccionario filosófico [1764]
Sempere, Valencia 1901
tomo 6
páginas 138-140

Superstición
II

Suplico a mis lectores que se fijen en el milagro reciente que se verificó en la Baja Bretaña, el año 1771 de la era vulgar. Es auténtico; está impreso y revestido de todas las formas legales. Leedlo, que es curioso.

El 6 de Enero de 1771, día de los Reyes, mientras se cantaba la salutación, vieron salir rayos de luz del Santo Sacramento, y apercibieron al instante a Nuestro Señor Jesús en su figura natural, más brillante que el sol, y le vieron durante una media hora, durante la que apareció un arco iris sobre el remate de la iglesia. Los pies de Jesús quedaron impresos en el tabernáculo, donde se ven todavía, y allí se verifican todos los días muchos milagros. A las cuatro de la tarde cuando desapareció Jesús de encima del tabernáculo, el cura de la parroquia se acercó al altar y encontró una carta que Jesús había dejado allí; quiso tomarla, pero le fue imposible moverla de su sitio. El cura y el vicario fueron en seguida a dar cuenta a monseñor el obispo de Treguier, el que mandó que se rezara en todas las iglesias de la ciudad de las Cuarenta Horas, durante ocho días, en los que el pueblo acudía a ver la carta santa. Al finalizar la octava, el obispo fue a la iglesia en procesión, acompañado de todo el clero secular y regular de la ciudad, después de haber ayunado tres días a pan y agua. En cuanto entró en la iglesia la procesión, el obispo se puso de rodillas en las gradas del altar, y después de pedir a Dios que le concediera la gracia de poder tomar la carta, subió al altar y la cogió sin dificultad: en seguida, volviéndose hacia al pueblo, la leyó en alta voz, recomendando a todos los que sabían leer, que la leyeran todos los primeros [139] viernes de cada mes, y a los que no sabían leer, que rezaran cinco pater nosters y cinco ave-marías en honor de las cinco llagas de Jesucristo para obtener la gracia prometida a los que la leyeran devotamente y la conservación de los bienes de la tierra. Las mujeres embarazadas debían rezar para tener feliz éxito nueve pater-nosters y nueve ave-marías por las almas del purgatorio para que sus hijos alcancen la dicha de recibir el santo sacramento del bautismo.

Todo lo contenido en esta relación lo aprobaron monseñor el obispo, el subteniente general de la citada villa de Treguier y muchos personajes que presenciaron el milagro.

Copia de la carta encontrada en el altar mando se apareció Nuestro Señor Jesucristo al Santísimo Sacramento del altar.

«Eternidad de vida, eternidad de castigos, una cosa u otra, es preciso escoger un partido; o el de ir a la gloria, o el de ir al suplicio. El número de años que los hombres pasan en el mundo en toda clase de placeres sensuales y de disoluciones, en el lujo, en el hurto, en la maledicencia y en la impureza, blasfemando y jurando por mi santo nombre en vano, y otros muchos delitos que cometen, no me permiten consentir más tiempo que las criaturas creadas a mi imagen y semejanza, que rescaté con mi propia sangre en el árbol de la cruz donde sufrí muerte y pasión, me ofendan continuamente quebrantando mis mandamientos y no haciendo caso de mi ley divina; por lo que os advierto que si continuáis viviendo entregados al pecado y no veo en vosotros remordimiento, ni contrición, ni arrepentimiento, os haré sentir el peso de mi brazo divino. Si no fuera por las súplicas de mi querida madre, ya hubiera destruido el mundo por los pecados que cometéis unos contra otros. Os di seis días de trabajo y el séptimo para que descansarais, para que santificarais mi santo nombre, para que oyerais misa y para que emplearais el resto del día en servir a Dios mi padre. Y por el contrario, en los días de fiesta sólo se oyen blasfemias y sólo se ven hombres ebrios, y el mundo se ha desbordado de tal modo, que no hay en él más que vanidad y mentira. Los cristianos, en vez de tener compasión de los pobres que van a pedirles a la puerta de su casa, prefieren mimar a los perros y a otros animales y dejar que aquellos se mueran de hambre y de sed, entregándose de este modo a Satanás por su avaricia, por su gula y por otros vicios, declarándome de este modo la guerra los cristianos, y vosotros, padres y madres inicuos, consintiendo que vuestros hijos juren y blasfemen de mi santo nombre, en vez de darles [140] buena educación, con vuestra avaricia estáis amontonando bienes que os arrebatará Satanás. Y os digo por boca de Dios, mi padre por boca de mi madre, de los querubines y serafines y de San Pedro, jefe de mi Iglesia, que si no os corregía os enviaré enfermedades tan extraordinarias, que lo matarán todo y que os harán conocer la cólera de Dios mi padre. Abrid los ojos y contemplad mi cruz, que os dejé para que os sirviera de arma para vencer al enemigo del género humano y para que os sirviera de guía para conduciros a la gloria eterna: contemplad mi corona de espinas, mis pies y mis manos clavadas, y meditad que derramé basta la última gota de mi sangre para redimiros por el amor paternal que profeso a mis ingratos hijos. Haced obras que os atraigan mi misericordia; no juréis en vano por mi santo nombre; rezadme devotamente; ayunad con frecuencia, y sobre todo dad limosna a los pobres, que esta es para mí la más agradable de todas las obras buenas, consolad a la viuda y al huérfano; restituid lo que no os pertenezca; evitad todas las ocasiones de pecar; observad cuidadosamente mis mandatos, y honrad a María, mi querida madre.

»Los que no cumplan mis amonestaciones y no crean mis palabras se atraerán con su obstinación mi mano vengadora sobre sus cabezas, experimentarán desgracias interminables, precursoras del mal fin que tendrán en el mundo, que los precipitará en las llamas eternas, donde sufrirán penas interminables, que serán el justo castigo reservado para sus crímenes.

»Por el contrario, los que prudentemente sigan los consejos que les doy en esta carta, apaciguarán la cólera de Dios y conseguirán, después de haber confesado sinceramente sus faltas, la remisión de todos sus pecados por graves que sean».

Debe cuidadosamente conservarse esta carta en honor de Nuestro Señor Jesucristo.

Con licencia. En Bourges, 30 de Julio de 1771. De Beauvoir, lugarteniente general de policía.

N. B. Hay que observar que semejante tontería se imprimió en Bourges, sin haber allí, ni en Treguier ni en Paimpole el menor pretexto para inventar semejante impostura. Suponiendo que en los siglos venideros exista algún rebuscador de milagros que trate de probar algún punto de teología con la aparición de Jesucristo en el altar de Paimpole, ¿no se creerá con derecho a citar la carta de Jesús que se imprimió en Bourges con real permiso? ¿No se creerá con derecho a tratar de impíos a los que duden de su autenticidad? ¿No probará con hechos que Jesús hacía milagros en todas partes en el siglo XVIII? He aquí un vasto campo que pueden explotar los Hauttevilles y los Abbadías. [141]


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