Filosofía en español 
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Teoría de la Sociedad política y del Estado

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Anamórfosis del poder etológico en el poder político

No se trata de que el poder etológico, genérico, experimente, al especificarse por anamórfosis [94] en el hombre, unas formas siempre heterogéneas; por el contrario la especificación anamórfica se establecerá sobre especificaciones cogenéricas [61] previas muy variadas, algunas de las cuales perdurarán tras la anamórfosis en todo o en parte. El alcance de la especificación por anamórfosis del poder etológico en poder político sólo podrá deducirse, obviamente, a partir del resultado del propio poder político tal como se nos da en la definición de núcleo de la sociedad política. Por tanto, no se trata de derivar de determinadas características especialmente “refinadas” del poder etológico genérico, el poder político, sino, una vez dado éste, regresar a sus componentes genéricos. Lo esencial es tener en cuenta que el poder político implica siempre la inserción del poder en el contexto de programas y planes orientados a la eutaxia de una sociedad dada, y ésta es la razón por la cual suponemos que el poder político es indisociable de la palabra, como instrumento suyo. No sólo porque por la palabra es posible incorporar total o parcialmente a alguien en un plan o programa político. La palabra no se toma aquí, por tanto, como un criterio convencional de influencia (persuadir, convencer –frente a obligar o vencer) porque la palabra puede ser tan compulsiva como la fuerza física. Por tanto, cuando apelamos a la palabra, como instrumento de elección del poder político no tratamos de establecer un criterio convencional (justificado en la libertad, en la conciencia, etc.) sino de determinar la única vía a través de la cual unas partes del todo social pueden pro-poner a las otras planes y programas relativos a un sistema proléptico global y que sólo por la palabra puede ser representado. En este contexto, la especificación por anamórfosis del poder etológico como poder político implicará forzosamente:

(1) Por parte de cada sujeto que interviene en las relaciones de poder (como gobernante o gobernado) un desarrollo intelectual o cerebral asociado a una conducta lingüística que permita la ampliación de la conducta proléptica. Esta ampliación es el resultado en cada sujeto de la experiencia de otros sujetos, incluidos los sujetos de sociedades pretéritas.

(2) Por parte del poder mismo, lo más característico es la mediación de sujetos, necesaria para que la prólepsis pueda comenzar a desarrollarse.

Esto es tanto como decir que el poder político es un poder sobre otros sujetos que a su vez deben tener poder. Y como no cabe un proceso ad infinitum, tendremos que postular la tendencia de este poder a cerrarse en círculo, a concatenarse circularmente. Esta característica del poder político es exigible por el número de sujetos que pasan a formar parte de la sociedad política. Mientras en una banda de papiones el macho-guía tiene el poder de influir directa e inmediatamente en los demás, al modo como Zeus influye en el cosmos –“con un guiño de su entrecejo los rayos se disparan”–, en una sociedad política son imprescindibles “cadenas de mando”, es decir, mediaciones muy complejas de órdenes, imposibles sin el lenguaje articulado y aun escrito. De este modo, el poder político constituye una estructura etológica, sin duda (pues se funda sobre ella), pero la desborda (como desborda a un cerebro el simple conjunto de cerebros coordinados) e instaura una especificación nueva (anamórfica) que sólo a partir de ciertas situaciones históricas puede funcionar. Así, pues, cabe decir, con Ortega, que mandar, en política, no es empujar; pero no porque haya aparecido un “espíritu” o un gen nuevo sino porque se han ido concatenando diferentes relaciones de poder, según una disposición nueva. Esta disposición es artificiosa, es decir, no es el resultado de mecanismos que se acoplan según el orden de una necesidad natural; pero tampoco es aleatoria enteramente. Hay una necesidad, sin duda, en su desenvolvimiento, en el que intervienen sujetos mutuamente exteriores, de la misma manera a como intervienen en la construcción de un edificio o de una sinfonía –donde aquí ponemos arte, pongamos allí prudencia. En este sentido, cabe decir, separándonos de Aristóteles y aproximándonos a Hobbes, que el Estado, como expresión última de la sociedad política, es artificial y no natural. {PEP 188-189}

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