Filosofía en español 
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Idea pura de democracia: Fundamentalismo, Funcionalismo y Contrafundamentalismo

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Fundamentalismo democrático miserable: Fundamentalismo oblicuo

La tercera acepción [866] del fundamentalismo democrático […] es la mantenida por Felipe González y el Grupo Prisa {Juan Luis Cebrián, Joaquín Estefanía}, con gran influencia en España y en Hispanoamérica, en contra de sus críticos fundamentalistas. Puede servir de hito entre las posiciones del PSOE en la época de González (cuya concepción de la democracia socialista, después de su renuncia al leninismo y al marxismo, era mucho más laxa y próxima al pragmatismo falsacionista de Popper [875] o de Kelsen [827]) y las posiciones del PSOE en la época de Zapatero [867] (cuyas concepciones de la democracia socialista son mucho más metafísicas en el terreno ideológico literario: “La Tierra no es de nadie, es del viento…”, una metafísica poética [712-715] más propia de un adolescente que de un líder político “hecho y derecho”).

La tercera acepción del rótulo “fundamentalismo democrático” ya no es utilizada como canon de la democracia, sino, por el contrario, como una calificación (en realidad descalificación) de los partidos adversarios (particularmente el Partido Popular), que proclaman su condición democrática, pero asociada, según los “miserables”, a prácticas autoritarias y a compromisos confesionales (nacional católicos) o belicistas, más propios del fascismo o del nacionalcatolicismo.

Esta acepción del rótulo fundamentalismo democrático aparece, por tanto, como una reacción a la acepción segunda, que hemos denominado canónica [868]. Y la llamamos miserable, ante todo, por las circunstancias de la lucha sucia parlamentaria en las que se gestó, para salvar la condición democrática de su gobierno frente a las críticas por corrupción de otros partidos políticos del arco parlamentario, acusándolos de autoritarismo o de fascismo enmascarado, y adjudicando al adversario no tanto el rótulo de democracia, cuanto el de fundamentalista (que ellos en la coyuntura asociaban al fundamentalismo islámico); miserable porque pudiendo haberse distanciado de los vencedores considerándolos como demócratas de alguna otra especie homologada, en Europa o en Norteamérica –pongamos por caso, la especie demócratas neoliberales (al estilo de Hayek o de Milton Friedman), o de la especie demócratas autoritarios (al estilo de Schumpeter)–, prefirieron considerarlos como antidemócratas criptofranquistas, como autoritarios enmascarados con la capucha del fundamentalismo, utilizando este término con la connotación oblicua que adquiría para designar a los integristas talibanes que marcaban el significado que el fundamentalismo islámico tenía en aquella época; miserable, en resumen, por la superficialidad y la intención puramente erística de su gestación, una intención comparable a la que impulsó a Vázquez Montalbán a crear su concepto, no menos miserable, de “nacional constitucionalismo de las JONS” para dibujar las líneas políticas supuestamente criptofranquistas de Aznar.

Los inventores de esta nueva acepción del fundamentalismo democrático se acogían, sin embargo, a una idea de democracia muy común entre los admiradores de Churchill y los lectores de Popper. Para ellos la democracia era una metodología en la cual los planes y proyectos de un gobierno eran sometidos periódicamente a una prueba de falsación (cuando el gobierno perdía las elecciones); la democracia, y menos aún el “pueblo”, no necesitaban ser sacralizados, aunque se reconociese que la democracia era en cualquier caso la forma menos mala entre las posibles.

Pero la democracia así entendida es muy superficial, al menos desde las coordenadas del materialismo, precisamente porque elude las verdaderas cuestiones filosóficas que las democracias entrañan. La “teoría pragmática” o metodológica de la democracia pretende explicar sus instituciones como resultados de cálculos psicológicos sobre las ventajas o inconvenientes (verificables o falsables) de una determinada institución; rechaza, sin duda, las explicaciones metafísicas de la democracia (desde la crítica general a cualquier certidumbre dogmática de índole fundamentalista, y en este punto la teoría podría encontrar apoyos en Kelsen), pero sustituye esta explicación metafísica por una teoría ahistórica que se sostiene sobre la hipótesis de un racionalismo psicologista de los ciudadanos que forman el cuerpo electoral.

Sin embargo, quienes así proceden no renuncian explícitamente a los principios del socialismo democrático (al pueblo, al Estado de derecho), y se limitan a descalificar a los “socialistas dogmáticos”, a los comunistas, adheridos a certidumbres fanáticas, a los nacionalsocialistas o a los fascistas por la misma razón. Pero, de hecho, su concepción de la democracia “con los pies en el suelo” les libera de todo rigorismo integrista y del puritanismo (“un socialdemócrata no está obligado a utilizar la bicicleta o el utilitario en lugar de un automóvil de alta gama, ni tiene por qué utilizar zamarra o alpargatas en lugar de abrigos y zapatos escogidos”). Ser demócrata no significa vivir como un mendigo; el demócrata socialista también busca el incremento de su “calidad de vida”, y ello permite comprender la posibilidad de que alguien, sin dejar de ser demócrata y socialista, traspase los límites de una moderación siempre relativa. Humano es errar, y si un demócrata socialista traspasa alguna vez los límites esto no debe descalificar su condición de demócrata. Que un gobierno socialista haya visto cómo algunos dirigentes suyos han ensayado los métodos del GAL o hayan caído en la tentación de hacer un negocio poco limpio no lo descalifica como tal, y en todo caso la democracia tiene sus métodos, en cuanto Estado de derecho [609-638], para corregir estas desviaciones y para reintegrar a los desviados. Por ello, quien en nombre de la democracia continúe con sus hábitos autoritarios y criptofranquistas no será propiamente demócrata, sino un rigorista fundamentalista, de estirpe fascista, un fundamentalismo democrático.

Y no habría más misterio en la génesis de esta tercera acepción de fundamentalismo democrático, novedad atribuida algunas veces al propio Felipe González (ver El Mundo, 30 de mayo de 2001) para designar al estilo de gobierno de Aznar. Hacemos nuestra la exposición del rótulo “El fundamentalismo democrático según Felipe González y Juan Luis Cebrián”, tal como Gustavo Bueno Sánchez nos lo ofrece en [el “Averiguador” del Proyecto Filosofía en Español].

{EC95 /
EC95 / → PCDRE / → ZPA / → FD}

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