Filosofía en español 
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Amena literatura

Odas sáficas

II
La Noche y la Soledad.

 

Todo reposo en funeral silencio
Ya sumergido, mientras yo recorro
Estas florestas solitarias, donde
      Céfiro gime.

Céfiro gime y el follaje mueve
Con sus aéreas perfumadas alas
De esas montañas despertando el eco
      Lánguido y triste,

Que de lejana catarata undísona
Al ruido sordo que los anchos campos
Llena incesante, en vibrador lamento
      Vago responde.

Entre las sombras vacilantes giran
De la esperanza los tranquilos genios
Que las miradas del errante bardo
      Llevan al cielo.

Cuando desde esta soledad augusta
En la alta esfera fulgurar contemplo
Millones de astros que a la tierra envían
      Diáfana lumbre;

Templo gigante al universo miro
En que la Noche majestuosa y grave
Incienso puro al Creador eleva
      Santa sonrisa!

¡Ah!... ¡Qué armonía misteriosa hierve
Acá en mi ser y al infinito sube
Los pensamientos y suspiros míos!
      ¡Mágico númen!

En torno bullen las plegarias tiernas
Que los mortales, al tender su frente
Del blando sueño en el regazo, exhalan
      Desde su lecho.

¿De dónde sale ese murmurio inmenso
Que el éter quieto vagaroso cala
Hasta perderse en la apartada esfera,
      ¡Paz! implorando?

También mis ruegos, apacible Noche,
En pos levanta y el dolor apaga
Que convirtió mi corazón en foco
      De hórridas penas.

¡Oh, sí!... adormece mis cansados miembros
Y de mi mente las cadenas rompe...
¡Aun me hallo cerca del impuro mundo,
      Noche sublime!

¡Ay! por doquiera su nefanda imagen
En mi memoria sin parar se clava...
¡Cuánto sumirla en sempiterno olvido,
      Cuánto lo anhelo!

¿Quién no lo ansía cuando en él tan solo
La corrupción y vanidad encuentran
Adoradores que empapada en cieno
      Tienen el alma?

Cuando, el que henchido de entusiasmo canta
Las maravillas y grandeza suma
Con que a natura engalano el Eterno,
      Pasa por loco?

Cuando es herido con impura mofa
El corazón que en su estrechez no cabe...
¿Quién no lo quiere...? ¡En ilusiones solo
      Hallo consuelo!

Sin temor puedo las sonantes cuerdas
Del arpa herir... ¡Oh bienhandanza! ¡oh gloria!
¡Es indecible la delicia mía
      Cuando lo pienso!

¡Cuánto te amo, protectora Noche!
Dame dormir bajo tu negro manto
Al blando arrullo que en las selvas forma
      Tu álito suave.

No sepa el mundo que descanso en ellas...
Pronto viniera con sarcasmo impío
A destrozar mi corazón... ¡ay triste!
      ¡Nunca lo sepa!

Y tú entre tanto con solemne acento
La omnipotencia de Jehová ensalzando
Por los mortales miserandos pide...
      ¡Yo te lo ruego!

Y a ellos descienda la celeste calma,
Como el rocío a las marchitas flores...
Baje también a mi doliente pecho,
      Plácida Noche.

Gumersindo Laverde Ruiz.