Filosofía en español 
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Variedades

[ Pío Hernández ]

Apuntes para la historia de la homeopatía en España

La lectura de algunos párrafos de los Anales de la Medicina homeopática correspondiente al mes de abril del presente año, me han recordado aquello de vivimos en un tiempo tan miserable, que si yo no me alabo, no hay quien me alabe; refrán antiquísimo que por más que se motejó de egoísta, como lo ha hecho un célebre escritor con toda formalidad, hay ocasiones en que puedo ser algo conveniente, pues contribuye a corregir algún error, a aclarar algunas dudas, y colocar a los hombres que toman parte en un mismo asunto, en la posición que respectivamente merezcan.

En los referidos párrafos he leído sin disgusto una sucinta historia del homeópata Sr. Núñez, relativa a la parte que en la propaganda homeopática española ha tomado y para que la historia en su día pueda juzgar con imparcialidad, es muy natural que los hechos que ahora se consignen lleven el sello de la mayor exactitud posible.

Sentiría que la cuestión que actualmente ocupa a los dos periódicos homeopáticos sirviera de pretexto al Sr. Núñez, o a los heraldos de su ponderada fama, para que convirtiéndolo en sustancia propia, juzgara que se le daba importancia al salir otro a la palestra; protesto solemnemente que no es este mi pensamiento, pues la cuestión no es tan complicada; y por otra parte, el buen orden exige se deje libre a los combatientes, máxime cuando el punto que se discute está sostenido en el buen sentido por la Década.

Mi objeto es demostrar cuán erróneas son las apreciaciones que de la historia de la homeopatía en Madrid se hace en el periódico Hannemaniano los Anales, para lo cual bastará seguirle paso a paso en todo lo que al asunto se refiere, y que así empieza: «No es ya un secreto para nadie que cuando el doctor Núñez se estableció en la corte, contaba con ocho años de ejercicio práctico de la homeopatía en Francia; ejercicio autorizado por su habilidad y tino{1} para curar primero, y con la del entonces rey de los franceses, después.»

Bien por Dios, señor articulista, ¿a qué andar con repulgo de empanada, melindres empalagosos, ni con insulsa modestia, si al fin y al cabo lo bueno siempre vale por más que se ponga en duda? Audacia y al grano, porque hay muchos casos de verse realizado aquello de audaces fortuna jubat. A parte de la gran timidez que revela el párrafo citado, timidez muy propia en los verdaderos sabios, resaltan cosas asaz curiosas: es la primera la proclamación práctica más explícita de la libertad de enseñanza, porque si de hecho se puede adquirir una habilidad y tino admirables suficientes a autorizar por sí solas a ejercer la medicina, sin las zarandajas de Institutos y Universidades, y lo que es más, sin precisar que sean reconocidas tan relevantes prendas por tribunales inquisitoriales, aunque les formen los doctores más encopetados, claro es, que sobre inútil, es altamente perjudicial y atentatorio a la libertad o intereses individuales. Al escribir estas líneas me pregunta un amigo que está presente, que de qué modo se habrá gobernado el Sr. Núñez para adquirir tan estupenda habilidad y un tino práctico tan admirable, y escapándome por la tangente, le contesto, para que no me entienda, que eso está en la masa de la sangre, que es un modo de ser particular, y que así como el lego de los jesuitas acreditó que había nacido para hacer adobes, del mismo modo hay hombres que nacen hábiles y atinados para curar las enfermedades. Fundado en esto, creo que el mismo Hahnemann ha sido un zascandil al lado del soi disant hábil puesto que, si bien logró hacerse célebre el primero, no tanto influyó su envidiable disposición y excelente aptitud, cuanto el número de años que empleó para la adquisición de los elevados conocimientos que en diversos ramos del saber humano alcanzó.

Respecto del segundo extremo del período citado esto es, del permiso del entonces rey de los franceses nada diré, porque siendo la Década periódico científico no puede entrar en apreciaciones políticas. Continuaré, pues. «Cuando esto sucedía, esto es, cuando el doctor Núñez vino a establecerse definitivamente, había ya en esta corte algunos profesores entendidos que se dedicaban al estudio y práctica de la doctrina de Hahnemann, y natural era, como lo fue, que corrieran en busca de este personaje anunciado y recomendado por los periódicos como una notabilidad en su clase, en mérito a las repetidas curaciones que aquí hacía, y que había hecho en el extranjero.» En este segundo punto hay una arrogancia tan desmedida que no puede pasar sin correctivo.

¿Por qué no se dice terminantemente quienes fueron los homeópatas que se humillaron vergonzosamente hasta el punto de rendir homenaje a la pretendida notabilidad homeopática? Es tan reciente esta época, que es difícil decir por completo la verdad sin herir susceptibilidades; pero procuraré evitar esto último, sin dejar de ser exacto.

El 10 de abril de 1845 empezó a publicarse la Gaceta Homeopática, siendo director el inolvidable y ardiente homeópata Dr. D. José Sebastián Coll, y en su tercer número se dio la vigorosa respuesta al Instituto Médico por su brusco ataque a la homeopatía, artículo que, aunque de redacción, pertenece al malogrado Román Fernández del Río. En él se hace mención de algunos adeptos de Hahnemann, y como en aquella época era casi desconocida en Madrid la persona del Sr. Núñez, y como aun cuando hubiese sido amigo hubiera sido perjudicial a la causa que sostenía el periódico nombrarle como competente, porque carecía de todos los requisitos profesorales en la vivísima polémica que sostuvimos, no solo en la Gaceta, sino en las célebres y animadas sesiones que en la Capilla de los Estudios de San Isidro tuvieron lugar, mi amigo Fernández ni se acordó siquiera de la notabilidad médica traspirenaica. Sepan nuestros lectores que a poco tiempo recibió el doctor Coll una carta del Sr. Núñez en la que se reconvenía agriamente al primero por el atroz delito de no haberse colocado al hábil práctico en Francia entre los profesores posicionados que practicaban la homeopatía.

Este comportamiento, como pueden observar nuestros lectores, lejos de producir simpatías hacia el desconocido entonces, natural era que indujera a desvío, porque en aquella época nos reuníamos diez o doce homeópatas en casa del Doctor Coll, y contando con que otros dos o tres de seguro no habrán sido de los que corrieran presurosos a buscar al atiznado práctico, resulta que la gran mayoría no fue la que se posternó ante tan efímero ídolo, ni tampoco necesitábamos los que ya practicábamos la homeopatía las adquisiciones que en Francia creyera haber logrado el Sr. Núñez.

«En efecto; el día 27 de octubre de 1845, a las ocho horas de la noche{2} casi todos los profesores de esta capital que de buena fe habían abrazado la homeopatía, se reunieron a invitación de dos de ellos para acordar los medios más a propósito de defenderla y propagarla, conviniendo en que la formación de una sociedad científica, era lo más conducente para conseguir este objeto.»

Una observación haré tan solo al contenido en este párrafo reducida a indicar que no aguardamos la venida de su señoría para la formación de la sociedad, pues era ya un pensamiento formal en la redacción de la Gaceta Homeopática y solo se esperaba concluir el primer año de publicación para saber definitivamente con los homeópatas de provincias con quienes podíamos contar.

Pero de cualquiera modo que sea, es la verdad que en el número 9 de la calle de Bordadores se verificó la reunión preparatoria, en un salón espacioso pedido por mí al efecto, pues eran clientes míos los que entonces ocupaban la habitación. No asistieron los Sres. Hysern ni Obrador y salió en efecto nombrada una comisión para confeccionar un proyecto de reglamento.

En la siguiente sesión fue lo importante la elección de cargos, dando efectivamente por resultado el escrutinio salir elegido para presidente D. José Núñez, vicepresidente D. Manuel Rollán; secretario de gobierno D. Román Fernández del Río; secretaría de correspondencia de Rafael Alonso Pardo, y tesorero, D. Antonio Luis Lletget. «Constituida (dicen los Anales), definitivamente desde este día la sociedad y formada la mesa que había de dirigir los trabajos, comenzó para la homeopatía en España una nueva era de progreso y de conquista que difícilmente volveremos a presenciar, merced a los esfuerzos de inoportunos reformadores y ambiciones bastardas.»

Menester es que me detenga aquí algo pues es el punto de más significación y el principio de nuestra fatal división, división que aún no ha desaparecido, ni que por algún tiempo es posible visto el lenguaje que ahora usa el que entonces solo era un simple aficionado a la medicina. ¿En qué consiste preguntarán nuestros lectores, que siendo mayoría la redacción de la Gaceta Homeopática, es decir, los que en amistad y grande entusiasmo nos reuníamos todas las noches en la calle del Caballero de Gracia, salió presidente el Sr. Núñez? Pues vean nuestros lectores la potísima razón que explica esta metamorfosis. Tres días mediaron desde la reunión preparatoria a la elección del presidente, y en tan corto intervalo se operó un cambio imprevisto. Como es natural, se reunió la comisión de proyecto de reglamento para traducir el de una sociedad homeopática extranjera, y para... preparar los trabajos que habían de servir de discusión en la sesión siguiente; pero antes de que esta tuviera lugar, los homeópatas que concurríamos a casa del Dr. Coll, nos reunimos en número de nueve en la oficina del Dr. Castillo, y se trató como era consiguiente de la constitución de la mesa, y se acordó por unanimidad que puesto que los Sres. Hysern y Obrador no tenían por conveniente ponerse al frente, ninguno reunía más justos títulos que el Sr. Coll para ser presidente. No obstante los vínculos de amistad y compañerismo que hasta entonces nos mantuvieron unidos y compactos; a pesar de no reinar el más leve motivo de discordia y que denodados nos lanzamos algunos a las discusiones públicas y al sostenimiento de la doctrina en la prensa; reinando como se ve la mejor armonía y completa inteligencia; todo falló en menos de 24 horas pues en la votación solo obtuvo el doctor Coll cuatro votos que le dieron sus siempre consecuentes amigos y comprofesores D. Pío Hernández, D. Pedro López, D. Ricardo López Arcilla y D. Ramón Castillo. ¿Qué se hicieron pues de los restantes? Se evaporaron en la expectativa de una felicidad ya concertada quizá. Ya tienen mis lectores la clave del suceso que apuntado dejo y al que el inspirado de Francia atribuye su ridículo poder y preponderancia, debido como se ve a manejos diplomáticos y a inconsecuencias y faltas que no quiero calificar porque hay cosas que es peor meneallas y porque el cieno huele mal y peor cuanto más se le remueve.

Los cinco desairados por nuestros amigos hacía veinte y cuatro horas, resolvimos transigir con esta defección en atención solo a la doctrina, pues las personas debían inspirarnos poco miramiento, y así lo hicimos hasta que conocimos que estorbábamos, pues se presentó una proposición a fin de matar la Gaceta, y ya entonces resolvimos abandonar una sociedad que no podía conquistar una sólida posición cuando tan mal cimentada estaba. ¿De quiénes eran pues, las ambiciones bastardas, sino de los que indujeron y realizaron lo que acabo de referir? Las consecuencias de tan poco honrosa conducta no solo influyeron como era natural en debilitar la propaganda homeopática, sino que contribuyeron, y no poco, a acibarar los últimos días del anciano homeópata, al considerar la deserción de los que un día le dieron el mentido nombre de amigos. Téngase entendido que, al defender con tal entereza al valiente Zaragozano, no me mueve el vil interés, pues solo he debido al Sr. Coll amistad y cariño, pero que, a fuer de castellano rancio, prefiero la miseria antes que hacer traición a tan sagrados deberes. Proseguiré.

«A la sazón era nombrado el Dr. Núñez médico de S. M., y este triunfo tan completo sobre la alopatía, toda vez que su impotencia para curar a la Reina era la que abría las puertas del regio alcázar, acabó de dar la importancia tan merecida como necesaria para su engrandecimiento.» Si no hubiera estado uno en Madrid en la época a que esto se refiere, podría uno caer en el lamentable error de creer que fue buscado como el único en España, pero felizmente cualquiera puede recordar el estado de la política de aquel tiempo, y nadie ha olvidado el nombre del personaje militar a cuya amistad profunda sin duda debió su entrada en Palacio.

Lo que el Sr. Núñez juzga un triunfo para la doctrina de Hahnemann, fue un género de duda, un descalabro y un retroceso en la propaganda homeopática, pues bien pronto se eclipsó tanta bondad en aquella mañanita que no habrá olvidado. Creo sí firmemente que la distinción que logró le fuese muy provechosa, pero que la homeopatía ganase, eso no. ¿Cómo no refiere su significativa modestia al pretender contarse entre el número de los consejeros de instrucción pública? Es muy raro esta omisión en un asunto de tanta importancia; pero a qué molestarse; cuando no lo dice él sabrá por qué. En la historia de la propaganda homeopática hay hombres a quienes la doctrina de Hahnemann debe el beneficio de su influencia y posición social, así es que recuerdo la protección del mariscal Radeski en pro de la nueva medicina, y los esfuerzos benéficos de nuestra compatriota la condesa de Lausfat en el Ducado de Baviera, y otros muchísimos que sería prolijo de referir. Quizá en la actualidad tenga la homeopatía en el palacio de la plaza de Oriente, una posición de importancia para el porvenir, y sin embargo... ¿Pero a que cansar a nuestros lectores con hechos tan sabidos de todo el que ha querido estudiar la historia de la medicina homeopática? En el año 47 procedió la sociedad Hahnemaniana a la renovación de cargos, y se entretienen los anales en referir los piropos y alabanzas que dirigían al Sr. Núñez algunos socios al anunciar este señor que dimitía el cargo de presidente. ¡Válgame Dios y que rara abnegación! Pero no, ni aun en broma lo vayan a creer mis lectores. ¿Cómo se había de admitir su dimisión cuando la corporación se componía de cuatro o cinco de sus antiguos aduladores, y de los que por servirle abandonaron al Dr. Coll, máxime cuando no había entonces ni notabilidad más exquisita, ni sol que más calentase? Avanzando un poco en fechas, ya se acordarán nuestros lectores del periódico El Centinela tan brioso como la juventud, tan denodado y valiente como el Cid, pero que sin embargo cesó, y todo el tiempo de su existencia está fielmente representado en estas dos significativas palabras: Víctima..., Ingratitud.

(Se continuará.)

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[ Fiesta de Hahnemann, celebrada en Niza el 10 de abril del presente año. ]
——

Mucho nos complace la unión que hemos presentado en el articulito anterior, y si hubo un día en que dos homeópatas de importancia tuvieron en París una polémica agria y personal en demasía, como los dos eran profesores y habían prestado verdaderos servicios a la doctrina, y como ni uno ni otro se les negaban, antes más bien rivalizaban en emulación, cuando sonó la hora de unión, estos dos homeópatas sofocaron sus arranques y permanecen en la misma corporación homeopática. Estos dos hombres son los doctores Arnau y León, Simón, padre.

Pero desgraciadamente en España, abrigando el Sr. Núñez la ridícula y extravagante pretensión de creerse el necesario y el superior, y pretendiendo en su fatuo orgullo rebajar a quien tiene sobre él la ventaja de una carrera médica con algunos méritos honrosos dificulta más y más una unión que sin él, tiempo ha se habría efectuado.

——

{1} Hace años leí en un artículo del Sr. Núñez, las siguientes palabras: «Mi práctica siempre feliz» y lo que entonces creí una paradoja, ahora que el mismo con su acostumbrada modestia dice que es hábil y atinado, se comprende mejor lo anterior.

{2} Esto de a las ocho lloras de la noche, es tan francés que revela la preferencia que hasta en el lenguaje, da el autor del artículo a lo que viene allende del Pirineo.


En el número de los Anales correspondiente al mes de abril, aparecen otros dos articulejos, uno que con sus puntas y ribetes de histórico, se ocupa de la persona del Sr. Lartiga, pretendiendo demostrar la contradicción que se advierte entre sus ideas de hoy, y las que emitió el año 47, al solicitar su ingreso en la llamada sociedad hanemaniana matritense; otro, que sirve de continuación al ruidoso asunto de las pulmonías-tipo, bien conocido ya de nuestros lectores.

Diremos hoy cuatro cosillas que se nos ocurren respecto del primero, dejando para otro día el hacer otro tanto relativamente al segundo.

Nuestros lectores habrán observado que las contestaciones dadas hasta ahora a nuestros artículos tienen la originalidad de ocuparse mucho de nuestras personas, y poco, muy poco de nuestros raciocinios, y al ocuparse tanto y con tal empeño de nosotros habrán observado también, que lo hacen destilando veneno hasta por los poros, todo esto que no habrá podido menos de extrañar a todos cuantos no estén en ciertos antecedentes, tiene sin embargo su explicación, que procuraremos dar a conocer a nuestros suscritores.

En el número anterior de la Década hemos insertado ya algunos apuntes con el objeto de esclarecer la historia narrada por los Anales, y como nuestro propósito ha sido y sigue siendo el que la mayor exactitud posible presida a la confección de tan importantes trabajos, continuaremos publicando cuantos datos y antecedentes recordemos para tan útil empresa, seguros de que en ello rendimos justo tributo a la santidad de los hechos, a la verdad histórica.

Pasaremos por alto el brillante periodo práctico de ocho años, con que inauguró el doctor Núñez su ejercicio profesional en la capital de España, porque aun cuando la crónica cuenta que hasta el año 39 permaneció este personaje en la Corte de don Carlos, y aun cuando cuenta también que a la conclusión de la guerra civil, este señor no había aún saludado un libro de medicina, ni alopática ni homeopática, y aun cuando cuenta otras muchas cosas de este jaez, sin embargo, todo esto será falso, por que el articulista asegura lo contrario, y cuando lo asegura, sus razones tendrá para ello.

Si el año 1844 contaba ya ocho años de práctica en Francia, claro está que debió haber empezado esta sobre el año 1836, y por lo tanto miente la crónica al decir que por entonces se hallaba consagrado a otras cosas enteramente ajenas a la medicina. Prescindiremos también de las peripecias a que dio lugar su presentación en la república médica, y la manera que tuvo de arreglarse para ejercer la homeopatía en su primer época, cuando también cuenta la crónica, que no se hallaba autorizado para desempeñar misión tan importante.

No intentaremos tampoco inquirir las verdaderas causas de aquella famosa votación del año 45, que le elevó a la presidencia de una sociedad homeopática que cualquiera que fuera su verdadera importancia, al fin y al cabo estaba formada por médicos, entre los cuales se contaban algunos de reconocida ilustración.

Tampoco diremos nada sobre su reelección en el año 47, ni sobre su renuncia espontánea, a la cual se dice se opusieron los doctores Torrecilla, Pardo, y Fernández del Río.

Al llegar a esta fecha, desque data la entrada del Sr. Lartiga en aquella sociedad, ya nos vemos obligados a decir algo por nuestra parte.

Cierto, muy cierto es, que en la relación histórica de una erisipela tratada, curada y publicada por el Sr. Lartiga, se leen entre otros los párrafos que transcribe el articulista. El Sr. Lartiga, que a la sazón no contaba todavía un año de práctica, pero que conocía ya las teorías homeopáticas desde los primeros años de su carrera, porque las habla leído con particular predilección, empezó a ensayar los agentes infinitesimales en afecciones ligeras, que consiguió curar, y habiendo tratado después algunas otras graves, de las cuales también consiguió curar alguna, se declaró ardiente partidario de la doctrina de los semejantes. Por esta época, solicitó en efecto el ingreso en la única sociedad que existía, que era la hanemaniana matritense, y presentó juntamente con su solicitud la historia referida; obtuvo el nombramiento de socio supernumerario por unanimidad, y muy poco tiempo después escribió y presentó una memoria aspirando al puesto de socio de número, memoria que después de leída en plena sesión fue aprobada por todos los socios y admitido también por unanimidad como socio de número. Algún tiempo después el Sr. Lartiga se separaba de aquella corporación por no hallarse conforme con la marcha que seguía.

Lo primero que se ocurrirá a nuestros lectores después de lo que acabamos de exponer, será sin duda la contradicción que aparece entre aquellas unánimes votaciones aprobando los trabajos homeopáticos del Sr. Lartiga, neófito todavía, admitiéndolo por unanimidad en su seno, confiriéndole un cargo en la junta directiva, nombrándole redactor de los Anales, órgano oficial de la sociedad, y lo que se dice y se declara hoy por los hombres de esa sociedad y de esos Anales respecto de la persona del Sr. Lartiga, que al fin y al cabo lleva más de nueve años de práctica homeopática, y de una práctica que podrá no ser feliz, pero que ellos saben muy bien que ha sido y es lo bastante extensa para que pueda haber adelantado algo por muy limitada inteligencia que posea.

Por entonces el Sr. Lartiga, con razón o sin ella, pasaba entre sus compañeros de sociedad por un muchacho de mucho provecho, y su presidente lo declaró más de una vez espontáneamente. Pero lo que va de ayer a hoy...

Hoy ya el Sr. Lartiga, es ignorante, vulgar, inexperto, inconsecuente, inhábil, y sobre todo, y este es su pecado capital, no tiene la humildad que debería tener para con el hombre, que en sus arranques de modestia se intitula jefe y maestro de todos los homeópatas españoles.

A todo esto solo contestaremos, que ni el país ni la educación, ni los hábitos, ni el carácter, ni el temperamento, ni la voluntad del señor Lartiga, pueden inspirarle ese sentimiento de humildad que se desea; y que si fuera susceptible de abrigar en su pecho sentimiento tan poco noble, nunca, jamás sería tratándose de un hombre de la vanidad y altanería que caracterizan tan especialmente al señor Núñez.

Este hombre, que cualquiera que fuera su importancia homeopática, la perdería completamente para con las personas sensatas por ese orgullo sin igual de que se halla poseído, porque por lo mismo que la modestia es compañera inseparable de la sabiduría, el orgullo es el atributo esencial de la ignorancia, ha sido y es por otra parte altamente funesto a los verdaderos intereses de la homeopatía: él ha sido y sigue siendo el obstáculo invencible para la unión de todos los homeópatas; este hermoso pensamiento, que más de una vez se ha intentado realizar por un gran número de profesores de esta corte y que llevado a cabo hubiera dado brillantes resultados para el afianzamiento y progreso de la doctrina hanemaniana, ha encontrado siempre un enemigo, aunque diplomático y encubierto, en el Sr. Núñez. Este hombre, por más que se diga lo contrario por él y sus defensores, ha sido siempre la manzana de la discordia entre los homeópatas de la corte. No solo fue un obstáculo como hemos dicho para realizar la unión tan apetecida, sino que todos los miembros de esa sociedad hanemaniana tan decantada, con muy ligeras excepciones, fueron separándose sucesivamente; y entre los miembros disidentes se cuentan sin disputa la mayor parte de los homeópatas más aventajados de la capital de España. ¿Cómo explicar estos hechos auténticos? No fue solo el Sr. Lartiga el que se alejó del seno de esa corporación, protestando contra su marcha y tendencias conocidas, lo fueron igualmente los conocidos doctores Torrecilla, Pardo, Suarez, Tejero, Fernández del Río, &c., &c., y todos ellos han declarado pública y privadamente que la persona del Sr. Núñez era incompatible con la reconciliación de los homeópatas y con el verdadero engrandecimiento de la homeopatía.

Cumple a nuestro propósito, antes de dejar la pluma, declarar que en las convicciones del Sr. Lartiga no se ha operado cambio de ninguna especie, como ha pretendido demostrar el articulista, que sus ideas médicas del año 47, eran sus mismas ideas del año 56, creía entonces como cree ahora, que la doctrina homeopática es la verdadera ciencia de curar, pero que esta doctrina es y no puede dejar de ser hija legitima de la medicina de los siglos, de la medicina de Hipócrates, de Stal, de Haller, de Vanhelmont, de Baglivio &c. &c., en cuyas preciosas y purísimas fuentes bebió el padre de la homeopatía, y en donde adquirió todo aquel inmenso caudal de conocimientos médicos que prepararon su entendimiento de gigante, para encontrar más tarde nuevos principios médicos, y para perfeccionar también otros que pertenecían de derecho a esa ciencia madre, que engendró a Hahnemann como nos ha engendrado a todos los médicos.

Quede, pues, consignado de ahora para siempre, que la Década Homeopática, representante de una academia homeopática y defensora y propagadora de las verdades de la escuela hanemaniana, declara solemnemente que esta doctrina y esta escuela, que tiene sus condiciones de propia existencia, y que en el tratamiento de las dolencias humanas, no acepta ni transige con las prácticas alopáticas médicas, aunque sí con algunas quirúrgicas, que son una y otra repetimos, hijas y compañeras de la madre ciencia; de la medicina de los siglos; y que caben por lo tanto, y pueden acogerse en su seno, cuantos profesores de buena fe, quieran acercarse, ora sea para aprender, ora para practicar en todo o en parte la homeopatía, con arreglo a sus conocimientos y convicciones. Quede igualmente consignado que la mayoría de médicos homeópatas de Madrid, no se halla ciertamente en esa_sociedad y en ese periódico del señor Núñez, sino que por el contrario ha protestado más o menos explícitamente contra ese cuerpo científico por la especialidad de su organización y por las anómalas condiciones de su existencia; ni una ni otras pueden satisfacer las verdaderas necesidades de la homeopatía, ni los deseos y legítimas aspiraciones de los leales partidarios de Samuel Hahnemann. Quede asimismo consignado, que para la Década y los hombres que representa este periódico médico, no solo no tiene el señor Núñez la importancia que asimismo se da, no solo le negamos el pomposo título de maestro y jefe con que quiere aparecer ante el público, sino que creemos se halla muy distante de valer lo que valen otros muchos médicos de los que ejercen la homeopatía en esta corte. Es menester decirlo de una vez, para que la sociedad no esté engañada por más tiempo; el Sr. Núñez es un hombre de buen talento, es sobre todo una persona de buena sociedad, es también lo que se dice vulgarmente, un hombre diplomático y a estas cualidades que le distinguen es a lo que ha debido su importancia homeopática; pero el Sr. Núñez, a quien tampoco negamos triunfos homeopáticos, como los han alcanzado otros muchos, ha sufrido descalabros terribles, cuyas funestas consecuencias duran todavía entre una gran parte del público. Estos descalabros han sido de un carácter especial, debidos sin duda ninguna a su falta de conocimientos en los diversos ramos de las ciencias médicas, conocimientos que no se adquieren de manera ninguna con ese talento y esa diplomacia, sino que es indispensable asistir durante muchos días, meses y años a las cátedras, a las clínicas, a los anfiteatros.

Creemos haber dicho por hoy lo bastante para que el público pueda haber comprendido el género de importancia del Sr. Núñez, y lo distante que se halla este señor de merecer la calificación de jefe de los homeópatas españoles, con que él y algunos de sus fieles adeptos se han querido presentar ante médicos y profanos.


Terminaré la enojosísima tarea que empecé en el número 85 de la Decada, con el único objeto de recordar algunos hechos de la historia homeopática contemporánea en España, asunto de que estaba ajeno de ocuparme, pero que palabras inveraces que estampan los Anales, me han impulsado a contestarlas bien a pesar mío, pues harto hay que hacer con la continua lucha de nuestros adversarios, sin que por desgracia haya que distraerse también con los propios.

Hace unos años, un periódico homeopático francés publicó un artículo sobre la homeopatía en España, altamente injurioso para algunos médicos homeópatas de Madrid, artículo remitido desde esta capital, en el que se dice con pasmosa audacia, que formada la sociedad Hahnemaniana de Madrid a instancia del Sr. Núñez, y superando los obstáculos que surgieron para mantener la armonía entre los homeópatas, triunfa en fin, excluyendo de la sociedad algunos legos o profanos (laiques) que habían hecho más mal que bien a la homeopatía con su adhesión.

Es imposible faltar a la verdad con más audacia y malicia. ¿Quiénes fueron los legos o profanos que se dice fueron expulsados? Los profesores en medicina, y cirugía y farmacia D. José Sebastián Coll, D. Pío Hernández, D. Pedro López, D. Ricardo López Arcilla y D. Ramón Castillo. La salida de la sociedad de los cincos legos, ya la dejamos apuntada en el artículo anterior, y no reconoció más causa que el parecer indecoroso alternar por más tiempo con un presidente por votación calculada. Respecto a lo de legos hay una verdad y un error, puesto que de los cinco, ninguno reunimos la circunstancia de estar ordenados ni aun de prima tonsura, mientras que el Sr. Núñez lo está de epístola, según dicen; los cinco ejercemos legítimamente la profesión, menos uno, el Dr. Coll, porque ya descansa en paz; el señor Núñez, también la ejerce, pero su legitimidad está muy fundadamente disputada. Aquí se nos ocurre una pregunta: ¿es verdad que en el año 44, es decir, uno antes de su protestada incorporación en el gremio médico, pidió una certificación para que se le abonaran seis años de práctica médica en los hospitales del ejército de D. Carlos, y que se le negó, o no obtuvo, que es lo mismo, porque pedía una cosa a todas luces injusta?

Mi deseo en concluir cuestión tan enojosa, me hace pasar por alto, algunas consideraciones que no carecen de importancia, pero que de seguro no terminaría en este artículo y me he propuesto lo contrario. Proseguiré pues. He dicho ya en otra ocasión que el Sr. Núñez es la manzana de la discordia y la causa que impide la unión tan necesaria de los homeópatas, y al efecto voy a presentar dos hechos en corroboración. Dos ocasiones solemnes se han presentado para la tan apetecida reunión; una hace ya seis años en que reunidos sobre treinta homeópatas en el salón donde celebraba sus sesiones la Academia de Jurisprudencia, y en la cual pequé de crédulo, pues juzgué se haría algo, pero desgraciadamente nada resultó, porque veía el homeópata hábil que se le marchaba la presidencia, y esto no debió sentarle bien y por consiguiente fracasó la tentativa, porqué los entonces Hahnemanianos, se retiraron con su jefe y maestro.

Hace tres años, con motivo de celebrar el aniversario del inmortal Hahnemann, hubo un suntuoso banquete en la fonda de Lhardi, al que asistí porque se me invitó. Cuando se empezó a tratar el interesante punto de la reunión de los homeópatas, decía para mí, es imposible, pero veamos. Estuve con una atención constante a todo lo que se decía por cada homeópata (éramos de 28 a 30). Fui el último que habló sobre el asunto y recuerdo como si lo tuviera en notas taquigráficas que expresé con la franqueza que me es propia lo siguiente: «que si bien convenía como era natural en la necesidad y conveniencia para bien de la doctrina, de la unión de todos los homeópatas, en un centro común, en una sociedad nueva, esta no podía formarse mientras que la Hahnemaniana matritense, imitando a los que pertenecimos al Instituto homeopático, no olvidase su historia, su nombre, el de su periódico oficial, en una palabra, mientras que no se realizase lo que en París, que tanto la Sociedad homeopática, como la Hahnemaniana; se refundieron tan instantáneamente como se anunció la palabra Union, y resultó la actualmente existente con la denominación de Sociedad Galicana de medicina homeopática.» Conocí que a algunos no agradó mi pensamiento y aun hubo uno que dio muestras poco prudentes de despecho.

A los pocos días se me citó para concurrir a casa del Sr. Aróstegui a fin de continuar el asunto pendiente, y no asistí porque no solo creía imposible se realizase la fusión, sino porque no quería servir de obstáculo, y esperé a saber el resultado para mi previsto; así fue. ¿Saben mis lectores, cual fue la causa del resultado negativo de esta reunión? La presidencia. Siempre, pues, que el Sr. Núñez se vea en evidencia, siempre que el cargo de Presidente se haya de sujetar a votación libre, tengan entendido que procurará rehuirla, porque sabe que su derrota es inevitable; porque no tiene en Madrid más que cuatro o cinco que le siguen sumisos, a no ser que para su dicha ocurriese otra votación tan mañosamente preparada como la del año 45.

¿Qué ha pasado, pues, en esa Sociedad hanhnemaniana de que es presidente perpetuo el Sr. Núñez, que hubieron de abandonarle después sus más apasionados defensores? Aquí enmudece el historiador porque carece de datos, y los que tiene son confidenciales y ni debe ni puede hacer uso de ellos.

Reasumiendo, pues, y dirigiéndome más especialmente a los homeópatas de provincias, no puedo menos de manifestarles que mediten sobre lo expuesto y verán cómo es fundado mi desvío y el de la redacción y Academia homeopática a la persona del señor Núñez considerada tan solo como médico, como homeópata, pues como caballero, ni apenas le conozco ni he tenido trato nunca para tenerle aversión o simpatía. Que si se desea de veras y si se quiere una verdadera unión de los médicos homeópatas, es preciso separar al que ahora es presidente de la hahnemaniana; solo así será dable se acallen nuestras rencillas, y progrese la homeopatía, y se extienda más y más la propaganda. Un medio sencillo habría para cualquiera otro que no fuera el Sr. Núñez; este medio era una abnegación (que no es de esperar) de esa aura de que ha necesitado para elevarse a donde no merecía, máxime habiendo profesores posicionados a quienes corresponde, pero que como dicen muy bien se rebajarían en ser presididos en medicina por el homeópata de quien me ocupo.

Elegid pues apreciables correligionarios; o se perpetúa la desunión con notabilísimo perjuicio de la doctrina, o si obráis con franqueza y decisión aun puede realizarse la tan urgente como indispensable Unión.

Sea la Academia homeopática española el centro a que os agrupéis y su periódico oficial la Década el medio de expresión de vuestras observaciones científicas y prácticas; y sí juzgareis conveniente para lograr la fraternidad, que debe hacerse alguna reforma; en su nombre, en sus estatutos, o en su periódico, expresando, que por mí parte lo sostendré y abrigo la convicción de que mis dignos compañeros aprobarán mí iniciativa.

P. H.

Rectificación. Amantes de la verdad y para evitar interpretaciones inútiles, diremos que se nos ha manifestado hemos padecido una equivocación al sentar en el número anterior que el Sr. Núñez permaneciese en la Corte de D. Carlos hasta el año 39, pues precisamente en mayo del 38 llegó a Estella de acompañante del Sr. Marqués de Villaverde, y solo permaneció dos o tres meses al cabo de los que salió para ir a Montpellier donde a poco murió el Sr. Marqués. Aun cuando ningún beneficio le resulta al Sr. Núñez de esta rectificación, la verdad en su lugar.