Revista Ibérica
Madrid, 15 de febrero de 1862
Tomo II, número III
páginas 153-161

Francisco Fernández González

Lo sublime y lo cómico
Estudio sobre la metafísica de lo bello

Dedicado mi respetable maestro
D. Isaac Núñez de Arenas

En el examen de la idea de lo bello, punto central de la metafísica de la hermosura, no menos que en el de los conceptos fundamentales que la determinan, así como en la consideración de la impresión subjetiva de cuanto es hermoso, se estudia la unidad de la belleza, la esencia análoga general, que concibe la imaginación artística en las nobles obras de la naturaleza, del genio y en Dios, con distinción de grados, de formas y determinaciones, aunque sin estudiar todavía el efecto de estas variedades, fijada la consideración principalmente en la esencia común de la belleza o en la afirmación semejante que resulta de la universalidad del concepto.

La belleza finita, sin embargo, que contemplamos en el mundo, antes de mostrarse a la consideración de la ciencia en seres individuales limitados en la naturaleza, en el espíritu y en el arte, sobre las particulares especies de belleza [154] física, psicológica y artística, está sometida a la ley de dos categorías fundamentales que se reproducen en cada género de belleza particular, categorías, que determinables por la experiencia se deducen en metafísica con método rigurosísimo.

Sobre estas categorías o modalidades generales de la belleza, es mi propósito exponer algunas reflexiones, siguiendo el movimiento progresivo do los estudios estéticos en la parte que aparece más legítimamente justificada.

Derivación dialéctica de lo sublime y de lo cómico

En el mundo inteligible de la conciencia humana, toda unidad que no aparezca como un postulado imposible o una fórmula vacía de sentido, envuelve en sí la posibilidad de la distinción, diversidad y aun oposición relativa de términos, oposición que se resuelve en un sistema de contradicciones parciales y reciprocas, bajo la forma general del tiempo o la manifestación finita de los seres reales, en el campo de la realidad existente. De esta manera la unidad del yo personal humano, que envuelve en sí la oposición del cuerpo y del alma, dominándola durante la vida, encierra dos elementos recíprocamente contradictorios por cuanto el elemento espiritual de suyo, en cuanto opuesto o diferente{1} del corpóreo, contraria parte de la esencia del yo en cuya unidad se muestran reunidos el elemento corporal con el espiritual, y recíprocamente el elemento corpóreo contradice la esencia del [155] yo compuesta del cuerpo y del espíritu, sin que en esto se ofrezca oposición absoluta del espíritu y del cuerpo, lo cual produciría muerte{2}.

Supuesta la necesaria unidad que sirve como de punto de partida al movimiento de oposición de los elementos de las cosas, la variedad se desenvuelve históricamente en acciones sucesivas de los elementos, cuyo desarrollo contradictorio es la fórmula de la vitalidad. En este desarrollo cabe predominio de los elementos opuestos sin destruir la esencia una.

Desde luego se ofrece el mundo en su totalidad inmensa como unidad que muestra históricamente un contenido opositivo y diverso, desarrollándose por un sistema de afirmaciones y negaciones de que resulta su historia. Igualmente cada círculo particular de existencias repite en sí la tendencia de la unidad a moverse por la contradicción; lo mismo acontece con lo bello.

Concebida la belleza, según nuestra teoría, como un espejo de la esencia superior del mundo, espejo intelectivo humano, donde se perciben unidades y relaciones que en la inmensa realidad del mundo quedan desapercibidas, si este espejo ha de ser un verdadero microcosmo, debe reproducir en sí a la manera del mundo lucha y oposición, si quier la forma común y prosaica del mundo señale perturbaciones [156] dolorosas, como efecto de la lucha, mientras las variedades y oposiciones de lo bello no deben desterrar la primitiva armonía, como no se rompe el cristal de un espejo por la diversidad de sombras. En la unidad de lo bello no cabe variedad, que aunque aparente contradicción de su esencia, no afirme primitivamente lo hermoso, ni esto es posible sin la variedad interior de sus elementos. Así sucede con las oposiciones capitales de belleza que llamamos sublime y cómico, designaciones que utilizaremos en nuestra deducción, porque ciertamente las modalidades que en la expresión vulgar se indican con estos nombres al entrar en el terreno iluminado por la fantasía, muestran la esencia común de lo bello. A pesar de la arrogancia de las teorías naturalistas y prosaicas, lo feo como feo, feamente presentado, nunca será sublime estético ni lo grosero como grosero cómico artístico. Lo sublime y lo cómico que estudia la estética, han de estar por tanto en el terreno general de lo bello según la ley de la metafísica, de la imaginación y del arte.

Esta íntima unión existente entre lo bello sencillo, lo sublime y lo cómico en la esfera de la contemplación artística, no ha sido reconocida cual debiera en épocas anteriores históricas.

Ciertamente en los preciosos fragmentos de poética que corren con la autoridad de Aristóteles, y que parecen una parte exigua de un vasto estudio doctrinal sobre las bellas artes, se habla ya con cierta unidad de miras de lo sublime, de lo cómico y de lo bello, aunque sin presentar estos conceptos en rigurosa deducción metafísica.

Tampoco se encuentra tal deducción en el retórico Longino que separa lo sublime de lo bello en su tratado περί ύψεως. No debe causar admiración que falte completamente en los [157] tratadistas de la época del renacimiento, que al resucitar el canon de belleza de los antiguos, no se atrevieron a incluir lo sublime en el campo de sus consideraciones.

Dados estos antecedentes, ofrece un verdadero adelanto el interesante libro de Burke, sobre el origen del sentimiento de lo bello y de lo sublime, reuniendo ambas teorías con un ensayo de derivación sistemática. Por lo demás, relacionando dichos sentimientos con dos instintos humanos, la satisfacción propia y la conservación del individuo, incurre en los defectos de una derivación mecánica sensualista e insuficiente.

Kant que sigue con frecuencia a Burke en las indicaciones prácticas, aunque ajustándolas a los principios de su filosofía, declara bajo su consideración subjetiva y sus categorías mal determinadas, que lo bello muestra un concepto del entendimiento (la finalidad), mientras lo sublime un concepto de razón (la libertad), distinción defectuosa, toda vez que la finalidad interna, la única que puede decirse de lo bello, es concepto de razón, sin parar apenas la consideración en lo cómico, que parece concebir como inferior a lo bello en el terreno de lo agradable. Hegel en el curso de sus lecciones no ha hecho aplicación de su teoría de la idea a estas formas de hermosura separando su estudio en diferentes partes del sistema.

Pertenece a Gregorio Teodoro Vischer, el gran organizador moderno de la estética, la gloria de haber mostrado la primera derivación sistemática de lo sublime y de lo cómico, como momentos interiores de la hermosura en sus tratados Sobre lo sublime y lo cómico y Metafísica de lo bello.

Ya antes de la aparición del primer trabajo de este autor había hablado Weisse de ambas formas opuestas como de momentos dentro de lo bello; pero Weisse no permanece fiel [158] a sus principios, antes coloca después de lo bello lo sublime, no como una evolución en lo hermoso, sí cual un movimiento superior a lo bello en la esfera de lo bueno y de lo divino, en que lo bello le sirve de punto de partida. En defecto inverso incurren Solger y Ruge que colocan lo sublime, no fuera y después de lo bello, sino antes y en su camino en el concepto de sus lógicas anticipaciones.

Según Solger, lo sublime es belleza en potencia presentada en los momentos de las oposiciones y relaciones que preceden a la realidad de lo bello. Es la idea luchando por conquistar forma. Para confirmar esta opinión ofrece ejemplos en que parece preceder la actividad de la idea a la armonía de la forma. Muestra cómo grandes revoluciones cómicas han debido preceder a la forma actual de nuestro planeta, como los pueblos han sido guerreros antes que ilustrados, que el arte en fin sublime de los indios antecede al de la belleza clásica de los griegos, ejemplos en ninguna manera concluyentes, pues hecha abstracción de la contemplación de la fantasía artística que atribuye a dichas revoluciones cómicas y a la guerra condiciones de belleza de que carecen en su forma particular aislada, no se concibe sublimidad semejante.

Por el contrario la razón se explica sencillamente cómo el primer pueblo que realiza en general la belleza en el arte, el pueblo griego, sea también el introductor de la verdadera forma de lo sublime.

Esto no estorba la posibilidad de un sublime particular en el pueblo indio y en otros, en relación con las bellezas especiales, que realizara su cultura.

Ruge considerando la cuestión únicamente bajo el concepto artístico, supone, a semejanza de Solger, que de la contemplación de lo sublime y de lo cómico en el dominio de la [159] fantasía, se eleva el arte a la producción de lo bello, como si lo bello no fuese reconocido antes por la fantasía igualmente en contemplación. Concibe además lo sublime, lo cómico y lo bello en el sentido ético o moral, a la manera de una elevación a lo bueno, una caída y una segunda elevación de la caída, en la cual la fuerza espiritual es trabajada, por decirlo así, para el acto de la belleza.

El mismo autor llama sublimidad la elevación en lucha del espíritu finito a lo eterno bajo las formas de libertad, devoción, iluminación, entusiasmo y otras semejantes.

Hay ocasiones, sin embargo, en que parece muy próximo, a nuestro modo de concebir, como cuando dice (Neue Vorschule der Aesthetik, pág. 71) que «la sublimidad es sublimidad estética», lo que hace suponer ya el concepto estético de la belleza, presentando asimismo (pág. 63 y 64) lo sublime y lo cómico como formas opuestas de la belleza sencilla, y a la manera que lo hemos hecho nosotros como variedad en lo bello; si bien con forma contradictoria más marcada, señalando lucha abierta en los momentos de la unidad viva del todo, como verdadera oposición en lo bello, lo cual envuelve ciertamente algunas equivocaciones.

En la exposición de estas formas de lo bello, así Weisse como Ruge, proceden subjetivamente haciendo intervenir la fantasía en el concepto de creadora de lo bello, considerando la belleza el primero como el reconocimiento de la conciencia de lo general, que se adhiere a la fantasía, y el segundo como el espíritu que se eleva a la libertad; mas nosotros sin negar el valor subjetivo de la fantasía, que penetra los objetos en su contemplación, como segunda naturaleza, atendiendo a la mayor sencillez y partiendo de la resolución del dualismo entre el subjeto y objeto, consideraremos, no [160] obstante, estas oposiciones, en la forma con que nos aparecen en una deducción puramente objetiva.

Bien considerado, nuestra deducción es menos complicada en cuanto trata de un mundo en lugar de dos, procediendo de condiciones objetivas, que nuestro espíritu reconoce; por lo demás en la concepción del mundo va envuelta la subjetividad, mayormente dado el paralelismo de ambos mundos, concibiéndose igualmente el tránsito de lo bello a lo sublime y lo cómico, por la elevación de la esencia o la idea en las cosas, fenómeno que en lo subjetivo ocasiona la fantasía.

Por otra parte como la base de la consideración subjetiva es la contemplación universal humana que tiene casi valor objetivo, el valor de estas consideraciones objetivas se explica naturalmente en la metafísica, cuyas leyes alcanzan también a la esfera estética. En este modo de consideración no introducimos innovación considerable, pues el alma que es asimismo inseparable del espíritu, que la estudia, se concibe objetivamente y con valor general en la psicología, porque tal es la forma de la ciencia.

Metafísicamente aunque la forma es inseparable de la esencia, vive sólo en virtud de esta que la eleva e ilumina, de aquí que la esencia revelándose a través de su envoltura, puede hacer valer sus derechos, mostrando ser más que ella y en cierta manera ilimitada.

Así la esencia y exigencias de la corteza corpórea, que es la forma que anuncia un ser racional, son contradichas por el individuo que entra en uso de razón, y distinguiendo su interioridad de ella la manda y dirige.

De este modo apareciendo fundidas en la unidad de la belleza la esencia y la forma, siendo la esencia el elemento [161] más vital y sustantivo, toda vez que debe aparecer la contraposición en lo hermoso, se comprende que parta primitivamente de ella, y con efecto al arrancarse a la limitación de la forma y contraponer su ilimitación, nace la primera contradicción en lo bello señalada por lo sublime.

Francisco Fernández González

——

{1} La diferencia es siempre una oposición parcial; porque afirma o niega algo de lo que difiere relativamente a la cosa con que se compara, y el y el no, la afirmación y la negación, son fórmulas constantes de la contradicción absoluta y relativa.

{2} Las fórmulas dialécticas de estas oposiciones son tales: Cuerpo humano vivo es Yo u Hombre, Espíritu humano es Yo u Hombre; idénticas en la forma a estas: Lo vegetal es orgánico, lo animal es orgánico. Convertidas dichas proposiciones dan: Alguna parte del Yo es cuerpo, no todo el Yo es cuerpo, Yo mayor que cuerpo. Alguna parte del Yo es Espíritu, no todo el Yo es espíritu, Yo mayor que Espíritu, &c. Yo como cuerpo y Espíritu es contradicho y negado por cuerpo en el elemento del Espíritu, y afirmado en el de cuerpo. El cuerpo vindica para sí en el hombre una parte de esencia, que niega y opone al Espíritu y viceversa.

< >

www.filosofia.org Proyecto Filosofía en español
© 2007 www.filosofia.org
Revista Ibérica 1860-1869
Hemeroteca