Filosofía en español 
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[ Sobre Carlos Marx y la Internacional ]

Cartas de Francia

París 16 de agosto

No; no me cansaré de dar la voz de alarma a mis lectores, al gobierno, a las clases conservadoras, a todos aquellos, en fin, a quienes por interés o por deber compete el servir de escudo a la sociedad y el combatir a sus enemigos.

La Internacional, más poderosa, más audaz, más agresiva y más salvaje hoy que ayer, nos amenaza con nuevos y más brutales cataclismos para mañana.

En vano es que la instrucción de Versalles, hecha con una negligencia y una vulgaridad realmente prodigiosas, no arroje luz ninguna sobre la injerencia pérfida e infame de la asociación del proletariado en los crímenes de la Commune parisiense; inútil que la mayoría de los acusados, a quienes sirve de pedestal más que de tribunal el tercer consejo de guerra, renieguen la calidad de miembros de la sociedad y no digan nada sobre su acción en el período insurreccional; ocioso es que, con vergüenza de la dignidad social, un ministro, el plañidero Jules Simón, haya revestido a los ojos de algunos cándidos de cierta apariencia de mansedumbre los fines y doctrinas de La Internacional, en el mero hecho de estar un miembro del Gabinete convicto y confeso de pertenecer a esta legión tenebrosa.

La verdad no está por eso menos patente.

Y esta verdad es que entre La Internacional y la sociedad hay un duelo a muerte, duelo a la americana, en que la astucia, la sorpresa y el arte son de cierta aplicación, en que las leyes de la caballería y del honor, tal cual las entienden los pueblos cultos están proscritas, y en que sólo se trata de matar o ser muerto to be or not to be.

Si la sociedad se descuida, si fiada en su fuerza, en su derecho, usa de generosidad y desdeña la represión ¡ay de la sociedad!

El repugnante monstruo que la acecha la asesinará fríamente, es cosa fatal y decidida.

Y para que se vea que no declamamos; para que el lector se persuada de que en efecto el peligro es inminente e inmenso, el odio inextinguible y la guerra feroz, perenne y sin cuartel, no a datos procedentes ni de nuestra propia observación, ni de nuestras personales investigaciones, ni tampoco de las de ninguna persona interesada en patentizar lo abominable de las doctrinas y acciones de La Internacional, recurriremos para evidenciar el fundamento de nuestras alarmas y acusaciones, sino a los últimos documentos oficiales que acaba de dar a luz, con singular y nunca vista osadía, la misma asociación.

Estos documentos, coleccionados bajo el título de La guerra civil en Francia. Mensaje del Comité general de la Asociación Internacional de trabajadores, acaban de darse a la estampa en Londres en casa de Edward Truelove, 256, High-Holborn.

Firman el peregrino informe de que me ocupo, extensa Memoria relativa a la insurrección de París y otras ciudades francesas, Karl Marx, por la Alemania; Eugene Dupont, por la Francia, y, sucesivamente cada uno de los secretarios-corresponsales que la odiosa sociedad tiene acreditados como otros tantos embajadores en los diversos países de Europa.

No es dable reasumir en una correspondencia este voluminoso tejido de calumnias y amenazas en que los hechos más notorios se desfiguran con inusitado atrevimiento y con un cinismo tal, que claramente revela escriben sus autores para brutos fanáticos, incapaces por su aislamiento y falta de criterio de apreciar, a pesar de la enormidad de la invención, lo falso de los informes.

No obstante, para que nuestros lectores juzguen del espíritu que anima la Memoria de que me ocupo, Memoria que es a la vez una apología del pasado y un programa del porvenir de la Commune, citaré muy ligeramente algunos pasajes. Principiaré por el que se refiere al incendio de París, que el comité de la Internacional no titubea en confesar fue obra suya.

«¿De qué se quejan? Dice la Memoria hablando de estos crímenes; ¿no estaban prevenidos? La Commune había anunciado públicamente con mucha anticipación, que haría de París un segundo Moscow… Si los actos de los trabajadores de París son vandálicos, es el vandalismo de la desesperación, no el vandalismo del triunfo, tal cual los cristianos lo han ejercido sobre los inestimables tesoros de la antigüedad.»

Y más adelante, hablando de los asesinatos de los rehenes, la audacia y la paradoja son aún más extremadas.

El verdadero asesino del arzobispo Darboy, dicen los jefes de La Internacional, es Thiers. Thiers rehusó hacer un canje con Blanqui. Thiers sabía que Blanqui daría a la Commune una cabeza, mientras que el arzobispo serviría sus designios, aun cuando no fuera sino un cadáver.

Pero no son estos sofismas los que más deben preocupar en este Memorándum de los pieles-rojas del proletariado; lo más importante de él es la conclusión.

No cabe lanzar más categórico desafío al orden de cosas establecido.

«Después de la Pascua de Pentecostés de 1871 no puede haber paz ni tregua entre los trabajadores de Francia y los que se apropian sus productos.»

Este se apropian sus productos, es una obra maestra de audacia y calumnia. La sociedad entera está representada por esta metáfora, y sería muy pueril suponer que para protegerla sean suficientes leyes como la que acaba de presentarse a la discusión de la Asamblea por Mr. Thiers, y que dice así:

«Proyecto de Ley.

El presidente del Consejo, jefe del poder ejecutivo de la república francesa, propone a la Asamblea nacional el proyecto de ley siguiente:

Artículo 1.º Todo francés que después de la promulgación de la presente ley se afilie o permanezca afiliado a la Asociación Internacional de los trabajadores o a cualquiera otra Asociación internacional, sea pública o privada, que profese las mismas doctrinas y tenga el mismo fin, será castigado con prisión de dos meses a dos años y con multa de 50 a 1.000 francos. Además será privado de todos los derechos cívicos, civiles y de familia enumerados en el art. 42 del Código penal.

Podrá ser sometido a la vigilancia de la alta policía por cinco años, sin perjuicio de las penas más graves aplicables conforme con el Código penal, a los crímenes o delitos de que los miembros de estas asociaciones se hayan hecho culpables como autores principales o como cómplices.

Art. 2.º Será castigado con las mismas penas y despojado de pleno derecho de la calidad de francés, cualquiera que por uno de los medios enunciados en el art. 1.º de la ley de 17 de mayo de 1810 haya excitado a los habitantes de una parte del territorio francés a sustraerse a la Asamblea nacional, sea anexionándose a un Estado vecino, sea constituyéndose en Estado independiente, sin perjuicio de las penas más fuertes en que hayan incurrido con arreglo a los artículos 81 y siguientes del Código penal.

Art. 3.º El art. 463 del Código penal podrá ser aplicado en cuanto a las penas de prisión y multa pronunciadas por los artículos precedentes.»

Es, pues, preciso que la sociedad por sí misma se defienda, haciendo cada ciudadano su política propia contra estas fieras lanzadas en delirio contra todo lo que posee. Si los hombres que tienen que conservar algo, trabajo, propiedad o familia, no se arman en cruzada social contra estos salvajes, el mundo está llamado a presenciar en breve escenas atroces y colisiones sangrientas.