La Época
Madrid, viernes 27 de julio de 1906
 
número 20.094
página 1

Crónicas contemporáneas

Alrededor del periodismo

En un libro titulado El histrionismo español, su autor, D. Eloy Luis André, siguiendo las huellas de Unamuno, aunque sin el vigor de pensamiento del rector de la Universidad salmantina, la emprende, pluma en ristre, contra todo lo que existe en España, haciendo de ello crítica acre, negativa y biliosa.

Quien sale peor librado del rasguear de pluma del Sr. André es el periodismo. Según él, con los fracasados de la Universidad y con los audaces de la vida se forma generalmente nuestro periodismo; viven los periodistas de un salario miserable, «ganando menos que un regular albañil o carpintero; fisiológicamente, existen de milagro; económicamente, del sable, e intelectualmenta, del saqueo». Con esta ducha «de agua de manantial alumbrado en las profundidades de su alma» (sic), flagela el bueno del Sr. André el asendereado periodismo español, verdadera cabeza de turco sobre la cual suelen descargar sus golpes el despecho, la envidia, la pedantería y la ignorancia.

Y no quiere esto decir que la Prensa no merezca censuras; mas para formularlas y aplicarlas con justicia, es menester estudiar el periodismo desapasionadamente, no haciéndole cargar con culpas que no son de él, ni humillándole con desdenes que no merece.

* * *

Asegura el Sr. André –el cual, a juzgar por cierta afectación hermogeniana de su estilo, tiene todavía en los labios la leche universitaria– que el periodismo se recluta entre los fracasados de la Universidad. La afirmación es falsa. En nuestras Universidades no hay nadie que fracase. ¿Quién, en España, si se lo propone, así sea su cabeza un marmolillo, no se adorna con el título de licenciado o la borla de doctor? Precisamente uno de los graves defectos de la Universidad es que en ella pasa todo género de peces... Hay coladeras para todos los tamaños. Del valor de los estudios universitarios dio idea Unamuno en un discurso leído en ocasión solemne, en el cual decía el ilustre profesor salmantino, sobre poco más ó menos, «que los alumnos sacarían más provecho yendo al campo a cazar grillos, que asistiendo a las aulas universitarias».

Y aquí viene como anillo al dedo lo que D. Miguel S. Oliver escribe en uno de sus notabilísimos artículos, publicado en su libro Entre dos Españas. Dice así el Sr. Oliver: «Nuestra enseñanza oficial, abrazada a una rutina, no acaba de convertirse a su inconfundible y específica función: determinar en el alumno el espíritu de investigación e interesarle en la obra científica como a un colaborador de ella. Por el contrario, suele limitarse a un trasiego mecánico de conocimientos desde la cabeza del profesor a la cabeza del discípulo, como se trasiega un liquido desde una vasija inerte a otra vasija inerte, y faltando de ordinario aquella sugestión, aquel elemento dinámico y activo que hace que los conocimientos se asimilen y combinen con la propia substancia, haciéndose definitivamente personales».

Si esto es así, como yo creo que lo es, fracasar en la Universidad sería un título de gloria, sería abjurar de un sistema de enseñanza rutinario y estéril. Cuenta Daudet que, a raíz de la guerra franco-prusiana, se constituyó en París un cenáculo, en el que no se admitía a nadie que no hubiera fracasado en el teatro. De aquel cenáculo salieron los hombres más ilustres de la literatura francesa en el último tercio del siglo XIX. No estaría de más aquí formar otra asociación de fracasados de la Universidad, a ver si creaban ellos la Universidad nueva.

Habla también el Sr. André, con tono despectivo, del asalaramiento de los periodistas. Muy agradable sería escribir por amor a la gloria, sin recibir recompensa pecuniaria; pero, el «abad, de lo que canta yanta». De salario grande o pequeño viven todos los que desempeñan una función pública, desde el Jefe del Estado hasta el último dependiente del Ayuntamiento. En tal sentido, asalariados son el ministro, el general, el catedrático, el ingeniero, el director de un Banco. ¿Que la recompensa de los periodistas es escasa? Cierto; pero en esto de la escasez del salario, el periodista va en compañía del juez, del militar, del catedrático. Muchos de ellos –todos los de entrada en los Institutos– cobran al día la enorme cantidad de siete pesetas... Con este ingreso diario, menor que el jornal de «un regular albañil o carpintero», el catedrático, como el periodista, debe existir fisiológicamente de milagro... Por eso, en cierto modo tiene disculpa que se agarre a escribir libros de texto, formados del saqueo intelectual, y que luego se los imponga a sus alumnos; imposición que en nada se parece al libre juego del sable.

Tampoco está en lo cierto el Sr. André si quiere significar que el periodista –en general– vende su pluma y escribe con ella lo contrario de lo que le dicta su conciencia. Si el autor de El histrionismo español se hubiera preocupado, antes de ponerse a escribir, de estudiar concienzudamente y sin pasión lo que es la Prensa española, de fijo habría refrenado algo su pluma desbordada. La Prensa española es, hoy por hoy, uno de los organismos menos corrompidos que hay en España; sus escritos son más originales que los de los libros de texto, y su probidad mayor que la del comercio. En las condiciones en que España vive, la Prensa es la que ejerce una misión más educadora, y bien puede decirse que las pocas ideas científicas, filosóficas o estéticas que bajan al pueblo, llegan hasta él por medio de los canales del periódico.

Tan cierto es lo que acabo de decir, que aquí, desde Silvela a la Pardo Bazán, desde Cánovas hasta Echegaray, desde Revilla hasta Valera, desde Clarín hasta Navarro Ledesma, todos cuantos se han distinguido o brillado en el mundo de las letras, han sido o son periodistas. No sé de ninguna Corporación científica o literaria que pueda presentar mayor número da hombres ilustres, en el espacio de un cuarto de siglo, que la Prensa periódica.

Que hay en los periódicos, como en la Magistratura, en el Ejército, en el Magisterio y hasta en el clero, vividores dispuestos a vender su alma al diablo, como el doctor de la leyenda, es evidente; pero no es justo tomar la excepción por la regla general. Entre 13 Apóstoles hubo un Judas; pero, ¿no sería inicuo envolver en el nombre genérico de Judas a los 12 Apóstoles? En el periodismo, vuelvo a decirlo, hay vividores desvergonzados; pero sus demasías, desafueros y bajezas son denunciados, sin atenuaciones ni disimulos, por la misma Prensa.

Créalo el Sr. André: aquí, como fuera de aquí, en la Prensa, con todos sus defectos y extravíos, está el amparo contra todas las injusticias. ¿Qué hubiera sido de Dreyfus sin el artículo famoso J'accuse? Justo es perdonar al periodismo sus defectos, en recompensa de los bienes que produce.

ZEDA
[Francisco Fernández Villegas]

Imprima esta pagina Informa de esta pagina por correo

www.filosofia.org
Proyecto Filosofía en español
© 2009 www.filosofia.org
Eloy Luis André
1900-1909
Hemeroteca