Heraldo de Madrid
Madrid, miércoles 28 de diciembre de 1904
 
año XV, número 5.149
páginas 5-6

Miguel de Unamuno

Universidad hispanoamericana

Señor director del Heraldo de Madrid.

Mi querido amigo: Del telegrama que su corresponsal en esta, el Sr. Pedraz, les remitió reseñando el banquete que se dio aquí al doctor Cobos parece deducirse que fui yo uno de los que abogaron por el establecimiento en España de una Universidad hispanoamericana. Creo deber rectificarlo.

Dije bien claro, y ahora lo repito, que semejante proyecto me parece hoy por hoy fantástico y absurdo. Reconozco las buenas intenciones y los laudables propósitos de los que patrocinan la idea; pero creo firmemente que pierden el tiempo.

La verdad es que ni aquí nos interesamos gran cosa por lo que a América respecta, hasta tal punto, que la inmensa mayoría de los españoles que pasan por ilustrados ignoran los límites de Bolivia o hacia donde cae la República del Salvador, ni los americanos sienten ganas de venir acá.

Piensan que no hay cosa alguna que puedan aprender en España mejor que en Francia, Alemania, Italia, Inglaterra, &c., ya que en cuanto al castellano saben lo suficiente para entenderse y muchos de ellos repugnan, y con razón, nuestras pretensiones al monopolio de su pureza y casticismo.

Lo que dije en el banquete al doctor Cobos, y ahora repito, es que movimientos como el que este entusiasta y benemérito español provoca nos deben servir para fijarnos en aquellas naciones de lengua castellana y estudiar las causas de su desvío. Que no son otras que el espíritu de intolerancia y exclusivismo que nos domina.

En orden a la enseñanza, creen por allá que nuestros Institutos de ella son baluartes de lo que llaman sistema gótico, y en gran parte no les falta razón.

Antes de pensar en atraer a nadie de fuera debemos cuidarnos en modificar nuestro ambiente, liberalizándolo del todo, y para poder merecer un día el que vengan a estudiar aquí americanos es menester, entre otras cosas, llevar a cabo lo que propongo en la última de las conclusiones de mi ponencia para la próxima Asamblea universitaria de Barcelona, y es la derogación solemne y formal de los artículos 295 y 296 de la ley de Instrucción pública y del 2.º del Concordato, en que se establece la inspección de la enseñanza por los señores obispos y demás prelados diocesanos. No olvidemos que en la América española toda el laicismo es ley de la enseñanza.

No creo, pues, en la posibilidad de que una Universidad hispanoamericana que se estableciese hoy en España fuera otra cosa que un fracaso ruidoso, un parto de los montes, y lo peor que podría suceder es que llegara a inaugurarse.

Siento tener que pensar así; pero no soy de los que se callan las dificultades de las cosas, ni mucho menos de los que tratan de engañarse y engañar a los demás.

No creo, además, que tenga el Estado español derecho a instituir esa pomposa Universidad mientras no tenga como debe tener sus atenciones ordinarias y corrientes de enseñanza. Como dije en el banquete, no hay derecho a ponerle zapatos de raso a un hijo cuando andan los demás con alpargatas rotas o descalzos.

Ni creo que la cosa es de dinero, dinero y dinero, como se dice. No; es de espíritu, espíritu y espíritu. Y el espíritu significa, ante todo y sobre todo, libertad de conciencia, sinceridad y ánimo viril para osar discutirlo todo, absolutamente todo, libres de imposiciones doctrinales.

Sabe cuan de veras es su amigo

Miguel de Unamuno.

Salamanca, 27-12-1904.

——
«Unamuno, en plena decadencia» (Renovación, Madrid, 27 enero 1934.)

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