El Norte de Galicia
Lugo, miércoles 28 de diciembre de 1904
 
época II, año IV, número 1157
páginas 1-2

Manuel García Blanco

Excursión artística a Sigüenza

(Para El Norte de Galicia)

Aunque tardíamente, apareció al fin en la Gaceta, a comienzos del actual curso académico, una disposición ministerial que prescribe el carácter práctico y de observación con que debe hacerse en adelante el estudio de determinadas materias en la Universidad Central, y especialmente el de Historia de las Bellas Artes, asignatura del doctorado en Letras de la Facultad de Filosofía y Letras, imponiendo al catedrático y alumnos de la misma la obligación de visitar con frecuencia los museos y de efectuar excursiones a aquellas ciudades cercanas a Madrid, célebres por las joyas artísticas que atesoran. Dicho Real decreto no deja de hablar en pro del buen sentido del ministro refrendante; porque es cosa absurda que pueda estudiarse con mediano aprovechamiento la evolución del arte dentro de una mezquina estancia cerrada por cuatro paredes, falta de luz y ventilación, sin tener a la vista obras artísticas quo es fácil contemplar, como quien dice sin necesidad de salir de casa o con solo dar un corto paseo por las afueras. No basta, empero, dictar obligaciones; débese, además, facilitar el cumplimiento de ellas; y los que gobiernan harían bien en recabar de las empresas ferroviarias la reducción de las tarifas para los estudiantes viajeros por motivos de arte, y harían lo debido si dispusieran que esas excursiones y esos viajes artísticos se hiciesen con cargo al presupuesto de Instrucción pública; toda vez que los que han de dar cumplimiento a la Real orden en cuestión no son los hijos de la aristocracia y la riqueza, que esos hallan más inmediato, seguro y encumbrado porvenir en hacerse militares, médicos o abogados; son los hijos de la pobreza y la humildad, quienes, faltos de recursos materiales para emprender una carrera de larga duración, conténtanse con aspirar a ser… filósofos, historiadores, lingüistas o críticos de literatura y arte.

Pero siendo por todo extremo evidente la incapacidad de mi débil voz para llegar hasta las cómodas alturas del poder, juzgo prudente dejar que plumas harto más autorizadas que la mía aconsejen la inmediata implantación de tan indispensable y poco costosa mejora.

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Ni es Sigüenza una población cercana a Madrid, en la que puedan admirarse monumentos artísticos de primera magnitud, ni la Universidad Central cuenta en el presente curso con alumnos oficialmente matriculados en la asignatura de Historia de las Bellas Artes; no habiendo por lo mismo, este año, modo de hacer aplicación de la orden ministerial. Sin embargo, el Sr. Tormo y Monzó, profesor de extraordinaria cultura artística (que no es a mí a quien toca encomiar), no adquirida solo en los libros, sino recorriendo España entera y visitando cuantos santuarios posee el arte en Italia, Francia y Alemania; profesor que tiene la desinteresada abnegación de explicar dicha asignatura a solos dos insignificantes escolares que concurren a su cátedra llevados de su afición a todo aquello que es arte, no hace muchas semanas que comenzó cierto día participando a sus oyentes que necesitaba hacer un viaje la ciudad de Sigüenza, con objeto de fijarse en no sé que detalles de su catedral, para concluir por hacernos el honor de solicitar nuestra modestísima compañía. Aceptada en el acto por nosotros dos, con singular complacencia, tan halagüeña invitación, aprovechamos la tarde del primer sábado para salir de Madrid.

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Con la celeridad de la tortuga, transportónos el tren a través de aquella parte de la Alcarria que es una árida llanura, a fertilizar la cual son muy insuficientes las escasas aguas del Henares.

Marchando invariablemente a orillas de este río, observamos con gusto la desusada perfección que alcanzan en la comarca las labores agrícolas y los instrumentos de cultivo; pasamos rozando las históricas ciudades de Alcalá y Guadalajara, y a las diez de la noche encontrámonos rodeados de peladas montañas, de frío ambiente, a considerable altura sobre el nivel del mar y alejados de Madrid 140 kilómetros. La primera etapa del viaje estaba echada.

Alojámonos en cómoda hospedería, donde cenamos con apetito y dormimos tranquilamente.

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En los confines de la provincia de Guadalajara y en las estribaciones de la sierra de Guadarrama, junto a las fuentes del río Henares y sobre su margen izquierda, la vertiente septentrional de una colina sirve de asiento a la antigua Segontia.

Conquistada a los árabes por el brazo sacerdotal en el reinado glorioso de Alfonso VI, Sigüenza fue por largo tiempo una ciudad eminentemente levítica, si vale la palabra, y los segontinos estuvieron exclusivamente gobernados por la autoridad episcopal hasta fecha muy reciente, como lo atestigua el hecho de haber transcurrido poco más de medio siglo desde que los vicarios eclesiásticos han dejado de ser allí los encargados de la administración de justicia. En otras épocas rigieron esta diócesis varones ilustres que fueron cardenales a la vez que obispos de Sigüenza; ni es D. Pedro González de Mendoza el único a quien aconteció pasar de esta dignidad a sentarse nada menos que en la metropolitana de Toledo.

En la actualidad, ni sombra llega a ser Sigüenza de lo que fue. El número de sus habitantes excede con dificultad de 4.000; su silla episcopal es de última categoría; y aun cuando cuenta con una deliciosa alameda y con una o dos avenidas de moderno trazado, en general, es pobre y feo su aspecto, y la vetustez de los edificios, lo augusto, empinado, tortuoso, sucio y mal oliente de las calles son testimonio de su antigüedad y estacionamiento y no dicen flores de su progreso higiénico. Envuélvela esa característica tonalidad gris de la hidalga tierra castellana; y si bien, como dejo dicho, resulta muy pobre su riqueza artística, puesta en parangón con la que atesoran ciudades como Toledo, Ávila, Segovia, &c.; la contemplación de los monumentos de su pasado esplendor bien vale las molestias de un viaje desde Madrid.

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Como gentes que van dispuestas a no perder tiempo, madrugamos tanto como el sol espléndido que vino aquel día a calentar aquellas frías alturas; y acompañados constantemente por un distinguido y simpático joven de la aristocracia segontina, y a trechos por un amable y culto anciano, para quienes no tenían por los monumentos arqueológicos de su ciudad natal, después de haber cumplido con el más elemental de los preceptos que la Iglesia impone a sus fieles en domingo, dímonos al estudio de las bellezas artísticas que voy a enumerar rápidamente.

En lo más alto del seno, a guisa de centinela avanzado de la ciudad, con la consigna de velar el sueño de sus moradores, yérguese arrogante una fortaleza medioeval, que integran varios torreones de mampostería, almenados y unidos por gruesos lienzos de muralla con almenas y puertas de arcos ojivales y de medio punto, protegidas por barbacanas, los cuales torreones y lienzos defienden un vasto palacio de espesos muros, con largos pasillos y amplias salas, que actualmente nadie habita ni adorna mueble alguno, y que en otros tiempos fue segura y espléndida mansión de los prelados segontinos, señores Feudales, a la par, de la ciudad y su tierra. No tanto por la solidez de su construcción –no muy considerable,– como por encontrarse emplazada sobre una colina de aguas vertientes que terminan en un profundo barranco, tal fortaleza debió de ser inexpugnable allá en sus buenos días. Comprendiéndolo así sin duda, la crueldad de Pedro I, destinóla durante algún tiempo a cárcel de su desgraciada esposa D.ª Blanca: y el visitante contempla con curiosidad cierta reducida pieza del edificio, bellamente decorada con azulejos y dibujos árabes y góticos, trazados sobre yeso, por ser fama en Sigüenza que esta salita es la celda donde, inmerecidamente recluida, lloró la reina inauditos desdenes de aquel espíritu indómito que solo deponía su fiereza ante los halagos de la Padilla.

Escasos son los restos subsistentes de la muralla que partiendo de esta ciudadela, circuía antiguamente la ciudad.

Entre las iglesias de la población merecen citarse: las de Santiago y S. Vicente, por sus hermosas portadas románicas; la del Humilladero y la de los Huertos, por las suyas del renacimiento, la nombrada de las Monjas de Abajo, por su fachada churrigueresca y sus retablos del mismo gusto, en los cuales hay algunas imágenes no despreciables como obras escultóricas.

Discurriendo por las calles, no es difícil tropezar con algunas fachadas decoradas según el estilo plateresco, ni es raro hallar esculpidos en edificios públicos y particulares los escudos de los Reyes Católicos, de Carlos V, de nobles de la comarca, del ilustre cardenal Mendoza y otros Obispos de Sigüenza.

Sin embargo, échase de ver que no es nada de lo hasta aquí enumerado lo que a Sigüenza nos llevó; la excursión que vengo reseñando sólo halla justificación plena en el principal objetivo de la misma: la catedral. Un segontino amante de su tierra, el Sr. Pérez Villaamil, hace de ella un excelente estudio, algún tanto prolijo, en un libro dado a luz recientemente.

Es de la primara mitad del siglo XII de cuando datan los comienzos de la construcción de este templo, el cual, comenzando por ser románico para terminar siendo gótico del primer período, no ofrece en su fábrica elegancia ni esbeltez sumas, ni delicadas filigranas, ni caladas agujas, ni altos chapiteles; sencillez y robustez son las cualidades que le caracterizan. No es tampoco de grandes dimensiones; y adopta por planta la cruz latina. En la fachada, sencilla y severa, vénse tres puertas románicas, las archivoltas de los arcos concéntricos de dos de las cuales desaparecieron en el siglo XVII, a mano airada de torpe reformador; dan solidez a la misma dos gruesos machones, adórnala una ojiva ciega, en la que se suscribe un gran rosetón, y a sus lados levántanse dos gallardas torres prismáticas, coronadas por almenas. Otra torre que surge del punto de arranque del brazo izquierdo del crucero, difiere de las anteriores por su escasa anchura y por su terminación del estilo renacimiento.

El interior está distribuido en tres naves, separadas entre sí por robustas haces de gruesas columnas; las bóvedas rara vez llegan a alto grado de complicación; y ni el más pequeño fragmento se conserva de la vidriera polícroma. En el coro vése con agrado la verja que le cierra, la gótica sillería, con muy buen gusto, afeada, empero, por un cornisamento barroco, y el dosel de afiligranadas agujas que cubre el sitial del prelado. El trascoro es un retablo enorme, inmenso armatoste churrigueresco, en el que se destacan tremendas columnas salomónicas. El retablo del presbiterio es de estilo renacimiento, con relieves en los intercolumnios, donde asoma el mal gusto barroco; y a los lados existen cuatro notables sepulcros con hermosas estatuas yacentes, que de ordinario ocultan ricos tapices. Los púlpitos, el de la epístola sobre todo, constituye acaso la primera maravilla de la catedral.

De las capillas laterales son muy dignas de mención: la del Cristo de la Misericordia, por su complicada crucería y la notabilísima estatua que allí se venera; la de Santa Catalina con portada y verja plateresca y cinco sepulcros y otras tantas estatuas yacentes, entre las que descuella, como otra maravilla de Sigüenza, la que representa a D. Martín de Arce, joven y esforzado guerrero que perdió la vida en esforzada lucha con los moros granadinos; la de las Reliquias, con espléndida verja y soberbia cúpula cuajada de primorosos bustos en relieve, a la manera de los que dan extraordinario realce al artesanado de la bóveda de la sacristía; la de San Marcos, por su primorosa portada en la que resplandecen las más bellas galas de los estilos plateresco, árabe y mudéjar; y entre todas la de Santa Librada, cuyo riquísimo y delicado retablo plateresco elogian en gran manera los inteligentes.

En la catedral de Sigüenza hallase también muy bien representada la pintura antigua, siendo dignas de estima, por su gran valor histórico y artístico, las tablas de las capillas de Santa Librada, Santa Catalina y San Marcos. Mención especial merece asimismo el claustro, obra perteneciente al estilo ojival flamígero, y a cuya brillantez coadyuvan valiosos detallas platerescos.

Ningún punto tan a propósito como las torres de la catedral, ningún tiempo tan conveniente como la hora en que el sol declinaba, para abarcar con un solo golpe de vista toda la ciudad y su poco encantadora campiña: subimos efectivamente los 130 escalones que forman la escalera de caracol que lleva hasta lo más alto de una de aquéllas; de donde descendimos cuando llegó el momento que fue preciso abandonar la antigua Segontia.

Y estrechamos con efusión la mano del simpático señorito y la del amable anciano segontinos, antes de acomodarnos en un departamento de tercera clase del tren en que regresamos a Madrid.

Manuel García Blanco

Madrid, Diciembre de 1904

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