Alma Española
Madrid, 6 de diciembre de 1903
Año I, número 5
página 11

Manuel B. Barroso
¡Alma española!... ¿Y el cuerpo?

Porque lo primero que hace falta, lector querido, es cuerpo en que esa alma encarne. ¿Lo tenemos? Yo creo que no, mientras la pobreza domine en el organismo humano de los españoles. Compara, si no, amigo mío, un tipo cualquiera extranjero de los muchos que por Madrid, que por España ves: todos tienen mayor material humano que nosotros. ¿Por qué? Salmerón, que nunca en su larga vida política ha demostrado tanta habilidad como ahora al discutirse en el Congreso el presupuesto de la Guerra; Salmerón lo ha dicho claramente al país todo, al poner de relieve la situación de una clase española del Ejército:

—¿Cómo va a ser militar un joven que por ser segundo teniente cobra 1.950 pesetas anuales, y no tiene para pagar la comida que ha de mantenerle en pie?

Y es que no queremos convencernos de que la miseria ataca directamente al cuerpo humano, lo martiriza sin compasión. La pobreza prolongada, la fatiga de un trabajo continuado, la mala alimentación después de ese trabajo, combinada con los defectos de habitaciones malsanas y fétidas, disminuyen la fuerza humana, estacionan la talla del cuerpo, dan menor circunferencia al cráneo, niegan al hombre sensibilidad física Y alteran su sensibilidad moral.

La alimentación española, es muy deficiente: siempre tuvimos fama de sobrios. Pues la influencia de la alimentación sobre la raza es considerable; tanta –dice M. Le Bon en su interesante obra L'Homme et les socíetés–, «que el régimen alimenticio modifica rápidamente el carácter, la piel, y, hasta cierto punto, la forma del ser viviente». La Anthropometric Comitée British Association, dice que las clases ricas de Inglaterra alcanzan en todas las edades una talla más elevada que las clases pobres. M. Topinard escribió en su famosa obra L’Anthropologie génerale, que «la mala nutrición produce sus efectos y los acumula sobre los individuos, de padres a hijos. Durand de Gross, en la Rivista Italiana di Sociologia, aduce concluyentes pruebas acerca del particular. M. Lagneau, en su estudio Influence du milieu sur la race, demuestra que la alimentación deficiente causa estragos en la constitución de los hombres. Y Olóriz, que enseñó Fisiología en nuestra Universidad Central, publicó en 1894 un libro que tituló El índice cefálico de España, en el que asegura que la talla de los ricos es, por regla general, dos centímetros mayor que la talla media de los pobres.

* * *

¿Cómo remediaremos ese defecto de nuestro material humano? ¿Cómo impediremos que la miseria martirice nuestro organismo? Trabajando. Pero no por dos pesetas, como decimos siempre, sino por doscientas; teniendo como finalidad de nuestro esfuerzo corporal o intelectual, no los garbanzos y las patatas, sino otro alimento más positivo, la carne; queriendo formar hogares sanos y confortables, no habitaciones destartaladas, con una pobre cama y cuatro sillas de Vitoria...

Así constituiremos sobre base sólida el organismo humano español. En justa compensación, explotemos a los que nos explotan; encarezcamos los sueldos y los jornales, obligando de este modo a la desamortización de ese gran capital cobardemente empleado en papel del Estado, estúpidamente colocado en la cuenta corriente del Banco de España, ¡porque no hay dónde colocarlo! Impidamos que todos los industriales, comerciantes, directores de Empresas y Sociedades, caciques del mercantilismo, nos socorran con miserables salarios: obliguémosles a que nos paguen nuestro trabajo. Que podamos comer, que podamos vestir, que podamos ahorrar. Ahorrar, sí; que aquel que no ahorre pague culpas de sus vicios, y no sea como ahora, generalmente, víctima de injusticias de la necesidad que le obliga, para poder malvivir, a sujetarse a inicuas, antihumanas, irracionales privaciones...

* * *

¡Alma española!... ¿Queremos que la acepten los extraños? Demos vida los propios a los cuerpos que han de encarnarla.

Manuel B. Barroso

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