Alma Española
Madrid, 6 de marzo de 1904
Año II, número 17
página 10

Fabián Vidal
Rusia por dentro
El alma eslava y la guerra

Desde que estalló el conflicto ruso–japonés viene la prensa publicando datos y noticias acerca de la organización guerrera de ambos imperios beligerantes, y en lo que a Rusia particularmente se refiere, sólo sabernos por ellos que tiene o tenía varios acorazados y cruceros y que puede poner sobre las armas el ejército más numeroso de Europa.

¿Pero está todo compendiado en esto? Rusia, la inmensa y heterogénea Rusia, conglomerado de cien pueblos diversos, ¿no tiene otro aspecto, otra fisonomía dignos de estudio?

Hay que buscar en esa tosca y misteriosa alma eslava, analizar sus palpitaciones, escudriñar su idiosincrasia semitártara para apreciar su estado presente y poder establecer una premisa con visos de certidumbre.

Y el alma eslava no está compendiada solamente en el noble sucesor del streelitz y de boyardo, ni en el mercader enriquecido, ni en el pope fanático, ni en el cinovniki rapaz y absolutista, ni en el cosaco que dejara el klan por el cuartel, moderno genízaro de una institución anacrónica; radica en el mujik, en el obrero de la Polonia, en el finlandés esclavizado, en el estoniano, en el nómada de Ukrania, en el subsuelo de ese edificio social, gigantesco del que aún conserva frente al progreso moderno el chin vergonzoso, con sus catorce clases, marcadoras de otras tantas barreras que impiden la fusión igualitaria del pueblo con los altos.

El alma eslava va despertando. Se despereza y sus primeros movimientos hacen vacilar la organización decrépita del vasto imperio. Y esta guerra a la que se la lanza sin que conozca sus causas, esta guerra impopular, impolítica, pese a las artificiales manifestaciones que la prensa anunciara, la servirá de revulsivo que acabe de arrancarla a su secular somnolencia.

¿No habéis leído las descripciones de la Rusia miliaria? Por ella no pasan siglos. El industrialismo sólo ha conmovido su epidermis. Perduran los mismos tipos, encarnadores de idénticas clases. Gogol, al pintar en Almas muertas la clase media rusa, ha resumido diez siglos de historia moscovita.

Del chin tradicional viven petrificadas trece castas. La última, la inmensa masa que cultiva la estepa, que llena las fábricas polacas, que agoniza en las refinerías caucásicas y en las minas de orillas del mar Caspio, es la única que ha comenzado su evolución hacia el porvenir, ayudada por los universitarios, hijos de popes y de hombres de ciencia. Y esta evolución, este divorcio entre directores y dirigidos precipitarán el cataclismo, del cual saldrá, fuerte y nueva, la Rusia libre.

Pero dejémonos de divagaciones y expongamos hechos. Ellos nos dirán, con su fría y muda elocuencia, por qué Rusia debe sufrir una revolución para modernizarse.

De los ciento treinta millones de hombres que tiene el imperio, más de la mitad la componen pueblos absorbidos, conquistados, pero: que conservan, frente a la hegemonía de-Moscú, su personalidad propia. Hablen los polacos, lituanos, letones, finlandeses, uteranianos, cherquesos, armenios, valacos, musulmanes del Asia central, &c., que tienen sus

dialectos, usos, costumbres, que conservan sus tradiciones, que sólo ven políticamente en él tanto Krhemlin, la Meca de sus opresores. Ellos nos dirán si ese conglomerado de razas diversas, sí esa yuxtaposición de pueblos pueden formar una nación disciplinada con una unidad vigorosa, con un espíritu nacional arraigado. Ellos, en sus cien dialectos, como el Surdale, el Novgorod, el Olonetz, el de Finlandia, podrán manifestar si son capaces de electrizarse y marchar conscientemente a la Mandchuria a morir por el Zar, si el himno ruso, tiene en sus acordes poder suficiente para herir su alma colectiva...

Y estudiemos, aunque sea someramente, el medio en que se desenvuelve este conglomerado de razas. Busquemos en un autor cualquiera que de Rusia se ocupe, la potencialidad económica del imperio y, principalmente, de sus clases populares.

Aquí tenemos a Marés. En su libro, titulado La alimentación de las masas agrícolas en Rusia, dice que, mientras la población crecía en veintitrés años (1870-1893) un 19 por 100 y el trigo aumentaba sus cosechas un 23, la exportación se elevaba a un 58 por 100, y los impuestos se doblaron... ¿Se explica ahora el lector el origen económico del nihilismo?

Rusia, que rivaliza con los Estados Unidos en la producción de cereales, padece hambres periódicas, a semejanza de la India. Sus inmensas estepas, productoras de gigantescas montañas de trigo no bastan a pagar el impuesto. El cinovniki, ayudado del cosaco, devora la cosecha, que pasa casi íntegra a poder del Estado y de los nobles. Y el mujik tiene que convertir en harina la corteza de los árboles para poder sostener una existencia abyecta y miserable...

Por eso la bailaika enmudece. Por eso el alcohol hace estragos entre los obreros de las ciudades. Por eso un fermento de rebelión agita sordamente la base del imperio.

Rusia es un país en formación y sujeto, por lo tanto, a variaciones y cataclismos. Su constitución dista mucho de ser definitiva. Tiene aún demasiado sedimento tártaro para acomodarse a la vida europea.

Veamos su aspiración nacional, la síntesis de su alma colectiva tomada en conjunto, sin parar mientes en sus divisiones y diferencias. Desde Irkurts a Arcángel, desde el Báltico a Baku se escucha un grito inmenso, enorme, que lo resume todo, que agita el corazón de ciento treinta millones de hombres.

¡Damoi! Es decir, volvamos a nosotros, dejemos al Occidente corrompido, concentrémonos en nuestro mir, fecundemos nuestro artels, nuestra corona, tradicional, vivamos nuestra vida, pero autónoma y libre, apartada de todo cuanto choque con las aspiraciones del alma eslava...

¿Se comprende lo que este grito significa?

He aquí por qué el pueblo ruso no se ha asociado a las manifestaciones patrióticas de Moscou y San Petersburgo, por qué, ha permanecido indiferente, sin conmoverse ante el duelo de su nación con la japonesa.

Ningún resorte le agita ni le empuja al entusiasmo. La guerra sólo representa para él nuevas levas de sus hijos, tributos más onerosos, y al final un acrecentamiento del vigor gubernativo. El conflicto con el Japón lo ve traducido en el despojo de sus kopeks últimos.

No tiene, como sus contrarios actuales, el incentivo de una misión nacional que llevar a cabo, que conmueva la fibra colectiva del pueblo, y le impulsa a, cumplir su destino en la historia. Las masas de soldados moscovitas marchan al Oriente porque las llevan. Sólo son formidables por su obediencia de inconsciencia.

Rusia pelea porque su clase media necesita el Oriente como campo de acción. Porque su aristocracia reclama una guerra en la cual pueda conquistar ascensos y honores.

El pueblo, privado de medios para manifestar su opinión, calla y ve venir los acontecimientos. El campesino de la estepa continuará labrando la tierra, sin esperar que la

victoria derrota de su nación pueda influir adversa o favorablemente en su condición de paria; los trabajadores del Cáucaso seguirán amarrados a la gleba, soñando sólo en una rebelión que los emancipe, y los desterrados de la Siberia, único elemento intelectual del imperio, escucharán el lejano rumor de la guerra, coreándolo con sus maldiciones de vencidos.

El alma eslava no está interesada en la lucha presente. Un Plewna sólo conmovería a las clases altas, á los elementos directores del país. El pueblo ruso, la masa enorme que rumia su rebelión silenciosa bajo el látigo del knout, sabe que no puede esperar cambio de su estado de que triunfe el Zar o de que Puerto Arturo sea un Sebastopol.

Fabián Vidal

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