La Ilustración Artística
Barcelona, 18 de junio de 1900
 
año XIX, número 964
página 394

Emilia Pardo Bazán

La vida contemporánea

Progreso. Cuestión de razas

Es edificante y curioso, y mucho de lección envuelta, el caso sucedido estos días en mi tierra natal con un invento nuevo. Hace lo menos veinte años que la antigua y monumental Santiago de Compostela y la industriosa y fabril Coruña suspiran por tener una línea férrea que, enlazando con la general, facilite la comunicación entre ambas ciudades, que se ven obligadas a realizar por medio de los coches diligencias más feos, sucios, destartalados, apestosos, incómodos y peligrosos de cuantos conozco. Desgraciadamente los suspiros de ambas urbes tenían bastante de platónicos y no poco de egoístas. Santiago deseaba la línea férrea, convenido; pero… siempre que no le reportase a la Coruña ciertas ventajas. Y la Coruña anhelaba el mismo adelanto… con tal que Santiago no resultase favorecido. Y vino a ser lo del ferrocarril un pugilato de pellizcos y torniscones entre una dueña noble y devota y una obrera gallarda y en lo mejor de su edad.

Excuso decir que los respectivos caciques se hicieron cómplices y coautores de las morosidades y marañas por las cuales la ansiada línea férrea no llegó a construirse. Que si ha de pasar por aquí el trazado; que si ha de torcer por allá: que con tal condición apoyo; que sin ella combato y obstruyo… Y en estas disputas llegaron los perros, es decir, los automóviles, y se decidió fundar una empresa, desterrando la vetusta diligencia, cuyos vuelcos retraían a mucha gente del viaje. No era, sin embargo, la cosa tan sencilla como a primera vista parecía. En primer lugar, el camino de la Coruña a Santiago es un abecedario en que faltan las rectas íes y sobran las rabituertas eses. Para mayor dificultad, las eses están colgadas sobre precipicios. El coche que allí se inclina no da contra un seto ni va a tumbarse sobre un prado, sino que se despeña al fondo de un valle, de una altura de ocho o diez metros. Quien vuelca vuelca desde un tercer piso, lo cual centuplica la amenidad de la situación. Así es que los vuelcos de la diligencia llamada (¡oh ironía de los nombres!) la Ferrocarrilana han solido ser fatales. El ilustre actor Emilio Mario se dejó aquí a uno de sus compañeros, despachurrado trágicamente al trasladarse la compañía de la Coruña a Santiago. Siempre que Mario hablaba de este trayecto se ponía grave, se le fruncían las negras cejas y se le contraía la rasurada faz.

Como la lógica no es el fuerte de las multitudes, no debemos extrañar que, no obstante la tradición de los vuelcos de la diligencia, uno de los primeros síntomas misoneístas que se notaron al divulgarse la noticia de que se iba a establecer el servicio de automóviles fuese el temor a los vuelcos. La inmensa mayoría de la humanidad es así: la alarma menos volcar de un coche ya conocido y ser destrozada por ruedas viejas. Lo pavoroso es sufrir accidentes en un artefacto no usado hasta entonces.

Somos la minoría aquellos que encontramos sazón y gusto en lo nuevo, y precisamente creemos que, de exponerse a un percance, exponerse por algo que no encaja en la rutina. Juntamente profesamos la opinión de que el innovador está obligado a un cuidado [………] los automóviles que vinieron aquí a asustar a la gente parece que tenían el inconveniente gravísimo de ser material de desecho, adquirido con rebaja. Además, no resolvían el problema de la rapidez en el transporte: lo que la diligencia recorría en seis horas, lo andaban ellos en cuatro o cinco: ventaja insignificante.

¿Por cuánto tiempo quedará en la memoria y en los sentidos de la gente de esta tierra infiltrado el horror al automóvil? Es de suponer que ya no lo perderán nunca. En los pocos días que funcionó el invento ocurrieron varios lances, uno de muy graves consecuencias. Se arrojaron del coche distintas personas, enloquecidas de terror; fue aplastado un caballo, y no sé si todavía hubo algo más. Un grupo de aldeanos, contemplando la desgracia, decían a voces: «De esto tienen culpa los que gobiernan.» Y el gobernador lo oía: como que precisamente, asistiendo a las pruebas, iba en el vehículo.

Pues bien, por una vez puede decirse a boca llena: casualmente de este desavío no tiene el gobierno la culpa. La iniciativa privada, a la cual interesaba tanto que el resultado fuese satisfactorio, pudo darnos el progreso en buenas condiciones. A los países alejados del movimiento industrial, como es Galicia relativamente a Vizcaya y Cataluña, se les han de presentar los adelantos en su última y más alta expresión, porque su misoneísmo es al de otras provincias como 4 es a 1. Y si han de recibir con relativa indulgencia los adelantos, tienen que ver muy a las claras su excelencia. Ahora se anuncia la adquisición de mejor material; pero apuesto a que el ensayo, por feliz que sea, no borrará la impresión desagradable de los fracasos primeros. De aquí deduzco que todos cuantos aspiramos a difundir algo nuevo tenemos el estricto deber de elaborarlo con detención y primor, porque la novedad en las costumbres, no en las modas, lleva ya en sí algo que subleva y repele, y sólo con blandura, maña, cuidado y astucia se vence esa involuntaria repulsión de la multitud, apegada inconscientemente a lo antiguo, aunque reniegue de él y conozca y deplore sus males.

Un autor que supongo americano, pues su libro está impreso en Montevideo, D. Víctor Arreguine, ha emprendido la tarea de refutar la célebre obra de Demolins, abogando por la superioridad de los latinos sobre los anglo sajones. En opinión del señor Arreguine –que parece persona de talento y escribe bien y con soltura– no existe, hablando con propiedad, raza latina ni raza sajona. Todos arios, indoeuropeos. Es muy cierto; no negamos verdad tan demostrada y conocida. Pero tampoco negará el señor Arreguine que, ramas de un mismo tronco, para seguir la imagen, distamos mucho de parecernos y de dar igual fruto. No sólo no nos parecemos, sino que se diría que nuestros ideales se repelen. Ni en religión, ni en arte, ni en sociología, tenemos las mismas concepciones. La libertad individual, el protestantismo, son sajones; la libertad política, el catolicismo, son latinos. Las excepciones no dicen nada en contra de esta observación general. Un objeto de tocador, un pliego de papel, un sombrero, os gritan a voces: Made in England, made in Germany

Siendo exacta aquella definición «el hombre es un animal que se acostumbra a todo,» no negaré yo que la fuerza socializadora de la imitación y la del contacto puedan hacer que el individuo se adapte a la especial manera de ser de la agrupación. Mas ¿en qué consiste que la agrupación se determina en cierto sentido y no en otro? No hay remedio sino reconocer la obra misteriosa de las afinidades étnicas. No vale decir que el suelo, el clima, el ambiente, lo hacen todo. Los boers se llevaron al África su ideal; los ingleses se lo llevan a todas partes. La Biblia y la tetera aparecen en Australia o en Java, en Canarias o en Klondyke. Y el mismo Sr. Arreguine lo reconoce; confiesa que el inglés es siempre inglés –inglés fatal, inglés desinglesable.

Yo creo que el Sr. Arreguine tiene razón en gran parte de lo que dice, pero no saca consecuencias exactas de su razón. Los anglo-sajones son más crueles y más rapaces en sus conquistas que los latinos –ya se sabe.– Hace tiempo que los bien informados se ríen de nuestra leyenda negra. El Padre Las Casas, si viese a los hambrientos de la India y a los infelices sioux, tendría que llorar para toda su vida. Cabritillos de leche fueron nuestros conquistadores al lado de lord Clive. Pero no se trata de eso, no se trata de humanidad colectiva cuando se sostiene y propugna la superioridad actual de los anglo-sajones.

Actual; importa fijarse bien en que esta cuestión es una cuestión de cronología. La civilización antigua [………] pertenece a la raza heleno latina (llamémosle raza, para entendernos, a ese conjunto de pueblos). La civilización primitiva oriental, religiosa, había pertenecido a la raza india y semítica. Y la moderna, científica, pertenece a la raza anglo-sajona. No se puede discutir. No es un pugilato de virtudes. La superioridad no consiste en el ejercicio de esta o de aquella virtud: consiste en la fuerza, consiste en la salud, el vigor, la energía, la actividad.

Que hay también energías morales en los países anglo-sajones, y altruismo, y hogar, y familia, y respeto a la mujer, y una apasionada y tenaz protección a la infancia, eso no lo podemos negar los latinos más latinos, y yo lo soy en alto grado, refractaria sin querer, por instinto, a lo que no lleva el sello de la raza y de la cultura latina. Virtudes llamo a esas predisposiciones del alma sajona; pero no habrá existido en el mundo raza ni nación alguna que presente completo el cuadro de las virtudes humanas. Quizás cada energía nacional lleva inherentes ciertos males o desórdenes morales. Los fenicios y los danaos eran engañadores porque eran industriosos y traficantes. Los ingleses son duros y egoístas porque son resueltos y porque se les deja ejercitar el self help. La misma conciencia de su superioridad les hace negreros, esclavistas, utilitarios, persuadidos de su derecho contra todos. La convicción de que se debe desarrollar en primer término la energía, aconseja los castigos en las escuelas y la brutalidad en los juegos. Es, en algún modo, el antiguo criterio de los espartanos. Esa gente que goza con las sensaciones violentas y ásperas, que sufre con deleite la intemperie, el agua, la nevasca, que tiene sentidos menos finos que el latino y temperamento más robusto, necesariamente, al apoderarse de las conquistas científicas de nuestro siglo, tiene que ser una raza superior-dominadora.

Repito que el Sr. Arreguine es persona de mucho talento: su error es un error latino, simpático, artístico: funda la superioridad, que él cree indiscutible, de los latinos en sentimientos, en aptitudes, no en hechos, no en realidades. ¡Ojalá acertase el Sr. Arreguine! Y puede que acierte… con el tiempo este hispano-latino de la América del Sur. Lo que es hoy no me negará que los anglo-sajones avanzan, que se tragan el globo. Y se lo tragan, no como se tragaron a Europa sus antepasados los bárbaros, para aceptar inmediatamente las ideas y el arte y el espíritu de las razas vencidas, no; ellos ahora imponen su concepción peculiar de la vida y del mundo… Han descubierto una infinidad de secretos y nos los transmiten. Han averiguado –ya lo sabía Bacón– que hasta para un ángel el hombre tiene que empezar por ser una sana y equilibrada bestia…, sí, un animal poderoso y bien constituido –algo como el Pegaso, nuestro Pegaso latino, que es caballo y luce alas,– o como la Esfinge, latina también –porque todos los mitos hermosos son latinos– que ostenta gallarda cabeza y seno de mujer sobre ancas de fiera…

El mismo entendido escritor reconoce que no estamos en nuestro apogeo. Con esa confesión me basta. Por lo demás, no creo herida de muerte tampoco yo a la raza latina. Acaso, con las duras lecciones recibidas, aprenderá y se amoldará a la vida moderna, a la cual en Europa se muestra bastante inadaptable. Yo le podría citar al Sr. Arreguine síntomas, en España misma, de esa transformación o evolución de las ideas consecutiva al dolor de las palizas y de las afrentas nacionales. Francia, no se puede negar, también ha entrado en los caminos de la regeneración, y está desconocida en muchas cosas, aunque en otras persevere en su doctrinarismo.

La hibridación o cruce del ideal latino con el ideal anglo-sajón puede dar frutos preciosos. Un recastado, o media sangre (hablo simbólicamente), que conserve su finura y su sentido de artista y adquiera vigor y voluntad, puede ser el tipo perfecto a que la humanidad llegue en su progreso indefinido. Shakespeare era algo así: su propia lengua, la que el gran dramaturgo escribe, está plagada de latinismos: es latino a medias.

¿Quién sabe si el escenario de esa transformación de la humanidad, que sueño, serán las jóvenes naciones de la América española, cuya federación podría contener la ola sajona, dándonos otra vez el puesto que nos corresponde en el planeta? Todo aquello que no veo factible en nuestro viejo continente y nuestra vieja nacionalidad, se lo encomiendo a la América del Sur, que no sufre los obstáculos tradicionales que aquí padecemos, que ha recibido esas transfusiones de sangre extranjera que renuevan la raza por la amalgama, y que representa para España el elixir de juventud de Fausto.

Emilia Pardo Bazán

Imprima esta pagina Informa de esta pagina por correo

www.filosofia.org
Proyecto Filosofía en español
© 2010 www.filosofia.org
Leyenda Negra
1900-1909
Hemeroteca