El Imparcial
Madrid, jueves 3 de octubre de 1901
 
año XXXV, número 12.386
página 1

Mariano de Cavia

Rábanos yanquis

Cuando pasan rábanos, comprarlos.

Con ellos no echaremos grandes pantorrillas, ni llenaremos el monago mayormente; pero, en fin, siempre constituyen uno de nuestros más sanos e incitativos entremeses, –cómica traducción de los entremets gabachos.

Se ha cantado y decantado en tantos tonos y semitonos la superioridad yanqui respecto de la mísera España, en lo material y en lo moral, en lo físico y en lo espiritual, en lo mental y en lo manual, en lo cerebral y en lo gástrico, en lo social y en lo individual, en lo fabril y en lo mercantil, en lo agrícola y en lo pecuario, en el gerundio y en el participio, &c., &c., que bueno es –para «completar nuestra información» como decimos los reporteros– estar a la mira, por si el tío Sam pasa con algunos rábanos de inferioridad, y entonces tomárselos por lo que valgan.

¿Que eso es coger el rábano por las hojas?

¡Qué hemos de hacerle! Por donde se pueda hay que agarrarle; y como dice otro refrán: «Del yanqui, un pelo.»

Claro está, oh Juan Español, que con eso no pretendo consolarte de aquellas leves y breves contrariedades de hace, no sé si tres, treinta, o trescientos años...

¿Consuelo?

No hay de qué, ni en el teatro; porque ni siquiera se hace ya la obra de Ayala que lleva ese título.

Como apenas, oh Juan de mis reconcomios, parece que conservas una vaga y vana idea de aquellos efímeros y superficiales disgustillos, me ahorro el trabajo de indemnizarte de ellos –¡indemnización entre grotesca y lúgubre!– ofreciéndote el cuadro de las miserias del tío Sam.

Se trata, a lo sumo, de un desahogo de mi hígado, si es lícito parodiar la nota de Espronceda a su canto más célebre.

Después de los rábanos que nos sirvieron los humanitarios y cultísimos ciudadanos yanquis, intentando linchar a Czolgosz y riñendo para ello rudas batallas con la policía, vienen otros, tiernos, sabrosos, sonrosados, que nos brinda el «régimen legal» de la llamada un tiempo República-Modelo; y tiene hoy de Modelo mucho menos que la Cárcel de Madrid.

Porque en ésta, que se sepa, no se da tormento a los reos, ni a la antigua española, ni a la neo-americana.

Sombra de Torquemada, cómprame estos rabanillos:

«París I.– Los periódicos de Nueva York protestan contra las terribles torturas aplicadas a Czolgosz para hacerle confesar la existencia de cómplices.
»The Herald dice que exceden a las torturas de las prisiones rusas y de Montjuich, y advierte que la Policía no está asistida de ningún derecho para tal violencia.»

El telegrama es de Bonafoux, y viene sin comentarios. ¡Imperdonable! ¿Para qué mejor ocasión los guarda el rico cosechero?

¡Por vida de los yanquis! Su voracidad raya en lo fantástico.– Después de habérsenos engullido la «leyenda dorada», que dijo Doña Emilia, amén de muchísimas cosas y personas que valían más que la leyenda, quieren ahora llevársenos también la otra, la leyenda negra, la de ignominia y barbarie.

Si hasta esas glorias nos quitan ¿qué van a dejarnos los insaciables ogros?

¡La Inquisición en los Estados Unidos!... Es una moda nouveau siecle, que deja tamañitas las más extraordinarias y paradójicas novedades fin de siecle con que se despidió la pasada centuria. En los primeros vagidos se halla todavía el siglo XX; pero en cuanto «se suelte» dígole a usted que va a ser el siglo del desmigue.

¿Se trata de un match entre los dos Gargantúas anglosajones?... Ello es que Inglaterra, sin blanduras ni flojeras, está aplicando a dos pueblos modernos en el África Austral todas aquellas torturas que hace veintitantos siglos padecieron los pueblos de nuestra Península bajo las encontradas y ambiciosas fuerzas de Roma y Cartago. Los Estados Unidos, en su constante obsesión del «breack the record» van todavía más allá, y aplican la tortura individual, como hacía, creyéndolo lícito, la Europa de los siglos medios.

Son sendas maneras de cultivar el progreso que sólo puede defender nuestro amigo y colaborador Habacuc Humbugman, profesor de paradojismo comparado.

Su ilustre protector el marqués de Salisbury, irónico sepulturero de naciones moribundas, tiene en esas dos naciones, exuberantes de vitalidad y robustez, asunto sobrado para renovar los desplantes de su humour británico.– Si es jugador de billar, quizás diga que se trata de simples «efectos de retroceso.» Y si tiene alguna noción taurina, también puede decir que los anglosajones de uno y otro lado del Atlántico, hacen lo que el toro: echarse atrás

para que la fuerza sea
mayor, y el ímpetu más

en su doble carrera de progreso y civilización.

Lo que es por la parte norteamericana, formidable e increíble movimiento de avance va a ser preciso para compensar la increíble y formidable regresión que significa la resurrección de la tortura.

Regresión digo; sin embargo, algo bueno, puede apostarse a que no dejará de salir allí algún ideólogo que salga defendiendo el tormento «superhumanamente.» Porque allí disfrutan de ideólogos a la medida, que inventan cuantas teorías sean precisas para justificar los hechos más vituperables. Norteamericano es el tratadista que en nuestros días ha defendido la esclavitud, llegando a pronosticar que su nación se verá obligada a imponerla, por necesidad social y moral, a los pueblos débiles, inútiles o estériles de aquel continente.

Aquí hay que volver del revés un apotegma muy zarandeado, y decir «Summa injuria summum jus.»

Con el cual latinajo puede endulzar sus tormentos el matador de MacKinley.

Endúlcelos también pensar en que, si ahora se les somete a inhumanos y crueles suplicios, luego se le dará una muerte perfectamente científica... El propio Bertoldo y las consejas la aceptaría con orgullo y reconocimiento.– Yo, sin embargo, me permito encontrar la electrocución más repugnante que la horca inglesa, el garrote español, la guillotina francesa y la cuchilla alemana, por lo mismo que el maravilloso invento yanqui viene a ser una profanación innecesaria de una de las más espléndidas conquistas que ha logrado el hombre sobre las fuerzas ciegas de la Naturaleza.

Un periódico de Chicago ha ofrecido doscientos o trescientos mil dollars por que se le permita cinematografiar la electrocución de Czolgosz. Dicen que se le ha negado tal autorización. Acaso se le haya concedido para reproducir la interesante y sensacional «ceremonia» del tormento...

En tal caso, no habrá faltado el correspondiente fonógrafo. Hay que conservar a la vindicta pública, a la curiosidad yanqui y a la estupefacción de la posteridad, los auténticos alaridos del reo, un poco más impresionantes que aquellos de Mario Cavaradossi en el segundo acto de La Tosca.

¡El mundo marcha!

Mariano de Cavia

Imprima esta pagina Informa de esta pagina por correo

www.filosofia.org
Proyecto Filosofía en español
© 2010 www.filosofia.org
 
1900-1909
Hemeroteca