El Norte de Galicia
Lugo, lunes 27 de junio de 1910
 
época II, año XIII, número 2880
página 1

Manuel García Blanco

Juventud Antoniana

Pocos meses de existencia cuenta aún esta simpática Congregación de jóvenes de ambos sexos, y ya tiene, sin embargo, muy bien acreditada su gran utilidad social, acertada organización, activa labor y sana orientación. En actos solemnes del culto religioso, en recientes veladas artísticas, de grato recuerdo, hemos tributado los más calurosos aplausos a las gallardas muestras que los jóvenes antonianos han dado del celo, entusiasmo y fe con que laboran para los especiales y nobles fines de su nueva asociación.

La juventud de nuestro tiempo está ineducada, se oye decir por doquiera; refractaria a todo trabajo serio y perseverante, disipa con lastimosa precocidad sus fuerzas en el vicio y la frivolidad, es díscola e indócil al consejo, irrespetuosa para con los mayores, irreverente para con la religión. Todos lamentan y denuncian tamaños males, todos claman contra ellos; más rara vez hay quien promueva medidas prácticas eficaces para su remedio.

A la vista tenemos, sin embargo, un plausible esfuerzo en tal sentido. La Congregación de Jóvenes Antonianos de esta ciudad tiene, en el fondo, una tendencia esencialmente pedagógica. Básase en dos manifestaciones supremas y características de la humanidad, en dos ideas íntimamente enlazadas en nuestro espíritu, en dos sentimientos capaces de fundar las asociaciones más robustas, duraderas y fecundas en grandes resultados: la religión y el arte. Amparada con el patrocinio de una de las más puras y sublimes figuras del Santoral cristiano, la Juventud Antoniana rinde culto a la Divinidad de una manera artística, y al propio tiempo, cultiva el arte bajo las sanas inspiraciones de la religión. Con lo cual disminuye notablemente el número de jóvenes vagabundos y aburridos; ya apenas se los ve matando el tiempo apostados en las esquinas o junto a las lunas de los vistosos escaparates de nuestros soportales, ahora se les brinda más decente ocupación en la inmediata residencia de los religiosos Franciscanos; ya no son sus conversaciones fútiles ni soeces, prefieren comentar sus interpretaciones y ensayos musicales o dramáticos, las inspiradas poesías que han compuesto, o los elocuentes discursos que han pronunciado; han experimentado un cambio radical en sus gustos y aspiraciones.

Es la juventud la edad del optimismo, de la confianza en los propios recursos; edad en que el hombre posee un rico caudal de fuerzas vírgenes que, bien dirigidas, pueden terminar atrevidas empresas. Nada más necesario y útil a la sociedad que dirigir y emplear en algo bueno y sustancial esta poderosa actividad, que tanto se malgasta en lo nocivo y lo fútil; pero nada más difícil al mismo tiempo, que la acertada dirección y adecuado empleo de estas energías irreflexivas y anárquicas, que jamás logran encauzar ni la regularización minuciosa y excesiva, ni la demasiada libertad, y sí solamente un tacto exquisito y una fina penetración psicológica, cuyos secretos conocen sin duda a fondo los inspiradores de tan laudable institución, puesto que tales positivos resultados han obtenido. Prosiguen las comunidades religiosas en su tenaz labor de perfeccionamiento social, fija su penetrante y segura mirada en las peculiares y más perentorias necesidades de cada época.

M. García Blanco

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